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Entre
lo visible de Rayuela (la novela) y su parte oculta (el Rayuela insólito)
Cortázar dispuso multitud de pasajes, puentes, puertas y ventanas que
permitiesen el tránsito del uno al otro: el autor los denominó «intercesores».
En ellos se puede observar (siempre en modo metafórico) o bien una
contraposición entre lo oculto y lo manifiesto, o bien un cuestionamiento de lo
visible, o bien una vindicación de lo oculto. ¿Cuántas veces lo dijo? ¿Cuántas
metáforas distintas utilizó?
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Los cuatro
intercesores que presentamos hoy provienen de la correspondencia de Cortázar
(como fue el caso del intercesor número 7, la carta a Manuel Antín). Asimismo,
los cuatro contemplan una misma cuestión: la idea de que su libro, en último término, no es una
novela. Una idea que constituye una pista sobre la existencia del libro insólito,
pues ¿qué otra cosa sino la existencia del texto oculto, con su propósito iniciático, con su dimensión chamánica, podía llevar a Cortázar (y a nosotros tras él) a hablar de Rayuela como de algo distinto a una novela? Esta declaración la hizo el autor sólo de
modo confidencial y sólo para unos pocos interlocutores: cabe pensar que eran aquellos que, al
parecer de Cortázar, podían encajar en el perfil del lector cómplice. Para todos los
demás, y sobre todo para el público en general, la condición novelística de la
obra sólo podía ser un hecho incontrovertible. Y así
ha sido hasta hoy, efectivamente. Y de un modo completamente hegemónico, podemos añadir, sin
que nadie haya concedido la debida importancia a la oscilación terminológica
que se manifiesta en los documentos siguientes; una oscilación que proviene –no lo olvidemos– de
todo un conocedor de lo que conforma una novela.
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Carta a Francisco Porrúa,
13 de septiembre de 1963
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Mirá,
la gente tiene de tal manera metida la literatura habitual en la cabeza, que
muy pocos van a entender el sentido de “contranovela” que vos señalaste en la
solapa. Es increíble que ni siquiera las rarezas –démosle ese nombre– formales
del libro saquen a esos tipos de su actitud habitual que es, grosso modo, la de leer
aborregadamente el libro, y después decidir (y escribir): a) si es novela,
cuento o “nouvelle”; b) si sucede en la Argentina o en Upsala; c) si es
erótica, católica o neorrealista; d) si está bien, regular o mal. Etcétera. Son
tipos a los que les podrías poner delante un unicornio resplandeciente, y lo
clasificarían como una especie de ternero blanco. (...) La rayuelita se va a ir
jugando en veredas muy raras, algunas de ellas todavía sin baldosas.
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Carta a Graciela de Sola,
7 de enero de 1964
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La
verdad es que sin esas subyacencias, que son para mí lo único que cuenta de
verdad en el libro, yo habría escrito otra novela “inteligente” más
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(44)
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Carta a Francisco Porrúa,
10 de mayo de 1966
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Pero
como siempre en los USA, ni siquiera los más inteligentes intuyen la búsqueda
metafísica del libro; lo ven y lo elogian y lo exaltan como novela, nada más
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Carta a Jean Thiercelin,
1 de diciembre de 1966
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A mon tour je compte vous envoyer Marelle qui doit sortir chez Gallimard un de
ces jours. Je ne sais pas si les romans t’interessent beaucoup, mais en tout
cas il y a certains fragments qui peut-être te toucheront sur d’autres plans,
une vision d’un autre ordre de réalité
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