Elementos para una TEORÍA DEL ENTUSIASMO

La cara oculta de RAYUELA. Por Jorge Fraga

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22 de octubre de 2016

«Rayuela» y Gurdjieff (6)

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La causa formal de Rayuela
2. La búsqueda
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A partir de 1950, inducido por su amigo Fredi Guthmann, Julio Cortázar emprende la búsqueda de una literatura con carácter trascendente; la primera señal de ello será una nueva clase de lecturas, y luego vendrá una creación con rasgos distintivos con respecto a su obra anterior.
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En esta segunda fase del proceso el nombre de Gurdjieff no aparece por ninguna parte, y nada hace pensar que Cortázar le tuviera entonces en mente. La nueva orientación, el nuevo léxico y los temas nuevos que aparecen en su obra pueden explicarse perfectamente tanto por el influjo directo de Guthmann como por las fuentes literarias que sí se encuentran documentadas (Suzuki, Eliade,etc.). Por el contrario, las novedades y diferencias plasmadas posteriormente en Rayuela, de un modo decisivo,  señalan al Maestro de Danzas.
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«El perseguidor» y Los premios
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Estoy encarnizado con un cuento que no acabo de escribir y que me está dando un trabajo terrible. Su tema es aparentemente muy sencillo: la vida –y sobre todo la muerte– de un músico de jazz. (…) Quiero presentarlo como un caso extremo de búsqueda, sin que se sepa exactamente en qué consiste esa búsqueda, pues el primero en no saberlo es él mismo. Ni qué decir que en cierto modo estoy haciendo una transferencia personal, y que mucho de lo que a mí me preocupa irá a la cuenta del personaje (Cartas 1955-1964, Buenos Aires, Alfaguara, 2012, pp. 67-68)
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«El perseguidor» fue iniciado en el último trimestre de 1955, tal como queda registrado en esta carta que el autor remitió a Jean Barnabé. Ha pasado más de un lustro desde que Cortázar leyera la carta remitida por Guthmann desde la India, pero el  autor de El examen continúa fuertemente afectado por las mismas inquietudes que su amigo sembrara entonces en su alma. De hecho, podemos pensar que tales inquietudes pasaron a constituir el núcleo principal de su actividad creadora: la relación ficticia entre Bruno (el narrador de la historia) y Johnny Carter (el jazzman carismático) es equivalente y proporcional a la que se había dado entre Julio y Fredi en la realidad. 
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Sin duda, esta «transferencia personal» de la que habla el autor en su carta debió ir más 'a la cuenta' de Bruno que a la de Johnny. El abismo gnoseológico existente entre el primero y el segundo –es decir, entre un ser atrapado en las coordenadas espacio-temporales propias de lo cotidiano, por un lado, y otro ser capaz de superarlas, por el otro– es un trasunto literario de la sima que se había abierto entre los dos amigos a raíz de la experiencia vivida por Guthmann en la India. Para nada es casual la similitud existente entre este primer fragmento, proveniente de una de las cartas a Fredi:
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Sí, cuánto quiero hablar con usted, cómo necesito medir desde mi ignorancia esa experiencia a la cual su alma está entregada. En el centro mismo de lo occidental, en París, su proximidad me será –no es una frase– preciosa. Ojalá nos veamos, lo deseo profundamente (Cartas 1937-1954, ed. cit., p. 336)
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con este otro, ubicado precisamente en París, y perteneciente a «El perseguidor»:
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Soy un crítico de jazz, lo bastante sensible como para comprender mis limitaciones, y me doy cuenta de que lo que estoy pensando está por debajo del plano donde el pobre Johnny trata de avanzar con sus frases truncadas, sus suspiros, sus súbitas rabias y sus llantos
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Los nuevos derroteros seguidos por la literatura cortazariana se definen, en primer lugar, por un doble desplazamiento, que modifica temas ya presentes en la obra anterior: por un lado, el ambiente fantástico y surrealista se desplaza hacia lo propiamente metafísico; por el otro, la percepción de una realidad multidimensional se centra mayormente en el tema de la salida del tiempo. En segundo lugar surge un nuevo aspecto: la imposibilidad de salirse del propio nivel perceptivo mediante el pensamiento y el lenguaje ordinarios.
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Un año y medio más tarde, en agosto de 1957, Cortázar empieza a escribir Los premios, que termina en abril del año siguiente. Uno de sus personajes, Persio, constituye un segundo caso de «perseguidor» cortazariano, en la misma línea del anterior. Bajo el signo de la continuidad, sus monólogos retoman los mismos temas y perspectivas que animaban el cuento de «El perseguidor»:
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El desarrollo en el tiempo (inevitable punto de vista, aberrante causación) sólo se concibe por obra de un empobrecedor encasillamiento eleático en antes, ahora y después, a veces cubierto de duración gálica o de influencia extratemporal de vaga justificación hipnótica (monólogo B)
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Más allá de esto, la nueva obra presenta también ciertas novedades: frente a la fluidez narrativa del cuento anterior, el relato principal de Los premios se ve repetidamente interrumpido por unos largos monólogos, proferidos precisamente por este tal Persio. El propio autor se siente obligado a justificarlo en la «Nota» con la que se despide el libro:
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Los soliloquios de Persio han perturbado a algunos amigos a quienes les gusta divertirse en línea recta. A su escándalo sólo puedo contestar que me fueron impuestos a lo largo del libro y en el orden en que aparecen, como una suerte de supervisión de lo que se iba urdiendo o desatando a bordo. Su lenguaje insinúa otra dimensión o, menos pedantescamente, apunta a otros blancos
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El autor parece haber llegado a la conclusión de que su literatura, si realmente aspira a adquirir alguna validez metafísica, debe ir más allá de la incorporación de una nueva temática, para romper además con los moldes formales preestablecidos. En consonancia con ello, en otro momento de la obra aparece un rechazo del arte consagrado por Occidente, a través de las siguientes confesiones de Paula, en las que probablemente tengamos otro eco de las antiguas conversaciones entre Cortázar y Guthmann:
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–Me está sucediendo algo bastante siniestro, Raulito, y es que cuanto mejor es el libro que leo, más me repugna. Quiero decir que su excelencia literaria me repugna, o sea que me repugna la literatura.
–Eso se arregla dejando de leer.
–No. Porque aquí y allá doy con algún libro que no se puede calificar de gran literatura, y que sin embargo no me da asco. Empiezo a sospechar por qué: porque el autor ha renunciado a los efectos, a la belleza formal (…) Creo que hay que poder marchar hacia un nuevo estilo, que si querés podemos seguir llamando literatura aunque sería más justo cambiarle el nombre por cualquier otro. Ese nuevo estilo sólo podría resultar de una nueva visión del mundo. Pero si un día se alcanza, qué estúpidas nos van a parecer estas novelas que hoy admiramos, llenas de trucos infames, de capítulos y subcapítulos con entradas y salidas bien calculadas...
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Aquí, la búsqueda de una visión más alta está ya indisolublemente asociada a la búsqueda, fuera de los paradigmas occidentales, de una escritura con mayor calidad de real. Nuestro escritor sigue teniendo en mente la enorme distancia que continúa separándole, como una herida abierta, de su amigo Fredi. Y las dos obras metafísicas que ha escrito hasta el momento, por lo visto, no han servido para superarlo.
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Rayuela: una nueva estrategia textual
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En cambio, ese abismo habrá desaparecido o, mejor dicho, Cortázar  habrá saltado al otro lado de la brecha en septiembre de 1963. El día 24 de ese mes le escribe estas líneas a Fredi (la cursiva es mía):
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Valía la pena escribir Rayuela para que alguien como tú me dijera lo que me has dicho. Ahora empezarán los filólogos y los retóricos, los clasificadores y los tasadores, pero nosotros estamos del otro lado, en ese territorio libre y salvaje donde la poesía es posible y nos llega como una flecha de abejas, como me llega tu carta y tu cariño
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La etapa de búsqueda de nuestro escritor culmina con Rayuela. Con esta obra, por efecto de un salto inaudito, nuestro escritor cree haber alcanzado la misma altura de miras que desde mucho antes detentaba su amigo. Ni «El perseguidor» ni Los premios tuvieron esa misma virtud; pero ¿cuál es el factor diferencial de la nueva obra, frente a las otras dos? Dicho de otro modo: ¿Qué es lo que faculta a Rayuela para superar los paradigmas literarios de su época, hasta adquirir un valor realmente trascendente?
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La respuesta habrá que buscarla en aquellos aspectos que la nueva obra presenta de un modo original. Los principales, según la visión común de la obra, serían la doble posibilidad de lectura, la teoría de los dos lectores, y, también, las características propias de la lectura salteada, a saber, fragmentariedad y discontinuidad. Pero si estos elementos llegan a tener algún valor metafisico es por su dependencia de otro rasgo, uno que solamente ha sido contemplado por la Teoría del Entusiasmo: una estrategia textual basada en la ocultación
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Aunque no se trata de una ocultación sin más, como si de un simple juego se tratase. Esta ocultación pretende convertir al lector en un auténtico perseguidor, e investir al autor como guía o chamán. En otras palabras, se trata de una ocultación con propósito iniciático: el lector debe buscar lo oculto para llegar a revivir cierto estado no ordinario de conciencia, previamente visitado por el autor. Para ilustrar esta cuestión, habida cuenta de los múltiples argumentos ya contemplados en este blog desde su inicio, bastarán ahora unos breves extractos de Rayuela
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[el autor, al lector,] le da como una fachada, con puertas y ventanas detrás de las cuales se está operando un misterio que el lector cómplice deberá buscar (de ahí la complicidad) y quizá no encontrará (de ahí el copadecimiento) (cap. 79)
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Lo que el autor de esa novela haya logrado para sí mismo, se repetirá  (agigantándose, quizá, y eso sería maravilloso) en el lector cómplice (cap. 79)
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Pero ¿quién está dispuesto a desplazarse, a desaforarse, a descentrarse, a descubrirse? (cap. 97)
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¿De dónde provino esta idea, insólita en la producción cortazariana, y ajena a las fuentes, ya fuesen metafísicas o literarias, de las que había bebido el autor hasta el momento? Tal como ya anunciamos anteriormente, Cortázar debió hallarla en el doble manantial de las obras de Gurdjieff y de Corbin, que a su vez describen cierta concepción del arte propia de antiguas religiones del continente asiático. Ambos autores aparecen mentados por primera vez, dentro de todo lo escrito por nuestro escritor, en el texto de su principal obra. Antes de Rayuela, Cortázar no trabajó en ningún momento con la idea de ocultación, ni mencionó tampoco en ningún momento a ninguno de esos dos autores; cabe deducir de ello que nuestro autor sacó de los mismos la idea de escribir un libro oculto e iniciático. Dicho de otro modo: ellos son la causa formal de Rayuela.
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22 de septiembre de 2016

«Rayuela» y Gurdjieff (5)

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La causa formal de Rayuela
1. La crisis
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«Es posible pensar durante mil años; es posible escribir bibliotecas enteras, inventar millones de teorías, y todo esto en el sueño, sin ninguna posibilidad de despertar. Por el contrario, estas teorías y estos libros escritos o inventados por dormidos simplemente tendrán como efecto arrastrar a otros hombres al sueño, y así sucesivamente»
Ouspensky, Fragmentos...
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Desde los eleatas hasta la fecha el pensamiento dialéctico ha tenido tiempo de sobra para darnos sus frutos. Los estamos comiendo, son deliciosos, hierven de radioactividad. Y al final del banquete, ¿por qué estamos tan tristes, hermanos de mil novecientos cincuenta y pico?
Cortázar, Rayuela
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Hasta finales de 1950, Julio Florencio Cortázar era un adorador de la diosa Belleza; por algo tenía a Keats y Mallarmé como principales referentes. Sus 36 años de vida habían transcurrido mayormente entre los libros que leía (innumerables) y los que escribía (poesía, teatro, cuento, novela), así como en la intensa fruición de la música, el cine o la pintura. Sus vivencias más hondas y estimulantes procedían casi siempre del ámbito artístico. En carta a Luis Gagliardi, en septiembre de 1939, comenta así las impresiones vividas en un concierto:
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Los helenos hablaban de la “manía”, de la comunicación del dios en el hombre a través del acto creador y de la inspiración que determinaba ese acto. Cada vez que yo, inclinándome sobre el antepecho del teatro, he mirado a un pianista o a un director en el acto mismo de recrear la música, he sentido como si algo de sagrado se transmitiera por ellos a mí. Dios no está sólo en las iglesias; y yo me atrevería a afirmar que Él prefiere por ministros a los grandes creadores de belleza (Cartas 1937-1954, Buenos Aires, Alfaguara, 2012 p. 59)
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Esta devoción suya por lo estético lo llevó a una concepción aristocrática y elitista de la existencia, tal como podemos ver en esta otra carta de 1940, dirigida ahora a Mercedes Arias (la cursiva, en el original):
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el hombre del siglo XX –como masa– sigue siendo exactamente tan imbécil y miserable como bajo los Césares y los Alejandros. [Pretendo] sostener que el cristianismo no ha servido para nada, y que nosotros, la minoría culta, alejada del dinero y la ambición, con fines sublimados (arte, poesía, Dios, qué sé yo) haríamos muy bien en permanecer alejados de toda milicia, de toda participación (íd., p. 91)
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Pero esta visión de las cosas sufrió un duro revés cuando un amigo suyo, Alfredo (Fredi) Guthmann, poeta y aventurero, al que nuestro escritor admiraba y respetaba, envió una carta desde la India.
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Me cuesta encontrar palabras…
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Guthmann acababa de tener una experiencia de iluminación tipo samadhi en el curso de una estadía con su esposa Natacha en el ashram de Ramana Maharshi. No se ha conservado el relato de esa experiencia, enviado en carta a una tal Susana Weil y dirigida al grupo de amigos en que se integraba Cortázar; pero sí tenemos la respuesta que éste último le remitió, y que marca el inicio de una relación muy estrecha entre ambos hombres. En esta misiva, fechada en enero de 1951, nuestro escritor le confiesa a su amigo la profunda impresión que le ha causado su relato:
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Me cuesta encontrar palabras para decirle lo que significó para mí su carta a Susana. Si puede creer algo de mí, es que la leí con toda la pureza y toda la receptividad posible; con todo el deseo de que la carta hiciera por mí lo que usted deseaba que hiciera por todos nosotros. Sólo que, Fredi, estoy muy lejos, y no sé todo lo que sabe usted, y no merezco lo que merece usted. (…) Su experiencia, esa admirable experiencia que su carta cuenta como solamente un poeta puede hacerlo, es la experiencia que alcanza aquel que agotó plenamente los frutos previos (…) ¿Y qué somos nosotros, los que recibimos su carta, los destinatarios de su carta? No puedo hablar ni por Susana ni por los demás; sólo por mí, sólo por este saco de huesos que ama la vida y le sale al encuentro en su pequeña dimensión sudamericana, en su mínima dimensión de literatura y de arte y de amor y de tiempo (ídem, p. 315)
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Las diferencias entre este fragmento y los dos que veíamos más arriba son enormes; de hecho, un abismo las separa. Para empezar, el tono es completamente distinto: si antes veíamos a un Cortázar exultante y pagado de sí mismo, ensoberbecido, ahora nos encontramos ante un individuo discreto y humilde, fuertemente consciente de su pequeñez. De la anterior «minoría culta» se pasa ahora al «no merezco lo que merece usted». Pero no es solo la persona lo que ha caído de un pedestal; también sus circunstancias han sufrido el mismo descenso. Lo que antes era la viva expresión de la divinidad, la Belleza, se ha convertido de repente en una «mínima dimensión de literatura y de arte». ¿Qué ha ocurrido aquí?
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La clave está en la clase de experiencia vivida por Guthmann en la India: una experiencia auténticamente trascendente, por la cual el amigo de Cortázar conoció una dimensión de la realidad –la Realidad con mayúscula– que no sólo se situaba infinitamente por encima del mundo artístico y estético que para el autor de Presencia constituía la cima del espíritu humano, sino que además reducía el valor de ese mundo prácticamente hasta la vacuidad. El Arte y la Belleza idolatrados por Cortázar quedaban relegados al mismo rango de ilusión o irrealidad que podía tener cualquier «milicia» de las que nuestro escritor desdeñaba hasta entonces. La visión del mundo de Cortázar, su escala de valores, entraba así en crisis.
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Por lo que yo sé, los biógrafos de nuestro escritor no han valorado debidamente el alcance de esta debacle, si es que le han prestado alguna atención. La relación de Cortázar con Guthmann, la verdadera amistad que empieza a partir de enero del 51, nutriéndose primero de cartas y después de largas conversaciones en las noches de París, constituye una especie de punto muerto en la visión de los entendidos. Por contra, yo voy a insistirr en ello, repitiendo lo que ya traté en otra ocasión y ampliándolo, pues considero este asunto como un momento determinante en la trayectoria del escritor; para mí, aunque nos hallemos a siete años vista del comienzo de Rayuela, esta crisis inicia el camino que conduce hasta tal obra. Por consiguiente, se constituye también como el fermento del terreno en el que van a cobrar sentido las enseñanzas sobre arte de Gurdjieff. 
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En conversación con Ernesto González Bermejo, muchos años después, Cortázar parece confirmar el proceso que venimos describiendo, incluyendo una fúnebre validación de la hondura de su crisis:
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¿Cómo fue ese choque con Europa, con París?
Esos tres años en París, entre 1951 y 1953, son años catalizadores, años en que se da una especie de coagulación de mi experiencia precedente en Argentina. (…)
Es Rayuela; un gran exorcismo
El súper exorcismo; si yo no hubiera escrito Rayuela, probablemente me habría tirado al Sena
(E. González Bermejo, Conversaciones con Cortázar, Barcelona, Edhasa, 1978, p. 12)
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Su realidad sobrepasa infinitamente la mía…
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Las revelaciones de Guthmann no fueron flor de un día; su onda expansiva se prolongó largo tiempo en el espíritu de Cortázar. En julio del mismo 1951, todavía desde Buenos Aires, le escribe a su amigo una carta que se mantiene en los mismos términos que la anterior; «comprendo de sobra –dice al principio– que su realidad de hoy sobrepasa infinitamente la mía». Nuestro escritor sigue instalado, pues, en el mismo sitio: muy por debajo. Y sus circunstancias, también; unas líneas más adelante vemos cómo palidece el antiguo ídolo, Keats, ante el fulgor del «plano trascendente» en que ahora habita Fredi:
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Seguro estoy, después de seis meses de trabajar noche a noche sobre los textos keatsianos, sobre mis recuerdos, sobre mis “iluminaciones”, que no tengo de la realidad más que una idea provisoria y lamentable como la tenía el mismo Keats (…) No importa, Fredi; mucho es ya saber que esa realidad está ahí, del otro lado. Quizá un día se rompan las compuertas, como se han roto en usted, que está andando por el camino largo (Cartas 1937-1954, ed. cit., p. 321)
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Poco después de esto, Cortázar viaja a París para establecerse ahí definitivamente. En la capital francesa va a coincidir con Guthmann, y durante unos meses seguirá recibiendo su poderoso influjo, ahora presencialmente. No sabemos el contenido concreto de las conversaciones que sostuvieron, pero nuevamente tenemos testimonio del efecto que produjeron en Cortázar. El 3 de marzo de 1952, exactamente un año y dos meses después de la primera carta, nuestro escritor muestra hasta qué punto sigue perturbándole lo que su amigo le transmite:
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Creo que estarás contento por mí si te digo que acabo de pasar una mala noche. Una de esas noches de revisión, de bilan, de preguntarse cosas, de ver qué pequeñas y mezquinas son las respuestas. No he ido más allá de eso, pero me da la medida de lo que fue nuestra conversación de anoche. No había palabras para decírtelo, pero a cada cosa que tú decías o me leías, yo notaba fríamente en mí la resistencia casi demoníaca de un orden ya cerrado, construido, que teme perder su comodidad y su rutina, y se subleva ante la palabra nueva, ante la Noticia. Ahora sé por qué esa hora y media de charla me ha fatigado tan terriblemente. La noche que acabo de pasar (con los sueños más increíbles) me da la justa medida del combate que lo Viejo y lo Nuevo han librado en mí. Hoy me siento como podría sentirse un campo de batalla: sucio, pisoteado, lleno de muertos y lamentaciones. Pero también sé que uno de mis dos ejércitos ha vencido. Sólo que no sé cuál. Realmente no lo sé, Fredi (ídem, pp. 355-356)
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A la vista del largo recorrido creativo que Cortázar desplegará a partir de este momento, resulta posible para nosotros solventar esas dudas que expresa en la carta. Por un lado, si bien Fredi, por efecto de su experiencia, abandonó definitivamente la escritura, Cortázar, por su parte, continuó entregándose plenamente y sin fisuras a su vocación. Quizá sea precisamente eso a lo que alude en su carta: lo viejo sería aquí, invirtiendo el orden propio de una mirada objetiva, tanto su vocación escritural como las formas modernas de arte, mientras que lo nuevo sería ese sistema de creencias con miles de años de antigüedad que él había conocido ahora con cierta profundidad por mediación de su amigo. Cortázar siguió escribiendo literatura, en efecto; pero ¿significa esto que finalmente venció «lo Viejo»?
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No necesariamente. Viendo cómo se transformó la escritura de Cortázar, los rumbos nuevos que siguió, más bien cabe deducir que «lo Nuevo» se convirtió para él en un nuevo horizonte al que dirigirse y que le impelía a transformar «lo Viejo» de un modo decisivo. Los primeros síntomas de esta nueva orientación se dieron muy pronto, en el mismo 1951, con la adquisición de lecturas con carácter metafísico. Ya en la misma carta de julio del 51 –aquella donde Cortázar hablaba de sus pálidas ‘iluminaciones’– podemos ver cómo es el mismo influjo de Guthmann lo que estimula inicialmente esas lecturas:
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Le agradezco sus deseos de que me informe de la literatura del budismo a través de Suzuki, y también de la obra de Chuang Tzu. (...) Sólo por pereza, por esa fidelidad ciega a lo occidental, me he abstenido de leer las obras de los místicos y los pensadores orientales; sé de sobra que hago mal.
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A la figura de Suzuki (que luego encontraremos mentada en Rayuela) se van a añadir otras del mismo estilo: Mircea Eliade, Roger Godel, Carl Gustav Jung… Unas lecturas que van a participar en ese cambio de rumbo que veremos primero plasmado en «El perseguidor», después en Los premios, y finalmente en la mayor obra de nuestro escritor.
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Pequeño manual del futuro neófito
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¿Cabría sumar aquí también las lecturas de Gurdjieff y de su discípulo Ouspensky? No hay ninguna constancia de ello. Suzuki, Eliade y Jung aparecen mencionados en la correspondencia del escritor, siempre en los años posteriores al 51; a su vez, el libro de Godel, adquirido por Cortázar en 1952, está conservado en la Biblioteca; otro autor de suma importancia para nosotros, Henry Corbin, también se halla representado en la Biblioteca, aunque con una obra adquirida bastante más tarde, en 1961. Por el contrario, ya sabemos que tanto Gurdjieff como Ouspensky no aparecen ni en la correspondencia, ni en la Biblioteca, ni en las obras publicadas. Su figura no aparece hasta 1963, con la mención del capítulo 65 de Rayuela.
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Así pues, Gurdjieff aparecerá mucho más tarde. No obstante, sin saberlo ni quererlo, anticipándose a esa lectura, Cortázar satisfacía con su crisis un importante requisito para acceder a las enseñanzas del maestro armenio. Fijémonos en lo que dice el Maestro de Danzas, en el capítulo 12 de los Fragmentos de Ouspensky, cuando le preguntan «¿Cómo se puede reconocer a las personas capaces de venir al trabajo?»:
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Para acercarse a esta enseñanza de forma seria es necesario haber estado anteriormente desilusionado, es necesario haber perdido toda confianza, ante todo en uno mismo, es decir, en las propias posibilidades, y, por otra parte, en todos los caminos conocidos. Un hombre no puede sentir lo más valioso de nuestras ideas si no ha sido desilusionado por todo lo que hacía y todo lo que buscaba. Si era un hombre de ciencia, es necesario que la ciencia lo haya desilusionado. Si era devoto, es necesario que la religión lo haya desilusionado. (...) Y así sucesivamente. Pero comprendan bien; digo, por ejemplo, que un devoto debe haber sido desilusionado por la religión. Esto no quiere decir que haya perdido la fe. Al contrario. Esto significa que ha debido ser “desilusionado” solamente por la enseñanza religiosa ordinaria y sus métodos. Entonces él comprende que la religión, tal como nos es dada ordinariamente, no basta para alimentar su fe y no lo puede llevar a ninguna parte (Fragmentos de una enseñanza desconocida, Madrid/Caracas, Gaia/Ganesha, 2012, p. 354)
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¿Acaso no encaja esto con la etapa cortazariana de crisis que hemos descrito más arriba y sus consecuencias? Una paráfrasis del parlamento de Gurdjieff nos ayudará a verlo de ese modo: antes de 1951 Cortázar era un literato, un convencido escritor, y la literatura le desilusionó; pero no perdió su fe, al contrario, sino que comprendió que la literatura, tal como se entendía en aquellos tiempos, no bastaba para saciar la sed de su espíritu. Podemos decir entonces que la crisis motivada por el influjo de Fredi Guthmann convirtió a Cortázar en una persona capaz de «ir al trabajo» que propugnaba el fundador del Cuarto Camino.
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11 de mayo de 2012

El Almotásim de Rayuela (3ª parte)

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La crisis de Cortázar (recapitulación)

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La influencia que Fredi Guthmann ejerció sobre Cortázar, tras la estadía del primero en el ashram de Ramana Maharshi, provocó una crisis en la personalidad creativa del escritor; es decir, en su vida entera. «Si yo no hubiera escrito Rayuela –confesaba el escritor, muchos años después, a González Bermejo– probablemente me habría tirado al Sena». Esa peregrina idea de tirarse al río debió surgir ya a finales de 1950 con la lectura de una carta remitida a Susana Weil por Guthmann, todavía desde la India, que generó una súbita devaluación de los valores hasta entonces vigentes para Cortázar: «este saco de huesos –dice el escritor, refiriéndose a sí mismo, al responder a esa carta en enero de 1951que ama la vida y le sale al encuentro en su pequeña dimensión sudamericana lo sudamericano se hace pequeño con respecto a la experiencia mística de Guthmann; pero lo novedoso e importante es lo que sigue, en su mínima dimensión de literatura y de arte y de amor y de tiempo». ¡La literatura y el arte, centros vitales de la existencia de Cortázar, reducidos de repente a una mínima dimensión!

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Esta misma devaluación debió ser lo que perturbó el sueño de Cortázar, todavía un año después, tras una charla con el mismo Fredi Guthmann:

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Ahora sé por qué esa hora y media de charla me ha fatigado tan terriblemente. La noche que acabo de pasar (con los sueños más increíbles) me da la justa medida del combate que lo Viejo y lo Nuevo han librado en mí. Hoy me siento como podría sentirse un campo de batalla: sucio, pisoteado, lleno de muertos y lamentaciones. Pero también sé que uno de mis dos ejércitos ha vencido. Sólo que no sé cuál. Realmente no lo sé, Fredi. (…) No sé lo que pasará, porque la batalla es dura y yo me he conformado hasta hoy con lo que tenía y alcanzaba. Pero el hecho de que haya una batalla te prueba (y me prueba) que nuestro encuentro de anoche no ha sido inútil ni estéril. Quisiera que me creas digno de seguir escuchándote.

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Esto último fue escrito en marzo de 1952; y habrá que esperar más de diez años para que finalmente Cortázar se sienta completamente digno de conversar con su amigo. Estas otras líneas están fechadas el 24 de septiembre de 1963:

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Fredi, nada podría haberme dado más felicidad que esas líneas tuyas, donde está todo dicho. Valía la pena escribir Rayuela para que alguien como tú me dijera lo que me has dicho. Ahora empezarán los filólogos y los retóricos, los clasificadores y los tasadores, pero nosotros estamos del otro lado, en ese territorio libre y salvaje donde la poesía es posible y nos llega como una flecha de abejas, como me llega tu carta y tu cariño.

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Las implicaciones de esto son muy claras: tras escribir Rayuela, Cortázar se siente por fin elevado hasta la misma altura de miras detentada desde 1950 por su amigo místico. Con su nueva obra, el escritor ha atravesado la frontera que separa a «los filólogos y retóricos», de un lado, y ese privilegiado lugar donde la poesía «llega como una flecha de abejas», por el otro. Nada podía haberle dado más felicidad, según dice él mismo: y por todo ello, podemos pensar, ya no hay ninguna necesidad de tirarse al Sena. Su crisis ha llegado a término.

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Es la escritura de Rayuela lo que le ha procurado ese provecho. No lo habían hecho ni «El perseguidor» ni Los premios, las otras dos obras metafísicas de Cortázar. Así pues, algo debe haber en Rayuela, y sólo en Rayuela, que confiera a la obra de Cortázar un valor añadido, un nuevo coeficiente que eleve definitivamente su trascendencia metafísica y que por fin le permita presentarse como un igual ante un discípulo de Ramana Maharshi. Ese valor añadido no puede ser otra cosa que la cuestión del «estado de gracia».

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Sri Ramana y la gracia

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26-10-1945

Mañana

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Bhagaván me dijo que una mañana, cuando estaba sentado en la galería en la caverna Virupaksha, ciertas palabras vinieron a él muy insistentemente, pero no las prestó especial atención. Parece que ocurrió lo mismo a la mañana siguiente también. Entonces Bhagaván compuso la primera estrofa de «Once Versos sobre Arunachala». A la mañana siguiente las palabras de comienzo de la segunda estrofa vinieron a él similarmente y compuso la segunda estrofa; y de ese modo la cosa continuó cada día, hasta que las dos últimas estrofas fueron compuestas en un día. Ese día, después de componer las dos últimas estrofas, al parecer Bhagaván emprendió giri pradakshina (ir alrededor de la colina). Uno de sus discípulos, Aiyaswami, trajo un trozo de papel y lápiz y dijo a otro discípulo que iba con Bhagaván: «Bhagaván ha estado componiendo una estrofa cada mañana durante algunos días, y hoy ha compuesto dos estrofas. Pueden venirle más hoy. En caso de que así sea, lleve este papel y lápiz con usted, de modo que puedan ser registradas igualmente». Y de camino alrededor de la colina Bhagaván de hecho compuso las primeras seis estrofas de «Arunachala Ashtakam» (Dïa a día con Bhagaván, ed. cit., p. 25)

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«Pueden venirle más hoy…»; o pudieron, por la misma (sin)razón, no venirle. El proceso generador de esos poemas de Ramana Maharshi, tal como queda descrito por A. Devaraja Mudaliar, no dependía en absoluto de la voluntad creativa del santo hindú, sino que se hallaba supeditado al dictado de un misterioso flujo inspirador. Contrastemos esta cuestión con el proceso creador de Rayuela, tal como su autor nos lo describe en el capítulo 82:

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¿Por qué escribo esto? No tengo ideas claras, ni siquiera tengo ideas. Hay jirones, impulsos, bloques, y todo busca una forma, entonces entra en juego el ritmo y yo escribo dentro de ese ritmo, escribo por él, movido por él y no por eso que llaman el pensamiento y que hace la prosa, literaria u otra. Hay primero una situación confusa, que sólo puede definirse en la palabra; de esa penumbra parto, y si lo que quiero decir (si lo que quiere decirse) tiene suficiente fuerza, inmediatamente se inica el swing, un balanceo rítmico que me lleva a la superficie, conjuga toda esa materia confusa y el que la padece en una tercera instancia clara y como fatal: la frase, el párrafo, la página, el capítulo, el libro. Ese balanceo, ese swing en el que se va informando la materia infusa, es para mí la única certidumbre de su necesidad, porque apenas cesa comprendo que ya no tengo nada que decir.

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Cualquier parecido entre el capítulo 82 de Rayuela y la página 25 del diario del ashram de Ramana Maharshi no es una mera casualidad. Cortázar entra en el trance creativo con el swing, con su «balanceo rítmico»; y podemos pensar que sri Ramana, a su vez, se hallaba siempre disponible a lo infuso por su permanente condición de mukti. Ambos, tanto el primero como el segundo, conectaban con una fuente supraconsciente de la que manaban la forma y el sentido de lo creado. Se trata de algo ya conocido por nosotros: el estado de gracia.

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La noción de swing y sus circunstancias son familiares para el lector de Cortázar. Tanto el swing como el estado de gracia, sin ser exactemente lo mismo, describen dos aspectos complementarios dentro de un mismo proceso; y si bien ambos pueden aplicarse tanto a los relatos de nuestro escritor como a Rayuela, sólo se los menciona, sin embargo, a partir de la redacción de la mayor obra de Cortázar. En todo caso, ¿sabemos desde cuándo forman parte de su poética? Yo no he encontrado ninguna referencia a la cuestión con anterioridad a Rayuela. En 1947 Cortázar escribió la Teoría del túnel, uno de sus principales escritos teóricos, y que para muchos de sus críticos (entre ellos cabe citar a Yurkievich, Alazraki y Sosnowski) constituye prácticamente el programa de la obra novelística de nuestro escritor (Divertimento, la primera novela conservada, es de 1949); pero en ese ensayo no aparecen el swing ni el estado de gracia por ninguna parte, ni nada que se le parezca. En cambio, con posterioridad a Rayuela, ambos términos aparecen mencionados con frecuencia en sus entrevistas como elementos importantes –decisivos, mejor dicho– de su poética. En la mayor parte de esas ocasiones, ciertamente, se alude a ellos en relación a la creación de los cuentos; pero ello sucede, en realidad, con un carácter retroactivo. Recordemos, precisamente, que Cortázar usa por primera vez el término «estado de gracia» en su entrevista con Luís Harss, publicada en 1966, y si bien lo hace en primer lugar en relación con los relatos, un poco más adelante, en esa misma entrevista, el propio escritor da cabida al trasvase directo de lo mismo a la creación de Rayuela (cfr. «El estado de gracia y Rayuela (I): Luís Harss», en este blog, 11/8/2011). Lo mismo sucede con el swing, aunque siguiendo el orden inverso, ya que este otro término aparece mencionado en primer lugar en y para Rayuela, y luego, en diversas entrevistas, resulta también aplicado a la creación de los relatos. También es cierto que antes de Rayuela no se le hicieron entrevistas a Cortázar; de modo que no podemos saber hasta qué punto esa frecuente mención al swing aplicada específicamente a los relatos no constituye en realidad una elaboración posterior del autor, producto de su meditación sobre la propia labor creativa, y tomando ya Rayuela como referente. Sea como sea, también debemos tener en cuenta que la implementación tanto del swing como del estado de gracia en una obra tan vasta como es Rayuela no constituye, con respecto a los relatos cortos, una diferencia meramente cuantitativa, de tamaño de las obras, sino también cualitativa; en Rayuela todo ello adquiere una dimensión trascendente –en un sentido fuerte del término– que no tenía en los cuentos.

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Pero volvamos al asunto que venimos persiguiendo: ¿está cifrada en el estado de gracia la influencia de Ramana Maharshi sobre Cortázar? Quizá sí; pero todavía no estamos en condiciones de afirmarlo de un modo categórico. Antes de hacerlo, debemos contemplar el asunto desde unas nuevas perspectivas, más allá de su relación con la creación literaria. Al fin y al cabo, lo que acabamos de ver más arriba no difiere significativamente de cierta fenomenología de la creación artística; los dos textos transcritos al comenzar este apartado no hacen más que describir dos casos particulares de inspiración literaria, tal como se la concibe, por lo menos, desde los presupuestos de una poética romántica. Para ir más allá, debemos dejar a un lado esta fenomenología de la creación y centrarnos mayormente en una fenomenología de la gracia.

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La gracia es algo que pertenece al Misterio. Hablar de ella no sirve prácticamente de nada; pero de menos sirve, todavía, actuar como si no existiera. Ello es así, por lo menos, para el caso que nos ocupa, pues si queremos elucidar cuál puede ser la influencia de sri Ramana sobre Cortázar, y si queremos entender también de dónde sale un libro como Rayuela, debemos contemplar la Gracia como algo real y efectivo. Hagamos como el profesor Sogol, y consideremos el problema resuelto desde buen principio (es decir: la gracia, con sus implicaciones ontológicas y metafísicas, con sus mecanismos enigmáticos, es algo real, existe), y desde ahí vayamos desgranando las consecuencias. También debemos recurrir para nuestro propósito, tal como parece ser necesario, a lo que Keats llamaba «capacidad negativa», y que tan bien describe Wladimir Weidlé:

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La Capacidad Negativa es el don de permanecer fiel a una certeza intuitiva que el razonamiento desecha y que el buen sentido no admite; de conservar un modo de pensar que no puede sino parecer insensato e ilógico desde el punto de vista de la razón y de la lógica, pero que desde un punto de vista más profundo podría revelarse como superior a la razón y trascender la lógica del pensamiento conceptual... El artista debe poder contemplar el universo y cada una de sus partes, no en un estado de diferenciación, de desintegración analítica, sino en la unidad primera del ser... (citado por Cortázar en Imagen de John Keats, Madrid, Santilllana, 1996, p. 110)

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Acudamos, por fin, a un campeón de la Gracia: pues este misterioso asunto tiene una gran importancia en el marco de las enseñanzas espirituales de Ramana Maharshi. Sus declaraciones sobre la Gracia son frecuentes, ya que sus discípulos, intrigados, le preguntan una y otra vez al respecto. Las respuestas son a veces descorazonadoras, por lo imposible; otras esperanzadoras, por lo simple; en ocasiones parecen contradecirse. En cualquier caso, dejemos hablar al santo hindú:

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El Señor, cuya naturaleza es Gracia, no tiene que otorgar su Gracia, y tampoco hay ningún momento particular para que otorgue su Gracia (Enseñanzas espirituales, ed. cit., p. 45)

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Bhagaván también estuvo de acuerdo con el escritor cuando decía que para ver a Dios, la Gracia del gurú es necesaria, para la cual de nuevo la anugraha (Gracia) de Dios es necesaria, la cual a su vez, solo podía ser tenida por upasana.

[Upasana: Contemplación de una deidad o palabra o sílaba como Om] (Ee, p. 114)

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-¿Qué es lo que distingue la gracia del Guru?

-Está más allá de palabras e ideas.

-Si es así, ¿cómo puede decirse que el discípulo se da cuenta de su verdadero estado por la gracia del Guru?

-Es como el elefante que se despierta cuando ve un león en sueños. Así como el elefante se despierta simplemente con ver al león, así también es cierto que el discípulo despierta del sueño de la ignorancia de la vigilia del verdadero conocimiento por mediación de la benévola mirada de gracia del Guru.

-¿Cómo, entonces, algunas personas alcanzaron el conocimiento sin tener un Guru?

-Ante algunas personas mayores el Señor resplandece como la luz del conocimiento y les imparte el saber de la verdad. (Ee, pp. 37-38)

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Sri Ramana habla tanto de la Gracia de Dios como la del gurú, que para un espectador profano pueden parecer algo exterior a uno mismo; pero no olvidemos que para la doctrina advaita ambos, tanto Dios como el gurú, son sólo aspectos del Sí-mismo y pueden hallarse en el interior de cada uno, a través de la auto-indagación. La Gracia, por lo tanto, no deja de ser también algo que proviene, en el fondo, de uno mismo:

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Visitante: «En la práctica efectiva encuentro que no soy capaz de tener éxito en mis esfuerzos. A menos que la gracia de Bhagaván descienda sobre mí, no puedo tener éxito».

Bhagaván: «La gracia del gurú está siempre ahí. Usted imagina que es algo, en alguna parte arriba en el cielo, lejana, y que tiene que descender. Está realmente dentro de usted, en su corazón, y en el momento (por cualquiera de los métodos) en que usted efectúa la submersión o disolución de la mente en su fuente, la gracia fluye, brotando como de una fuente, desde dentro de usted» (Dd, p. 24)

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Los mecanismos por lo que resulta posible obtener la Gracia resultan de lo más controvertidos. ¿De qué depende su posibilidad? ¿Sirven de algo los méritos, los esfuerzos hechos para lograrla? Las respuestas de sri Bhagaván arrojan tantas luces como sombras:

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¿Cómo puedo obtener la Gracia?

La Gracia es el Sí-mismo. Tampoco eso ha de adquirirse: lo único que necesitas es saber que existe.

(…) Tú estás rodeado por la luz del sol, pero si quieres ver el sol, debes volverte en dirección de él para mirarlo. También así la Gracia, aunque esté aquí y ahora, se encuentra si te acercas a ella en la forma adecuada. (Ee, pp. 102-103)

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«La entrega no es una cosa fácil. Aniquilar al ego no es una cosa fácil. Es sólo cuando Dios Mismo por Su Gracia atrae a la mente hacia dentro, que la entrega completa puede ser obtenida. Pero tal gracia viene sólo a aquellos que, en esta vida o en vidas anteriores, ya han pasado por todas las luchas y sadhanas preparatorios a la extinción de la mente y aniquilación del ego». (Dd, p. 160)

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«Yo nunca pensé que iba a tener la buena fortuna de visitar a Bhagaván. Pero las circunstancias me han traído aquí y me encuentro en su presencia, y sin ningún esfuerzo por mi parte, estoy teniendo santi. Aparentemente, obtener paz no depende de nuestro esfuerzo. ¡Parece que viene sólo como el resultado de la gracia!» Bhagaván estaba en silencio. Mientras tanto, otro visitante comentó: «No. Nuestro esfuerzo también es necesario, aunque nadie puede hacerlo sin gracia». Después de algún tiempo, Bhagaván observó: «Mantra japa, después de un tiempo, lleva a un estado en que usted deviene Mantra maya, es decir, usted deviene eso cuyo nombre ha estado repitiendo o cantando. Primero usted repite el mantra con la boca; después lo hace mentalmente. Primero, usted hace esta dhyana con pausas. Más tarde, lo hace sin ninguna pausa. En esa etapa, usted se da cuenta de que hace dhyana sin ningún esfuerzo por su parte, esa dhyana es su naturaleza real. Hasta entonces, el esfuerzo es necesario». (Dd, p. 101)

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El extracto siguiente resulta especialmente pertinente para nuestros intereses, al mostrar algunos ‘dispositivos de actuación’ de la Gracia, por decrirlo de algún modo, que seguramente tuvieron su función en la composición de Rayuela, tal como parecen señalar ciertos comentarios de Cortázar sobre el hallazgo fortuito de algunos «Capítulos prescindibles» u otras partes integrantes de la obra, y que puede tener su importancia, también, en la lectura del Rayuela insólito: se trata de la aparición oportunísima de un texto, o de una respuesta en sueños, ante una pregunta formulada previamente (algo semejante, si no es lo mismo, a lo que William James llamaba «la vida guiada» en su libro sobre la experiencia religiosa);

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El Sr. Kundanlal Mahatani, de Karachi, que ha estado residiendo aquí durante unos ocho meses, pidió a Bhagaván upadesa directa, argumentando que todos los libros enfatizan que no puede obtenerse nada por nadie excepto con la ayuda de upadesa de un gurú y que, aunque él ha leído todas las instrucciones dadas por Bhagaván para la Auto-indagación y ha obtenido serenidad de mente donde Dios puede ser realizado como «yo», sigue sin saber cuál es el mejor método para él individualmente. Ésta no era la primera vez que hacía una petición semejante. Al menos dos veces antes, una en junio y otra vez en julio, él lo había hecho. Ni entonces ni ahora dio Bhagaván ninguna respuesta. El caballero estaba muy desalentado y preocupado por si no era apto para recibir alguna respuesta y si había cometido alguna ofensa por la que Bhagaván no quería responder.

Después, por la tarde, Bhagaván, en relación con algún otro asunto, aludió a un poema tamil y para mirar una traducción, el Sr. Mahatani tomó prestado mi cuaderno en el 24-8-1945. Como ocurre a menudo a los devotos, que indirectamente reciben las instrucciones necesarias, el Sr. Mahatani encontró en el cuaderno instrucciones que le satisfacían. Además, el 25-8-1945 sobre las 2 de la tarde, cuando estaba echando una siesta, tuvo una visión en su sueño en la que aparecía Bhagaván y citaba un sloka sánscrito e interpretaba su significado como: «No hay mejor karma o bhakti que la indagación en el Sí mismo». (Dd, p. 14. Las cursivas son mías)

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Tal como podemos observar, la respuesta de sri Ramana era muchas veces el silencio. El silencio también tiene su protagonismo en relación con la Gracia, y resulta interesante para nosotros, además, cuando pensamos en la calidad «silenciosa» del Rayuela insólito (no está de más recordar aquí el verso de Keats, tan admirado por Cortázar: Si oídas melodías son dulces, mas lo son las no oídas…):

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Pregunta: Bhagaván dice: «La influencia del jñani penetra dentro del devoto en silencio». Bhagaván dice también: «El contacto con grandes hombres, almas exaltadas, es un medio eficaz de realizar el ser verdadero de uno».

Bhagaván: Sí. ¿Cuál es la contradicción? El jñañi, los grandes hombres, las almas exaltadas, ¿hace él (el Doctor) diferencia entre éstos?

A esto yo dije: «No».

Bhagaván: El contacto con ellos es bueno. Ellos operarán por medio del silencio. Al hablar, su poder se reduce. El silencio es más poderoso. El habla es siempre menos poderosa que el silencio. Así pues, el contacto mental es el mejor. (Dd, p. 110)

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«El contacto con grandes hombres, almas exaltadas…»; he aquí formulado, por el propio sri Ramana, el principio almotasímico que permitirá la transmisión en cadena de su Gracia, a través de Fredi Guthmann, hasta Julio Cortázar, y de éste al lector activo y cómplice –es decir, entusiasta– de Rayuela. Con esto nos hallamos muy cerca, ya, de clarificar cuál puede ser la influencia concreta de Ramana Maharshi sobre el escritor argentino.

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Un nuevo eslabón en la cadena

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Por lo que sabemos, Guthmann, recibió directamente la Gracia de sri Ramana. Cortázar habla de ello muy tempranamente, ya en la carta de principios de 1951:

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Entonces, Fredi, su revelación me llega como la luz de la luna; usted es la luna, recibiendo directamente la luz; y lo que me toca a mí es su carta con sus palabras, la luz de la luna para leer su carta.

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No podemos dejar de lamentar la pérdida irreparable de las cartas escritas por Guthmann a Cortázar; no obstante, las respuestas que le enviaba éste último nos suministran una información muy interesante sobre cuál era la orientación de sus conversaciones. Para fortuna nuestra, en octubre de ese mismo 1951, en una de sus cartas Cortázar reproduce –y literalmente, por lo que parece– unas palabras pertenecientes a una carta previa de Guthmann. El fragmento es muy pequeño, pero todavía más jugoso (las cursivas son mías):

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Je m’incline devant Celui, par la Grace de Qui… Qué hermoso, Fredi, y cómo al decirlo usted, al escribirlo, lo incorpora a mi mundo y a mi deseo. Sí, cuánto quiero hablar con usted, cómo necesito medir desde mi ignorancia esa experiencia a la cual su alma está entregada. En el centro mismo de lo occidental, en París, su proximidad me será –no es una frase– preciosa. Ojalá nos veamos, lo deseo profundamente.

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Ese pronombre «Celui», escrito con mayúscula por Guthmann… ¿no es de lo más probable que señalase a Ramana Maharshi? También podría referirse a Dios o al Sí-mismo, ciertamente; pero en todo caso, lo hace con la terminología de Maharshi, bajo su influencia y de acuerdo a sus presupuestos: «par la Grace de Qui…», nuevamente en mayúsculas… Por otro lado: Cortázar desea fervientemente el contacto directo con su amigo. «Cuánto quiero hablar con usted, cómo necesito medir desde mi ignorancia…» ¿No es esto en cierto modo equivalente a un «volverse en dirección al sol para mirarlo», tal como se describía más arriba, con palabras de sri Bhagaván, la necesaria predisposición a la Gracia? Tenemos aquí dibujado, con apenas unos trazos, el eslabonamiento Maharshi-Guthmann-Cortázar.

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Pocos días o semanas después, en cuanto se cumpla el deseo formulado por Cortázar de un contacto presencial con Guthmann, Cortázar va a ver con sus propios ojos, más allá de lo que ha podido captar a través de las cartas, cómo la influencia de Maharshi ha transformado a su amigo:

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Lo que puedo decirte (...) es que en ti veo la presencia viva de eso que tus palabras no alcanzan todavía –por mi enorme ignorancia– a mostrarme con claridad. Tú has vuelto de allá con ojos nuevos. Ya te lo dije anoche, y es cierto. Tu cara es la misma, pero te han cambiado la mirada. Tenías una mirada huyente, acechadora, analítica. Ahora miras y ves de una manera que mi propia mirada siente profundamente (carta del 3/3/1952)

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Guthmann se ha transformado en la Índia en una de esas «almas exaltadas» cuya mera presencia puede conmover y elevar el espíritu de otro hombre. Y ese otro hombre va a ser, en primera instancia, Julio Cortázar. Así pues, primero fue Ramana Maharshi, hombre grande, quien transformó a Fredi Guthmann; y luego fue éste el que transformó a su vez a Cortázar, generando en él un fuerte y novedoso anhelo de trascendencia. Este nuevo anhelo lanzó al escritor a la búsqueda de una nueva literatura que lo redimiese –a él y a su «mínima dimensión de literatura y de arte»–, desde la intrascendencia a la que se veía abocado por culpa del camino equivocado seguido desde siglos atrás por la cultura occidental, hasta una nueva altura en la que pudiera brillar nuevamente la dimensión trascendente de la existencia humana.

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Tuvieron que pasar trece años, desde finales de 1950, para que el escritor se sintiera digno de figurar a la misma altura que su amigo Guthmann. Ello se logró únicamente con Rayuela, y es que con esa obra –y sólo con ella– Cortázar se convirtió finalmente en shamán, tal como se autodenomina en el cap. 82, o en maestro Zen, tal como se representa a sí mismo en el cap. 95; o sea, en un alma exaltada capaz de traspasar la Gracia a sus congéneres, y de este modo transformarlos. La crónica de la crisis atravesada por Cortázar a lo largo de esos trece años se sintetiza entonces como su paso desde la condición de discípulo a la de maestro. Si Maharshi había sido un gurú para Guthmann, quien, a su vez, había sido un gurú para Cortázar, el único modo efectivo para este último de estar a la misma altura de Guthmann era la de convertirse él mismo en gurú para otros, insertándose en la cadena almotasímica por la que circulaba la Gracia del ser verdadero; y no ya como su fase terminal, sino como un nuevo eslabón al que otros después pudieran asirse. En Rayuela ya no se trata meramente de recibir la Gracia en forma de inspiración poética; se trata de ser capaz de transmitirla, como lo hace un maestro, a los lectores, para que ellos puedan también experimentarla:

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Posibilidad tercera: la de hacer del lector un cómplice, un camarada de camino. Simultaneizarlo, puesto que la lectura abolirá el tiempo del lector y lo trasladará al del autor. Así el lector podrá llegar a ser copartícipe y copadeciente de la experiencia por la que pasa el novelista, en el mismo momento y en la misma forma. Todo ardid estético es útil para lograrlo: sólo vale la materia en gestación, la inmediatez vivencial (transmitida por la palabra, es cierto, pero una palabra lo menos estética posible; de ahí la novela “cómica”, los anticlimax, la ironía, otras tantas flechas indicadoras que apuntan hacia lo otro) (…) Lo que el autor de esa novela haya logrado para sí mismo, se repetirá (agigantándose, quizá, y eso sería maravilloso) en el lector cómplice. (Rayuela, cap. 79)

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Lo que más importa en Rayuela, quizá lo único importante, es que el lector llegue a experimentar el misterioso «estado de gracia», generado por algo más que por la mera maestría literaria de su autor. De este modo, cabe concluir que la principal novedad de esta obra, con respecto a cualquier otra de Cortázar, proviene en último término de la indirecta influencia de Ramana Maharshi.

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Negarse a hacer psicologías y osar al mismo tiempo poner a un lector –a un cierto lector, es verdad– en contacto con un mundo personal, con una vivencia y una meditación personales... Ese lector carecerá de todo puente, de toda ligazón intermedia, de toda articulación causal. (…) pero, ¿quién está dispuesto a desplazarse, a desaforarse, a descentrarse, a descubrirse? (...) Por lo que me toca, me pregunto si alguna vez conseguiré hacer sentir que el verdadero y único personaje que me interesa es el lector, en la medida en que algo de lo que escribo debería contribuir a mutarlo, a desplazarlo, a extrañarlo, a enajenarlo (Rayuela, cap. 97)

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Cortázar expresó esto mismo, de un modo quizá más pedagógico, en una entrevista concedida a Sara Castro-Klaren en 1976 (“Julio Cortázar lector”, publicada en Cuadernos Hispanoamericanos, ns. 364-366, octubre-diciembre, 1980). Las cursivas son mías:

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Esto que estoy diciendo creo que empalma con tu pregunta con respecto a esa frase de uno de los personajes de Rayuela, que dice: «¿Para qué sirve un escritor si no puede destruir la literatura?». Esto hay que entenderlo como una paradoja, si querés. Es decir, cuando se habla allí de literatura, se está hablando justamente de la literatura no intuitiva, de la literatura únicamente basada en la cultura. Lo que yo podría llamar la literatura de herencia. Supongo que sabés muy bien, que conocés muy bien esos escritores que pueden escribir una obra bastante decorosa, pero que basta rastrear un poco para darse cuenta de que no contiene absolutamente nada de original, sino que es una habilidad estilística lograda escolarmente y experimentalmente, y luego apoyada en una serie de valores heredados y de ninguna manera en aperturas que aquí podemos calificar de destructivas en la medida en que son nuevas, en que ponen en crisis toda una manera de ver el mundo, toda una manera de concebir la relación entre los seres humanos, una especie de «disjunción», si existe la palabra, una especie de salir por la ventana en vez de salir por la puerta, o quizá salir por el espacio que existe entre la puerta y la ventana. Ese es el escritor que yo he tratado de ser y que quizá, en algunos momentos, he podido ser; acaso en algunos momentos de Rayuela, justamente.

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Para cierto lector (¿todo aquél que tuviese un auténtico anhelo de trascendencia, tal vez?), la lectura de Rayuela debía ser capaz de poner en crisis toda una manera de ver el mundo, tal como las enseñanzas de Guthmann habían puesto en crisis el mundo de Cortázar. Una crisis no producida por ningún discurso dialéctico, sino por la mediación del entusiasmo, por la irrupción de la Gracia, por el salto cognitivo hacia un estado superior del Ser. El lector de ese libro conservaría su misma cara, por supuesto; pero le habría cambiado la mirada. Y no en una dirección disolvente, hacia una disolución de la conciencia, tal como pretende Saúl Yurkievich, sino en dirección a una conciencia total y absoluta. Parafraseando al gran Ramana Maharshi, podemos decir que Cortázar concibió Rayuela como un texto exaltado, cuya lectura –la entusiasta, se entiende– podía ser un medio eficaz para realizar el ser verdadero del lector.

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