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Entre lo
visible de Rayuela (la novela) y su parte oculta (el Rayuela insólito) Cortázar dispuso multitud de
pasajes, puentes, puertas y ventanas que permitiesen el tránsito del uno al
otro: el autor los denominó «intercesores». En ellos se puede observar (siempre
en modo metafórico) o bien una contraposición entre lo oculto y lo manifiesto,
o bien un cuestionamiento de lo visible, o bien una vindicación de lo oculto.
¿Cuántas veces lo dijo? ¿Cuántas metáforas distintas utilizó?
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Rayuela, capítulo 18
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Si
hubiera sido posible pensar una extrapolación de todo eso, entender el Club,
entender Cold Wagon Blues, entender el amor de la Maga, entender cada
piolincito saliendo de las cosas y llegando hasta sus dedos, cada títere o cada
titiritero, como una epifanía; entenderlos, no como símbolos de otra realidad
quizá inalcanzable, pero sí como potenciadores (qué lenguaje, qué impudor),
como exactamente líneas de fuga para una carrera a la que hubiera tenido que
lanzarse en ese momento mismo
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Rayuela, capítulo 18
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si todo
eso fuera extrapolable, si todo eso no fuera, en el fondo no fuera sino que
estuviera ahí para que alguien (cualquiera, pero ahora él, porque era el que
estaba pensando, era en todo caso el que podía saber con certeza que estaba
pensando, ¡eh Cartesius viejo jodido!), para que alguien, de todo eso que
estaba ahí, ahincando y mordiendo pero sobre todo arrancando no se sabía qué
pero arrancando hasta el hueso, de todo eso se saltara a una cigarra de paz, a
un grillito de contentamiento, se entrara por una puerta cualquiera a un jardín
cualquiera, a un jardín alegórico para los demás, como los mandalas son
alegóricos para los demás, y en ese jardín se pudiera cortar una flor
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Rayuela, capítulo 48
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Y Manú,
y el circo, y esa increíble idea del loquero de la que hablaban tanto en estos
días, todo podía ser significativo siempre que se lo extrapolara, hinevitable
hextrapolación a la hora metafísica, siempre fiel a la cita ese vocablo
cadencioso
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