Elementos para una TEORÍA DEL ENTUSIASMO

La cara oculta de RAYUELA. Por Jorge Fraga

19 de marzo de 2012

El Almotásim de Rayuela (1ª parte)

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La tercera carta de Cortázar a Fredi Guthmann

(3 de marzo de 1952)

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¿De qué hablaron Julio Cortázar y Fredi Guthmann en la parisina noche del 2 al 3 de marzo de 1952? No queda ninguna constancia documental de los contenidos de su conversación; pero sí de los efectos que tuvieron sobre el autor de Los reyes. Al día siguiente, Cortázar le escribía a su amigo una breve nota que comenzaba así:

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Mi querido Fredi:

Creo que estarás contento por mí si te digo que acabo de pasar una mala noche. Una de esas noches de revisión, de bilan, de preguntarse cosas, de ver qué pequeñas y mezquinas son las respuestas. No he ido más allá de eso, pero me da la medida de lo que fue nuestra conversación de anoche.

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Ya tuvimos ocasión de ver otras dos cartas –véase “Dos cartas a FG”, del 11 de noviembre de 2011– en las que se manifestaba la profunda impresión que había causado en Cortázar el relato de la experiencia de Guthmann en la India. A esas dos primeras cartas, de enero y julio de 1951, se le añade ahora esta nota de marzo del 52 para dejar constancia del creciente influjo que estaba ejerciendo el aventurero, poeta y místico sobre nuestro escritor. Una pequeña diferencia, meramente formal, entre el tratamiento de usted (en las dos cartas anteriores) y el tuteo (en esta nueva misiva, unos meses después) nos revela cómo la fuerte impresión causada, lejos de distanciar a ambos hombres, acabó por unirles en una estrecha amistad.

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Es cierto que un amigo puede alegrarse porque el otro pase una mala noche, cuando ese balance que produce el insomnio ha sido generado por las inquietudes que el primero ha logrado sembrar en el espíritu del segundo. Pero aquí, más que de amistad, quizá cabría hablar de otro tipo de relación, por lo menos durante esta época. Cuando Cortázar le dice al otro “estarás contento por mí”, está apuntando más bien a una relación de maestro a discípulo, oportunamente forjada entre uno, que deseaba dar a conocer su experiencia, y otro, que estaba ávido de verdades trascendentales:

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No había palabras para decírtelo, pero a cada cosa que tú decías o me leías, yo notaba fríamente en mí la resistencia casi demoníaca de un orden ya cerrado, construido, que teme perder su comodidad y su rutina, y se subleva ante la palabra nueva, ante la Noticia. Ahora sé por qué esa hora y media de charla me ha fatigado tan terriblemente. La noche que acabo de pasar (con los sueños más increíbles) me da la justa medida del combate que lo Viejo y lo Nuevo han librado en mí. Hoy me siento como podría sentirse un campo de batalla: sucio, pisoteado, lleno de muertos y lamentaciones. Pero también sé que uno de mis dos ejércitos ha vencido. Sólo que no sé cuál.

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Luego, al final de la carta, Cortázar dirá: “Quisiera que me creas digno de seguir escuchándote”. ¿Por qué no iba a ser Cortázar digno del otro? Si es mera amistad, es claramente una amistad asimétrica. De hecho, seguimos aquí con la tónica que ya vimos en ocasión de las dos cartas de 1951: se nos ofrece la imagen de un Cortázar profundamente conmovido por las palabras de Guthmann, una conmoción que llega hasta los cimientos de su ser. El escritor se expresa, a propósito del otro, en términos inequívocos: en enero del 51 hablaba de “revelación”, de “la mirada de un iluminado”; en julio del mismo año, se habla a su vez de “ingreso a una realidad espiritual para mí inalcanzada”, de una “Realidad” en mayúsculas; y ahora, en marzo de 1952, se habla finalmente, y también en mayúsculas, de una “Noticia” que nos remite al concepto de un “Evangelio” guthmanniano, en clave claramente religiosa.

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Persiste también aquí –y se acentúa– esa misma consecuencia, directamente derivada de la conmoción, que ya analizamos en su momento: la súbita y trágica devaluación del mundo hasta entonces conocido por Cortázar. Ante la experiencia y las palabras del amigo y maestro, todo aquello que hasta entonces llenaba de sentido y de valor el espíritu de Cortázar pierde definitivamente su importancia. Si en enero del 51 esto se expresaba en términos de una “mínima dimensión de literatura y de arte”, en marzo del 52 el asunto se personaliza en un escritor que de repente se siente “sucio, pisoteado, lleno de muertos y lamentaciones”. “Pequeñas y mezquinas”: así son las respuestas que Cortázar, tal como él mismo reconoce, puede dar a las preguntas planteadas directa o indirectamente por Guthmann.

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En mi artículo de noviembre del 2011 sugerí que esta conmoción de Cortázar, así como la subsiguiente pérdida de sentido de su mundo anterior, iban a tener como consecuencia última la forja de una obra nueva, que por fin le hiciera sentirse al escritor “realmente digno” de Guthmann, de situarse a su superior altura. Tras los intentos relativamente fallidos de Los premios y “El perseguidor”, esta empresa culminará felizmente con Rayuela, la mayor obra –con diferencia– del escritor. Así pues, deberán pasar más de diez años hasta que Cortázar pueda decirle a Guthmann, después de que éste haya acabado la lectura de Rayuela (en septiembre del 63), que “nosotros estamos del otro lado, en ese territorio libre y salvaje donde la poesía es posible y nos llega como una flecha de abejas”. Los dos están del otro lado, sí; aunque Cortázar ha llegado más tarde, siguiendo la senda iluminada por el maestro y amigo.

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Pero en 1952 Rayuela queda todavía muy lejos. Apenas podemos computar como abono del terreno los acontecimientos que tienen lugar en ese momento en el espíritu de Cortázar:

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Realmente no lo sé, Fredi. Lo que puedo decirte (...) es que en ti veo la presencia viva de eso que tus palabras no alcanzan todavía –por mi enorme ignorancia– a mostrarme con claridad. Tú has vuelto de allá con ojos nuevos. Ya te lo dije anoche, y es cierto. Tu cara es la misma, pero te han cambiado la mirada. Tenías una mirada huyente, acechadora, analítica. Ahora miras y ves de una manera que mi propia mirada siente profundamente. En cuanto a tus palabras, espero humildemente entenderlas mejor si tienes el deseo de continuarlas para mí. No sé lo que pasará, porque la batalla es dura y yo me he conformado hasta hoy con lo que tenía y alcanzaba. Pero el hecho de que haya una batalla te prueba (y me prueba) que nuestro encuentro de anoche no ha sido inútil ni estéril. Quisiera que me creas digno de seguir escuchándote.

Con mi afecto para Natacha, un abrazo de

Julio

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¿Son las tres obras metafísicas de Cortázar el resultado directo de esa batalla, entre lo viejo y lo nuevo, que empieza a librarse en su interior a partir de 1951? ¿Es la nueva mirada de Guthmann un aviso de los “ojos desnudos” del Persio de Los premios? ¿Es la diferencia entre la “mirada analítica” del Fredi viejo y los “ojos nuevos” del nuevo, la misma diferencia que hay entre las miradas de Horacio y de la Maga en Rayuela? Para mí no hay ninguna duda de que así es. “No sé lo que pasará”, dice Cortázar en 1952: lo que a mí me recuerda las palabras –“No sé lo que va a salir de una larga aventura…”– con las que el escritor anuncia, en mayo de 1960, el proyecto de Rayuela a su amigo y corresponsal Jean Barnabé.

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Hasta Cortázar ha llegado, en 1951, una palabra nueva: algo que va a transformar su vida de escritor tal “como si hubiera terciado en el diálogo un interlocutor más complejo”. Pero en todo caso: ¿qué es lo que ha modificado, antes que nada, la mirada de Guthmann? ¿Qué ha sucedido en la India para que el aventurero y poeta haya vuelto transformado de su viaje de un modo tan radical y decisivo? ¿Qué cosa tan trascendente pudo descubrir Fredi en el lejano oriente, como para devaluar de un modo definitivo la literatura y el arte (¡y hasta el amor!) que hasta entonces llenaban tranquilamente la vida de Cortázar?

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Nos hallamos aquí ante una coyuntura similar a la que se da en “El acercamiento a Almotásim” de Jorge Luis Borges. Porque aunque Guthmann es el portador de esa nueva palabra –de esa evangélica Noticia–, en el fondo el aventurero y místico argentino no habla por sí mismo: sus palabras son el eco de las palabras de otro mayor que él. Guthmann no es el Almotásim de Rayuela: él sólo es uno de los que lo han conocido de cerca. “Su porción divina es mayor –dice el cuento sobre estos–, pero se entiende que son meros espejos”. Curiosa y maravillosamente, el propio Cortázar vino a señalar esta condición intermediaria de su amigo Guthmann, como poniendo los pasos en las huellas del relato de Borges:

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Entonces, Fredi, su revelación me llega como la luz de la luna; usted es la luna, recibiendo directamente la luz; y lo que me toca a mí es su carta con sus palabras, la luz de la luna para leer su carta

(…)

Su carta me ha hecho mucho bien, me ha mostrado que siempre hay esperanza. La luna, al fin y al cabo, muestra el camino del sol. Vivo como un gran temblor, como un salto sin bailarín. (Carta del 3 de enero del 51)

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Cortázar es el amigo de Guthmann; Guthmann es el amigo de Almotásim; Cortázar es. por tanto, "el amigo de un amigo" de Almotásim. Guthmann es la luna que refleja la luz del sol: y el sol, el astro que arroja su luz sobre el mundo, no es otro el gran sri Bhagavan. El Almotásim que terció en la conversación interna de Cortázar, por mediación de Fredi Guthmann, provocando la generación de esa inmensa obra que es Rayuela, fue la figura espiritual del gran Ramana Maharshi.

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Repensando el problema, llega a una convicción misteriosa: En algún punto de la tierra hay un hombre de quien procede esa claridad; en algún punto de la tierra está el hombre que es igual a esa claridad (Jorge Luis Borges, “El acercamiento a Almotásim”)

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Repensemos el problema: Es cierto, no podemos recuperar documentalmente ni las cartas ni las conversaciones con las que Guthmann iluminó a Cortázar. Pero sí podemos acudir a la fuente original de la que Guthmann bebió la Noticia que traía. Las palabras directas de Maharshi, tal como fueron recogidas por sus discípulos, quizá nos permitan saber definitivamente qué fue lo que Guthmann sembró en el espíritu de Cortázar, que germinó tan felizmente en Los premios y “El perseguidor”, y que dio su fruto definitivo en la genial Rayuela.

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Esas palabras son precisamente lo que veremos en la segunda parte de este artículo.

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13 de marzo de 2012

Apócrifas morellianas (24)

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Nada es más fugaz que los dioses, escribe Hölderlin a Böhlendorff; ellos cambian sus moradas y dejan cenizas bajo las cuales más tarde podemos encontrar rescoldos. Son quizá los poetas los que pueden reavivarlos. Han de serles propicios el lugar y el tiempo, y tienen que encontrar la «palabra alentadora».

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Si lo divino es pasajero, es cuestión de proporcionarle cierta duración. Y ello ha de suceder en el lenguaje, en la poesía. Hölderlin traslada de nuevo a las imágenes del lenguaje aquellos dioses que le habían desbordado la imagen, a fin que desde allí puedan aparecer renovados en la vida. Generaciones anteriores, llenas de unción, dieron el nombre de «profetismo» a ese procedimiento de Hölderlin.

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Rüdiger Safransky, Romanticismo

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7 de marzo de 2012

Apócrifas morellianas (23)

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Bruno hereda el término furor de Marsilio Ficino, como traducción del término platónico manía. (...) Para Bruno, y también para Ficino, existen dos tipos de furor: el divino y el bestial. El furor divino, según Ficino, eleva al hombre por encima de la naturaleza humana: es una especie de iluminación del alma razonable mediante la cual ésta vuelve a la esfera de las cosas superiores. Para Giordano Bruno, lector de Ficino y de Aristóteles, la palabra furor está llena de sentido, evoca el don de la poesía y el impulso del corazón enamorado (...) pero también aquel frenesí que inspira Dionisos y que no es otra cosa que una evasión más allá de los límites de la persona, una inmersión del ser individual en los abismos del ser cósmico. A partir de Ficino, los términos “furor” y “entusiasmo” se convierten en sinónimos, empleándose indiscriminadamente para referirse tanto a la inspiración poética como al enamoramiento.

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Antoni Marí, Euforión

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5 de marzo de 2012

Apócrifas morellianas (22)

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De un similar afán de eficacia nació la «poesía intrudista». Los Intrudistas consideran la poesía como una poderosa palanca psicológica. En su opinión, un poema tiene que cambiar al lector de forma real y duradera. El poema intrudista, por regla general muy breve y escrito en una lengua muy sencilla, se caracteriza porque lo acompañan unas “instrucciones de uso”, una breve presentación que indica al lector en qué condiciones debe “tomar” el poema. «O sea –dice la poetisa y fundadora de la escuela Compelline Trare (2500-2585)–, es como si la gente tuviera las medicinas sin saber cómo se las tiene que tomar y se contentase con mirarlas… ¡Come! Yo te doy el fármaco y la forma de utilizarlo.»

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René Daumal, Unos cuantos poetas franceses del siglo XXV

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1 de marzo de 2012

Teoría del Entusiasmo y Biblioteca Cortázar (6)

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«Le sens de ces assimilations est d’abord de solidariser l’homme avec les énergies et les rythmes cosmiques, ensuite de réaliser l’unification des rythmes, la fusion des centres et par suite le saut dans le transcendant»

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Señales y anotaciones manuscritas realizadas por JC en sus libros de lectura apuntan a los temas y presupuestos desplegados por la TdelE.

Seguimos ese rastro tras las paredes de la Fundación March en Madrid

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El Traité d’histoire des religions

de Mircea Eliade

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El volumen del Traité d’histoire des religions conservado en la Biblioteca Cortázar no se halla subrayado tan profusamente como el otro libro de Mircea Eliade –Images et symboles– que hemos visto en las dos sesiones anteriores. Sin embargo, su manejo por parte de Cortázar de cara a la elaboración de sus tres libros metafísicos –Los premios, “El perseguidor” y Rayuela– resulta todavía más evidente, si cabe. Dentro del último apartado («La structure des symboles»), y también un poco más adelante, en las conclusiones, podemos encontrar sendos pasajes fuertemente subrayados por el escritor y con una anotación lateral que versa «Persio». El primero nos permite aprehender el alcance último de la antropología cortazariana:

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L’homme ne se sent plus un fragment imperméable, mais un Cosmos vivant ouvert a tous les autres Cosmos vivants qui l’entourent (p. 388)

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El párrafo en que se inserta esta frase, también subrayado en parte, constituye un perfecto esbozo del personaje de Los premios, por más que ya no quede bajo la llave con su nombre. Así continúa el texto:

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Les expériences macrocosmiques ne sont plus pour loi extérieures (...) le conduisent à lui-même, lui révèlent sa propre existence et sa propre destin (...) Pour l’homme archaïque, tous les niveaux du réel offrent une porosité si parfaite que l’émotion éprouvée en présence d’une nuit étoilée, pour exemple, équivaut a l’expérience personelle la plus «intimiste» d’un homme moderne ; et cela parce que, grâce surtout au symbole, l’existence authentique de l’homme archaïque n’est pas réduite à l’existence fragmentée et alienné de l’homme civilisé de notre temps.

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El otro pasaje permite establecer una relación directa entre este «hombre arcaico» definido por el texto eliadiano y el sujeto de la moderna filosofía existencialista (de un modo tal que este último no pierde sus atributos religiosos):

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Cette resistance au sacré a pour pendant, dans la perspective de la métaphysique existentielle, la fuite de l’authenticité. (...) [la llave «Persio» empieza aquí :] Le symbole de la «marche vers le centre» se traduirait dans le vocabulaire de la métaphysique contemporaine par la marche vers le centre de son essence propre et la sortie de l’inauthenticité (p. 393)

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Por otro lado, la llave con el nombre de «Persio» hubiera podido figurar perfectamente en muchos otros pasajes de este libro –también en las Images et symboles– ; asimismo, nos encajaría toda referencia igualmente directa ya fuera al Johnny de «El perseguidor», ya fuera al contexto general de Rayuela. Tras algunos subrayados de poco calado en los primeros apartados de este Traité, Cortázar destaca este largo extracto del capítulo IV («La lune et la mystique lunaire»), añadiendo al principio de página un «Ojo! Muy importante»:

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§57. Cosmobiologie et physiologie mystique.- Ces homologations [de letras con fases lunares] ne remplisent pas seulement une fonction classificatoire. Elles ont eté obtenues pau un effort d’intégration totale de l’homme et du Cosmos dans le même rythme divin. Leus sens est au premier chef magique et sotériologique ; en s’appropiant les vertus qui sont latentes dans les «lettres» et les «sons», l’homme s’insère dans certains centres d’énergie cosmique et réalise ainsi une harmonie parfaite entre lui et le Tout. Les «lettres» et les «sons» jouent le rôle d’images qui, par méditation ou magie, rendent possible le passage entre l’homme et les divers plans cosmiques. Pour n’en donner qu’un exemple, la méditation précédant la création iconographique d’une image divine indienne comporte entre autres l’exercise suivant, dans lequel la lune, la physiologie mystique, le symbole graphique et le valeur sonore constituent un ensemble d’une subtilité raffinée: «concevant en son propre coeur la forme de la lune telle qu’elle est issue du son primordial, il doit visualiser (dans son coeur) un très beau lotus bleu ...

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Hallamos aquí, en palabras de Eliade, una nueva formulación de ideas que Cortázar ya sostenía desde muchos años atrás. La imagen del poeta-mago, que puede apropiarse de la realidad en virtud de las correspondencias que unen a los objetos más dispares, ya había sido considerada por el escritor argentino en su juventud; aunque cabe destacar como novedad, en este contexto, la idea de ritmo, que tanta importancia va a adquirir, sobre todo, en Rayuela. En los textos de Eliade podemos reconocer las semillas de lo que, tras una larga elaboración por parte de Cortázar, fructificará de un modo insólito en su obra principal.

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Apenas unas líneas más adelante, Cortázar subraya esta otra frase donde se repite la idea de ritmo:

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Le sens de ces assimilations est d’abord de solidariser l’homme avec les énergies et les rythmes cosmiques, ensuite de réaliser l’unification des rythmes, la fusion des centres et par suite le saut dans le transcendant

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Estas reflexiones eliadianas nos sitúan en pleno corazón de la Teoría del Entusiasmo. La entrada del sujeto creador –y luego, también, del sujeto receptor– en un determinado ritmo (el swing, el entusiasmo) es lo que posibilita en último término su salto a la trascendencia. El texto de Rayuela constituye el sustrato material sobre el que se opera este salto: su dualidad novela/libro insólito dibuja la cifra que, por meditación o magia, posibilita el pasaje entre distintos planos de realidad.

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Estos distintos planos funcionan como compartimentos separados, cada uno con sus propios contenidos y sus propias leyes. Ello incluye también, por supuesto, al funcionamiento y a la misma noción de tiempo: «Rien d’«eternel» ne peut se passer –señala Cortázar en la página 164– dans cette zone sublunaire dont le loi est le devenir». Esta cuestión está tratada con detalle más adelante, en el capítulo XI («Le temps sacré et le mythe de l’eternel recommencement»), de donde provienen estos extractos:

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Périodicité, répétition, éternel présent: ces trois caractéristiques du temps magico-religieux concourent à éclairer le sens de la non-homogéneité de ce temps kratophanique et hiérophanique par rapport à la durée profane. (...)

En répétant un geste archetypal, il s’insère dans un temps sacré antihistorique et cette insertion ne peut avoir lieu que si le temps profane s’abolit. (p. 337)

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Rayuela constituye la culminación narrativa de esta radical heterogeneidad temporal: leído desde sus adecuados presupuestos metafísicos, el mayor libro de Cortázar reproduce en su doble textualidad la conexión que vincula novela con la «zona sublunar» (o sea, con el reino del devenir y de lo histórico) y libro insólito con el «tiempo mágico-religioso» (es decir, con el reino de la repetición y del presente eterno). Para acceder al Rayuela insólito el lector activo debe abolir, mediante el entusiasmo, el tiempo profano en que se desarrolla la novela.

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Lo temporal y lo cognitivo se corresponden: la maquinaria cognitiva para leer el Rayuela insólito es distinta a la que se usa para leer la novela Rayuela. Tras haber expuesto la radical heterogeneidad del tiempo en el capítulo XI, Eliade habla en el siguiente («Morphologie et fonction des mythes») de la radical heterogeneidad de la conciencia :

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...toute une série de mythes, en même temps qu’ils rapportent ce qu’on fait in illo tempore les dieux ou les êtres mythiques, révèlent une structure du réel inaccessible à l’appréhension empirico-rationaliste (p. 356)

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Mais le mythe découvre une région ontologique inaccessible a l’expérience logique superficielle (...) Héraclite sait que « Dieu est le jour et la nuit, l’hiver et l’été, la guerre et le paix, la satieté et la faim : toutes les oppositions sont en lui » (fr. 64) (p. 357)

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Cortázar reencontró ideas como las que expone Eliade en estos pasajes del Traité, en un libro publicado algunos años más tarde, cuando el escritor argentino estaba terminando Rayuela: se trata de El retorno de los brujos, de Louis Pawels y Jacques Bergier. El capítulo 86 de Rayuela recoge un significativo pasaje de esta obra:

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¿Pero qué decir de la insuficiencia de la inteligencia binaria en sí misma? La existencia interna, la esencia de las cosas se le escapa. Puede descubrir que la luz es continua y discontinua a la vez (...); lo admite, pero no puede comprenderlo, no puede incorporar a su propia estructura la realidad de las estructuras profundas que examina. Para conseguirlo, debería cambiar de estado, sería necesario que otras máquinas que las usuales se pusieran a funcionar en el cerebro, que el razonamiento binario fuese sustituido por una conciencia analógica que asumiera las formas y asimilara los ritmos inconcebibles de esas estructuras profundas...”

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El libro de Eliade hablaba de una humanidad arcaica; el libro de Pawels y Bergier, a su vez, aborda un futuro posible. Pero no se trata del pasado ni del futuro: se trata, en el fondo, del eterno retorno de lo mismo...

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