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Doy la bienvenida a Diego Zeziola como escritor invitado a este blog. Con su permiso, reproduzco el prólogo a su traducción de la Prosa del observatorio, prólogo que ya ha sido publicado anteriormente en la red (en www.temakel.com). A continuación añado mi propio Comentario.
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En torno al observatorio
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No en palacios de mármol,
no en meses, no, ni en cifras,
nunca pisando el suelo
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más alto ya que estrellas
o corales estuve
Pedro Salinas, La voz a ti debida
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Poema del observador
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El libro que tradujimos es un texto central en la obra de Julio Cortázar, y lo es en varios sentidos. En un primer sentido, porque el autor cristaliza en él gran parte de su pensamiento. Prosa expone simultáneamente una poética, una política, un humanismo y una cosmología. Propone, en última instancia, que lo poético es la dimensión más profunda y elevada de lo humano.
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En un sentido un tanto mítico, la Prosa es central como todo misterio. Avatar del Minotauro de Los reyes, aguarda oculta en el centro del laberinto al lector-Teseo que se atreva a enfrentarla. Pero hasta ahora ha habido pocos, muy pocos Teseos para este monstruo literario (para decirlo sin rodeos: no lo conoce ni lo leyó casi nadie); es lo que en parte pretende remediar esta traducción, que esperamos sirva así como hilo de Ariadna.
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Ya en otro plano –metafísico, espiritual–, este texto posee lo esencial de la creación artística plena, guarda las huellas (es las huellas mismas) de un acto de presencia total del ser, de una cita con la poesía. El poeta es el que reestablece el contacto perdido con las potencias naturales, divinas y cósmicas; bucea las profundidades marinas para adentrarse en las venas y arterias de la humanidad; mira la noche para guiar al hombre en su búsqueda de un cielo en la tierra. Como muestra de un acto único de consciencia, como todo contacto poético, entonces, esta Prosa es central, es decir, sale del centro y vuelve siempre a él.
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La materialización inmaterial de esa búsqueda es la imagen poética, puente que tiende el poeta-shamán entre la altura y lo secular. Julio Cortázar traza esa imagen en palabras, y así éstas se transforman en puentes de puentes, adquieren de nuevo el poder del dibujo, son signo, clave, llave, puerta, umbral. Queda claro que Julio intenta develar, elevar al lector a un plano de descubrimiento y asombro. Otras prosas de Julio son más explícitas en su intención de formar un lector cómplice, un camarada. Ésta lo requiere sin exhortaciones, necesita a alguien que desee reestablecer las conexiones, volver a trazar el ideograma, recortar el azar otra vez, “salir a lo abierto”. La función, la voluntad última del texto es lograr la identidad entre Jai Singh, Julio, lector, humanidad, anguilas, estrellas, noche y océano, recobrar la unidad de lo distinto y lo distante.
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La apertura al nivel mágico de co-incidencias y percepciones insospechadas se realiza literalmente a través de la palabra. La palabra de Cortázar es esa ventana que se abre y nos abre a otra realidad, a la realidad real y verdadera, a un mundo redescubierto por un hombre nuevo. Los muchos sentidos que encierra cada una son consecuencia lógica de ese tanteo ilógico y adánico que Julio aventura en su trance semántico. Clásica por definición, por pluralidad y posibilidad de significados, la palabra y la obra de Cortázar es atemporal, vale para todo tiempo y espacio. Más que invitar, obliga a una relectura constante.
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Los otros, el mismo
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Ya mencionamos que a Prosa del observatorio no se le prestó demasiada atención; por no decir que todavía (perdón por insistir) la obra de Cortázar en general no se ha interpretado como lo amerita. Jaime Alazraki, quien sí comprendió bastante al Enormísimo Cronopio, coincide con nosotros al opinar que “Prosa del observatorio es tal vez el libro menos conocido y estudiado de la obra de Julio Cortázar. Constituye, sin embargo, el texto que más apretada e intensamente resume su visión del mundo”. (1994, p. 261) Conocemos varios de los poquísimos artículos que hay sobre la Prosa, pero aún a esos se les escapan claves del texto. Valga como ejemplo la opinión de Rosario Ferré, quien en un ensayo por lo demás bastante lúcido afirma que Julio “no reconoce la importancia que probablemente tuvo para él el poema cosmogónico de Lugones” (1990, p. 160), e insiste sobre ello. Pues bien, en un brillante párrafo de Prosa, Julio habla de ponerse “de parte de los astros, como algún poeta de nuestras tierras sureñas”, en clara alusión a Leopoldo Lugones, quien concluyó el poema más famoso de Las montañas del oro, de 1897: “Y decidí ponerme de parte de los astros”. (1947, p. 14)
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Aprovechemos entonces para mencionar muy brevemente algunas de las influencias que confluyen en el texto. Las más evidentes son Novalis, Allan Poe, Keats y Lugones. Novalis, poeta romántico alemán de fin del siglo XVIII, escribió los Himnos a la noche, que comparten con la Prosa el fervor por la noche mágica y eterna. Padre literario del Cortázar cuentista, Allan Poe escribió un gran poema cosmogónico llamado Eureka, ignorado en su tiempo como Prosa pero considerado por su autor lo mejor que había escrito. Julio, hijo literario de Edgar, no solo ‘devoró’ su obra de joven, sino que luego lo tradujo, en un acto de profundo amor y admiración hacia el maestro. Y no fue menos lo que hizo por el poeta romántico inglés, a quien le dedicó un genial volúmen de 600 páginas llamado Imagen de John Keats (publicado en forma póstuma). La idea de que algo “sea lo que es y no lo que se dice” está en el budismo zen (tan presente en Rayuela), está en los cuentos de Julio (cf. “Axolotl”) y está en Keats: “… or if a Sparrow come before my window I take part in its existence and pick about the Gravel”. (citado en Cortázar, 1994, p. 48). Lugones, además del poema mencionado, incluyó en la colección de cuentos Las fuerzas extrañas, de 1906, un “Ensayo de una cosmogonía en diez lecciones”. Allí avanza desde “El origen del universo” hasta “El hombre”, dos extremos que Cortázar une en su propio ensayo cosmogónico, la Prosa del observatorio.
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Una obra escurridiza
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Julio, en Casa de las Américas, La Habana, 1978:
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“A lo largo de mi vida me ha sucedido escribir poemas. He publicado muy pocos porque desde muy joven acepté esa especie de clasificación literaria que hacen los demás, más que uno mismo. Desde un comienzo se me consideró un cuentista o un prosista y más tarde un novelista, pero la poesía, que siempre fue una constante personal para mí, no figuró nunca en esas clasificaciones, y yo me fui acostumbrando… a tal punto que la poesía es un ejericio un poco secreto, un poco personal para mí.” (1978, pista 6)
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Prosa del observatorio es un poema, un ensayo, un diario de viaje, un cuaderno de bitácora, una carta abierta, un cuento, un manifiesto… Inútil obstinarse en clasificar al cronopio, que siempre se salió con la suya, que siempre se salió de las casillas. En cierto modo, es risible el reciente esfuerzo de una editorial española por editar las Obras completas de Cortázar, en nueve o diez tomos prolijamente ordenaditos: Novelas, Cuentos, Poesía, Teatro… Pobre cronopio, si lo viera. ¿Rayuela es una novela? ¿Y el poema Rayuela, y el ensayo Rayuela, y la tesis Rayuela? ¿Salvo el crepúsculo es un libro de poemas, y no una autobiografía? Pero basta ya. Basta con saber que a los pocos meses de editado el tomo de Cuentos apareció otro cuento, que después del tomo tan serio y ciudado de Poesía aparecieron más poemas, que aparecen por aquí y por allá fotos y videos inéditos filmados por Julio, que el mar de cartas que escribió sigue rebalsando… en fin, que ninguna esclusa genérica ni académica puede contener el torrente de anguilas resbalosas que lanza el escritor desde un pasado que se vive reconfigurando. Intentar clasificar, etiquetar o incorporar a la academia y lo académico una obra así sólo lo puede hacer alguien que no la comprendió.
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Perderse en la tarea de catalogar éste y los demás textos de Cortázar es no ver el guiño cómplice del cronopio, que llama Prosa a algo que ya en la primera línea se corta después de una coma para ir abajo, para sumergirse hacia otra capa oceánica. Por otro lado, pensar en el texto sólo como un poema es ignorar su papel en la excelente tradición del ensayo hispanoamericano. Y así sucesivamente. El hecho es que todos esos niveles, esos géneros si se quiere, se dan juntos, al mismo tiempo; el texto se desliza de uno a otro, va y vuelve como la marea que describe, se abre a todo discurso que lo pueda enriquecer.
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La realidad poética
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Actitud raigal en Cortázar, el asombro ante la realidad es la fuente de donde nace el manantial de Prosa. Otros escritos surgen más a partir de lo lúdico, de la voluntad de transgredir las convenciones o de la necesidad de traducir lo onírico en literatura; éste se funda más en la fascinación que despierta lo real. Prosa del observatorio nace en parte por la necesidad de criticar y corregir cierta visión de la realidad: la de la ciencia, que se niega a ampliar su campo visual y se obstina en un reduccionismo en última instancia ignorante. Ante este objetivismo que no ve más allá de la superficie, Julio reacciona dando a luz un texto que brota de lo subjetivo, del inconsciente, el azar, los ritmos y pulsos sanguíneos, subterráneos. La ciencia es el vendaje del hombre, no su faro en la oscuridad, cuando invade el territorio de la poesía. (No olvidemos que ciencia y magia eran lo mismo en sus orígenes: ¿cuándo, en qué curva del camino perdimos el asombro?) Julio nos lleva al campo donde las cosas se deshacen de las etiquetas impuestas y vuelven a brillar con luz propia. El tan ansiado paradise regained es en primer lugar una conquista verbal, y en el principio nuevo es un verbo nuevo.
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El asombro, la sorpresa es entonces tanto causa como consecuencia del texto. Es la actitud que adopta Julio ante el misterio de las fuerzas vitales, ante lo mágico que se revela en la noche, ante las coincidencias significantes y simbólicas que lo desvelan. Esa postura parece generar a su vez más coincidencias, y no es muy descabellado pensar que a Julio le haya ocurrido realmente pisar una anguila en una calle de Paris (le ocurrieron otras cosas mucho más extrañas). La migración de las anguilas es un ejemplo del misterio de la vida y la naturaleza; los observatorios de la India, del deseo esencialmente humano de elevarse hacia otros planos del ser y el conocimiento. El poeta observa las anguilas y nada en los observatorios, y su aceptación de ambos misterios, del misterio que subyace a todo, le permite salirse del tiempo y el espacio, estar a la vez en la India y en París, en Sudamérica y en el Atlántico, en el siglo XVIII y en el XX y en el futuro posible; superponer estados y estratos, lograr que se amalgamen hombre, mundo y cosmos.
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Ante la perspectiva que ofrece el método poético, queda implícito que el mundo occidental, con su ciencia, su objetivismo, su logos, han seguido un camino errado. Si Jai Singh es un modelo a imitar, los científicos de hoy en día son patéticos peones de laboratorio; la estrechez de miras es causa de la involución humana. La ciencia se ha quedado en las palabras, se preocupa por los rótulos, por la catalogación del mundo; por el contrario, la poesía intuye las fuerzas que laten debajo de las palabras y migra por la página a bordo de la corriente rítmica, de la marea cadenciosa. Cada frase produce oleajes de sentidos y el sentido está entre lo dicho y lo no dicho, entre líneas y curvas, entremezclado con sinsentidos. (A veces es como dice Andrés Amorós sobre el capítulo 68 de Rayuela: “La impresión psicológica es de una serie de olas: todas avanzan en la misma dirección, pero cada una es un poco más larga que la anterior” (“Rayuela, nueva lectura”, Anales de literatura hispanoamericana, nº 1)). La lengua persigue una realidad siempre huidiza, sabiendo que si la atrapara ya no sería la realidad, dejando su rastro de nuestro lado. Lo escrito es paradójico porque señala un fracaso –el decir no alcanza al ser–, y una victoria –la intuición de que en lo sugerido puede estar el ser.
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La inspiración poética surge, como en los románticos (por citar un ejemplo caro a Julio), de los elementos naturales eternos: la noche, el cielo estrellado, el mar, el agua, la piedra, el mármol del observatorio. Casi oculto, el amanecer que todavía no nace también está presente en esa genial imagen de “la noche pelirroja”. En un plano más intelectual, el prosista Julio recurre como en gran parte de su obra a la intertextualidad con los mitos clásicos. Experto en mitología clásica, Cortázar juega con Endimión y Selene, con Acteón y Diana, como juega en tantas otras ocasiones con los dioses y semidioses de la antigüedad (“Circe”, Los reyes…). Pero una parte importante del texto se basa en la libre asociación de ideas e impulsos. Pararrayos de lo excéntrico y lo insólito, Julio convoca –a veces en un mismo párrafo– cosas de mundos totalmente diferentes: Pabst, Delhi, guerrillas, leptocéfalos, caricias, lunas, profesores y Hölderlin conviven en una realidad onírica. Desde el comienzo de Prosa es evidente que Cortázar es un surrealista. El suyo es un surréalisme (supra-realismo) original que busca una realidad superior.
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Sólo el poeta, verdadero explorador de nuevos mundos, une lo dispar, acerca lo corriente y lo exótico. Su arma es la analogía inesperada, la metáfora hipnótica. Unir los opuestos y captar las relaciones entre cosas que aparentan no tener relación es la actividad del genio. A fin de cuentas, la propuesta de Prosa sigue siendo la de Rayuela: “…quizá las palabras envuelvan esto como la servilleta el pán y adentro esté la fragancia, la harina esponjándose, el sí sin el no, o el no sin el sí, el día sin Manes, sin Ormuz o Ariman, de una vez por todas y en paz y basta”. (Rayuela, cap. 73)
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Prosa del observatorio culmina con la expresión de un deseo, de una ambición: la conquista de la realidad poética. Para ella habrá que trabajar, por ella habrá que sacrificar sangre, sudor y lágrimas, pero en ella el ser humano será libre. Aquí entra lo “político”, si se quiere, el manifiesto social que es la Prosa, publicada el mismo año que el Libro de Manuel. La noche pelirroja: ese estar-en-el-mundo, esa existencia plena hay que alcanzarla para y por el hombre. En este sentido, el poeta es una especie de iluminado porque señala el camino. Pero Cortázar es ante todo un gran humanista, para quien algún día debe cumplirse la sentencia de Lautréamont: “la poesía debe ser hecha por todos”. El curso de las anguilas es poesía en sí mismo; el combate por la libertad, contra la opresión, es una cara de la poesía; en la mirada de Jai Singh hay poesía; hay poesía en el mundo entero. La realidad poética será mágica, abierta, revolucionaria, fluida, sorpresiva, erótica, lúdica, sensual, onírica, rítmica y, al fin, humana.
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Símbolos
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En la Prosa hay muchos símbolos. El más importante es el anillo de Moebius, que aparece como metáfora en el texto pero también es una descripción del texto en sí. La cinta o anillo de Moebius simboliza lo eterno, lo cíclico (por ende el ciclo vital, la creación, el orden natural y cósmico), las dos caras de la moneda (que son una), la unión de verso y anverso (el uni-verso), y un largo etcétera. A su vez, por asociación con las anguilas, esas serpientes marinas, remite a otro símbolo maravilloso, el ouroboros. La serpiente que se muerde la cola es lo que está cerrado y abierto al mismo tiempo (muestra y oculta su cara simultáneamente), lo imposible vuelto real. Ese anillo fantástico es el lazo que ata todo lo dispar, todo lo que en un principio parece inconciliable. La figura que trazan las anguilas es una cinta de Moebius horizontal; el estudio de los astros por parte del sultan es una cinta de Moebius vertical. Las curvas de los observatorios forman anillos donde conviven luz y sombra, las anguilas se retuercen y anudan en una masa primordial de cintas acuáticas.
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Sin embargo, lo más interesante sucede a nivel metatextual. Hay frases que funcionan como círculos cerrados, que hay que leer y releer, frases de las que es difícil escapar pero de las que finalmente se sale fascinado. Párrafos, secciones, oraciones se ofrecen como ciclos perfectos, a caballo de un ritmo desmedido. No hay que olvidar tampoco que Prosa del observatorio es, como Alto el Perú, Último Round, La vuelta al día en ochenta mundos, Buenos Aires Buenos Aires y Territorios, un libro de texto e imágenes. Las palabras dialogan con las imágenes, las interrogan y son interrogadas, adquieren su sentido o lo pierden a partir de una foto y viceversa. La mirada se desplaza del texto a la imagen (mejor dicho, de la imagen textual a la fotográfica) y forma así su propio anillo de Moebius. Esta cópula dialéctica engendra otras preguntas, que no están formuladas en la prosa sino en el espacio intermedio entre ésta y las fotografías. El hecho de que las fotos sean en blanco y negro, al igual que las palabras sobre la hoja blanca, contribuye a pensarlas como otro campo textual.
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La noche es el lugar de la poesía. Fuente de los misterios primordiales, reducto de lo oculto, está en la altura así como en la profundidad. Es el hábitat común de anguilas y de estrellas; la de arriba es tan inalcanzable para el hombre como la de abajo. Novalis y Cortázar la homologan a la nada de la que todo nace y a la que todo vuelve. Pero al ser captada por un astrólogo-poeta, al reflejarse en el Atlántico, simboliza el universo instalado en la tierra. La noche pelirroja es lo femenino celestial, la musa, el pulmón de inspiración. Ya hemos señalado que en la noche pelirroja está la semilla del alba, que por supuesto es el futuro. En este caso el futuro no ha llegado aún, hay que ganarlo con la pluma y la espada; para que la noche arda de pelirrojo y nazca la aurora habrá que contribuir con el rojo de la sangre.
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Las anguilas representan por un lado lo huidizo, lo inexplicable, la naturaleza indomable, y por otro las fuerzas del inconsciente en acción, la pulsión vital, el ser en armonía con su entorno. Las anguilas pertenecen a la larguísima lista de animales y bichos raros que habitan la obra de Julio, verdadero bestiario. (Como muestra de ello, Aurora Bernárdez, primera mujer, amiga y albacea de Julio, compiló hace poco bajo el título Animalia varios escritos donde el cronopio juega con la fauna). Por su metamorfósis perfecta, paciente y asombrosa, Julio emplea las anguilas como metáfora del hombre, que en su estado actual es todavía una angula y deberá remar río arriba durante mucho tiempo si quiere llegar a ser anguila o estrella.
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Los observatorios de Jaipur y Delhi encarnan la voluntad del hombre en su doble aspecto. Por un lado, se alzan como un monumento a la ciencia que todo lo quiere explicar, a la sed de conocimiento que por insaciable puede matar al hombre. Por otro lado, esas construcciones magníficas y artísticas son un lugar de encuentro, el lugar de la apertura. El observatorio es una herramienta o artefacto de la noche, que le sirve de brazo pero también la investiga y la incorpora. Sus curvas lo abren al cielo como un ojo que no sólo es testigo sino también conciencia pensante del universo: como toda herramienta (pero más que ninguna porque también nace a la noche y se mueve danzando con la luz), se vuelve extensión del hombre que es espejo del mundo. A través de la mirada humana, Jantar Mantar deja lo petrificado, su costado meramente científico y medido y se abandona a lo ardiente, a lo erótico, a lo desmedido.
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Su artífice, Jai Singh, es una figura solitaria con varias facetas. Se lo puede ver como imagen de la humanidad entera en tanto que soñador e inquisidor de la altura. Es históricamente el guerrero, lo que lo acerca a la figura del guerrillero en el monte (que aparece hacia el final). Cortázar proyecta en Jai Singh actitudes y anhelos propios y así el astrólogo se identifica con el poeta. Y no es muy descabellado pensar a Jai Singh con relación al Astrólogo de Los siete locos, ambos con sus locuras proféticas, revolucionarias. El sultán sirve a otro tipo de ciencia, a una ciencia que todavía conserva la magia original y el encanto del descubrimiento. Arquitecto y matemático, desea atisbar otra imagen del mundo. Por último, podríamos pensarlo como un nuevo Petrarca que escala cada noche su extraño monte Ventoso.
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La figura es una noción fundamental en Cortázar, que atraviesa toda su obra. Julio agrega al sentido corriente del término una dimensión casi metafísica: la figura es una especie de constelación, dibujo o trazo que liga elementos aparentemente libres. 62/Modelo para armar, por ejemplo, termina [lector: no lea el final de esta oración si algún día va a leer el libro] con una figura que resume toda la historia: unos insectos revolotean alrededor de un farol, sus movimientos brownoideos semejantes a los de los personajes de la novela. En Los premios, el poeta Persio imagina que el barco en el que viaja tal vez forme, visto desde arriba, la figura de una guitarra. En Prosa del observatorio, las dos figuras obvias son el camino misterioso que recorren las anguilas y las constelaciones que descubre Jai Singh. Pero como siempre, a Julio le interesa más la realidad que la literatura y por eso es que leemos en la nota introductoria que “las anguilas, Jai Singh, las estrellas y yo mismo, son parte de una imagen [léase: figura] que sólo apunta al lector”. Captar la figura, el ordenamiento superior, la imagen misteriosa e insospechada del mundo, implica un esfuerzo consciente que Julio realiza con natural maestría. El fin de Prosa del observatorio es que del otro lado de la hoja, esa cinta de Moebius, nosotros también realicemos ese esfuerzo, salgamos a lo abierto y percibamos la figura.
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Para que el contraste entre mi prosaísmo y la poesía de Cortázar no sea tan brusco, quisiera citar por último a Octavio Paz, con quien Julio realizó el viaje a la India:
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“Un templo maya, una catedral medieval o un palacio barroco eran algo más que monumentos: puntos sensibles del espacio y el tiempo, observatorios privilegiados desde los cuales el hombre podía contemplar el mundo y el trasmundo como un todo. Su orientación correspondía a una visión simbólica del universo; la forma y disposición de sus partes abrían una perspectiva plural, verdadero cruce de caminos visuales: hacia arriba y hacia abajo, hacia los cuatro puntos cardinales. Punto de vista total sobre la totalidad. Esas obras no sólo eran una visión del mundo, sino que estaban hechas a su imagen: eran una representación de la figura del universo, su copia o su simbolo.” (El arco y la lira)
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