Macaulay negaba la influencia de los
grandes hombres sirviéndose de la analogía siguiente:
·
El
sol ilumina las colinas mientras está todavía en el horizonte, y las mentes
privilegiadas descubren la verdad un poco antes de que se manifieste a la
multitud. Tal es la magnitud de la superioridad de aquéllos. Son los primeros
en captar y reflejar una luz que, sin su ayuda, pronto debe volverse visible
para quienes están situados muy por debajo de ellos (“Essay on Dryden”, enMiscellaneous Writings,I, 186)
·
Mill defenderá la opinión contraria a
Macaulay y enmendará la analogía para hacer más comprensible su parecer:
·
Llevando
más lejos esta metáfora, se concluiría que si no hubiera existido Newton, el
mundo, no sólo habría tenido el sistema newtoniano, sino que lo habría tenido
igual de pronto; de la misma manera que el sol habría salido para quienes lo
contemplan desde el llano, si no hubiera habido delante de ellos ninguna
montaña para recibir antes los primeros rayos [...] Los hombres eminentes no se
contentan con la luz que procede de la cima de la colina, ellos escalan hasta
la cima y la invocan, y si ninguno hubiera ascendido hasta allí, la luz, en
muchos casos, nunca habría iluminado el llano [J. Stuart Mill,A system of Logic, lib. VI, Cap. XI,
3, p. 612]
Enlugarde
interpretar las grandes obras maestras a la luz de las teorías modernas,
debemos criticar las teorías modernas a las luz de esas obras maestras una vez
que se haya hecho explícita su voz teórica. (...) Tenemos más que aprender de
ellas más de lo que sus autores pueden aprender de nosotros; debemos ser
estudiantes en el sentido más literal de la palabra. Nuestros instrumentos
conceptuales no llegan al nivel de esas obras; y, en lugar de «aplicar» a ellas
nuestras metodologías continuamente cambiantes, deberíamos tratar de
despojarnos de nuestras erróneas concepciones para poder alcanzar la
perspectiva superior que tales obras ofrecen.
¿Por qué escribo esto? No tengo ideas
claras, ni siquiera tengo ideas. Hay jirones, impulsos, bloques, y todo busca
una forma, entonces entra en juegoel
ritmoyyo escribo dentro de ese ritmo,
escribo por él, movido por él y no por eso que llaman el pensamiento y que hace
la prosa, literaria u otra. Hay primero una situación confusa, que sólo puede
definirse en la palabra; de esa penumbra parto, y si lo que quiero decir (si lo
que quieredecirse) tiene
suficientefuerza,inmediatamente se iniciaelswing,
un balanceo rítmicoque me saca a
la superficie, lo ilumina todo, conjuga esa materia confusa y el que la padece
en una tercera instancia clara y como fatal: la frase, el párrafo, la página,
el capítulo, el libro. Ese balanceo, eseswingen el que se va informando la materia
confusa, es para mí la única certidumbre de su necesidad, porque apenas cesa
comprendo que no tengo ya nada que decir. Y también es la única recompensa de
mi trabajo: sentir que lo que he escrito es como un lomo de gato bajo la
caricia, con chispas y un arquearse cadencioso. Así por la escritura bajo al
volcán, me acerco a las Madres, me conecto con el Centro –sea lo que sea.
Escribir es dibujar mi mandala: tarea de pobre shamán blanco con calzoncillos
de nylon.