Elementos para una TEORÍA DEL ENTUSIASMO

La cara oculta de RAYUELA. Por Jorge Fraga

7 de enero de 2011

¡Feliz año nuevo cortazariano!

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Apenas comenzado este nuevo año 2011, leo en el periódico español La Vanguardia un artículo sobre Cortázar, firmado por el escritor y enigmista catalán Màrius Serra (“Cortázar filtrado”, 4 de enero, p. 17). El motor de tal artículo es “el gran placer” que le ha causado a su autor la reciente lectura de las “Cartas a los Jonquières” editadas por Aurora Bernárdez -la Incansable, para suerte nuestra- y por el también catalán Carles Álvarez Garriga.

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Por un lado, y para llevar de buenas a primeras el agua a mi molino, reproduzco aquí el mismo extracto de “los Jonquières” con el que el columnista cierra su artículo: “Todo el mundo tiene allí [se refiere a nuestra Buenos Aires querida, si no me equivoco] su opinión sobre las cosas, pero coincidirás conmigo en que basta opinar sobre una cosa para, en el mismo acto, dejar de verla”. ¡Qué oportuna esta cita, qué adecuada! ¡Cuán cierto es ello, en este momento, aplicado a la lectura de Rayuela, precisamente ahora que estoy yo empeñado en demoler la opinión que del libro se han forjado sus lectores y que les ha impedido verlo! Otra vez Cortázar me sorprendería con su grado de penetración en las tretas de la Gran Costumbre, si no fuera porque ya estoy demasiado habituado a ello.

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Por el otro lado; vamos a “los Jonquières”. Serra no es el primero que confiesa haber quedado gratamente impresionado con el nuevo libro. Algunos amigos míos, buenos conocedores de Cortázar, me han hablado en términos muy parecidos a los que usa el columnista; a la sazón, a ellos –no sé si también al autor del artículo- les ha sorprendido un Cortázar pretendidamente inaudito –lo digo así, para distinguirlo de mi Cortázar insólito- que aparece retratado en esas páginas.

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Por lo que a mí respecta, confieso que la lectura de ese libro no me impresionó demasiado, ni tampoco me sorprendió. Uno de esos amigos míos –precisamente Carles Álvarez- incluso me mandó a donde no quiero decir, y airadamente, por la relativa indiferencia (subrayo lo de relativa) que yo mostré ante esas cartas. Debe creer que yo no reacciono ya ante ninguna otra cosa que no sea ese Rayuela insólito que vengo persiguiendo durante tanto tiempo, y del cual debo reconocer que esa correspondencia recién publicada no aporta ninguna pista firme. No se equivoca del todo, pero él debería convenir conmigo en que la luz de Rayuela, ya sea como novela o como libro insólito, eclipsa cualquier otro aspecto de la obra de Cortázar.

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Confieso también que lo que más llamó mi atención en ese libro, particularmente, no fue ese Cortázar que en algunos momentos le habla tan directa y hondamente a su amigo Eduardo, sino algo muchísimo más prosaico: por encima de todo me impresionó la escalofriante crónica que hace el escritor sobre ese terrible viaje en barco con Aurora, con el suelo de su cabina comunicando directamente con la vecina toilette comunitaria en la que el pasaje de tercera hacía sus necesidades, apuradamente y sin preocuparse demasiado por la puntería. Esto último sucedía, durante largos días, justo al lado de una cabina donde intentaba dormir un escritor que, poco más de diez años atrás, le escribía desde Chivilcoy a su amiga Mercedes Arias lo siguiente,:

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...el hombre del siglo XX –como masa- sigue siendo exactamente tan imbécil y miserable como bajo los Césares y los Alejandros. [Pretendo] sostener que el cristianismo no ha servido para nada, y que nosotros, la minoría culta, alejada del dinero y la ambición, con fines sublimados (arte, poesía, Dios, qué sé yo) haríamos muy bien en permanecer alejados de toda milicia, de toda participación.

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Me pregunto qué pensamientos, qué meditaciones, en ese artista tan sensible, tan capaz de transportarse en un momento dado con la recepción de una obra de arte, debió generar esa forzada familiaridad con la mierda anónima; y me pregunto también hasta qué punto parte de esa vivencia no se encuentra reflejada en los pasajes explícitamente escatológicos de Rayuela –pasajes bastante abundantes, todo hay que decirlo, y a los que con toda justicia quisiera dedicarles un artículo más adelante-.

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Cierto es que yo me se sentí algo encogido ante aquel reproche que me hizo Carles Álvarez. Y durante unos días estuve un poco avergonzado, acomplejado incluso, ante el entusiasmo mostrado por cortazarianos tan ínclitos como él –o como Màrius Serra ahora- ante “los Jonquières”, pensando si no había leído el libro demasiado deprisa, de modo que me hubieran pasado por alto sus contenidos más sensibles e importantes. Ese sentimiento culpable no duró demasiado, pues soy perfectamente consciente de que al fin y al cabo el territorio Cortázar es lo bastante amplio como para aceptar la coexistencia de sensibilidades muy diversas. En todo caso, releyendo hoy el primero de los tres volúmenes de las Cartas publicados hace ya casi diez años por Alfaguara, me doy cuenta de que yo tenía razones más poderosas que el descuido para no sorprenderme ante ese Cortázar inaudito.

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Y es que esos tres gruesos volúmenes repletos de cartas contienen varios Cortázar; y para mí uno de ellos es por lo menos tan impresionante y sorprendente como el de “los Jonquières”, y seguramente más trascendente. Me refiero concretamente al Cortázar que traslucen las cartas escritas a Fredi Guthmann, y sobre todo a partir de la fechada el 3 de enero de 1951, en la que se percibe una profunda conmoción causada en Cortázar por una carta de su amigo, inmediatamente anterior y dirigida no personalmente al autor de Los reyes por parte de Fredi, sino a una amiga común llamada Susana. Yo creo que en su momento fueron ésta y las otras cartas a Guthman las que más me impresionaron y las que me mostraron a un Cortázar realmente íntimo e inaudito; y hasta tal punto fue así que ellas provocaron en mí un sentimiento de familiaridad, de ya conocido, al leer más tarde las más fuertes cartas del escritor a Eduardo Jonquières.

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Por supuesto, hay evidentes diferencias temáticas y de tono entre las cartas de Guthmann y las de Eduardo Jonquières, como distintos fueron los vínculos que unían a nuestro autor con uno o con el otro; pero ello no obsta, en mi opinión, para considerar que ambos conjuntos muestran más que ningún otro documento la personalidad y la intimidad de Julio Cortázar –por lo menos, con anterioridad a Rayuela-. Y si las cartas a Fredi suponen, tanto como las de Eduardo Jonquières, un apartado selecto en la correspondencia de nuestro escritor, además merecen un lugar más destacado que estas otras, por cuanto tuvieron una mayor repercusión en su obra; en particular, en Rayuela.

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“Una mayor repercusión en su obra...”; esto, si realmente es así, es una cuestión para la “vía negativa”, pues todavía no se ha realizado un estudio en profundidad sobre la relación de Cortázar con Fredi Guthmann y su importancia en la elaboración del mayor libro de nuestro escritor. Yo no tardaré mucho en emprender esa tarea, pues cada vez noto con más fuerza su necesidad; pero hasta entonces me limito a dejar constancia de ello con estas pocas líneas.

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En todo caso, creo que el artículo de Màrius Serra ha sido una señal de que este año que empieza va a ser un buen año para los amantes de Cortázar. Así pues,

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¡Os deseo a todos un buen año cortazariano!

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2 comentarios:

  1. Hmmmm a veure doncs què dóna de si aquest guthmaninisme.

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  2. "...estoy yo empeñado en demoler la opinión que del libro se han forjado sus lectores y que les ha impedido verlo! (...)ésta y las otras cartas a Guthman ... me mostraron a un Cortázar realmente íntimo e inaudito;...provocaron... un sentimiento de familiaridad..."

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