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Entre lo visible de Rayuela (la novela) y su parte oculta (el Rayuela insólito) Cortázar dispuso multitud de pasajes, puentes, puertas y ventanas que permitiesen el tránsito del uno al otro. El autor los denominó «intercesores», y en la Teoría se agrupan bajo el rótulo «Vector de Transfiguración Textual». En ellos se puede observar, siempre en modo metafórico, o bien una contraposición entre lo oculto y lo manifiesto, o bien una negación de lo visible, o bien una vindicación de lo oculto. ¿Cuántas veces lo dijo? ¿Cuántas metáforas distintas utilizó? Vamos a establecer un cómputo exhaustivo de tales intercesores, incluyendo fragmentos pertenecientes a otros textos del autor (avant-textes de Rayuela, correspondencia, otras obras)
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(1-6)
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Hasta hoy hemos
visto cinco intercesores distintos, todos ellos pertenecientes
al capítulo 79 de Rayuela, a los que debemos sumar un sexto caso, también
del mismo capítulo, pero del Manuscrito de Austin. Este capítulo 79 ocupa apenas
dos páginas y media; tenemos ahí, por lo tanto, una gran densidad de casos. Todos ellos
(siempre con palabras distintas, y siempre de un modo más o menos oscuro,
siguiendo una norma propia) repiten cada vez la misma idea, a saber: en Rayuela,
detrás de lo aparente, hay algo oculto. Uno de ellos la
formula de un modo especialmente diáfano, hablando de «una fachada» tras la
cual hay «un misterio» que el lector debe buscar. En este caso en particular,
la ambigüedad es mínima (de hecho, quizá sea el intercesor más claro de todos),
aunque el término «esotérico» o la oposición «demótico/hierático» también
pueden considerarse muy transparentes. También cabe señalar que estos seis
intercesores proceden de Morelli (no siempre será así), por lo cual se les debe atribuir carácter programático, es decir, aplicable a la totalidad de Rayuela.
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Todas
estas características (alta densidad, repetición múltiple, claridad relativa,
carácter programático) permiten situar el capítulo 79 como el principal centro neurálgico del concepto rayuelístico de intercesión. Como si Cortázar hubiera querido establecer una referencia a la cual remitirse para desambiguar cualquier otro intercesor, dondequiera que aparezca. Y de ahí podemos extraer un esquema básico, una matriz: primero tenemos un término
relativo a lo literal, a la novela Rayuela, a lo manifiesto; en segundo lugar aparece la
idea de intercesión o pasaje; y finalmente se nos ofrece un término que alude a lo
metaforizado, al Rayuela insólito, a lo oculto. Veámoslo aplicado a los seis casos del capítulo:
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lo manifiesto
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el pasaje
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lo oculto
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texto desconcertante
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insinuar
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otros valores
más altos
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desarrollo convencional
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murmurar
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rumbos más
esotéricos
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escritura demótica
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vago reverso
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escritura
hierática
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acaecer trivial
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presentir
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carga más
grave
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fachada
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puertas y ventanas
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misterio
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flaca
anécdota
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saltar
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aguas
primordiales
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La terminología elegida por
Cortázar es altamente significativa. Salta a la vista que lo manifiesto adquiere siempre un valor negativo con
respecto a lo oculto. En tres
ocasiones, incluso, lo segundo es directamente «más» que lo primero. En última instancia, esto
apunta a la calidad de real de uno y otro elementos: para el texto dual de Rayuela, en
obvia correspondencia con la estructura de la realidad según las fuentes
metafísicas de las que bebe Cortázar, lo manifiesto constituye una mera
apariencia, una ilusión, mientras que lo oculto es la verdadera sustancia, la
auténtica Realidad.
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Los verbos «insinuar», «murmurar» y «presentir»,
así como el adjetivo «vago», nos muestran la sutileza de las indicaciones
suministradas por el autor: en efecto, no vamos a encontrar prácticamente en
ningún momento declaraciones fuertes (directas, explícitas) sobre la existencia
del texto oculto, sino siempre meras alusiones, simples indicios caracterizados
por su sutileza. Su aprehensión se convierte así en un requisito que sólo llegará
a cumplimentar el lector ideal –activo y cómplice– imaginado por Cortázar.
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A su vez, la alusión a unas «puertas
y ventanas» apunta tanto a la existencia real de ese pasaje (en efecto, las
indicaciones son numerosas y ubicuas) como a su carácter angosto y estrecho, es
decir, difícil. Y el verbo «saltar», por último, define el modo de acceso de un
nivel a otro del texto, en correspondencia con la operación mental que se nos
exige: una «ruptura de nivel», como diría Mircea Eliade, o, en otras palabras, una
salida del nivel ordinario de la conciencia.
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