Elementos para una TEORÍA DEL ENTUSIASMO

La cara oculta de RAYUELA. Por Jorge Fraga

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19 de julio de 2016

Borrados (1)

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Para la Teoría del Entusiasmo, Cortázar escribió Rayuela en una doble contabilidad textual: como texto A, en la fachada, para los «lectores pasivos», tenemos una novelacomo texto B, en lo profundo, para los «lectores activos y cómplices», se esconde el libro oculto. La existencia de éste último –el «Disculibro» para Cortázar, el «Rayuela insólito» para nosotros– está anunciada por toda la obra en forma de alusiones e indicios, siempre más o menos ambiguos, siempre más o menos oscuros. Algunas pistas del mismo estilo figuran en los avant-textes de la obra (Manuscrito de Austin, Cuaderno de Bitácora, Capítulos Desestimados), pero luego no se incluyeron en el libro. Al leerlos, fácilmente puede deducirse que su ambigüedad era demasiado tenue para el umbral de dificultad que Cortázar se había autoimpuesto. Aquí los denominamos «borrados».
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La cabecera de Dumas
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Tras el Tablero de Dirección, Rayuela presenta tres citas distintas como encabezamiento: primero, para la totalidad del libro, aparece una cita de cierto abad llamado Martini (Y animado de la esperanza de ser particularmente útil a la juventud…); y luego, a continuación, otra de un tal César Bruto (Siempre que viene el tiempo fresco, o sea al medio del otonio…); por último, al principio de la primera parte, hallamos una breve cita del escritor Jacques Vaché ­Rien ne vous tue un homme comme d’être obligé de représenter un pays–.
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En el Manuscrito de Austin las cosas eran distintas; las citas de Martini y César Bruto no aparecían, y en lugar de la de Vaché figuraba el siguiente diálogo procedente de Los tres mosqueteros, sostenido entre d’Artagnan y el criado de Porthos:
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–Quel rapport le Nouveau Monde peut-il avoir avec les bouteilles qui sont sur ce secrétaire et sur cette commode?
–Patience, monsieur, chaque chose viendra à son tour.
–C’est juste, Mousqueton; je m’en rapporte à vous, et j’écoute.
–Cet Espagnol avait à son service un laquais qui l’avait accompagné dans son voyage au Mexique. (...) Nous aimions tous deux la chasse par-dessus tout, de sorte qu’il me racontait comment dans les plaines des pampas, les naturels du pays chassent le tigre et les taureaux avec des simples nœuds coulants qu’ils jettent au cou de ces terribles animaux. D’abord, je ne voulais pas croire qu’on pût en arriver à ce degré d’adresse, de jeter à vingt ou trente pas l’extrémité d’une corde où l’on veut; mais devant la preuve il fallait bien reconnaître la vérité du récit. (...) Je me livrai à cet exercice, et comme la nature m’a doué de quelques facultés, aujourd’hui je jette le lasso aussi bien qu’aucun homme du monde. Eh bien, comprenez-vous? Notre hôte a une cave très bien garnie, mais dont la clef ne le quitte pas; seulement, cette cave a un soupirail. Or, par ce soupirail, je jette le lasso; et comme je sais maintenant où est le bon coin, j’y puise. Voici, monsieur, comment le Nouveau Monde se trouve être en rapport avec les bouteilles qui sont sur cette commode et sur ce secrétaire”
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Alexandre Dumas, Les trois mousquetaires
Chapitre xxv
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Para la Teoría del Entusiasmo resulta fácil entender por qué Cortázar eligió este diálogo como cabecera de Rayuela; y también, igualmente, por qué acabó sustituyéndolo por algo distinto. La razón para lo primero estriba en que el contenido del diálogo se presta magníficamente a una analogía con la estructura del mayor libro de Cortázar. Las botellas de vino vacías, expuestas a la vista, representan la parte manifiesta del libro: la novela. A su vez, las botellas de vino llenas, ocultas en la bodega, representan los elementos textuales ocultos: el Rayuela insólito. Mousqueton representa aquí al lector activo y cómplice, capaz de rescatar, con sus habilidades hermenéuticas, el sentido que se esconde en lo profundo (ese «misterio que el lector cómplice deberá buscar», cap. 79)El respiradero («soupirail»), por su parte, representa las pistas e indicaciones dispuestas a lo largo del texto por Cortázar (esas «puertas y ventanas detrás de las cuales se está operando un misterio...»; cap. 79). Y la analogía puede estirarse hasta el potencial embriagador del vino, como representación metafórica del entusiasmo de un lector capaz de descubrir lo oculto («¿quién está dispuesto a desplazarse, a desaforarse, a descentrarse, a descubrirse?»; cap. 97); este entusiasmo, en tanto estado de conciencia distinto al ordinario, viene a ser entonces como un Nuevo Mundo 
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Nos encontramos, por lo tanto, frente a una ékfrasis. Vuelve a aparecer este término; y es que resulta obligado usarlo con frecuencia cuando se trata de Rayuela. Este recurso literario, recordemos, consiste, en su versión canónica, en la descripción verbal de una obra plástica, que adquiere el valor de metáfora de la obra en que se inserta. Nuestro escritor amplificó esta noción (cfr. el capítulo «Urna griega» en Imagen de John Keats), concediendo el mismo valor de metáfora descriptiva a cualquier objeto visto de manera estética, incluyendo también en ello, por supuesto, las citas literales de otros autores. Y este es claramente el caso de este fragmento de Los tres mosqueteros, cuyo contenido es una metáfora descriptiva de Rayuela.
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Pero ¿por qué razón acabó suprimiéndolo? Aquí podemos reconocer, y de una manera privilegiada, los procesos mentales que regían la escritura de la obra. Tengamos presente que Cortázar trataba de ocultar algo –un libro entero– a la mirada del lector común, al mismo tiempo que dejaba pistas para permitir el acceso del lector activo. Cabe suponer que los límites entre ocultación y mostración, entre lo que podía decirse y lo que no, fueron en su momento objeto de una cierta oscilación. Así, en un primer momento, el diálogo entre d’Artagnan y Mousqueton debió parecerle a Cortázar una cabecera idónea para su libro: dispuesta al principio mismo del texto, constituía una especie de instrucción preliminar destinada al lector cómplice, solicitando ya de buen principio su habilidad en el «manejo del lazo», es decir, su destreza para interpretar las metáforas del texto que venía a continuación. Pero después, en una última deliberación consigo mismo, debió considerar que esta pista era demasiado explícita, que facilitaba demasiado el juego, y que rebajaba el nivel de dificultad que él había previsto para su obra.
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Demasiado explícita, demasiado fácil: esta debe ser la razón por la cual Cortázar desestimó esta cita de Dumas, la borró, sustituyéndola por las tres que hemos visto más arriba, y que no contienen nada parecido. Para el autor de Rayuela, el lector cómplice no sólo tenía que saber utilizar el lazo: también tenía que adivinar por sí mismo hasta qué punto estaba requerido a usarlo.
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1 de noviembre de 2011

Apócrifas morellianas (14)

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-No vamos a poder saber de este modo –protestó lord de Winter, cuando los tres amigos se hubieron identificado–, quiénes sois en realidad, nos resulta imposible batirnos con quienes llevan semejantes nombres, que más bien parecen apodos propios de un pastor.

-Debéis comprender, milord –intervino Athos–, que se trata de nombres supuestos.

-Lo que no hace más que acrecentar nuestros deseos de conocer los verdaderos –contestó el inglés.

-Sin embargo –objetó Athos–, no os privasteis de apostar contra nosotros sin saberlo, ni sentisteis escrúpulos por ganarnos los caballos.

-Es cierto; pero sólo se trataba entonces de arriesgar algunos doblones, mientras que ahora está en juego nuestra sangre. Uno puede jugar contra todo el mundo, pero batirse únicamente con sus iguales.

-Me parece justo –admitió Athos.

Y se llevó aparte al inglés que debía batirse con él, enterándole en voz baja de su auténtico nombre.

Porthos y Aramis hicieron lo mismo, por su parte.

-¿Os resulta suficiente? –le preguntó Athos a su adversario–. ¿Me consideráis lo bastante noble para concederme el honor de cruzar nuestras espadas?

-Desde luego, señor –contestó el inglés, inclinándose.

-Pues bien –replicó fríamente Athos–. ¿Queréis que os diga ahora otra cosa?

-¿Cuál, señor?

-Que hubiera sido mucho mejor para vos no obligarme a que os revelara mi verdadero nombre.

-¿Por qué razón?

-Porque se me cree muerto, porque tengo motivos para desear que nadie me sepa con vida y porque para evitar que mi secreto sea divulgado, me veré obligado ahora a mataros.

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Alejandro Dumas, Los tres mosqueteros

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31 de octubre de 2011

Apócrifas morellianas (13)

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A la vista de los datos, debe concluirse que Alejandro Dumas previó la insistencia del público del siglo XX (e inicios del siguiente) en tratar la mayor obra de Cortázar como si fuera una novela, en vez de un libro insólito. El famoso escritor francés quiso dejar constancia de este apercibimiento en un pasaje perteneciente al cap. XIII de Los tres Mosqueteros, de incuestionable carácter alegórico:

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-¿Cómo os llamáis, entonces? –preguntó el comisario, dirigiéndose a Athos.

-Mi nombre es Athos, señor –repuso el mosquetero, con una cortés inclinación de cabeza.

-¿Athos? ¡Eso no es nombre de persona, sino el de una montaña! –gritó fuera de sí el comisario, cuya cabeza empezaba a dar vueltas.

-Sin embargo, es el mío –contestó tranquilamente Athos.

-Pero vos habéis dicho antes que os llamabais d’Artagnan.

-¿Yo?

-¡Sí, vos!

-Sucedió más bien que me dijeron: “¡Vos sois monsieur d’Artagnan!”, y yo contesté: “¿Lo creéis así?”. Los guardias insistieron en asegurarme que estaban seguros de ello, y me dio pena desilusionarles. Me hicieron dudar porque, por otra parte, uno puede a veces andar equivocado.

-¡Estáis insultando la dignidad de la justicia, señor!

-Nada más lejos de mi intención, señor –replicó Athos sin perder su plácida calma.

-¡Vos sois monsieur d’Artagnan!

-¿Lo estáis viendo? También vos insistís en ello.

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