Elementos para una TEORÍA DEL ENTUSIASMO

La cara oculta de RAYUELA. Por Jorge Fraga

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22 de noviembre de 2016

«Rayuela» y Gurdjieff (7, y final)

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La causa formal de Rayuela
3. El hallazgo

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En el capítulo 65 de Rayuela se menciona a un tal «Gurdjiaeff». No cabe duda de que este nombre remite en verdad a G. I. Gurdjieff, el maestro espiritual fundador del Cuarto Camino; sin embargo, Cortázar cometió ahí una errata deliberada –véase la primera entrega de esta serie– con el propósito de señalar directamente al capítulo 30 de los Relatos de Belcebú a su nieto, donde Gurdjieff habla precisamente del uso de errores deliberados en el arte para transmitir mensajes.
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Añadamos ahora una nueva consideración al respecto. A pesar de su evidente proximidad gráfica, que los hace casi idénticos, y a pesar de que el referente sea indudablemente el mismo individuo histórico, el apellido «Gurdjiaeff», desde un punto de vista meramente fáctico, no es lo mismo que el apellido «Gurdjieff». Lo cual nos permite decir algo que a primera vista parece una boutade: a saber, que el autor del Belcebú, en última instancia, no aparece en el libro de Cortázar. Y esta afirmación tan peregrina cobra cierta importancia, a la sazón, cuando consideramos lo que se dice en el capítulo 60 de Rayuela: que ciertos nombres «habían sido tachados con un trazo muy fino» en el propio texto de la obra, «como si fueran demasiado obvios para citarlos» (la cursiva es mía).
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1. Dos ausencias demasiado obvias
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Existen razones para pensar que Gurdjieff –teniendo en cuenta la triquiñuela que acabamos de señalar– sea un nombre expresamente escamoteado en Rayuela. Son las mismas razones, exactamente, que podemos aplicar para el caso de Henry Corbin, cuyo nombre tampoco aparece en el texto del libro, por más que se apunte inequívocamente al mismo, en el capítulo 71, con una remisión a «la tierra de Hurqalyâ». En este sentido, tanto «Gurdjiaeff» como «la tierra de Hurqalyâ» vendrían a ser las trazas textuales que dejó Morelli al tachar ‘finamente’ ambos nombres, las huellas de su borrado. Ambos autores son tratados con una misma compostura, porque ambos tienen un valor equivalente para nuestro escritor.

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¿Cuál es ese valor? ¿Cuáles son esas razones? ¿En qué sentido podemos considerar que Gurdjieff y Corbin, y en la misma medida, sean dos nombres «demasiado obvios» dentro del contexto de Rayuela? Toda respuesta radica en la premisa fundamental sostenida por la Teoría del Entusiasmo, según la cual Rayuela está concebida como un texto doble, con una cara manifiesta y otra oculta. Para concebir esta insólita estructura libresca, tan alejada de los cánones y los usos literarios de nuestra cultura occidental moderna, Cortázar se habría inspirado en los dos autores referidos, que con medios y lenguajes muy distintos describen y explican esa misma cuestión –la idea de una obra con doble contabilidad textual, exotérica/esotérica– dentro del marco de ciertas tradiciones religiosas. 
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Pero todo esto, seguirán ustedes preguntando, ¿qué tiene de «obvio» –incluso de «demasiado obvio»– en Rayuela? ¿Hasta qué punto podemos considerar «obvio» algo que absolutamente nadie, entre los miles de lectores y los cientos de críticos de la obra, habría percibido hasta hoy? Para nosotros está claro que la recepción común no ha comprendido el libro, todavía hoy, en su auténtica naturaleza dual; pero esto no es culpa de Cortázar. Para él, aunque sólo fuera mientras lo escribía, el carácter esotérico del libro era algo que, efectivamente, saltaba a la vista; no por nada se preocupaba de anunciarlo en mil formas distintas en la propia obra (véanse estos anuncios en la sección «Intercesores»). 
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Esta insistencia en anunciar la existencia de algo oculto es lo que, al parecer de Cortázar, convertía en obviable (aunque solo sea para un lector fuertemente interesado, como él mismo, en cuestiones metafísicas) toda referencia directa y explícita tanto a Corbin como a Gurdjieff, divulgadores de esas mismas estrategias artísticas o literarias. Corbin habla, en particular, de la tradición mística y visionaria del Islam; Gurdjieff, por su parte, no especifica a qué ámbito geográfico o cultural se refiere, pero su biografía permite suponer que debió contactar con la misma tradición de la que habla el autor francés. 
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2. Elementos para una datación
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No hay forma de saber cuándo leyó Cortázar por vez primera a Corbin y a Gurdjieff. Sin embargo, las piezas encajan tan sólo dentro de un esquema determinado. Por un lado, esa lectura tuvo que darse, por supuesto, antes de escribir Rayuela. Eso es perfectamente posible: los Beelzebub’s Tales aparecieron en 1950; a su vez, el Avicenne de Corbin, donde ya encontramos todo lo necesario para comprender el Ta’wîl islámico, fue publicado en 1954. También cabe pensar en el ejemplar del Terre Céleste de Corbin conservado en la Biblioteca Cortázar y leído de cabo a rabo por nuestro escritor, pero su fecha de adquisición, en 1961, nos lo sitúa cuando la escritura de Rayuela ya avanzaba a velocidad de crucero.
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Por el otro lado, podemos pensar que esas lecturas no se realizaron antes de 1958. Al ser tan grande su influencia sobre Rayuela, cabría pensar que en su momento tuvieron un fuerte impacto en el espíritu del autor; pero al no quedar constancia de ello, prácticamente nos queda como única posibilidad el considerar que ambas lecturas fueron muy seguidas en el tiempo, y que el proyecto de Rayuela surgió de ellas enseguida. De este modo, tal impacto se vería cifrado en la misma concepción del libro, lo cual nos situaría entre marzo de 1958, cuando el autor finaliza Los premios (aunque también pudo suceder mientras redactaba esta última obra), y el inicio de la escritura de Rayuela, a finales de ese mismo año. 
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Y esto explicaría asimismo la omisión de los dos nombres en cualquier documento relacionado con el proyecto. Ninguno de los dos autores aparece mentado ni en el Cuaderno de Bitácora ni en el Manuscrito de Austin; ambos pertenecen, desde el principio, a las estructuras ocultas de la obra que ellos mismos han inspirado. Tal como ya vimos en otro momento, el Cuaderno nos ofrece una cierta validación de esta idea cuando nos dice que “El mensaje fue esotérico desde un comienzo”.
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3. La idea fundamental
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...decidí consagrar mi integridad, a partir de entonces, a la creación de condiciones tales que permitiesen el funcionamiento de esta ‘Sagrada consciencia’ que todavía permanecía en su subconsciente...

Gurdjieff, Relatos de Belcebú a su nieto

Por lo que me toca, me pregunto si alguna vez conseguiré hacer sentir que el verdadero y único personaje que me interesa es el lector, en la medida en que algo de lo que escribo debería contribuir a mutarlo, a desplazarlo, a extrañarlo, a enajenarlo

Cortázar, Rayuela
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Un texto de naturaleza dual, con una cara manifiesta y una cara oculta, concebido para iniciar al lector a un nivel superior de la realidad: esta es la idea fundamental que Julio Cortázar extrae de Gurdjieff y de Corbin y que constituye la piedra basal para la escritura de Rayuela. Tal idea se halla presente en los pasajes sobre arte de los Relatos de Belcebú a su nieto, de Gurdjieff, y también en los múltiples capítulos de las obras de Corbin que tratan de la hermenéutica espiritual islámica, el Ta’wîl. 
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Por lo que se refiere a Corbin, ya hemos desarrollado en otros lugares cómo se manifiesta en él la idea fundamental (véase la sección «Un Ta’wîl poético»). Ahora traeré a colación únicamente el siguiente fragmento, extraído de La imaginación creadora, que nos permitirá establecer una rápida comparativa.
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Y éste es el ministerio del Imam, el «guía espiritual» (…) Su «magisterio» es un magisterio iniciático; la iniciación al ta’wîl es nacimiento espiritual (wilâdat rûhânîya). Porque aquí, como ocurre con todos aquellos que lo han practicado en el Cristianismo sin confundir el sentido espiritual con la alegoría, el ta’wîl permite el acceso a un mundo nuevo, a un plano superior del ser
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Y por fin acudimos al objeto de nuestra actual investigación: Gurdjieff. La misma idea fundamental aparece formulada en el Libro Segundo del Belcebú, en el capítulo 30, consagrado al arte:  
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»Personalmente, os propongo que para realizar esta transmisión [del verdadero saber a las generaciones futuras] nos sirvamos, por una parte, de las llamadas ‘Afalkalnas’ humanas, es decir, de diversas obras hechas por la mano del hombre (…)
»Si en las obras que he mencionado introducimos informaciones útiles, así como el verdadero saber al cual ya hemos llegado, podemos confiar en que todo ese material llegará a nuestros descendientes más lejanos, que algunos lo descifrarán y que los demás tendrán entonces la posibilidad de utilizarlo para su propio bien (…)
»Para servir de "clave", deberemos introducir en nuestras obras algo como un Legominismo [particularismo de Gurdjieff, sinónimo de iniciación], asegurándonos de que se transmitirá de generación en generación a través de un tipo particular de iniciados, a los que denominaremos "Iniciados en el arte" (Relatos de Belcebú a su nieto, Málaga, Sirio, 2001, pp. 376-378)
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¿Cómo no pensar, aquí, en esa frase del capítulo 79 de Rayuela, «Lo que el autor de esa novela haya logrado para sí mismo, se repetirá (agigantándose, quizá, y eso sería maravilloso) en el lector cómplice»? Este famoso «lector activo y cómplice» cortazariano no es sino un exponente de esos «iniciados en  arte» que postula Gurdjieff. A la sazón, el expediente que ese lector debe cumplimentar en Rayuela se corresponde con lo que se pide a su homólogo gurdjieffano:
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»En todas las obras que creemos intencionalmente según los principios de esta ley (…) insertaremos deliberadamente ciertas inexactitudes, también de acuerdo con leyes, y es en esas inexactitudes donde depositaremos, con los medios de que dispongamos, el contenido de uno u otro de los verdaderos conocimientos que posee el hombre en la actualidad (Belcebú, ed. cit., p. 378)
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Comparemos esto con la «nota pedantísima» de Morelli transcrita en el mismo cap. 79:
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Provocar, asumir un texto desaliñado, desanudado, incongruente, minuciosamente antinovelístico (…) la novela cómica (…) deberá transcurrir como esos sueños en los que al margen de un acaecer trivial presentimos una carga más grave que no siempre alcanzamos a desentrañar
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Gurdjieff hablaba de «Insertar deliberadamente ciertas inexactitudes»; ¿no es esta la lógica que subyace, en Rayuela, a la interposición de los «Capítulos prescindibles» entre los capítulos de la novela? El lado novela de Rayuela (capítulos 1 a 56) viene a constituir algo así como una ‘ley’ que todos conocen, mientras que los «Capítulos prescindibles» (57 a 155) vienen a interponerse en sus entrañas al modo de «inexactitudes» (Gurdjieff) o «incongruencias» (Cortázar) que debieran inducir al lector activo a realizar un salto hacia ese otro plano del ser en el cual se halla oculto el Rayuela insólito. Aunque ya sabemos: « ¿quién está dispuesto a desplazarse…?»
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La idea de sembrar el texto de Rayuela con pistas e indicios que apunten a la existencia del libro insólito, sin expresarlo nunca de un modo completamente directo y explícito, también tiene su modelo en las enseñanzas de Gurdjieff, esta vez a través de Ouspensky:
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»El conocimiento puro no se puede transmitir; pero si se expresa por medio de los símbolos, se encuentra cubierto como con un velo que, para los que desean verlo y saben cómo mirar, se vuelve transparente.
»En este sentido, se puede hablar de un simbolismo del lenguaje, aunque este simbolismo sea raramente comprendido. Pues aquí se trata de comprender el sentido interior de lo que se dice; esto sólo es posible a partir de un grado bastante elevado de desarrollo, y supone en el que oye un cierto estado y los esfuerzos correspondientes (…)
»[Un hombre] Debe comprender ante todo que no llegará jamás a la ciencia antes de haber hecho los esfuerzos necesarios, y que sólo su trabajo sobre sí mismo le permitirá alcanzar los que busca. Nadie le  podrá dar lo que no posea ya; nadie podrá realizar jamás en su lugar el trabajo que debe hacer para sí mismo. Todo lo que otro puede hacer por él es estimularlo a trabajar, y desde este punto de vista, el símbolo, comprendido debidamente, desempeña el papel de un estimulante con respecto a nuestra ciencia [Fragmentos.., ed. cit., pp. 413-415]
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Glosando este extracto, podemos decir que todo lo que Cortázar puede hacer por el lector activo de Rayuela es estimularlo a trabajar. Luego, a tal lector le corresponde hacer «los esfuerzos necesarios»: no sólo para buscar ese misterio que se oculta tras la fachada, sino también para descubrir previamente que ese misterio, en realidad, existe. 
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La doble posibilidad de lectura, la teoría de los dos lectores, o la visión del autor como shamán constituyen tres aspectos fundamentales del mayor libro de Cortázar que provienen directamente de su carácter esotérico. Este aspecto, sistemáticamente obviado por la visión común del libro, es en realidad lo más determinante de la mayor obra de Cortázar. Su piedra basal, sobre la cual descansan todas sus características formales. En síntesis: la lectura de Gurdjieff y de Corbin constituyó la causa formal de Rayuela.
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1 de agosto de 2012

Un Ta'wîl poético: la lectura activa de Rayuela (5)

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En su estudio sobre el Cuaderno de Bitácora, Ana María Barrenechea decía que resulta necesario elaborar toda una teoría cortazariana del lector a propósito de Rayuela. Tenía razón; pero ella misma, con su mirada estrictamente filológica, no cumplía con las condiciones necesarias para formularla. La Teoría del Entusiasmo viene a llenar ese vacío, y su comparación con el ta’wîl sea quizá la mejor ilustración posible para lograr aprehender el asunto desde un punto de vista argumentativo y dialéctico. Con esta quinta entrega daré por satisfecha la comparativa entre la hermenéutica espiritual islámica, de la que tan sabiamente nos habla Henry Corbin en sus libros, y la hermenéutica poética a la que nos invita Julio Cortázar en su Rayuela.

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Hoy dejaremos atrás La imaginación creadora... –a pesar de que no hemos visto aquí todas las perlas que esa obra alberga sobre el ta’wîl–, para fijarnos en ciertos extractos pertenecientes al ensayo titulado «La iniciación ismailí o el esoterismo y el Verbo», cuyas cien páginas conforman el segundo capítulo de El hombre y su ángel. Iniciación y caballería espiritual (aquí se maneja la traducción de María Tabuyo y Agustín López para la editorial Destino, Barcelona, 1995). De ahí proceden estas explicaciones de Corbin:

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este conocimiento no se improvisa; el ta’wîl, la hermenéutica de los símbolos, al igual que el tanzîl, la revelación literal, no se inventan ni se reconstruyen a golpe de asociaciones de ideas, de razonamientos eruditos o de silogismos. Es preciso el hombre inspirado, el que te pone en la vía única por la que reencontrarás la Palabra perdida. Éste es todo el sentido de la iniciación, que implica como postulado que el tiempo de los profetas no está todavía acabado (p. 102)

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«El tiempo de los profetas no ha terminado todavía»; este es uno de los lemas del ismailismo y del chiísmo duodecimano, que provoca la incomprensión y el escándalo para los sunnitas ortodoxos. Ello significa que la comunicación entre lo divino y lo humano no es algo definitivamente sellado, por más que no vaya a aparecer ya un profeta más alto que Mahoma; los Imames, investidos del carisma de una hermenéutica espiritual, son los iniciadores de un nuevo ciclo profético (la walâyat), posterior al Profeta y basado en el ta’wîl. Sin ellos, sin la hermandad de los «Amigos de Dios», la Palabra dada por Él a los hombres estaría «perdida», es decir, vacía espiritualmente, al quedar reducida únicamente a su dimensión literal.

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Algo parecido podemos postular para Rayuela, sustituyendo al Islam espiritual por los lectores entusiastas, y al Islam legalista, a su vez, por aquellos lectores y críticos que reducen el sentido del libro al restringirlo a su dimensión literal. Se trata de la misma contraposición que enfrentaba a mi epónimo Jorge Fraga, de un lado, y a los «jovellanistas», del otro, en el relato titulado «Los pasos en las huellas», escrito precisamente por Cortázar como una alegoría sobre la recepción de Rayuela (véanse las tres entregas de mi estudio sobre «El cuento más aburrido de Julio Cortázar»). Como sabemos, el protagonista del cuento, hermeneuta de la poesía de Claudio Romero, sólo accede al sentido final de esa poesía tras experimentar por sí mismo ciertos fenómenos ya previstos por el poeta; unos misteriosos fenómenos que –parafraseando a Corbin– no pueden improvisarse de ningún modo, y que nada tienen que ver con asociaciones de ideas, ni razonamientos eruditos, ni silogismos. Jorge Fraga es el analogon del verdadero lector activo y cómplice de Rayuela, del verdadero lector entusiasta; esos fenómenos que le afectan en el cuento no son sino la experiencia que Cortázar buscaba generar en el lector de su mayor obra.

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La lectura entusiasta de Rayuela queda de este modo dibujada –y no solamente por «Los pasos en las huellas», sino sobre todo por el propio texto de Rayuela: no hay más que recordar el capítulo 84–como algo que precisa de carisma, ya sea poético o espiritual. El admirado Henry Corbin repite esta misma idea en otro momento de su ensayo:

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el ta’wîl es promovido aquí al rango de conocimiento inspirado. En efecto; si el ta’wîl no es una interpretación alegórica y arbitraria es porque postula, al igual que el tânzil [recordemos: la revelación literal], una inspiración divina. Sólo para aquellos que rechazan el ta’wîl, la hermenéutica espiritual de los símbolos, la vía anagógica del sentido esotérico, está perdida la Palabra. (p. 164)

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Aplicado a Rayuela: para el lector pasivo (es decir, el que rechaza, de un modo u otro, la existencia de un sentido oculto) está perdido el contenido verdadero de esa obra. Y sin el carisma del entusiasmo, el lector del gran libro de Cortázar –escrito bajo el mandato de un misterioso swing–, como mucho puede lamentar la pérdida del sentido que se halla oculto tras el argumento manifestado por la novela.

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¿Cuál es ese sentido oculto? Es lo que yo designo como «Rayuela insólito», y que Cortázar denominaba a su vez, en el Cuaderno de Bitácora, con el significativo nombre de «Disculibro»: el libro por descubrir. En este des-cubrimiento radica toda la efectividad poético-espiritual del texto. En su estudio, Ana María Barrenechea da una interpretación completamente deficitaria de este disculibro mencionado en el Cuaderno, aplicándolo al conjunto de las morellianas; los demás críticos, por su parte, ni siquiera lo han mencionado, a pesar de la existencia de declaraciones como la que sigue (el subrayado es del propio Cortázar):

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¡ojo!

Propongo: Todo el Discu-libro, sin remisión. Pero en un solo bloque. El que no lo vea será meritoriamente ciego.

(Cuaderno de Bitácora, p. 93)

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Formulándolo a la inversa: aquel que lo vea será un voyant. Y sin ningún mérito por su parte, pues es la Gracia la que dispensa el carisma, la inspiración, el entusiasmo o como quieran ustedes llamarlo, a aquel que haya emprendido decididamente la búsqueda.

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El propio Cortázar reconocía que es casi un imposible: en el capítulo 112 de Rayuela sugiere que «hay solamente esperanza de un cierto diálogo con un cierto y remoto lector». Se rebaja al mínimo la llama de la vela de esa esperanza: un cierto diálogo, y un cierto lector, para postre remoto. Sólo eso hay. Pero aun así se trataba de una esperanza; ese diálogo no debe ser entonces un imposible absoluto: sólo casi. Y en efecto, el ta’wîl de Rayuela es posible: los dos Jorge Fraga (el ficticio y el real; el verdadero y el impostado) son testigos perplejos de ello.

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El mismo Henry Corbin, tan sensible a las cosas del espíritu, acude en auxilio de esa llama, alimentándola con un poco de aire cristiano:

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pienso particularmente en Cola di Rienzo argumentando que la efusión del Espíritu Santo no puede ser un acontecimiento cumplido de una vez por todas en el tiempo de los apóstoles, sino que el Espíritu no deja de soplar a través del mundo y de suscitar en él Viri spirituales. «¿A qué rogar por la venida del Espíritu Santo si negamos la posibilidad de que pueda venir? ... Sin duda ninguna, no fue sólo en un momento de la antigüedad cuando el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles, sino que desciende cada día, nos inspira y habita en nosotros, a condición de que queramos permanecer humilde y silenciosamente con él.» (El hombre y su ángel, pp. 182-183)

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11 de julio de 2012

Un Ta'wîl poético: la lectura activa de Rayuela (4)

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El «falso ta’wîl»

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Hacia el final del cap. II de la segunda parte de La imaginación creadora…, Henry Corbin habla de la cuestión del «falso ta’wîl». El ta’wîl, como sabemos, consiste en «una hermenéutica de los símbolos (…), un modo de comprender que transmuta en símbolos (mazâhir) los datos sensibles y los conceptos racionales, suscitando el tránsito» hacia un estado superior del ser y de la conciencia (p. 221); en consecuencia, un ta’wîl falso será todo aquel que, aún generando una interpretación, no propugne ni implique ninguna «ruptura de nivel», ningún pasaje entre los diferentes mundos de los que se compone la Realidad.

El escritor francés pone dos ejemplos del asunto, que lo ilustran a la perfección. El primero, está extraído directamente de la obra de Ibn ‘Arabî:

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Un día, el niño [José] dice a su padre: «He visto [en mi sueño] once estrellas, el sol y la luna. Las he visto postrarse ante mí» (Corán 12/4). Mucho tiempo después, al final de la historia, cuando José recibe a sus hermanos en Egipto, dice: «Ésta es la interpretación (ta’wîl) del sueño que tuve hace tiempo. Mi Señor lo ha hecho realidad» (12/101). Ahora bien, lo que Ibn ‘Arabî considera más importante en este ta’wîl es que, en realidad, no es tal. Pues es en el orden de los acontecimientos y de las cosas sensibles donde José cree encontrar el ta’wîl, el sentido oculto del sueño que había tenido lugar en el mundo de las visiones imaginativas. Ahora bien, el ta’wîl no consiste en hacer descender a un plano inferior, sino en reconducir y elevar a un plano superior. Es preciso reconducir las formas sensibles a las formas imaginativas para pasar así a significaciones más elevadas: proceder inversamente (llevar las formas imaginativas a las sensibles que tienen su origen en aquéllas) es aniquilar las virtualidades de la Imaginación (…) Por esta razón, el ta’wîl que cree descubrir José es todavía la obra de alguien que continúa dormido, sueña que se despierta de un sueño y se pone a interpretarlo, cuando en realidad se encuentra todavía en estado de sueño. (p. 278)

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Apenas tres páginas más adelante, nos ofrece este segundo ejemplo, preludiado por una breve y nueva explicación sobre el ta’wîl:

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La exégesis simbólica, al instaurar las tipificaciones, es creadora puesto que transmuta las cosas en símbolos, en Imágenes-tipo, y las hace existir en otro plano del ser. Ignorar esta tipología significa destruir el sentido de la visión como tal; es aceptar los datos tal como se presentan, en estado bruto, sin más. Y así fue como actuó un personaje llamado Taqî ibn Mokhallad. Taqî ve en sueños al Profeta que le da un vaso de leche, pero en lugar de interpretar el sentido oculto de su sueño, quiere una verificación material. Para ello, se fuerza a vomitar y obtiene la prueba que desea: vomita un vaso entero de leche. Quería una certeza y obtuvo lo que deseaba, aquello de lo que están ávidos todos los que no admiten más «realidad» que la del mundo físico, mientras que para el profeta, que realiza el ta’wîl, lo material se convierte en alimento espiritual. (…) No se busca al Ángel en el plano de las evidencias materiales; la transubstanciación no es un fenómeno de química realizado en un laboratorio. Ésta es la razón por la que Taqî ibn Mokhallad se privó totalmente del alimento espiritual al exigir un control material, forzándose a vomitar lo que había bebido en sueños, para demostrarse a sí mismo que aquello era materialmente verdadero (pp. 281-282)

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En el contexto de la Teoría del Entusiasmo, la hermenéutica espiritual islámica descrita por Corbin constituye un modelo analógico para la lectura activa de Rayuela. El lector activo y cómplice –el lector entusiasta– está llamado a interpretar el texto desde una altura cognitiva distinta a la de la conciencia ordinaria; desde ahí, el libro entero se transmuta y ofrece a la mirada un contenido completamente insólito. Pero hay un problema: y es que la gran mayoría de los críticos y lectores no han captado el simple hecho de que Rayuela sea un texto que demanda una interpretación. Por el contrario, el literalismo se ha instituido como el paradigma dominante de su lectura.

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Quizá quien más se haya acercado nunca a otro paradigma sea Graciela Maturo, como ya vimos en su momento, cuando en El hombre nuevo decía de Rayuela: «El argumento va por debajo; hay, sin lugar a dudas, un desarrollo interior al que apuntan las instancias, los diálogos, las situaciones». Pero esto, evidentemente, no constituye ninguna interpretación, puesto que faltaría exponer cuál es concretamente ese desarrollo interior al que se alude. Por otro lado, la propia Maturo y también otros autores han sugerido que ciertos capítulos de Rayuela podrían estar poniendo en escena algún mito clásico: y esto sí se aproxima mayormente al concepto de «falso ta’wîl», en la medida en que tal correspondencia se plantea siempre en términos que se ajustan antes a una figuración alegórica que a la lógica simbólica en la que insiste siempre Corbin. En todo caso, tales sugerencias sólo se aplican a ciertos pasajes de Rayuela, y no llegan a constituir una interpretación que abarque la globalidad del texto.

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En síntesis, pues, podemos decir que el literalismo, que parte de un nivel de la realidad para terminar en el mismo, y que como mucho realiza cambios de plano (de lo concreto a lo abstracto, por ejemplo), constituye el «falso ta’wîl», ampliamente extendido, de Rayuela, El propio texto acude en apoyo de esta afirmación: si alguien previó la posibilidad de tal situación hermenéutica, ese fue el propio Cortázar. La cuestión del «falso ta’wîl» aparece no una, sino diversas veces en el libro; y todas ellas deben verse como apóstrofes disimulados al lector (more Wilkie Collins), o sea, como instrucciones para corregir lo que, según Cortázar, serían previsibles desviaciones de una interpretación que en realidad nunca llegó a darse efectivamente.

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Vamos a transcribir algunos ejemplos, que de ningún modo pretenden agotar la concurrencia del asunto. En primer lugar, veamos este breve diálogo del cap. 9:

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–Fíjate un poco en Mondrian –decía Etienne–. Frente a él se acaban los signos mágicos de un Klee. (...) para Klee hace falta un fárrago de otras cosas. Un refinado para refinados. (...) En cambio Mondrian pinta absoluto. Te ponés delante, bien desnudo, y entonces una de dos: ves o no ves. El placer, las cosquillas, las alusiones, los terrores o las delicias están completamente de más.

–¿Vos entendés lo que dice? –preguntó la Maga–. A mí me parece que es injusto con Klee.

–La justicia o la injusticia no tienen nada que ver con esto –dijo Oliveira, aburrido–. Lo que están tratando de decir es otra cosa. No hagas en seguida una cuestión personal.

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«Lo que están tratando de decir es otra cosa»: la Maga, representando a la perfección aquí su papel de ‘tercero excluido’ en una conversación privativa, comete el error de tomarse al pie de la letra lo que se está diciendo. Horacio la corrige, señalándole la naturaleza figurada de la conversación: Klee y Mondrian están ahí para hablar, metafóricamente, de otra cosa. Las diferencias entre Klee y Mondrian son el sentido aparente, lo manifiesto; para captar lo oculto, el sentido profundo, «sería necesario que otras máquinas que las usuales se pusieran a funcionar en el cerebro», tal como reza el cap. 86.

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El siguiente ejemplo toma como pretexto, precisamente, la misma conversación que acabamos de ver. En el cap. 19, la situación se ha invertido, y ahora es la Maga quien está por encima, en cuanto a comprensión se refiere, de Horacio:

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–Ah –dijo Oliveira–. Así que yo soy un Mondrian.

–Sí, Horacio.

–Querés decir un espíritu lleno de rigor.

–Yo digo un Mondrian.

–¿Y no se te ha ocurrido sospechar que detrás de ese Mondrian puede empezar una realidad Vieira da Silva?

–Oh, sí –dijo la Maga–. Pero vos hasta ahora no te has salido de la realidad Mondrian. Tenés miedo, querés estar seguro. No sé de qué... Sos como un médico, no como un poeta.

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Aquí Horacio intenta discutir la condición que la Maga le atribuye, argumentando que tal vez sea una mera apariencia. Pero la Maga conoce el fondo del asunto, y replica a su vez, acertadamente, que Horacio se mantiene en todo momento en un mismo nivel de conciencia («hasta ahora no te has salido de la realidad Mondrian»). La Maga sabe que para lograr la «ruptura de nivel» no basta con el análisis racional ni con ningún procedimiento dialéctico, sino que es preciso tener las condiciones de un poeta o de un místico, de las que ella dispone, y a las que Horacio aspira sin conseguirlas.

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El último ejemplo que propongo, del cap. 44, cuenta con los mismos actantes que el primero, aunque con los personajes cambiados: el papel de la Maga, interpretando literalmente los hechos, lo ejerce ahora Talita; y el de Horacio, desmintiendo esa interpretación y apelando a otra, que se mantiene en secreto, lo cumple esta vez Traveler:

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–¿Pero es que vos creés realmente que él me busca, y que yo...?

–Él no te busca en absoluto –dijo Traveler, soltándola–. A Horacio vos le importás un pito. No te ofendas, sé muy bien lo que valés (...) Es otra cosa –dijo Traveler subiendo la voz– ¡Es malditamente otra cosa, carajo!

–Ah (...) De manera que es otra cosa. No entiendo nada, pero a lo mejor tenés razón.

–Y si él estuviera aquí –dijo Traveler en voz baja, mirando su cigarrillo– tampoco entendería nada. Pero sabría muy bien que es otra cosa. Increíble, parecería que cuando él se junta con nosotros hay paredes que se caen, montones de cosas que se van al quinto demonio, y de golpe el cielo se pone fabulosamente hermoso, las estrellas se meten en esa panera, uno podría pelarlas y comérselas, ese pato es propiamente el cisne de Lohengrin, y detrás, detrás...

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Estos puntos suspensivos que cierran el parlamento de Traveler están cargados de intencionalidad. Tal como se ve, aquí o en cualquier otro lugar, Cortázar no dice nunca qué es, exactamente, lo que hay detrás. Para prevenir la posibilidad de un falso ta’wîl, se limita a señalar que en esa conversación llamada Rayuela, lo aparente no es el sentido verdadero (¡es malditamente otra cosa!).

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Una conversación privativa, Rayuela, para la que Cortázar albergó «solamente esperanza de un cierto diálogo con un cierto y remoto lector» (cap. 112). El tiempo le ha dado la razón: pasado prácticamente medio siglo desde la publicación del libro, lo que se ha constatado es justo lo contrario, o sea, lo que ya quedó formulado, proféticamente, en el cap. 79:

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En cuanto al lector hembra, se quedará con la fachada y ya se sabe que las hay muy bonitas, muy trompe-l’oeil, y que delante de ellas se pueden seguir representando satisfactoriamente las comedias y las tragedias del honnête homme. Con lo cual todo el mundo sale contento, y a los que protesten que los agarre el beriberi.

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2 de julio de 2012

Un Ta'wîl poético: la lectura activa de Rayuela (3)

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«El ta’wîl», nos dice Henry Corbin, «es esencialmente comprensión simbólica, transmutación de todo lo visible en símbolos, intuición de una esencia o de una persona en una Imagen que no es ni el universal lógico, ni la especie sensible» (La imaginación creadora…, ed. cit., pp. 25-26 ).

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Comprensión simbólica; transmutación de lo visible en símbolo: resulta difícil hacerse cargo de las palabras de Corbin si no somos capaces de discernir claramente en qué consiste un símbolo. Para una cultura secularizada como la nuestra, en la que el Cerco del Misterio –para usar la feliz terminología de Eugenio Trias– ha quedado relegado al olvido, el concepto «símbolo» difícilmente preservará su genuino carácter trascendente, en función del cual la Imagen simbólica deviene propiamente un pasaje entre los mundos; la irrupción, en el mundo de lo cotidiano, de una misteriofanía.

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El islamólogo francés, plenamente consciente de estas dificultades, procura preservar desde el principio esta especifidad del símbolo:

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Debemos volver aquí a la distinción, que consideramos fundamental, entre alegoría y símbolo: la primera es una operación racional que no implica el paso a otro plano del ser ni a otro nivel de conciencia; es la figuración, en un mismo nivel de conciencia, de lo que muy bien podría ser conocido de otra forma. El símbolo propone un plano de conciencia que no es el de la evidencia racional; es la «cifra» de un misterio, el único medio de expresar lo que no puede ser aprehendido de otra forma; nunca es «explicado» de una vez por todas, sino que debe ser continuamente descifrado, lo mismo que una partitura musical nunca es descifrada para siempre, sino que sugiere una ejecución siempre nueva.

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Así pues el símbolo, entendido en estos términos, implica necesariamente una multiplicidad de niveles, tanto de realidad como de conciencia; ello constituye la base para el ta’wîl, al que Corbin llama también exégesis simbólica, y que consiste precisamente en realizar, a partir de un texto revelado, el paso de un nivel a otro.

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La doble textualidad de Rayuela, su dualidad entre la novela Rayuela, por un lado, y el Rayuela insólito, por el otro, se corresponde perfectamente con la dinámica simbólica descrita por Corbin. La novela Rayuela pertenece al mundo de lo cotidiano; el Rayuela insólito, a su vez, pertenece al mundo del misterio. De acuerdo con ello, para llegar a ver el Rayuela insólito es necesario poner en funcionamiento esa «intuición» simbólica de la que habla el autor francés, y que implica el salto hacia un nuevo nivel de conciencia, distinto al habitual.

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No soy yo, Jorge Fraga, quien lo dice: el propio texto de Rayuela habla de esto mismo. Y lo hace en numerosas ocasiones, en el momento más inesperado, aunque siempre de un modo más o menos disimulado; dando la impresión, por ejemplo, de que se está hablando de otra cosa. En cualquier caso, es prerrogativa del lector activo, su deber y su privilegio, el saber identificar esos momentos, pues forman parte integrante del dispositivo de una lectura abocada al entusiasmo. Siendo así, a este lector activo no le hace ningún favor la Teoría del Entusiasmo al señalarle alguna de esas ocasiones, como ya ha sucedido anteriormente –con las exégesis del cap. 84 y del cap. 97–, y como sucede ahora con este nuevo ejemplo extraído del cap. 54 de Rayuela. Las cursivas son mías:

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Y tampoco su beso era para ella, no ocurría allí grotescamente al lado de una heladera llena de muertos, a tan poca distancia de Manú durmiendo. Se estaban como alcanzando desde otra parte, con otra parte de sí mismos, y no era de ellos que se trataba, como si estuvieran pagando o cobrando algo por otros, como si fueran los gólems de un encuentro imposible entre sus dueños. Y los Campos Flegreos, y lo que Horacio había murmurado sobre el descenso, una insensatez tan absoluta que Manú y todo lo que era Manú y estaba en el nivel de Manú no podía participar de la ceremonia, porque lo que empezaba ahí era como la caricia a la paloma (...) De alguna manera habían ingresado en otra cosa, en ese algo donde se podía estar de gris y ser de rosa, donde se podía haber muerto ahogada en un río (y eso ya no lo estaba pensando ella) y asomar en una noche de Buenos Aires para repetir en la rayuela la imagen misma de lo que acababan de alcanzar, la última casilla, el centro del mandala, el Ygdrassil vertiginoso por donde se salía a una playa abierta, a una extensión sin límites, al mundo debajo de los párpados que los ojos vueltos hacia adentro reconocían y acataban.

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La exégesis corre de cuenta de cada uno.

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25 de junio de 2012

Un Ta'wîl poético: la lectura activa de Rayuela (2)

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En su libro sobre Ibn ‘Arabî, Henry Corbin dedica un capítulo entero a la oración teofánica, que presenta como el principal método del místico sufí para establecer una comunicación efectiva entre el hombre y Dios. Esta oración «no es petición de nada», nos aclara el islamólogo francés, sino que «es la forma más elevada, el acto culminante de la Imaginación creadora» (La imaginación creadora…, ed. cit., p. 287), y se establece sobre la forma de un diálogo entre las dos formas existenciales (la persona humana y la persona divina) en que se diferencia la esencia del Ser único.

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Esta «oración creadora» de Ibn Arabî, tal como la describe Corbin, nos suministra un nuevo perfil para la comparación entre el Ta’wîl y la lectura de Rayuela. En efecto, el concepto de una «hermenéutica espiritual» forma parte de esa oración teofánica, tal como queda recogido en las siguientes palabras de Corbin:

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He aquí, pues, la manera en que Ibn ‘Arabî comenta las fases de un servicio divino que es diálogo, conversación íntima, y que toma como «salmo» y como soporte la recitación de la Fâtiha. [la sura «que abre» el Libro santo] (…) Es preciso, en primer lugar, que el fiel entre en contacto con su Dios y «converse» con él. En un momento intermedio, el orante, el fiel en oración, debe imaginar (takhayyol) a su Dios presente en su qibla, es decir, frente a él, en la dirección en que orienta su oración. (…) Aquí encontramos el significado práctico de la tradición que afirma: «Todo el Corán es una historia simbólica, alusiva (ramz), entre el Amante y el Amado, y nadie, aparte de ellos dos, comprende la verdad ni la realidad de su intención». Y sin duda es necesaria toda la «ciencia del corazón», toda la creatividad del corazón, para poner en práctica el ta’wîl, la interpretación mística que permite leer y practicar el Corán como si fuera una variante del Cantar de los Cantares. (La imaginación creadora…, pp. 290-291)

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Para quien venga siguiendo desde antiguo el hilo de la Teoría del Entusiasmo, estas líneas de Corbin sobre la oración dialógica de Ibn ‘Arabî deberían recordarle el concepto de «conversación privativa» cortazariana que en su día analicé pormenorizadamente en este blog, partiendo desde unos comentarios biográficos vertidos por Mario Vargas Llosa, para aplicarlo luego, concretamente, al caso de Rayuela (véase «Una conversación llamada Rayuela», 11 de marzo del 2011). Ambos fenómenos –la oración teofánica de Ibn ‘Arabî y la «conversación privativa» de Cortázar– presentan analogías muy interesantes.

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En primer lugar tenemos a los dos interlocutores. En el caso de la oración teofánica, se trata de Ibn ‘Arabî y de Dios, que se hace presente gracias al poder de la Imaginación creadora. En el caso de Rayuela, se trata de Cortázar y del «lector activo», un personaje imaginario que en una primera instancia fue el místico Fredi Guthmann (cf. «Una conversación llamada Rayuela»), pero que en última instancia es cualquier lector capaz de conectar con el estado de conciencia necesario (el entusiasmo, ‘Dios-dentro-de-uno’) para participar en ese particular diálogo. Se trata de una conversación que es íntima, tal como se la define en el texto de Corbin, y también –resulta importante subrayarlo– amorosa.

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En ambos casos, tanto para Ibn ‘Arabî como para Cortázar, los dos interlocutores se sitúan en un plano distinto al de la realidad cotidiana, que es donde permanecen los demás. Se trata de un estado otro de la conciencia, en el que interviene de un modo decisivo la Imaginación con su poder para generar una nueva realidad. Así pues, a los dos interlocutores deben sumársele, para completar el retrato, los otros: «Nadie, aparte de ellos dos, comprende la verdad ni la realidad de su intención»; esta frase citada por Corbin describe gráficamente el ‘tercero excluído’ de las conversaciónes privativas de Cortázar, tal como lo encarna la Maga en un ejemplo –altamente significativo, por la cita de San Juan de la Cruz– del capítulo 12 de Rayuela:

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y mientras la Maga los miraba con una especie de humilde desesperación, ya el otro estaba en el volé tan alto, tan alto que a la caza le di alcance

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En segundo lugar tenemos el texto. «Todo el Corán es una historia simbólica», dice Corbin, apoyándose en la tradición; y ello es así hasta el punto que en el contexto de la oración teofánica se puede leer el Libro Sagrado del Islam como «una variante del Cantar de los Cantares». De acuerdo con esto, el Corán ofrece para el gnóstico una característica dualidad de sentido, una división entre su dimensión aparente (el sentido literal: zâhir) y su dimensión profunda (el sentido oculto: bâtin). Una división que constituye precisamente el camino por el que va a transitar la exégesis espiritual, el Ta’wîl realizado por el creyente.

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Exactamente lo mismo sucede, analógicamente, con el texto de Rayuela, que se presenta al lector pasivo, por un lado, como una novela, y al lector activo (al entusiasta), por el otro lado, como la repetición de un episodio. Una dualidad rayuelística a la que se alude desde el mismo principio de la obra («Este libro», reza el Tablero de Dirección, «es sobre todo dos libros»), y que queda recogida sintéticamente en la famosa frase de Gregorovius –«París es una enorme metáfora»–, cuyo sentido debe proyectarse, propiamente, al ámbito del libro entero. De acuerdo con ello podemos decir, parafraseando el texto citado por Corbin: «Toda Rayuela es una historia simbólica».

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Toda esta comparación debería ilustrarnos sobre el modo de leer el Rayuela insólito. No puede leerse este libro del mismo modo en que se emprende la lectura de una novela occidental. Por supuesto, no se trata de aplicarse a la lectura con la misma devoción e intensidad místicas propias de la lectura coránica que propugna Ibn ‘Arabî; si la lectura entusiasta de Rayuela guarda alguna analogía con la «oración teofánica» de Ibn ‘Arabî, es sobre la base del Ta’wîl. Aunque lo que se oculte tras la dimensión aparente del libro sagrado del Islam no tenga parangón con la rudimentaria metafísica que se oculta en el libro de Cortázar, la lectura de este último debe realizarse con el mismo propósito de alcanzar, usando la terminología de Mircea Eliade, una «ruptura de nivel».

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Una ruptura espiritual en el caso de la oración teofánica; una ruptura poética en el caso de Rayuela. Pero siempre una ruptura, un salto hacia una superior dimensión de manifestación del Ser. He aquí un propósito análogo que emparenta el Ta’wîl sufí con la lectura entusiasta de Rayuela.

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11 de junio de 2012

Un ta’wil poético: la lectura activa de Rayuela (1)

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Vale la pena abundar en la comparativa entre la mayor obra de Cortázar, Rayuela, y la hermenéutica espiritual islámica, el ta’wil, tal como la describe el francés Henry Corbin en sus obras. En el contexto de la cultura occidental moderna, Rayuela –en la versión que propone la Teoría del Entusiasmo– es algo tan extraño, tan insólito, como lo es también el ta’wil; quizá su comparación nos sirva, pues, para iluminarlos mutuamente, facilitando así el acceso a lo desconocido. En su propio contexto –el sufismo, el chiísmo, la espiritualidad irania–, el ta’wil cuenta con una tradición de siglos, con unos referentes de prestigio, con un firme marco de creencias, que constituyen conjuntamente el hábitat adecuado para su preservación. La Modernidad no cuenta con nada de ello, más bien al contrario: sus elecciones a lo largo de la historia, tal como señala Corbin en diversos momentos, insisten en la renuncia o la eliminación de los elementos gnoseológicos –gnósticos, concretamente– que permitirían la supervivencia occidental de los fenómenos que aquí nos interesan.

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Nuestra comparativa debe salvar este obstáculo; asimismo, para no caer en la caricatura, debe salvar también las distancias entre un autor como Cortázar y los espirituales de los que nos habla Corbin. Esto último puede lograrse hablando de un ta’wil «poético» para el caso de Cortázar, en contraste con el ta’wil absolutamente «espiritual» de los autores tratados por Corbin. Esta distinción preserva el núcleo que nos interesa: la capacidad de un texto para operar una «ruptura de nivel» en la conciencia de su hermeneuta. Lo que se presenta entonces es una diferencia de alcance: el ta’wil espiritual llega mucho más lejos que el poético.

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Es verosímil que un ta’wil nos pueda llevar tan lejos como proponen sus planteamientos metafísicos de salida; y en el caso de Cortázar, que por supuesto nunca deja de ser un autor occidental, esta metafísica es claramente de un alcance muy limitado. En este sentido, puede aplicarse a Rayuela lo que Leopolodo Azancot dijo en una ocasión a propósito del poeta Juan Eduardo Cirlot y su ciclo de poesía mística:

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Desgraciadamente, el camino se interrumpió bruscamente aquí: Cirlot se mostró incapaz de trasladar su experiencia en el tiempo al ámbito de lo intemporal y eterno, del éxtasis místico; Bronwyn fue perdiendo entidad, desdibujándose, hasta convertirse en un sueño. Como testimonio de su existencia, de la pasión que la hizo posible, sólo quedaban poemas, una suma de libros: el ciclo de Bronwyn. Cirlot, que, para servirme de una distinción hecha por Sohrawardî, el gran teósofo iraní del siglo XII, quizá había alcanzado la perfección en teosofía práctica, pero no en teosofía especulativa –a causa de su agnosticismo–, no pudo alcanzar lo que Mollâ Sadrâ, representante mayor de los teósofos místicos, llamaba el Mundo espiritual de las puras Inteligencias, viéndose condenado a permanecer, cuando mucho, en el mundo psico-espiritual del Alma, o mundo de la conciencia imaginativa: en el misterioso y desazonador mundus imaginalis (introducción a Poesia de J. E. Cirlot (1966-1972), Madrid, Editora Nacional, 1974, pp. 24-25)

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Como vemos, Azancot, citando a Sohrawardî y Mollâ Sadrâ y aludiendo al mundo de lo imaginal, está acusando recibo de su propia lectura de Corbin; esta conexión nos sugiere, desde otro ángulo, que las analogías entre el Ciclo de Bronwyn y Rayuela darían para mucho... Pero atengámonos al hilo que veníamos siguiendo; Azancot propone que fue el agnosticismo de Cirlot la causa de que su poesía no llegase finalmente a la cumbre. Corolario; los presupuestos metafísicos iniciales condicionan fatalmente los horizontes máximos a los que se llega. Lo mismo cabe aplicar a Cortázar; desgtraciadamente, su camino se interrumpió bruscamente tras escribir Rayuela. Si bien me resisto a hablar de agnosticismo en este caso, no me cabe duda que la de Cortázar era una metafísica muy rudimentaria. En consecuencia, el ta’wil poético al que nos incita Rayuela resulta también limitado; pero en todo caso, más vale tener una «ruptura de nivel» rudimentaria, creo yo, antes que no tener ninguna. Y uno siempre puede partir de ello para apuntar a unos horizontes más lejanos; a pesar de su precariedad, el ta’wil poético de Rayuela puede devenir un nacimiento espiritual, y, una vez el alma ya se ha puesto en movimiento, quién sabe hasta dónde va a llegar.

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Una vez ya hemos esbozado las distancias que separan al genuino ta’wil espiritual del espurio ta’wil poético, podemos volver a juntarlos. Y decir, para empezar, que esta distinción entre poético y espiritual es tan sólo una cuestión de proporciones; el ta’wil de los espirituales de Corbin tiene también algo de poético, y la lectura entusiasta de Rayuela tiene también mucho de espiritual. A partir de aquí, y a caballo del pensamiento analógico, los escritos de Corbin sobre el ta’wil vienen a constituir para nosotros un magnífico comentario avant-la-lettre de la obra de Cortázar.

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Los textos que vamos a transcribir en esta nueva sección pertenecen a La imaginación creadora en el sufismo de Ibn Arabî, publicado originariamente por Flammarion en 1958, y editado en español por la editorial Destino, Barcelona, 1993, en traducción de María Tabuyo y Agustín López. Ya vimos que Cortázar disponía de un ejemplar del original en francés en su biblioteca personal, desde 1961, aunque la falta de cualquier subrayado o anotación nos indujeron a descartar que lo leyera. No obstante, ya hemos visto extractos del libro de Corbin que Cortázar leyó sin duda alguna –la Terre céleste... –, así como pasajes de esa otra obra que tal vez leyera –el Avicena–; así pues, con el propósito de no repetirlos, acudiremos ahora a lo que dice La imaginación creadora sobre el ta’wil.

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Las siguientes líneas forman parte de la Introducción, páginas 41-42:

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La recurrencia de las teofanías, la perpetuación de su misterio, no implica una realidad eclesial ni un magisterio dogmático, sino la virtud del Libro revelado como «cifra» de un Verbo eterno, siempre capaz de producir nuevas creaciones (…). Ésta es también la idea shiíta del ta’wil, la exégesis espiritual esotérica que percibe y transmuta todos los datos materiales, las cosas y los hechos, en símbolos y los «reconduce» a las Personas simbolizadas.

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Varias veces leí en Corbin esta noción del Libro revelado como «cifra», sin entenderlo. Hasta que leí el Rayuela insólito; y ahí comprendí cabalmente. El texto revelado, el texto inspirado, constituye la cifra de una comunicación, de un trasvase entre distintos niveles del ser; en virtud de ello su exégesis, su ta’wil, su desciframiento, constituye la re-actualización de esa comunicación, de ese mismo trasvase. El exégeta del texto, como su autor hiciera previamente, pero en un sentido inverso, puede operar la misma «ruptura de nivel» que lo generara; el texto se convierte de este modo en una escalera de Jacob.

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Inmediatamente continúa Corbin:

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Toda apariencia, todo elemento exotérico (zâhir) tiene un sentido esotérico (bâtin); el «Libro descendido del cielo», el Corán, limitado a la letra aparente, perece en la opacidad y servidumbre de la religión legalista. El preciso hacer aflorar, en la transparencia de las profundidades, el sentido esotérico.

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Aquí, el autor francés usa con toda la intención el verbo ‘perecer’: el libro revelado, si es limitado a su sentido literal, muere; la vida de lo escrito reside propiamente en el sentido espiritual. Con esta misma intención habla Cortázar de Rayuela como de un libro vivo. Y la vida de Rayuela se halla igualmente cifrada en la existencia de un zâhir y un bâtin de sus componentes textuales.

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Y por lo mismo habla Cortázar de sí mismo, en tanto «autor» de Rayuela, en los términos en que lo hace: como shamán (cap. 82), como maestro zen (cap. 95). Porque la relación entre el autor de un texto de este tipo y su lector no es la misma que se establece entre el autor y el lector de una novela occidental. Aquí lo que importa es la «ruptura de nivel», y ello confiere un propósito espiritual a los actos del uno y del otro:

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Y éste es el ministerio del Imam, el «guía espiritual», aunque se encuentre, como en esta época del mundo, en la «Gran Ocultación» Su «magisterio» es un magisterio iniciático; la iniciación al ta’wil es nacimiento espiritual (wilâdat rûhânîya). Porque aquí, como ocurre con todos aquellos que lo han practicado en el Cristianismo sin confundir el sentido espiritual con la alegoría, el ta’wil permite el acceso a un mundo nuevo, a un plano superior del ser.

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