Elementos para una TEORÍA DEL ENTUSIASMO

La cara oculta de RAYUELA. Por Jorge Fraga

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11 de enero de 2012

Vía negativa (4): El «estado de gracia» y Rayuela (4). 1994: YURKIEVICH, O LA PASIÓN COPULATIVA

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Según la Teoría del Entusiasmo, el «estado de gracia» constituye el elemento fundamental de Rayuela; por un lado, el autor compuso el libro bajo tal coyuntura; por otro lado, si el lector desea acceder al fondo último de sentido del libro, también él debe entrar en la misma situación cognitiva; y por último, el texto se desdobla en dos libros distintos (la novela Rayuela, el Rayuela insólito) según la vigencia o la ausencia de tal estado de gracia. La cosa atañe, por tanto, tanto al autor, como al lector, como al texto, de tal modo que los tres factores implicados por la comunicación literaria llegan a participar de la aventura de un desplazamiento de la conciencia hacia un territorio distinto al ordinario. La importancia de la mayor obra de Cortázar está cifrada máximamente en esta cuestión; y sin embargo, la crítica no ha penetrado a fondo en ella. Luís Harss y Graciela Maturo le prestaron bastante atención, aunque sin llegar a elucidarla completamente; a su vez, el resto de críticos han prescindido del asunto o han reducido su alcance, despojándolo de su trascendencia.

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En 1994 apareció el libro Julio Cortázar: mundos y modos, de Saúl Yurkievich (primera edición por Anaya y Mario Muchnik; aquí manejaré la edición de 1997 por Minotauro; y hay por lo menos una reedición de 2004, por Edhasa, que no cambia ni en una coma la edición del 97). Yurkievich, poeta y crítico, amigo de Cortázar, había sido nombrado albacea de la obra cortazariana por el propio escritor. Como tal, y en estrecha colaboración con Aurora Bernárdez, primera mujer de Cortázar, publicó material inédito del autor (novelas, obra crítica, correspondencia) desde 1984 hasta su muerte, acaecida en 2005. Según confesaba él mismo, conoció a Cortázar en 1962, en París, cuando Rayuela se hallaba en los compases últimos de su elaboración.

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En Mundos y modos se halla la principal aportación de Yurkievich a la crítica cortazariana. De los 16 apartados del libro, cuatro están exclusivamente consagrados a Rayuela: en número de páginas, una tercera parte del libro. Su visión de la mayor obra de Cortázar es muy particular, acercándose mucho en algunos aspectos a lo que yo sostengo en la Teoría del Entusiasmo. Para Yurkievich, la escritura de Cortázar responde a una afluencia desde una instancia de la realidad distinta a la ordinaria; y la pretensión última es que el lector se abra o acceda a ese mismo flujo, que demanda derecho de ciudad en una cultura que lo ha relegado al olvido. En esto hay plena sintonía, pues, con mi Teoría. En principio, aquí sólo faltaría implicar al propio texto, pues aunque Yurkievich reconoce perfectamente el papel del texto como registro y como inductor de ese flujo, ello no le conduce a postular la existencia de ninguna textualidad escondida; su lectura del texto, al contrario de la mía, es preponderantemente literalista, sin ningún atisbo del libro insólito.

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Pero esto último no constituye la principal diferencia: hay algo mucho más importante, y que finalmente sienta entre su visión y la mía una distancia quizá mayor que la que existe entre la mía y otras visiones críticas que no contemplan el carácter carismático de la escritura de Rayuela. Esa diferencia se basa en la procedencia de ese flujo que motiva la escritura de Cortázar: para la Teoría del Entusiasmo, esa energía psíquica procede de arriba; para Yurkievich, en cambio, proviene de otro origen.

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Al margen de toda gracia

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Las líneas que siguen podrían constituir un perfecto prefacio para la Teoría del Entusiasmo:

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Para Cortázar, la poesía detenta el más alto poder de manifestación y de revelación; constituye por tanto la suprema aspiración de la escritura. Su palabra está atraída y promovida por esa impulsión carismática que corresponde, según Cortázar, más al orden de lo visionario que de lo literario. La poesía enraiza, establece el anclaje del ser, por ella devuelto a su basamento (pp. 167-168)

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La coincidencia es plena en esta imagen de Cortázar como escritor carismático y visionario. La diferencia va a ser igualmente plena en cuanto definamos cuál es concretamente el basamento del ser al cual remite la obra del escritor: en este sentido, la visión yurkievicheana viene a ser una mise en obscur de mi Teoría. Ahora retrocedamos cuarenta páginas, en búsqueda del basamento según Yurkievich, para situarnos al inicio del apartado titulado «Eros ludens (juego, amor, humor, según Rayuela)». La literatura de Cortázar, se nos dice ahí, tiene un doble carácter demoledor y prospectivo. Se trata de usar la escritura para salir de cierto orden del pensamiento, de cierto uso de la psique humana, y entrar en un orden nuevo. Se quiere romper con algo que nos limita, para liberar el acceso a otros territorios; no son unos territorios nuevos, propiamente, sino que siempre han formado parte de la integridad humana («una completud perdida y desvirtuada», dice en la p. 172). Una dirección equivocada del pensamiento humano los ha relegado al olvido; el propósito último de la escritura cortazariana será entonces el des-cubrimiento del ser humano –y también de la realidad– como totalidad:

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El texto Rayuela es una jugada metafísica, un juguete lírico, una juguetería novelesca, una jugarreta contra el raciocinio occidental (…) Enjambre de propósitos y despropósitos en pos de una «antropofanía» (…) Ante la crisis de la noción tradicional de homo sapiens, dado el fracaso de nuestros falaces instrumentos cognoscitivos, Rayuela figura la revuelta de un hombre que busca reactivos o catalizadores para provocar el contacto desnudo y desollado con la realidad no mediatizada por la «interposición de mitos, religiones, sistemas y reticulados» (pp. 125-126)

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La actual percepción de la realidad resulta insatisfactoria; es preciso implementar una visión más abarcante. Para el crítico, ciertos aspectos de la obra –«inconducta, desfasaje, locura»– ejecutarían un primer momento necesario de demolición; mientras que otros tantos –«eros, juego, humor»– se encargarían de la tarea prospectiva; sin embargo, tal como se desarrolla esta distinción en el ensayo, resulta mucho más acertado decir que los seis elementos colaboran tanto en una dirección como en la otra. Si acaso, la distinción habría que establecerla entre eros, por un lado, y los otros cinco elementos por el otro; y es que el amor parece recoger en su seno la orientación principal de la obra:

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El amor con la Maga resulta un encuentro numinoso, un contacto central, axial que transfigura la miserable guarida en edén. Reconocimiento, verdadero conocimiento del ser en sí, permite acceder al nombre, abolida toda distancia entre el signo y la cosa significada. Vía unitiva, triunfo del principio del placer sobre el principio de realidad, anula biografía, cronología y topología horizontales, invalida el entorno mutilador. En el amor, la vida se desnuda y desanuda gozosamente para recobrar la plenitud, la integridad primigenias. La solidaridad amorosa es reconciliación, religamiento libérrimo con la realidad sustancial (…) «Sacramento de ser a ser, danza en torno al arca» indican transfiguración, proyectan a un tiempo y un espacio primordiales, anuncian una epifanía natural, ligada con la desnudez adánica, no mancillada con vestiduras, signos del tiempo histórico, anuncian el reintegro armónico a esa persona mixta, a esa multiplicidad integral y omniforme que es el universo (p. 130)

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En cualquier caso, todo esto no hace sino reformular la cuestión tal como ya estaba planteada más arriba. Ya había quedado claro que el pensamiento occidental actúa como «entorno mutilador» tanto para lo humano como para lo real, menoscabando su carácter de totalidad, privilegiando ciertos aspectos suyos al tiempo que relega otros al olvido; también había quedado claro que ahora se trata de rescatar esos aspectos olvidados y restaurar su vigencia en una nueva composición de lugar. Se habla aquí del ser en sí, de plenitud e integridad primigenias, de desnudez adánica, aparece nuevamente la idea de una epifanía… pero estos términos únicamente establecen un marco abstracto, sin ningún contenido concreto. La cuestión es: ¿cuáles son esos aspectos olvidados? ¿Qué es lo que se re-descubre gracias a la epifanía cortazariana? ¿En qué consiste exactamente la totalidad del ser?

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No obstante, sí hay una cosa aquí que nos de alguna pista acerca de la dirección que va a tomar el discurso de Yurkievich; ello es esa mención al «triunfo del principio del placer sobre el principio de realidad». Un poco más adelante empieza a desplegarse esta idea:

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El arrebato, la embriaguez orgiástica, anula restricciones, separación, delimitaciones; implica la pérdida temporaria de la individualidad constreñida, trabajosamente construida en el mundo de la vigilia, el de las clasificaciones categoriales, mundo cultural e histórico del discurso de arriba, superpuesto sobre la espesa indiferenciación de la especie (…) imperio de la imaginación instintiva, materializante, abolición de la historia biográfica, regreso a la memoria ancestral, tránsito del cosmos al caos, caída a lo informal, a lo protoplasmático anterior a la emergencia, a la diferencia de formas netas, caída al reino de abajo, a la oscura mezcla, a la espesura carnal, a la confusión entrañable (p. 134)

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En este extracto queda por fin definida la concepción yurkievicheana de la poética de Rayuela, asentada firmemente sobre una topología de carácter vertical: se trata de la oposición radical entre el mundo de arriba y el mundo de abajo. Lo de arriba es aquí lo negativo, y se identifica con ese mundo que se quiere abolir, el «mundo cultural e histórico». Lo de abajo es lo positivo, y se identifica, a su vez, con lo instintivo, con lo carnal, con lo entrañable (término que no se usa aquí en su sentido metafórico, de algo muy querido, sino en su sentido literal de relativo a las tripas).

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Esta distinción fundamental entre lo de arriba y lo de abajo lleva aparejado un cambio de estados de conciencia: frente al estado ordinario, el de la vigilia, aparece un estado otro –«el arrebato, la embriaguez orgiástica»–, que constituye el agente liberador. Cabe señalar que esto no equivale exactamente a las dos conciencias de la Teoría del Entusiasmo: el arrebato yurkievicheano no supone ningún ascenso a la altura de los dioses –no se trata para nada del en-thous-iasmós–, sino más bien todo lo contrario:

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El arrebato regresivo libera catastróficamente de la unidimensión, del pensamiento generalizador, categorial, policíaco, de la ilusoria neutralidad cognoscitiva; es un satori o cataclismo mental que entabla un contacto transido con la materialidad del no yo, con el otro y lo otro por transubstanciación; es un colmo de realidad arrollador que desbarata las defensas del ego, una atroz entrega a la plenitud del comienzo, una devolución agónica a la integridad primordial. Delirante descarte del pensamiento abstracto (…) el frenesí bestial restablece la percepción inmersa, participante, precodificada, precategorial, prelógica: no logos sino neuma, no sema sino soma, semen (pp. 134-135)

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El uso de ciertos conceptos –satori, neuma– podría dar lugar a equívoco; en este extracto se manifiesta una contradicción terminológica que también aflora en otros momentos del discurso de Yurkievich. Aclarémonos: ¿Se trata de un «arrebato regresivo» o de un «satori» iluminador? ¿Se trata de soma –la bebida de los dioses– o de semen? ¿Acaso se trata de ambos a la vez? El gusto de Yurkievich por el lirismo y las aliteraciones le lleva por momentos a aparejar términos inconciliables. Esta ambigüedad vuelve a asomar de vez en cuando: por ejemplo en la página 159, ya en el apartado siguiente, cuando Yurkievich dice que en la literatura cortazariana actúan unos «flujos supra o infra conscientes», y que se apunta a «los poderes excelsos y los tenebrosos». Ello no puede considerarse más que como un lapsus del crítico, pues en realidad ni los flujos supra-conscientes ni los poderes excelsos aparecen por ninguna parte en su análisis, mientras que los flujos infra-conscientes y los poderes tenebrosos colman el panorama entero. Como ríos desembocando en el océano, todos los elementos desplegados por el crítico en su ensayo van a confluir finalmente en lo mismo: «destituyen el discurso apolíneo de arriba y reflotan el báquico de la profundidad visceral» (p. 144):

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El paroxismo sexual entraña la abolición del discurso lineal (…), cancela la distancia entre las palabras y las cosas, entre sujeto y objeto, interioridad y exterioridad, cuerpo mente, causa y efecto, cosa en sí y fenómeno, ser y no ser, deroga los dualismos de la reflexión, del esclarecimiento (esclarecimiento versus oscurecimiento, lucidez versus turbidez, clarividencia versus oscurvidencia). Pasmo, pasión, efusivo descenso (…), descenso al discurso corporal. La palabra carnalizada recupera su dimensión en profundidad, deviene consustancial, capaz de incorporar lo otro, la materia externa, de incorporar al otro, el ser amante y amado al adentro, capaz de adentrar, adentrarse penetrante y penetrada, de intergurgitar, de absorberlo todo a su propia materia. Palabra libidinal, palabra pulsional, pujante pugna entre expulsión e ingestión, entre el instinto de conservación y el de muerte (p. 135)

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Aquí no hay ninguna ambigüedad: se trata clara y explícitamente, para la conciencia, de un descenso. El pasaje hacia la total reconciliación, hacia la solidaridad consigo mismo, con el otro y con el cosmos, se basa en el retorno involutivo hacia una absoluta indiferenciación; en esto consiste definitivamente la interpretación que hace Yurkievich de la literatura cortazariana:

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Cortázar pugna por descender a lo corporal entrañable. A medida que aumenta su rechazo del discurso de arriba, de la abstracción generalizadora, a medida que se distancia de las prepotentes logomaquias, de la ética de la sublimación, de la espiritualidad, de la transparencia, su visión y su verbo se encarnan, se carnalizan, se lubrican, se vuelven más pulsionales, más libidibales, se reintegran a la fluidez, a la inestabilidad, a la mutabilidad sustanciales. El discurso desciende a la bullente riqueza cualitativa del mundo material.

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Las páginas siguientes son una insistente repetición de lo mismo. Entre las páginas 140 y 141 el crítico vuelve a formularlo, otra vez en los mismos términos, aunque con palabras distintas (las cursivas son mías):

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Contra el discurso sublime, el discurso fecal. Contra religiones, sistemas y reticulados, Cortázar opone un contacto directo y desollado con la realidad visceral, contacto grosero, al margen de toda gracia, sin mediaciones mitopoyéticas. Escribir es arrancar la piel al lenguaje, deseducar los sentidos, abrirse a lo nauseabundo, «estar en la mierda hasta el cogote». (…) Escribir: meter la mano en las vísceras, penetrar hacia la entraña deseada y deseante, descender para habitar el cuerpo, reconciliar la palabra con el funcionamiento y la productividad orgánicos (pp. 141-142)

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También el siguiente apartado del ensayo, que lleva por título «La pujanza insumisa», continúa por la misma senda, insistiendo en ella de forma obcecada. Para empezar, muestra cómo todo ello se hace posible merced a la particular y congénita apertura de Cortázar hacia lo otro; es decir, hacia el mundo de lo de abajo:

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Rayuela libera un aflujo psíquico proveniente del trasfondo entrañable, un ahondamiento impulsivo, una tromba íntima, la del «viento primordial que sopla desde abajo» (p. 149)

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Se denota en esto que la distinción vertical sobre la que se edifica la obra cortazariana no proviene de un análisis racional por parte de Cortázar, por más que luego pueda hacer bandera de ello conscientemente, sino que es resultado de la misteriosa fluencia que le afecta como creador. No se trata en Rayuela de sostener ninguna tesis, sino de dejarse llevar por lo que acontece, misteriosamente, en el curso de la tarea escritural:

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Cada vez que Cortázar entra en contacto con axial, vira de lo reflexivo o narrativo a lo propiamente poético, al lenguaje que desvela, poseído por fuerzas inquietantes y dotado de una conformación mántica nada tranquilizadora. (…), cada vez que siente la gravitación de esa fuerza que lo excentra y lo deporta hacia lo indescriptible e inenarrable, cada vez que se evidencia ese numen nebuloso de donde emerge lo manifiesto (…), el acarreo de aquello que viene desde más allá o de lo hondo, cada vez que advierte «el anuncio intraducible», ése que se da como posesión o contagio, que reclama se incognoscible predominio, Cortázar sólo puede dar cuenta balbuciendo con la voz quebrada, sólo puede recurrir a la proferición pítica (p. 154)

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Se trata de un transporte, pues, de una especie de trance: evidentemente, nos estamos acercando a uno de los elementos fundamentales de la Teoría del Entusiasmo: el swing. En el siguiente párrafo vemos cómo Yurkievich, atendiendo como nosotros al capítulo 82 de Rayuela, captó debidamente el carácter mediador del balanceo rítmico cortazariano. Nuevamente, su versión del asunto se perfila como una réplica invertida de nuestra propia concepción:

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la escritura no resulta ya ni oficio ni artificio sino posesión consubstancial, connatural, porque el swing opera la completa encarnación de la palabra, el arraigo en lo carnal; la adentra y la confunde con lo más acérrimo y acendrado. De ahí que, emparejada con otras secreciones o expulsiones orgánicas esta emisión no se comanda; sólo se puede propiciarla para que sobrevenga y cese por necesidad inherente. (…) Cuando se está captado y cautivado por el swing, el poseso no dice: eslabón de la cadena magnética del cosmos, es dicho; el decir corre a cargo de la fuerza que lo imanta; lo dicho se dice por medio de ese sujeto conductor, ese rapsoda. Mediúmnico, el swing porta, transporta, como el viento primordial que sopla desde abajo, permite recuperar vestigios del reino olvidado (pp. 157-158)

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No cabe duda de que el crítico capta adecuadamente el carácter adventicio del swing; el sujeto únicamente puede ponerse a disposición de ello. Pero aquí no se trata de sumisión a una voluntad superior, en absoluto; por el contrario, se lo equipara al aparato excretor, al funcionamiento maquinal del organismo. El mundo del Misterio es el mundo de lo que queda oculto bajo la piel; la línea epistemoclina, la barrera que separa el mundo de lo conocido de lo desconocido, no es aquí otra cosa que el epitelio humano. El trance cortazariano permite superar esta barrera: el swing es el conducto para la libre expresión del reino olvidado de lo visceral. ¡Lo visceral, el reino olvidado! La imaginería romántica está puesta aquí al servicio de lo freudiano. El carácter mediúmnico de Cortázar lo lleva a convertirse, según se desprende de la visión yurkievicheana, en un discípulo aventajado del Marqués de Sade.

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Yurkievich ilustra su discurso con pasajes de Rayuela. Del swing pasamos directamente al jazz, que para Cortázar «constituye un numen inspirador, un modelo estético que procura transferir a la escritura». Cortázar pretende emular con su escritura los efectos que logran los músicos de jazz con su música, a saber: «El jazz cala hondo: afluye de lo subliminal, de lo libidinal, es música en celo que atiza la lubricidad; música lujuriosa, todo lo que toca lo erotiza» (p. 160). Los modelos de Cortázar son entonces Louis Armstrong («la misma pujanza lasciva, la misma fuerza alucinante, el mismo frenesí afrodisíaco»); Earl Hines («quiere dotar a su decir de la capacidad acariciadora y el apoderamiento fundente del fraseo de Hines»); y, sobre todo, Bessie Smith:

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La escritura de Cortázar desea ser como la voz de Bessie Smith: intercesora, pasaje que posibilite el funcionamiento pleno del deseo; ejercer a fondo la potencia pulsional, carnalizarse, meter las manos en las vísceras, hundirse como Heráclito en la montaña de bosta, volverse troglodita, penetrar en la entraña fogosa (p. 162)

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Intercesión es aquí una palabra clave. La escritura de Cortázar está consagrada a ello; el escritor es el shamán que transita entre los dos mundos y que guía a su lector en ese mismo tránsito. Por supuesto, el chamán es usado aquí metáfora: no se trata para nada del «vuelo mágico» de los chamanes descrito por Mircea Eliade, sino de un «vuelo lúbrico» o, mejor dicho –prescindamos de la idea de vuelo–, de una «inmersión lúbrica»:

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La escritura es intercesora, tránsito que descomponiendo la objetividad referencial, desquiciando la cordura gramatical, descalabrándose descabelladamente da paso a las figuraciones fantasmáticas del deseo. Lo real admitido, desmantelado así por el arbitrio impulsivo del sujeto deseante, se vuelve tromba figural, remolino centrípeto de imágenes espontáneas, es decir instintivas, que traslaticiamente rememoran los avatares soterrados, los más avasalladores, del sujeto carnal. Desafuero, barbarie, obscenidad, promiscuidad sexual, inmundicia son sacados por la pujanza que ultraja (p. 163)

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Según Yurkievich, la voz de Bessie “procede del centro vital”: ¿no será ese mismo Centro que busca denodadamente Horacio Oliveira en Rayuela? No es necesario buscar más; Yurkievich sabe dónde está situado ese centro:

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La voz procede del centro vital de los engendramientos. Por eso posee poder epifánico, poder de intercesión (…) Ese centro al que Bessie transporta se sitúa en el vientre. La voz arrobadora hace alianza con la embriaguez alcohólica, se mancomuna en un mismo rapto con lo básico para propiciar el trance revelador (pp. 161-162)

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El texto de Rayuela es el lugar donde se manifiesta «formalmente» esa energía vital transportada desde lo profundo por el swing. Las peculiaridades formales y estructurales de ese libro son el resultado del imposible acomodo, en el marco de una novela, de todo lo que brota –siempre desde abajo– durante el trance de su escritura. Por si todavía no ha quedado claro, un último extracto del ensayo nos repite las claves necesarias para entender adecuadamente este libro, que es novela violentada, violada, ultrajada:

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La significación se embarulla y opaca para dar paso al sentido, para que por las brechas semánticas advenga lo otro, la proliferación reprimida, la exhumación del fondo espeso, aquella que no se deja sublimar y por eso se subsume y se soslaya, aquella que no coincide con lo ético ni con lo estético, la de la cintura para abajo, la del tejo en el esfínter, la de la succión de la verga, la transgresiva por crasa y gruesa, la del antilogos que busca lo epifánico en lo orgásmico, en lo venéreo y excrementicio, el cosmos en el férvido caos de la fermentación ventral. Por la escritura sucia, mancillada, el cuerpo cósmico reclama sus más íntimas satisfacciones, la reconciliación de la palabra con la carnadura que la aventa y expele (p. 164)

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Es de este modo, dice Yurkievich, que Cortázar logra dar plena voz a «la máxima aspiración del hombre» (p. 173): es decir, el regreso feliz a una totalidad indistinta, a la indiferenciación oceánica, «aquella que se identifica con el ser –especifica el crítico– aquella que entabla el verdadero vínculo consigo, con el otro y con lo otro».

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«El lector queda invitado a elegir…»

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Dios le dijo a Adán, según Pico della Mirandola:

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En el centro del mundo te he colocado para que observes, con comodidad, cuanto en él existe. Así, no te he creado ni celeste ni terrenal, ni mortal ni inmortal, con el propósito de que tú mismo, como juez y supremo artífice de ti mismo, te dieses la forma y te plasmases en la obra que eligieras. Tanto podrás degenerar en esas bestias inferiores como regenerarte, según tu ánimo, en las realidades superiores que, por cierto, son divinas (De dignitate hominis)

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Mirándolo bien, esta disyuntiva vital planteada por el pensador renacentista es, de hecho, la misma que atenaza a Horacio Oliveira al final de Rayuela. Sentado en el antepecho de la ventana, tiene la posibilidad de tirarse al vacío, o de reingresar en el mundo como un sujeto reconciliado. El final de Rayuela queda abierto: la elección entre vacío y reconciliación le pertoca hacerla, en último término, al lector. Y, del mismo modo que Horacio se expone a esa disyuntiva al cabo de un largo recorrido vital que hemos seguido en las páginas del libro, el lector no puede elegir, en rigor, hasta que ha terminado su lectura. Saúl Yurkievich y Jorge Fraga, tras haber cumplido ambos con esta parte –una lectura minuciosa de Rayuela–, eligieron cada uno una opción distinta.

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La opción de Yurkievich es, definitivamente, el salto al vacío. Su tenaz apología de un regreso ab ovo, al mundo de la indiferenciación, al océano fundente y espeso en el que convergen, mezclándose, todos los fluidos de todos los seres, es el resultado de esta decisión radical. La opción de Jorge Fraga es justamente la contraria: la reconciliación, un regreso al mundo de los hombres tras haber rebasado, ni que sea por unos instantes, cierto límite. Para Fraga, Horacio vuelve al mundo tras haber tenido una entrevisión de otro mundo, de un más allá que no es ese magma original e indistinto del que habla Yurkievich, sino que es otro tipo de totalidad, en la que los individuos no pierden la particularidad, su personalidad, al ingresar en ella. El viaje de ida y vuelta de Cortázar al mundo de las Madres es en pos de un aumento de la conciencia, no de su disolución.

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No nos engañemos: el problema no se plantea en términos morales. Esta polaridad vertical no se plantea en ningún momento, ni para Yurkievich ni para mí, en términos de «bien» y «mal»; el dilema es de evolución espiritual, de involución o de progreso. Yurkievich elige, evidentemente, el camino descendente: Jorge Fraga, el ascendente. El primero apuesta por los «poderes tenebrosos», en cierto modo equivalente a la «degeneración bestial» señalada por Pico della Mirandola. El segundo apuesta por los «poderes excelsos», por la «regeneración en las realidades superiores que, por cierto, son divinas».

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En todo caso, ¿cuál de los dos críticos es mejor discípulo de Cortázar? En mi opinión, Yurkievich comete dos errores graves en su interpretación de Rayuela. El primero consiste en no prestar atención a la ambigüedad radical que conforma el texto, por lo menos en ciertos niveles de su estructura. En este sentido, el crítico no realiza una lectura aberrante del texto; pero sí, definitivamente, parcial. ¡Y es que el libro empieza justamente por ahí! «Este libro», dice el Tablero de Dirección, «sobre todo es dos libros»; y continúa diciendo, con cursiva en el original: «el lector queda invitado a elegir…» Pero Yurkievich no habla en ningún momento de esa dualidad textual ni de esa posible elección. Y luego está ese pasaje del capítulo 141:

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Era duro creer que una flor podía ser hermosa para la nada; era amargo pensar que se puede bailar en la oscuridad. Las alusiones de Morelli a la inversión de los signos, a un mundo visto con otras y desde otras dimensiones, como preparación inevitable a una visión más pura (…) los exasperaba al tenderles la percha de una casi esperanza, de una justificación, pero negándoles a la vez la seguridad total, manteniéndolos en una ambigüedad insoportable. Si algún consuelo les quedaba era pensar que también Morelli se movía en esa misma ambigüedad, orquestando una obra cuya legítima primera audición debía quizá ser el más absoluto de los silencios

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Excepto en algunos lapsus, como los que he señalado anteriormente, Yurkievich prescinde de toda esta ambigüedad. Por el contrario, presenta su opción como la única posibilidad, como el resultado necesario de una compenetración íntima con el sentido último de Rayuela.

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Y en esa presunción radica el segundo de sus errores: en realidad, y a pesar de llevarla –felizmente, cabe señalar– hasta sus últimas consecuencias, la suya es, por literal, una lectura superficial del libro. Su literalismo sí es una lectura aberrante del texto. Las escasas ocasiones en las que se refiere a un componente metafórico en Rayuela son, como sucedía con el tema de la ambigüedad, otros tantos lapsus. ¿Metáforas? «De haberlas, haylas», llega a decirnos apenas; pero nunca sabremos, por él, hacia dónde apuntan tales metáforas. Toda su argumentación está estrictamente basada en una interpretación literal del texto de Rayuela. Seleccionando cuidadosamente, por supuesto, los pasajes: como por ejemplo las alusiones a la inmersión de Heráclito en la bosta, tal como se dan en el capítulo 36 de Rayuela. Esta mención a Heráclito y la bosta aparece dos o tres veces en el ensayo de Yurkievich: en cambio, no hay ninguna referencia a esta otra referencia heraclítea, presente en el mismo capítulo de la clocharde:

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tal vez el mensaje más penetrante del Oscuro era el que no había escrito, dejando que la anécdota, la voz de los discípulos la transmitiera para que quizá algún oído fino entendiese alguna vez

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Por lo visto, el oído de Yurkievich no debía ser muy fino, por lo menos para lo que demanda específicamente el texto de Rayuela. Ello fue lo que le impidió acceder al trasfondo metafórico del libro, es decir, al Rayuela insólito; todas las reflexiones del crítico están hechas sobre el plano novelístico de Rayuela, que es únicamente su sentido literal, y que él no problematiza en ningún momento. De este modo, fue como si hubiese acudido a los Misterios de Eleusis para verlos únicamente como espectador, para hacer luego un reporte puramente conceptual de lo que habían visto sus ojos. Pero ya sabemos que lo que realmente contaba en Eleusis era la transformación interior, el despertar espiritual…

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El caso de Mundos y modos es muy revelador acerca de las dimensiones metafísicas de la obra de Cortázar: esto hay que agradecérselo a su autor. En la diferencia entre las dos opciones, la elegida y transitada por él y la mía propia, está justamente cifrado el alcance metafísico de la gran obra de Cortázar. El ensayo de Yurkievich muestra de forma fiel cuál es el horizonte metafísico de la novela moderna –y, por extrapolación, de la Modernidad occidental en su conjunto– tal como lo ve Cortázar: un horizonte necesariamente regresivo, al que se llega, como al océano, dejándose llevar dócil y pasivamente por la corriente. A su vez, la Teoría del Entusiasmo plantea cuál es el horizonte metafísico de la «nueva» (por ancestral) concepción de la literatura formulada, como alternativa a la Modernidad, por el Rayuela insólito: un horizonte etéreo, evolutivo, al que se únicamente se llega contra la corriente, remontando el río hasta sus verdaderas fuentes.

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21 de octubre de 2011

Entusiasmosofía (IV)

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Sigue Daumal ilustrando el Teorema,

y ahora interviene también Nerval

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Así resumía René Daumal, en El Monte Análogo, el proceso por el que los expedicionarios capitaneados por el profesor Sogol llegaban a penetrar en el territorio de lo insólito:

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Con nuestros cálculos –sin pensar en ninguna otra cosa–, con nuestros deseos –dejando de lado cualquier otra esperanza–, con nuestros esfuerzos –renunciando a cualquier comodidad–, forzamos la entrada de ese nuevo mundo.

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Ya vimos en la sesión anterior que esta entrada en la isla del Monte Análogo responde a la misma lógica captada de forma exacta por mi Teorema del Entusiasmo. Veíamos también, hacia el final, que el éxito de la aventura en realidad no era resultado de sumar esos cálculos, deseos y esfuerzos, puesto que tal suma lo único que confería eran mayores probabilidades. Acabábamos diciendo que la entrada en ese mundo nuevo depende en último término, no de lo que hombre haga o deje de hacer, sino de lo que se decida desde el otro lado.

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Pero ¿qué significa “desde el otro lado”? ¿Cuál es “el otro lado”? ¿Qué o quién hay ahí, con una capacidad decisión superior a la del humano común? Daumal lo expresa del siguiente modo:

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supimos más adelante que, si habíamos conseguido desembarcar al pie del Monte Análogo, fue porque nos abrieron las puertas invisibles de esa invisible comarca quienes tienen a su cargo su custodia.

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Formulado esto mismo con terminología entusiasmosófica, estas “puertas” daumalianas son, por supuesto, la Epistemoclina, la barrera legal que delimita por arriba la Cognosfera; y esa “comarca invisible” es la Incognosfera, el amplio mundo de lo desconocido, habitado por instancias misteriosas que dispensan –o no– sus favores a los humanos corrientes. El novelista y visionario francés repite por dos veces el término “invisible”: las puertas lo son; el territorio al que conducen, también. Y también lo son los seres que ahí habitan. Pero toda esa invisibilidad es limitación impuesta al hombre común: el lugar y sus habitantes lograrán hacerse finalmente visibles y palpables, aunque sólo mediante una gracia concedida desde el otro lado.

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Esta última contingencia fue recogida mismamente en los viajes orientales de Gerard de Nerval, en su novela Aurélie. Tales viajes le condujeron en un momento dado a una ciudad desconocida habitada por una humanidad remota y de una categoría superior; y ahí sucede lo que se relata a continuación:

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En aquel mismo instante, varios jóvenes entraron ruidosamente, con aspecto de regresar de sus ocupaciones. Me asombró verlos a todos vestidos de blanco, pero en realidad debía de tratarse de una ilusión de mi vista… Para intentar hacerla sensible, mi guía comenzó a señalar diversas partes de su indumentaria, que se fueron tiñendo de vívidos colores, haciéndome comprender que así era como se veían en realidad.

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Hacerse sensible… Así es; los sentidos del hombre común no logran captar el mundo sutil de la Incognosfera a menos que uno de los seres superiores que lo ocupa se lo señale. De tal guisa, podemos tener frente a nuestras mismas narices las puertas que conducen a ese otro mundo; y sin embargo, las pasamos por alto, sintonizados como estamos exclusivamente con el mundo de lo conocido. Esto es precisamente lo que ocurre con el gran libro de Cortázar, Rayuela, cuyas puertas de acceso al bello jardín de lo insólito han quedado cubiertas por la hiedra, abandonadas durante medio siglo a pesar de hallarse explícitamente anunciadas en su texto.

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La superioridad de los seres incognosféricos frente a los humanos corrientes queda puesta de manifiesto tanto en el fragmento de Nerval como en el de Daumal. El primero habla de un “guía”; y, en efecto, en sus viajes se halla perdido mientras no recibe el maestrazgo de alguna de las entidades que habitan esos otros mundos que visita. Por sí mismo, en los momentos en que le toca confiar únicamente en sus propias fuerzas, el viajero es incapaz de evaluar dónde se encuentra, ni de apreciar hasta qué punto sus gestos o sus palabras van a constituir un acierto o un error fatal. Las consecuencias de sus actos son totalmente imprevisibles para él.

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A su vez, Daumal es de lo más plástico y pedagógico en su manera de dar cuenta de su propia inferioridad:

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El gallo que lanza su retumbante canto en la lechosa claridad del alba cree que con ese canto engendra el sol; el niño que llora desesperadamente en un cuarto cerrado cree que sus gritos consiguen que se abra la puerta; pero el sol y la madre van por su propio camino, que trazan las leyes de su ser.

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El ser humano común es al ser incognosférico como un gallo es al sol, o como un niño es a su madre. Ambas analogías daumalianas ilustran conjuntamente la situación relativa del hombre ante lo desconocido. Pero cada una parece traducir un escenario distinto: el vínculo que une al sol con el gallo no parece ser, en principio, equivalente al vínculo que une a la madre con su hijo. No cabe duda que una madre va a conmoverse con el llanto de su hijo, respondiendo a él con la mayor diligencia: al fin y al cabo, los cálculos, deseos y esfuerzos del niño no estaban tan equivocados. En el llanto, las potencias del niño se hallan dispuestas mirando hacia arriba: en consecuencia, sus probabilidades de recibir la atención de su madre son mayores que las del niño que no llora.

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Con el sol y el gallo la cosa parece distinta. Desde el punto de vista del humano común, el canto del animal no puede conmover de ningún modo el ser del astro rey. El sol saldría por el este aunque ese día el gallo tuviera el pico atado con un cordel. Así pues, sus cálculos, deseos y esfuerzos no incrementan sus posibilidades de recibir los primeros rayos del día. Pero éste es sólo el punto de vista del hombre común: y ya hemos visto que la sensibilidad de éste hacia la realidad está lastrada por su falta de sutileza. ¿Quién puede saber hasta qué punto el Sol no dispensa a las criaturas el mismo trato que una madre dispensa a su hijo? ¿En base a qué podemos descartar que el ser del gallo no sea más capaz de ver lo que a nosotros nos resulta invisible?

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En cualquier caso, el Sol acaba por salir siempre. Y la madre nunca deja de atender a su hijo, aunque éste no llore. En las leyes que trazan el camino de los seres incognosféricos, parece contemplarse una especial dedicación de su parte hacia los asuntos de nosotros los seres cognosféricos:

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Nos abrieron la puerta quienes nos ven incluso aunque no podamos verlos, respondiendo con una generosa acogida a nuestros cálculos pueriles, a nuestros deseos inestables, a nuestros esfuerzos mínimos y torpes.

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Que consten, pues, en las actas de lo entusiasmosófico, tanto la existencia de los seres incognosféricos, como su manifiesta superioridad ante lo humano común, así como su diamantina generosidad. Sobre todo esta generosidad, en la cual confiamos para lograr ver tantas cosas que habrá en el aire y que ahora no vemos.

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Y seguiremos, pues todavía nos quedan muchas cuestiones por elucidar…

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Para el fragmento de Daumal: Trad. de María Teresa Gallego (ed. Atalanta, 2006)

Para el fragmento de Nerval: Trad. de José-Benito Alique (ed. José J. de Olañeta, 2011)

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1 de octubre de 2011

Entusiasmosofía (III)

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El Teorema ilustrado por Daumal

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La página 0 del “Cuaderno de Bitácora” de Rayuela, presumiblemente apócrifa, constituye en cualquier caso una auténtica serendípia. Sus beneficios para una mayor comprensión de las relaciones entre lo divino y lo humano –y, por lo tanto, del Entusiasmo- todavía no han sido debidamente aquilatados. Un primer fruto heurístico suyo fue la formulación del Teorema del Entusiasmo, el día 31 de julio del mismo año, con la que se inauguraba esta nueva sección del blog, y que transcribo nuevamente aquí:

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Toda persona cuyas potencias se hallen dispuestas mirando hacia arriba tiene más probabilidades de experimentar el entusiasmo –y muchas más de repetirlo- que cualquier otra persona cuyas potencias se hallen dispuestas mirando hacia los lados o no se hallen dispuestas en absoluto

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Este Teorema es exacto. La cuantificación por él establecida es absolutamente precisa: se trata, ni más ni menos, de tener más probabilidades. Otra cosa no es posible cuando hablamos de entusiasmo; pero esto ya lo veremos más adelante. Por ahora, centrémonos en lo que pueda significar «tener las potencias dispuestas hacia arriba» y «tener las potencias dispuestas hacia los lados», así como «no tener las potencias dispuestas en absoluto».

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Está claro que estas indicaciones topográficas vienen dadas por el bitacórico Mapa de la Conciencia Humana: tener las potencias sin disposición alguna denota una estéril dispersión de las propias energías por el campo cognosférico de las líneas isognosas; a su vez, tener las potencias mirando hacia los lados significa concentrar las energías en una dirección, pero siempre dentro de una misma línea isognosa, o como mucho en el paso de una línea isognosa (por ejemplo, el arte) a otra de valor aproximado (por ejemplo, la filosofía), sin llegar a rebasar nunca las fronteras de la Cognosfera; finalmente, tener las potencias dispuestas hacia arriba supone invertir las propias energías en una sola dirección y con una (in)cierta previsión de abertura de la barrera epistemoclina, permitiendo el acceso del sujeto al dominio de la Incognosfera. En otras palabras, esta última opción supone una apuesta por la trascendencia.

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El Teorema remite al Mapa, ciertamente; pero el carácter derivado del primero con respecto del segundo conlleva para mi discurso un carácter tautológico que me aleja de mis intenciones últimas. Así pues, voy a arrojar un poco más de luz sobre estas cuestiones tan interesantes, apelando a una fuente externa

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Y quién mejor que el malogrado René Daumal, maestro en analogismos, para iluminar esta cuestión con las vivas antorchas de su escritura. Su Monte Análogo constituye una referencia ineludible en lo que respecta a los asuntos que aquí tratamos; de hecho, ya quedó constancia de ello a través del pequeño ciclo de Morellianas Apócrifas que le he dedicado en este blog (véanse entradas del 1 de julio, 31 de agosto, y 1 de septiembre). Ahora quiero rescatar, precisamente, la última de estas entradas, la Apócrifa 11ª, que empezaba de esta guisa:

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Con nuestros cálculos –sin pensar en ninguna otra cosa-, con nuestros deseos –dejando de lado cualquier otra esperanza-, con nuestros esfuerzos –renunciando a cualquier comodidad-, forzamos la entrada de ese nuevo mundo.

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Cálculos, deseos y esfuerzos: a esto mismo es a lo que se refiere el Teorema al hablar de potencias. Los “cálculos” son las potencias intelectivas del ser humano; los “deseos” son sus potencias emotivas; y los “esfuerzos” son sus potencias anímicas. Todas ellas pueden orientarse deliberadamente –aunque también cabe contemplarlo en un momento dado como algo accidental- en una dirección determinada. Es decir: disponerse. Pero ¿hacia dónde? Enseguida veremos qué puede significar en términos daumalianos disponerse tanto hacia arriba como hacia los lados; pero antes veamos que no disponerse en absoluto resulta precisamente lo contrario de “renunciar a cualquier comodidad”.

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El acomodo en lo dado, la aceptación pasiva de lo recibido, constituye el principal obstáculo para la consecución del estado de entusiasmo. El Evangelio dice algo de esto, parabólicamente, en referencia a unas monedas recibidas y que alguien entierra en la arena. Y André Gide concibió para su conjura la fórmula Ne profiter de l’élan acquis. La comodidad es la Gran Costumbre cortazariana –precisamente, el gran escritor argentino adoptó por lema la frase de Gide- cuyos tentáculos asumen innumerables formas para atrapar al más avispado. La comodidad es el anti-espíritu; si no es el pecado original, sí es, sin duda, uno de los capitales.

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Así pues, en la dicotomía esfuerzo/comodidad hallamos una feliz correspondencia daumaliana para nuestra teorética disposición/no-disposición. A su vez, la disposición hacia los lados, así como la disposición hacia arriba, encuentran su debida correlación en la segunda dicotomía daumaliana, la que enfrenta “nuestros deseos” a “cualquier otra esperanza”. Aunque quizá debiéramos, mejor, invertir el orden: de lo que se trata, en el fondo, es de mantener nuestra esperanza, frente a cualquier otro deseo que nos distraiga de nuestro objetivo. Un deseo sin esperanza es un deseo en horizontal, hacia los lados: su campo de actuación se mantiene dentro de los límites de lo posible, es decir, de lo humano.

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En cambio, el deseo esperanzado es un deseo en vertical, un anhelo de lo imposible; un billete de ida a lo divino. “La inspiración existe –decía el pintor- pero debe encontrarnos trabajando”. Es norma de obligado cumplimiento en los cenáculos de los filólogos modernos (las facultades, las revistas, las editoriales), bajo amenaza de total ostracismo, el renunciar al deseo esperanzado y mantenerse en el campo del deseo horizontal. Su predisposición se orienta así, definitivamente, hacia los lados; se trata entonces de traducir a otro lenguaje humano lo que ya está dicho en uno primero. A esto mismo se refiere Henry Corbin cuando denuncia, frente a un texto de carácter simbólico, el peligro de una “caída en el alegorismo”: o sea, un mantenerse en el mismo plano del ser. De lo cual resulta un despojamiento del componente más luminoso del arte, a saber, su carácter de catapulta ontognoseológica.

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Con esa disposición hacia arriba de las potencias, dice Daumal, la expedición logró forzar la entrada en el Monte Análogo. Así pues, los cálculos, los deseos y los esfuerzos del profesor Sogol y sus vigorosos compañeros lograron el éxito: entrar en un nuevo mundo, en un territorio en el que se daba la posibilidad efectiva de un ascenso hacia lo divino. Pero enseguida añade: “Eso nos parecía”. ¡Eso les parecía! No el que fuera un mundo nuevo, ni que el ascenso fuera posible, de todo lo cual no cabe duda alguna; sino el que con aquella disposición se lograra forzamiento alguno.

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La entrada en la isla donde se alza el Monte Análogo responde a la misma lógica de la que depende el entusiasmo; esa lógica captada, de forma exacta, por mi Teorema. En realidad, el éxito de la aventura no es el resultado de ninguna suma de cálculos, deseos y esfuerzos: todo ello les confería a sus miembros, únicamente, mayores probabilidades. Y es que la entrada en ese mundo nuevo no depende en último término de lo que hombre haga o deje de hacer, sino que depende, definitivamente, de lo que se decida desde el otro lado.

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Lo dejamos aquí por ahora; seguiremos con ello, desde este punto, en la próxima sesión de Entusiasmosofía…

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21 de agosto de 2011

Entusiasmosofía (II)

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Fenomenología entusiasmosófica aplicada:

Factores y vectores del Rayuela insólito

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Tú te lo has buscado, Omar

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Vamos a visualizar, de una forma esquemática, las diferencias fenomenológicas entre la Rayuela común y el Rayuela insólito. Para empezar, tomemos la obra Rayuela como el Factor R; a su autor, Cortázar, como el Factor C; y a su lector, un lector cualquiera, como el Factor L. De este modo obtenemos el siguiente esquema:

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Fenómeno =

C R L

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Esto puede leerse como «C escribe R, y R es leído por L»; lo cual puede aplicarse a Rayuela como podría aplicarse a cualquier otra novela. Este esquema, de carácter meramente horizontal, describe la visión común sobre la obra: y desde este punto de vista, la novela Rayuela no es distinta a las otras.

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Aunque Rayuela, y dentro aún de la visión común que se tiene de esta obra, presenta ciertamente una particularidad, ya que no hay otras novelas que ofrezcan dos posibilidades distintas de lectura. Pero ello no nos lleva a modificar sustancialmente ese esquema inicial; es suficiente con desdoblarlo en dos variables, preservando para ambas su carácter estrictamente horizontal.

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Pongamos que la lectura corrida, que llega tan sólo hasta el capítulo 56, sea bajo esta particularidad el Factor R 56; y que la lectura salteada, que combina hasta 155 capítulos, sea el Factor R 155. De este modo obtenemos este primer esquema:

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F1 =

C R 56 L1

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Y este segundo:

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F2 =

C R 155 L2

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Las variables L1 y L2 pueden ser dos lectores distintos, o pueden ser un mismo lector que haya emprendido las dos posibilidades de lectura en momentos distintos. Podemos añadir todavía un tercer esquema, bajo el supuesto de que sea legítimo leer Rayuela en un orden arbitrario, distinto a los dos que establece el Tablero de Dirección, y establecido libremente por el propio lector (es un supuesto de carácter posmoderno, que yo comparto sólo con reticencias)

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F3 =

C R arb. L3

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Con estos tres esquemas F1, F2 y F3 se contempla enteramente la fenomenología propia de la novela Rayuela. Tal como se ha entendido la obra hasta hoy, no hay más posibilidades, por más que F3 tenga una variabilidad prácticamente infinita. Los tres esquemas coinciden en dos aspectos: su unidimensionalidad horizontal, y la intención sostenida por el lector de leer Rayuela como novela.

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Mi Teoría del Entusiasmo postula un esquema bastante más complejo. Aunque la base para este nuevo esquema es única: se aplica únicamente a la versión para lectores activos, R 155, que coincide con la totalidad del libro. No se contempla la versión para lectores pasivos, que es una lectura parcial; y sólo se contempla la lectura arbitraria en la medida en que el lector respete fielmente la integridad del libro. La cuestión es que el lector pase necesariamente por ciertos capítulos clave, contenidos todos ellos en el conjunto de los Capítulos Prescindibles, y que son precisamente los que llevan a cambiar la intención “leer una novela” por la intención “desaforarse”; los que llevan a superar el campo gravitacional del género novela para entrar en la órbita del Rayuela insólito. El esquema que yo planteo sitúa Rayuela como un libro realmente excepcional, como un caso único en el marco de la literatura moderna.

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El Factor C y su doble

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Para empezar, saquemos a colación el cap. 82, que constituye justamente el texto fundamental de toda mi Teoría. Ahí es donde Cortázar confiesa escribir bajo el dictado de una fuerza a la que él no controla: “Si lo que quiero decir (lo que quiere decirse) tiene suficiente fuerza, inmediatamente se inicia el swing…” (las cursivas, en el original). Según el texto de este capítulo, el sujeto creador se halla poseído por la fuerza de una instancia superior y desconocida, durante un tiempo de duración impredecible, que le inspira la realización de su obra. “Así por la escritura –dice también el capítulo- me acerco a las Madres…”.

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A raíz de esta declaración, el Factor C entra en controversia: ¿Quién es el verdadero autor de Rayuela: Cortázar, o esa misteriosa fuerza? ¿No será esta fuerza algo así como el daimon personal del escritor, que quizá habitaba en su pipa, como el de Sócrates en la pared de su casa? ¿No será acaso la Musa, que dictaba al oído de Cortázar los contenidos de la obra? ¿O fue más bien un jinn, empecinado tal vez en vengarse de ese género novelístico que ignora a su clase de forma contumaz? Daimon, Musa, jinn o ángel: sea lo que fuera, y sin renegar de esta saludable indeterminación, nuestra fenomenología debe contemplar este asunto. La fenomenología del Rayuela insólito no puede ser la común; debe ser una fenomenología entusiasmosófica. La cuestión es ¿cómo podemos representarlo?

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Afortunadamente, desde la aparición de la página 0 del “Cuaderno de Bitácora” (presumiblemente apócrifa), felizmente descubierta el pasado mes de mayo (véase la entrada pertinente de este blog), disponemos del instrumental adecuado para tratar esta cuestión. El Mapa de la Conciencia Humana que aparece dibujado en esa página establece ciertas diferencias de nivel –de nivel onto-gnoseológico- en un sentido vertical; es precisamente esta nueva dimensión, la verticalidad, la que nos permitirá describir la fenomenología de una creación compartida. Reelaboramos aquí un extracto de ese Mapa:

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Nivel 2: Incognosfera (lo desconocido)

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-------------------(línea Epistemoclina)-----------------

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Nivel 1: Cognosfera (lo conocido)

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Desde este nuevo punto de vista, debe decirse que el Factor C es el autor de la obra –o, más bien, su co-autor- solamente en el plano de lo conocido. Su lugar, por lo tanto, se encuentra en el primer nivel: la Cognosfera. Entre él y el plano superior se halla la línea Epistemoclina, la barrera que separa el mundo de lo conocido del mundo de lo desconocido. Tenemos un «vector de tránsito» que permite atravesar esta línea, es decir, que facilita el flujo y la comunicación entre ambos niveles: este vector es el «swing», el “balanceo rítmico” del escritor. Por último, debemos postular ese nuevo factor participante en la fenomenología rayuelística, el co-autor desconocido de la obra: para permanecer afines al lenguaje cortazariano, vamos a llamarlo el Factor C Paredro. Todo ello queda recogido del siguiente modo (la línea horizontal representa la Epistemoclina, y la vertical, el «swing»):

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C Paredro

¦

-------------------

¦

C

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El Factor L y su doble

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La co-creación no es el único rasgo definitorio de la obra que estamos analizando; también debe contemplarse la co-recepción, la dualidad en el lector, con un carácter equivalente y proporcional a la dualidad propia del primer factor. El mismo desdoble vertical le compete igualmente al Factor L, el lector de Rayuela; o, por lo menos, a ese “cierto lector” que es el que nos interesa aquí. A este respecto, como capítulo clave, podemos considerar el 97, cuando dice:

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Por lo que me toca, me pregunto si alguna vez conseguiré hacer sentir que el verdadero y único personaje es el lector, en la medida en que algo de lo que escribo debería contribuir a mutarlo, a desplazarlo, a extrañarlo, a enajenarlo

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Tal como prescribe este capítulo, al lector pasivo le incumbe un estado mental «emplazado, aforado, centrado y cubierto»; y al lector activo y cómplice le corresponde por contraste un estado «desplazado, desaforado, descentrado y descubierto». Traducido en términos de mi Teoría, tal distinción se establece en aras de la ausencia o la presencia del Entusiasmo en el lector.

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La presencia del vector «entusiasmo» (“estar poseído por el dios”) establece, como lo hacía el «swing» para Cortázar, el acceso del Factor L al otro lado de la Epistemoclina, es decir, a la Incognosfera, donde por lo tanto cabe contemplar una versión parédrica del lector de Rayuela:

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L Paredro

¦

-------------------

¦

L

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El Factor R y su doble

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Y esto no termina aquí: El texto del libro, el factor R -en particular R 155, insisto-, también se ve afectado por esta misma circunstancia. En el capítulo 79, por poner un ejemplo, se nos dice:

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Intentar en cambio un texto que no agarre al lector pero que lo vuelva obligadamente cómplice al murmurarle, por debajo del desarrollo convencional, otros rumbos más esotéricos. Escritura demótica para el lector-hembra (…), con un vago reverso de escritura hierática.

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La versión salteada de Rayuela tiene su propio doble parédrico al otro lado de la Epistemoclina; se trata de otro habitante desconocido de la Incognosfera. Este nuevo Factor es lo que Cortázar describió en 1960 como “repetición de un episodio” y como “crónica de una locura” (en carta a Jean Barnabé: véase la web www.expedienteamarillo.com); es decir, se trata precisamente de mi «Rayuela insólito», y así lo llamaremos: Factor R Insólito. A la sazón, debe postularse aquí, para este nuevo factor, y en aras de la analogía, la existencia de un nuevo vector de tránsito, un equivalente textual del «swing» para el Factor C y del «entusiasmo» para el Factor L: lo vamos a llamar vector de Transfiguración Textual.

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De lo que resulta:

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R insólito

¦

-------------------

¦

R 155

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Nuevo esquema al completo

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Reuniendo todos los nuevos elementos, completamos definitivamente el esquema entusiasmosófico para F2 -ahora Fe (Fenómeno entusiasmosófico)- que quedaría como sigue:

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Fe =

C ParedroR insólitoL Paredro

¦…...........................……¦….…….……...……¦

----------------------------------------------------------

¦…..............................…..¦….………....………¦

C……….….......R 155……..….….L

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¡Vaya! ¡Qué bello esquema me salió! ¡Cuán científico y, a la vez, cuán maravilloso! Yo tendría por lema “Ponga un esquema en su vida”, si no fuera porque las mentes cerradas lo malinterpretarían en seguida.

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Las virtudes de este esquema van a verse ya a corto plazo: este nuevo instrumental, con la visualización inmediata que permite de los seis factores entusiasmosófico-fenomenológicos que intervienen en el Rayuela insólito y sus tres vectores, hará para mí más fácil continuar la tarea emprendida en la “vía negativa (4)” sobre el tratamiento del “estado de gracia” en la literatura crítica sobre Rayuela.

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Sobre este esquema podemos ver, por ejemplo, cuáles son los puntos fuertes y los puntos débiles en “La cachetada metafísica” de Luís Harss, que ya comentamos en el último artículo, el día 11 de este mismo mes. Como puntos fuertes, Harss tiene los Factores C y C Paredro, y también L y L Paredro, así como sus respectivos vectores, el «swing» y el «entusiasmo»; todos estos aspectos aparecen tratados de forma relativamente extensa y, además, repetida (si damos por válida su primera formulación, aunque sea relativa a la cuentística de Cortázar). Y como puntos débiles, indudablemente, el artículo de Harss tiene el Factor R insólito y el «vector de Transfiguración Textual» -a los que apenas dedica un par de frases, por lo demás demasiado vagas-, así como la falta de la debida conexión entre estos dos últimos elementos y los seis anteriores.

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Nuestra Teoría del Entusiasmo dispone ahora, gracias a la Fenomenología Entusiasmosófica y a la página 0 del “Cuaderno de Bitácora”, de un nuevo y hermoso elemento de trabajo. ¡Felicidades!

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