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Para la Teoría del Entusiasmo, Cortázar escribió Rayuela en una doble contabilidad textual:
como texto A, en la fachada, para los «lectores pasivos», tenemos una novela;
como texto B, en lo profundo, para los «lectores activos y cómplices», se
esconde el libro oculto. La existencia de éste último –el «Disculibro» para
Cortázar, el «Rayuela insólito» para nosotros– está anunciada por toda la obra
en forma de alusiones e indicios, siempre más o menos ambiguos, siempre más o
menos oscuros. Algunas pistas del mismo estilo figuran en los avant-textes de la obra (Manuscrito de Austin,
Cuaderno de Bitácora, Capítulos Desestimados), pero luego no se incluyeron en
el libro. Al leerlos, fácilmente puede deducirse que su ambigüedad era
demasiado tenue para el umbral de dificultad que Cortázar se había
autoimpuesto. Aquí los denominamos «borrados».
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Las aguas primordiales
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En el capítulo 79 de Rayuela
(que Cortázar subtitula como «Nota pedantísima de Morelli»), cierto período
termina así:
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Desde los eleatas hasta la fecha el pensamiento dialéctico ha tenido tiempo
de sobra para darnos sus frutos. Los estamos comiendo, son deliciosos, hierven
de radioactividad. Y al final del banquete, ¿por qué estamos tan tristes,
hermanos de mil novecientos cincuenta y pico?
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En el Manuscrito, en cambio, el mismo período prosigue todavía unas líneas
más, con el siguiente párrafo:
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/Con esa tristeza entrar en la antinovela, negarse a las materias
ordenadas, avanzar o retroceder pero en otros planos que los [criterios entre
piso y piso] de la literatura. //imitar al poeta //. El poeta sabe todo esto,
el místico sabe todo esto, pero siempre hay otra cosa. Escribir las antinovelas
que empiecen por iluminar a quien escribe, y después al lector capaz de saltar
de la flaca anécdota a las aguas primordiales donde lo esperan nuevos ojos,
nuevas manos y nuevos amores./
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La exégesis, a estas alturas, resulta para nosotros bien fácil: ese «lector capaz de saltar» es, por supuesto, el lector activo y cómplice; con la «flaca anécdota», a su vez, Cortázar se refiere a la trama novelesca de su libro, es decir, al
periplo de Horacio Oliveira por París y Buenos Aires; y finalmente,
con las «aguas primordiales» el autor sólo puede referirse a ese trasfondo
oculto del cual las aventuras de Horacio son metáfora, es decir, el Rayuela insólito. En suma; nuevamente,
una declaración demasiado transparente sobre la verdadera estructura de la
obra. Su destino, en consecuencia: el borrado.
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¿Y qué relación puede tener este asunto con esa «tristeza» de la
que habla el capítulo? Aquí, Cortázar está denunciando el corto alcance
espiritual de la novelística y el arte modernos, incapaces en el fondo de alegrar el espíritu del hombre. Frente a ello, su nueva
obra –con su dualidad textual exotérica/esotérica, concebida para cambiar
el estado de conciencia del lector– se propone como una nueva forma
literaria con carácter trascendente, capaz de procurarnos «nuevos ojos,
nuevas manos y nuevos amores».
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