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La tercera carta de Cortázar a Fredi Guthmann
(3 de marzo de 1952)
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¿De qué hablaron Julio Cortázar y Fredi Guthmann en la parisina noche del 2 al 3 de marzo de 1952? No queda ninguna constancia documental de los contenidos de su conversación; pero sí de los efectos que tuvieron sobre el autor de Los reyes. Al día siguiente, Cortázar le escribía a su amigo una breve nota que comenzaba así:
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Mi querido Fredi:
Creo que estarás contento por mí si te digo que acabo de pasar una mala noche. Una de esas noches de revisión, de bilan, de preguntarse cosas, de ver qué pequeñas y mezquinas son las respuestas. No he ido más allá de eso, pero me da la medida de lo que fue nuestra conversación de anoche.
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Ya tuvimos ocasión de ver otras dos cartas –véase “Dos cartas a FG”, del 11 de noviembre de 2011– en las que se manifestaba la profunda impresión que había causado en Cortázar el relato de la experiencia de Guthmann en la India. A esas dos primeras cartas, de enero y julio de 1951, se le añade ahora esta nota de marzo del 52 para dejar constancia del creciente influjo que estaba ejerciendo el aventurero, poeta y místico sobre nuestro escritor. Una pequeña diferencia, meramente formal, entre el tratamiento de usted (en las dos cartas anteriores) y el tuteo (en esta nueva misiva, unos meses después) nos revela cómo la fuerte impresión causada, lejos de distanciar a ambos hombres, acabó por unirles en una estrecha amistad.
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Es cierto que un amigo puede alegrarse porque el otro pase una mala noche, cuando ese balance que produce el insomnio ha sido generado por las inquietudes que el primero ha logrado sembrar en el espíritu del segundo. Pero aquí, más que de amistad, quizá cabría hablar de otro tipo de relación, por lo menos durante esta época. Cuando Cortázar le dice al otro “estarás contento por mí”, está apuntando más bien a una relación de maestro a discípulo, oportunamente forjada entre uno, que deseaba dar a conocer su experiencia, y otro, que estaba ávido de verdades trascendentales:
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No había palabras para decírtelo, pero a cada cosa que tú decías o me leías, yo notaba fríamente en mí la resistencia casi demoníaca de un orden ya cerrado, construido, que teme perder su comodidad y su rutina, y se subleva ante la palabra nueva, ante la Noticia. Ahora sé por qué esa hora y media de charla me ha fatigado tan terriblemente. La noche que acabo de pasar (con los sueños más increíbles) me da la justa medida del combate que lo Viejo y lo Nuevo han librado en mí. Hoy me siento como podría sentirse un campo de batalla: sucio, pisoteado, lleno de muertos y lamentaciones. Pero también sé que uno de mis dos ejércitos ha vencido. Sólo que no sé cuál.
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Luego, al final de la carta, Cortázar dirá: “Quisiera que me creas digno de seguir escuchándote”. ¿Por qué no iba a ser Cortázar digno del otro? Si es mera amistad, es claramente una amistad asimétrica. De hecho, seguimos aquí con la tónica que ya vimos en ocasión de las dos cartas de 1951: se nos ofrece la imagen de un Cortázar profundamente conmovido por las palabras de Guthmann, una conmoción que llega hasta los cimientos de su ser. El escritor se expresa, a propósito del otro, en términos inequívocos: en enero del 51 hablaba de “revelación”, de “la mirada de un iluminado”; en julio del mismo año, se habla a su vez de “ingreso a una realidad espiritual para mí inalcanzada”, de una “Realidad” en mayúsculas; y ahora, en marzo de 1952, se habla finalmente, y también en mayúsculas, de una “Noticia” que nos remite al concepto de un “Evangelio” guthmanniano, en clave claramente religiosa.
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Persiste también aquí –y se acentúa– esa misma consecuencia, directamente derivada de la conmoción, que ya analizamos en su momento: la súbita y trágica devaluación del mundo hasta entonces conocido por Cortázar. Ante la experiencia y las palabras del amigo y maestro, todo aquello que hasta entonces llenaba de sentido y de valor el espíritu de Cortázar pierde definitivamente su importancia. Si en enero del 51 esto se expresaba en términos de una “mínima dimensión de literatura y de arte”, en marzo del 52 el asunto se personaliza en un escritor que de repente se siente “sucio, pisoteado, lleno de muertos y lamentaciones”. “Pequeñas y mezquinas”: así son las respuestas que Cortázar, tal como él mismo reconoce, puede dar a las preguntas planteadas directa o indirectamente por Guthmann.
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En mi artículo de noviembre del 2011 sugerí que esta conmoción de Cortázar, así como la subsiguiente pérdida de sentido de su mundo anterior, iban a tener como consecuencia última la forja de una obra nueva, que por fin le hiciera sentirse al escritor “realmente digno” de Guthmann, de situarse a su superior altura. Tras los intentos relativamente fallidos de Los premios y “El perseguidor”, esta empresa culminará felizmente con Rayuela, la mayor obra –con diferencia– del escritor. Así pues, deberán pasar más de diez años hasta que Cortázar pueda decirle a Guthmann, después de que éste haya acabado la lectura de Rayuela (en septiembre del 63), que “nosotros estamos del otro lado, en ese territorio libre y salvaje donde la poesía es posible y nos llega como una flecha de abejas”. Los dos están del otro lado, sí; aunque Cortázar ha llegado más tarde, siguiendo la senda iluminada por el maestro y amigo.
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Pero en 1952 Rayuela queda todavía muy lejos. Apenas podemos computar como abono del terreno los acontecimientos que tienen lugar en ese momento en el espíritu de Cortázar:
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Realmente no lo sé, Fredi. Lo que puedo decirte (...) es que en ti veo la presencia viva de eso que tus palabras no alcanzan todavía –por mi enorme ignorancia– a mostrarme con claridad. Tú has vuelto de allá con ojos nuevos. Ya te lo dije anoche, y es cierto. Tu cara es la misma, pero te han cambiado la mirada. Tenías una mirada huyente, acechadora, analítica. Ahora miras y ves de una manera que mi propia mirada siente profundamente. En cuanto a tus palabras, espero humildemente entenderlas mejor si tienes el deseo de continuarlas para mí. No sé lo que pasará, porque la batalla es dura y yo me he conformado hasta hoy con lo que tenía y alcanzaba. Pero el hecho de que haya una batalla te prueba (y me prueba) que nuestro encuentro de anoche no ha sido inútil ni estéril. Quisiera que me creas digno de seguir escuchándote.
Con mi afecto para Natacha, un abrazo de
Julio
¿Son las tres obras metafísicas de Cortázar el resultado directo de esa batalla, entre lo viejo y lo nuevo, que empieza a librarse en su interior a partir de 1951? ¿Es la nueva mirada de Guthmann un aviso de los “ojos desnudos” del Persio de Los premios? ¿Es la diferencia entre la “mirada analítica” del Fredi viejo y los “ojos nuevos” del nuevo, la misma diferencia que hay entre las miradas de Horacio y de la Maga en Rayuela? Para mí no hay ninguna duda de que así es. “No sé lo que pasará”, dice Cortázar en 1952: lo que a mí me recuerda las palabras –“No sé lo que va a salir de una larga aventura…”– con las que el escritor anuncia, en mayo de 1960, el proyecto de Rayuela a su amigo y corresponsal Jean Barnabé.
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Hasta Cortázar ha llegado, en 1951, una palabra nueva: algo que va a transformar su vida de escritor tal “como si hubiera terciado en el diálogo un interlocutor más complejo”. Pero en todo caso: ¿qué es lo que ha modificado, antes que nada, la mirada de Guthmann? ¿Qué ha sucedido en la India para que el aventurero y poeta haya vuelto transformado de su viaje de un modo tan radical y decisivo? ¿Qué cosa tan trascendente pudo descubrir Fredi en el lejano oriente, como para devaluar de un modo definitivo la literatura y el arte (¡y hasta el amor!) que hasta entonces llenaban tranquilamente la vida de Cortázar?
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Nos hallamos aquí ante una coyuntura similar a la que se da en “El acercamiento a Almotásim” de Jorge Luis Borges. Porque aunque Guthmann es el portador de esa nueva palabra –de esa evangélica Noticia–, en el fondo el aventurero y místico argentino no habla por sí mismo: sus palabras son el eco de las palabras de otro mayor que él. Guthmann no es el Almotásim de Rayuela: él sólo es uno de los que lo han conocido de cerca. “Su porción divina es mayor –dice el cuento sobre estos–, pero se entiende que son meros espejos”. Curiosa y maravillosamente, el propio Cortázar vino a señalar esta condición intermediaria de su amigo Guthmann, como poniendo los pasos en las huellas del relato de Borges:
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Entonces, Fredi, su revelación me llega como la luz de la luna; usted es la luna, recibiendo directamente la luz; y lo que me toca a mí es su carta con sus palabras, la luz de la luna para leer su carta
(…)
Su carta me ha hecho mucho bien, me ha mostrado que siempre hay esperanza. La luna, al fin y al cabo, muestra el camino del sol. Vivo como un gran temblor, como un salto sin bailarín. (Carta del 3 de enero del 51)
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Cortázar es el amigo de Guthmann; Guthmann es el amigo de Almotásim; Cortázar es. por tanto, "el amigo de un amigo" de Almotásim. Guthmann es la luna que refleja la luz del sol: y el sol, el astro que arroja su luz sobre el mundo, no es otro el gran sri Bhagavan. El Almotásim que terció en la conversación interna de Cortázar, por mediación de Fredi Guthmann, provocando la generación de esa inmensa obra que es Rayuela, fue la figura espiritual del gran Ramana Maharshi.
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Repensando el problema, llega a una convicción misteriosa: En algún punto de la tierra hay un hombre de quien procede esa claridad; en algún punto de la tierra está el hombre que es igual a esa claridad (Jorge Luis Borges, “El acercamiento a Almotásim”)
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Repensemos el problema: Es cierto, no podemos recuperar documentalmente ni las cartas ni las conversaciones con las que Guthmann iluminó a Cortázar. Pero sí podemos acudir a la fuente original de la que Guthmann bebió la Noticia que traía. Las palabras directas de Maharshi, tal como fueron recogidas por sus discípulos, quizá nos permitan saber definitivamente qué fue lo que Guthmann sembró en el espíritu de Cortázar, que germinó tan felizmente en Los premios y “El perseguidor”, y que dio su fruto definitivo en la genial Rayuela.
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Esas palabras son precisamente lo que veremos en la segunda parte de este artículo.
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