Elementos para una TEORÍA DEL ENTUSIASMO

La cara oculta de RAYUELA. Por Jorge Fraga

22 de mayo de 2016

«Rayuela» y Gurdjieff (1)

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Una errata con transfondo
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Gurdjieff aparece mentado en el capítulo 65 de Rayuela, en la «ficha» que identifica a Ossip Gregorovius como miembro del Club de la Serpiente. Tras exponer las distintas identidades que éste último, según el alcohol que haya ingerido, otorga a su propia madre, el capítulo termina con esta frase:
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De manera inexplicable los testigos han notado que estas sucesivas (o simultáneas) versiones de la tercera madre van siempre acompañadas de referencias a Gurdiaeff, a quien Gregorovius admira y detesta pendularmente
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Ésta es la única vez que se alude al fundador del Cuarto Camino en todo el libro. Lo cual, mirándolo bien, no es ni mucho ni poco: también a Keats se le menciona una sola vez, aunque Cortázar le tenga como uno de sus poetas de referencia; e igualmente Chaplin aparece en una única ocasión, pero a éste último no cabe relacionarlo de un modo especial con el autor del libro. Es obvio que la lógica de las citas en Rayuela no sigue un criterio cuantitativo.
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La pregunta, entonces, sería: ¿qué clase de vínculo podemos establecer entre Cortázar y Gurdjieff? ¿Sería semejante al que ostenta con Keats, o es más bien intrascendente, como en el caso de Chaplin? A juzgar por la documentación existente, la segunda opción parece la más acertada: esa mención no es tan solo única en el contexto de Rayuela, sino también en el conjunto de la producción de nuestro escritor. El maestro armenio no aparece en ninguna otra obra del autor argentino; tampoco se lo menciona en sus entrevistas o en la correspondencia, y ninguna obra suya o relacionada con sus enseñanzas figura en el catálogo de la Biblioteca Cortázar. Nada por aquí, nada por allá: su aparición en el capítulo 65, anclada en el vacío, parece cosa de magia.
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Sin embargo, tenemos esa errata. Curioso: «Gurdiaeff», en vez de Gurdjieff. Cortázar, el detallista y minucioso Cortázar, enemigo acérrimo de las erratas allá donde las hubiera, con mayor encono si cabe cuando se trata de sus propias obras, no sólo cometió una en Rayuela, sino que no se preocupó en corregirla en las sucesivas ediciones del libro. En este sentido, no hay otro caso parecido en Rayuela ni en ninguna otra obra del autor. Y no se puede decir que pase desapercibida: no sólo se escatima ahí una j, lo cual siempre se podría adjudicar a un descuido, sino que también se añade una vistosa a, del todo injustificable, que no encaja para nada en la fonética del apellido. ¿De dónde sacaría Cortázar tal ortografía para este nombre? ¿Quiere ser tal vez la transcripción del modo peculiar en que Gregorovius, toda vez impregnado de alcohol, lo pronunciaba? ¿O se trata de un simple error, debido quizás a ese mismo desconocimiento del individuo por parte de Cortázar, que vemos confirmado por la ausencia de alusiones al mismo en el resto de sus obras?
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En cualquier caso, ¿merece la pena detenerse en ello? Para la visión común de Rayuela, el asunto acepta una sola categoría: la de mera anécdota. Esa errata no interfiere para nada con la comprensión común de la obra. Es cierto que Rayuela tiene una fuerte impronta metafísica, lo que justifica plenamente una mención a Gurdjieff, tal como encajan también las referencias, igualmente únicas y sin mayor trascendencia, a Fulcanelli y a M. Blavatsky. Y si hay errata, la culpa tal vez debería atribuirse al propio Gurdjieff, por detentar un apellido tan extraño.
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Para la Teoría del Entusiasmo, el caso es muy distinto: diametralmente distinto, de hecho. En esta otra perspectiva, esa errata es como una rendija por la que se cuela una luz radiante; como una puerta que nos conduce a un jardín secreto. Para la Teoría, Cortázar no sacó esa ortografía errónea de ningún lado más allá de su intención deliberada. En otras palabras: está hecha a posta. Esa errata es para nosotros un guiño, una indicación pensada para el lector activo, a quién Cortázar supone enterado de las enseñanzas del fundador del Cuarto Camino. Sí, ya sé: dicho así, sin más, esto huele a sobreinterpretación, incluso a paranoia. Pero desde nuestro punto de vista, no puede ser casualidad que nuestro escritor marrase única y exclusivamente en el nombre de quien justamente difunde el uso deliberado de errores en el arte, con un propósito determinado. Así está escrito en el capítulo 30, Libro Segundo, de los Relatos de Belcebú a su nieto:
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»En todas las obras que creemos intencionalmente según los principios de esta ley, con el fin de transmitir los conocimientos a las generaciones venideras, insertaremos deliberadamente ciertas inexactitudes, también de acuerdo con leyes, y es en esas inexactitudes donde depositaremos, con los medios de que dispongamos, el contenido de uno u otro de los verdaderos conocimientos que posee el hombre en la actualidad
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Y no puede ser casualidad, repito, porque una vez traspasada esta puerta, Gurdjieff se va a mostrar como una referencia de enorme importancia para Rayuela. Una referencia cuya transcendencia solo puede compararse con la que adquiere otro autor cuya aparición en Rayuela, por cierto, es todavía más escueta que la del propio Maestro de Danzas, pues ni siquiera llega a escribirse su nombre, dejando toda ilación con el mismo cifrada exclusivamente en el concepto de «la tierra de Hurqalyâ». Pero reservemos para más adelante este otro autor, del que por otra parte ya se ha hablado con cierta abundancia en este blog, y centrémonos nuevamente en la figura de Gurdjieff.
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Decía más arriba que la mención al fundador del Cuarto Camino no tiene relevancia para la visión común de Rayuela. Esto es debido, en el fondo, a que esta visión no reconoce la existencia de elementos ocultos en el texto del libro. Permítanme reiterar aquí, por enésima vez, las principales diferencias entre la visión común de la obra y la que defiende la Teoría del Entusiasmo:
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Rayuela, dice su autor, es sobre todo dos libros. Para la visión común, esto se traduce siempre como dos novelas: una, más corta, que se lee de corrido, y otra, que añade un buen número de capítulos extra, y que se lee de forma salteada. Tanto en una como en otra el argumento se basa en las peripecias de Horacio Oliveira por París y Buenos Aires, narradas en modo literal y al estilo de una suite, es decir, respetando el continuum espacio-temporal. En ese contexto, insisto, no tiene ningún sentido considerar la errata del capítulo 65 como un error deliberado, del mismo modo que no tiene sentido hablar de un «conocimiento verdadero» sobre Rayuela
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En cambio, para la Teoría del Entusiasmo, los dos libros a los que alude el Tablero de Dirección son, por un lado, una novela, formada por la versión corrida, y por el otro, un libro insólito, que únicamente coincide con la versión salteada del texto. Este libro insólito no aparece ante los ojos del lector de novelas, pues se halla oculto tras las peripecias de Horacio, que aquí son en realidad metáforas. A través suyo el libro narra de forma repetida un mismo episodio, cierta experiencia vivida por Cortázar en su intimidad, y se estructura en la forma de tema con variaciones. A este libro oculto –que Cortázar denomina Disculibro, y yo «Rayuela insólito»– se llega exclusivamente por un cambio en la mirada del lector, un desplazamiento–desaforo–descentramiento–descubrimiento de su conciencia (en la Teoría, ese expediente cognitivo se unifica bajo el concepto de entusiasmo), en un trance en gran medida equivalente al que Cortázar atravesó al escribirlo (para un mayor despliegue de estas ideas, me remito al Índice de Artículos de este blog; y a este artículo en concreto «¿Acaso Cortázar no lo dijo?»– como introducción general a la Teoría).
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En este otro esquema sí tiene sentido tomar la errata del capitulo 65 como un error deliberado, en el mismo sentido y con el mismo propósito que Gurdjieff adjudica en su libro a ese procedimiento: es decir, con el fin de transmitir un conocimiento verdadero. Pues esa errata es un indicio que conduce a las estructuras ocultas de Rayuela, y estas estructuras constituyen un «conocimiento más verdadero» del libro que el que aporta su lectura como novela. En contraste con su migrada presencia en la novela, Gurdjieff adquiere un peso fundamental en el Rayuela insólito; y el error en la transcripción de su apellido sirve no sólo para atraer la atención hacia el maestro armenio, sino que al mismo tiempo nos sitúa de forma sutil pero precisa en pleno capítulo 30 del Belcebú, justo donde se exponen las ideas sobre el arte. Y hay una razón de peso para ello: el proyecto de Rayuela, tal como se lo entiende desde la Teoría, se nutre de forma muy sustancial con esas mismas ideas.
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De hecho, tal como argumentaremos más adelante, las ideas de Gurdjieff sobre el arte deberán ser consideradas como una causa formal para el proyecto de Rayuela. La lectura del Belcebú, y seguramente de los Fragmentos de una enseñanza desconocida de Ouspensky, fueron con gran probabilidad coetáneas a la concepción misma del mayor libro de Cortázar. Me atrevo a decir que Rayuela, sin estas lecturas, no hubiera existido, o quizá sería otra cosa muy distinta, y también con mucho menos valor. Precisamente de esas lecturas surgió la misma idea de escribir un libro oculto, un libro entero sustraído a la mirada ordinaria, de acuerdo con ciertas leyes, y con el propósito de generar un cambio en el nivel de conciencia del lector. Voy a repetirlo, pues una idea de tanta importancia merece todo el énfasis que uno pueda ponerle, y voy a agregarle ahora un matiz, que ya desarrollaré en otra ocasión: las ideas de Gurdjieff sobre el arte son por lo menos, al cincuenta por ciento  la principal causa formal de Rayuela
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Así pues, siempre según mis cábalas, el ocultamiento formó parte de este proyecto cortazariano desde su mismo comienzo: o mejor dicho, es su mismo comienzo. Y esta es la razón por la cual no aparece alusión alguna a Gurdjieff, ni a Ouspensky, ni al Cuarto Camino, ni a los Legominismos, ni a las Danzas Sagradas, ni a nada relacionado mínimamente con el autor del Belcebú, en ningún documento proveniente de Cortázar. Éste último decidió dejarnos tan solo esa mención con errata del capítulo 65, prácticamente como único pasaje al jardín secreto (aunque ojo, no nos confundamos: hay otros jardines secretos en Rayuela, cada uno con su propio pasaje). Más allá de esto debe hablarse de un escamoteo deliberado y sistemático por su parte: cabe pensar que una mayor referencia a ese bagaje conceptual y terminológico corría el riesgo de convertirse en  un atajo por el que el lector activo se ahorrase parte de un camino que, en realidad, debía recorrer en su totalidad y por sus propios medios. Si alguien, si «un cierto y remoto lector» llegaba hasta el Rayuela insólito, sería únicamente a través del entusiasmo: esto constituye una premisa sine qua non, subyacente a todo el proyecto.
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Un único pasaje, he dicho; pero subrayo: prácticamente. Este adverbio, como sabe cualquier usuario de nuestro idioma, tiene el valor de un «casi». Y es que a pesar de todo lo dicho más arriba sí resulta posible detectar otra referencia a las enseñanzas de Gurdjieff en otro documento de Cortázar; aunque sea, casi, como un acertijo. Se trata, como no podía ser de otra manera, de un documento estrechamente relacionado con Rayuela: el Cuaderno de Bitácora. Antes de penetrar más a fondo en una investigación sobre las conexiones existentes entre los dos autores, vamos a trabajar, en la próxima entrega de esta serie, sobre esta otra referencia, que constituye una segunda rendija o puerta que conduce exactamente al mismo jardín, y en la que nadie, por lo que yo sé, ha reparado hasta ahora.
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Esto es todo por hoy. Les dejo con el anuncio de esta otra puerta, con la esperanza de que antes de mi vuelta, dentro de un mes justo, alguno de ustedes quiera emprender la búsqueda de ese otro pasaje y compartir conmigo su descubrimiento.
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23 de julio de 2015

Cosmoaudición de Julio Cortázar

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Autor: Diego Zeziola
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Todavía no leímos a Cortázar. Hay una voz que se dice a través de “Cortázar” (de aquí en más Cortázar a secas) esotérica, de difícil acceso, que vale la pena descubrir porque puede ayudar a operar en nosotros una metanoia, es decir, una transformación en la forma de percibir, pensar y actuar. En principio, con respecto a la literatura; luego, al arte en general y por ende a la forma de vivir, de buscar y de estar en el mundo. Leer al Cortázar oculto puede ser el primer paso en un camino de cuestionamiento y reformulación de nuestro vocabulario más esencial (¿a qué llamamos mundo, humanidad, poesía?) y entonces llevar a un cambio de predisposición interior total. En esta obra están, no ocultos pero sí solo sugeridos, aludidos, los elementos para llegar a la “comunión íntima” con el prójimo y todas las cosas. Cortázar busca las claves en lo más alto (no podría no hacerlo pues sus ojos y oídos ya están ahí), y lo más alto es la armonía, la música de las esferas y sus correspondencias dentro del hombre y entre los hombres. Tratamos con una perspectiva que trasciende al propio autor y se da en otros poetas, en diversas tradiciones. Una cosmovisión musical subyace a la búsqueda de Cortázar, que exteriormente toma una forma literaria pero en esencia es metafísica, espiritual y social. Este trabajo señalará algunas huellas de esa búsqueda, para acompañar al lector que desee alcanzar las mismas intuiciones que movieron a Cortázar a crear y admirar.
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ENTRE
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Abordaremos el aspecto más elevado de Cortázar. Lo que sigue será el dedo que apunta al dedo que apunta a la luna, con la esperanza de que los tres coincidan y haya una vez más simultaneidad, desde la trama que a todo subyace.
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La exégesis, las preguntas, los orificios que se propongan parten siempre de que lo escrito por Cortázar no tiene voluntad de literatura sino de puerta a la vida. La pregunta no puede agotarse en pregunta sobre el texto sino que debe extenderse mutada en pregunta desde el texto, sobre nosotros mismos. Este es un discurso que no se toma como final sino que se quiere y reclama paso a la acción. Un discurso, aunque esférico y bello, incompleto, que reclama para servir de algo, para seguir, entrar en el hombre y volverse gesto, acto, trampolín al mundo, que será un Nuevo Mundo. El modo de comprender la poética de Cortázar es poniéndola en práctica; no desde afuera, desde un comentario, sino desde la puesta en escena de las ideas. Esa es la práctica a la que hay que llegar.
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¿Por qué podemos escribir tanto sobre Cortázar? Porque es un escritor y un jugador íntegro e integral. Porque en sus palabras hay vida y muerte, en danza inagotable.
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¿Para qué escribimos tanto sobre Cortázar? Porque es una de las formas de seguir jugando el Gran Juego que nos propone. Escribir, preguntar, andar por ahí, amar. Si aceptamos el trato, es imperativo sumirnos en los nuevos verbos. Descubrir de nuevo estos verbos, que tienen tanto polvo encima. ¿Qué era escribir? ¿Qué era vivir intrigado, entregado a la maravilla?
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Si intentáramos exponer, describir o sistematizar solo intelectualmente, quedaría una sensación de mentira, de algo incompleto, parcial y por eso falso. Se vuelve a la lectura, y ahí está Julio vivo, diciendo algo que contradice o minimiza la conclusión tranquilizante, esquivándonos, desplazándose más, esquivando la etiqueta, todavía incognoscible e inapresable. Es la mancha o la escondida, jugamos con Julio sabiendo que es il miglior giocator. Somos la posibilidad de un juego renovado. Y qué hermoso el juego, y jugamos para ganar: no para ganarle o ganarlo, sino para ganar el derecho de piso... del patio de juegos.
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¿Para qué escribe Cortázar? Para despertar conciencias. Escribir era su modo natural de despertarse y de despertar la atención del prójimo. Al darse cuenta de que el límite de su literatura estaba en sus personajes, en la humanidad que podían llegar a transmitir, saltó al prójimo y al abrir ese espacio vulnerable e incierto entraron el hombre y la mujer. Cortázar sabe que no todos sus lectores van a ser el lector activo. Por eso escribe con la doble posibilidad de lectura: de visión-entretenimiento o de entrevisióncuestionamiento. Hace un arte que incorpora lo sagrado en lo cotidiano y se nutre de las tradiciones espirituales de Oriente y Occidente. En la novela está el Libro, nivelado. Es solo cuestión de entrever y aparecerá, donde parecía haber prosa, Bashō:
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Te siento temblar
junto a mí como una
luna en el agua.1
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(IT) TAKE(S) TWO
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En el poema “Para leer en forma interrogativa”2, Cortázar afirma:
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Has visto
verdaderamente has visto
la nieve los astros los pasos afelpados de la brisa
Has tocado
de verdad has tocado
el plato el pan la cara de esa mujer que tanto amás
Has vivido
como un golpe en la frente
el instante el jadeo la caída la fuga
Has sabido
con cada poro de la piel sabido  
que tus ojos tus manos tu sexo tu blando corazón
había que tirarlos
había que llorarlos
había que inventarlos otra vez.
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El título se extiende a toda la obra del autor. Hay una afirmación y una sugerencia. Es posible quedarse en lo afirmado e incluso celebrarlo como poesía. La comprobación poética o literaria es ya una instancia honda de la experiencia. Pero ¿por qué entonces la sugerencia de algo más? Nuestra libertad está en agregar el signo de pregunta, sugerida pero no dada por el propio autor, como quien invita a un niño a jugar. ¿Qué juego nos ofrece el autor? ¿Cuál va a ser mi participación, mi compromiso? ¿Quién vive mi vida? ¿Qué es leer la realidad en forma interrogativa?
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No tomar nada por dado. Vemos desde el principio la importancia de las preguntas, de ponernos en cuestión cada gesto cotidiano para enriquecer lo que hay. Tal vez la pregunta es el modo de mantener, renovar y actualizar la búsqueda, que de quedarse en afirmaciones categóricas se estancaría. “No sigo el camino de los antiguos: busco lo que ellos buscaron”3. Actualizar la búsqueda: estar en el mismo camino, lado a lado. ¿El Tao es estar en el camino, sin fin? Cortázar dice: No sigo a los padres: busco hermanos.
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De nuevo. Cortázar desea para nosotros que tengamos una actitud de insatisfacción, pregunta y búsqueda, en todo momento e incluso cuando parece que llegamos al final. Habiendo llegado al fondo, saltar al vacío. Renacimiento: durar “un poco más de lo que ‘debería’4. Por algo lo dice. Habrá que probar.
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OJO
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Tenemos muchísimos párpados, y en lo hondo, y perdidos están los ojos. La lista de párpados -que continúo descubriendo y clasificando- incluye la instrucción primaria, el contrato social, la tradición, el culto a los antepasados sin discriminar entre los meritorios y los idiotas, el realismo ingenuo, la viveza, el a mí no me engrupen, etc. Los párpados son muy útiles porque protegen los ojos, tanto que al final no los dejan asomarse a beber su vino de luz. Otano, con grandes pinzas, se ha puesto a arrancar párpados. Ay, duele, vaya si duele. Como que hace ver las estrellas.
Los ojos son para ver las estrellas.5
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“¿Quién de nosotros está dispuesto a descolocarse?”6 Cortázar va a trabajar siempre para descolocarnos. Sus preguntas siguen vivas porque no pueden hacerse a un lado como planteos de una época, de un surrealista, un existencialista o un cualquier-otra-etiqueta. Son preguntas raigales. Esta es su broma suprema: recordarnos que no sabemos nada y que cuando más seguros estamos de lo que vemos, mayor es nuestra ceguera. El prisionero de la Gran Costumbre no es un ente abstracto, o un vago ‘otro’: eres, antes que nada, tú, aquí, ahora. Hay que limpiar la mirada de todo lo que tomamos por nuestro pero no lo es, separarse de la máscara de la personalidad. El precio de la liberación es arrancarse con dolor los mil y un párpados, tarea horrorosa en la medida en que todavía los amemos. Pero algo nos mueve, al menos, a preguntarnos como el señor Palomar: “¿Cómo es dormir para quien tiene los ojos sin párpados?” 7 La promesa es que ya no sea sueño, la promesa es la más alta de todas, per aspera ad astra: lo que hay para ganar son las estrellas, el“vino de luz”, eso que estamos llamados a ser. Como lo intuyeron tantos místicos, maestros y poetas, más allá del vidrio oscuro, la realidad es luminosa. Si extrañas la vida real, extraña la mirada.
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¿YO?
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Un poco de atención en los procesos interiores de un día cualquiera nos demuestra que nos habitan multitudes. En un texto capital, “Lucas, sus luchas con la hidra”, Cortázar muestra que decir ‘yo’ es, la mayor parte del tiempo, una fantasía. El yo único, si está, está lejos, cubierto por una multiplicidad de pequeños yoes y deseos momentáneos o rutinarios. Lo más cercano a la unidad es la nostalgia de la unidad (“alguna vez fue solamente Lucas y quisiera volver a serlo”, “pasar de lo poli a lo unicéfalo”), el sentimiento de falta y dispersión que lo insta a cortarle cabezas al monstruo. Entablar la lucha lo ayuda a “acercarse a sí mismo”, pero siempre hay más cabezas. El mono saltarín sigue saltando. ¿Habrá que convivir? ¿Habrá que entrarle por otro lado? ¿Cómo hace usted, lector?
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Por ejemplo, Lucas “hace el esfuerzo de asistir como desde fuera” a sus propios procesos8 y descubre que, como los movimientos de un pulpo, “también esto, lo que está pensando en este momento, es un mecanismo que su conciencia cree comprender y controlar, un antropomorfismo aplicado ingenuamente al hombre”. En otras palabras, llamar a ese mecanismo involuntario conciencia es tan ingenuo como llamar hombre al “hombre”.
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Si deseamos ahondar en la cuestión, encontraremos aún más “refractantes, obliterantes o polarizadores del principio de identidad” 9. En el encuentro erótico, por ejemplo, somos otro que el que vive nuestras horas ordinarias. No es simplemente un cambio de intensidad, sino que algo deja de ser lo que es para ser otra cosa. Se nos plantea un koan:
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¿Quién cambia allí, en una cama o en el cosmos:
el perfume o el que lo huele?
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RÍTMICO RETORNO AL ORIGEN
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En “Para una poética” (1954)10, Cortázar habla del origen de sus percepciones en los siguientes términos:
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Sentimiento de una relación privilegiada … concepción simpática … lógica afectiva … elemento emotivo … dirección analógica … urgencia analógica … comunicación analógica … analogía sentimental … analogía intuitiva … simpatía … participación sentimental … identidad … identidades de participación.
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Es como si todas las cosas invitaran al poeta a captar su resonancia interior. Nos encontramos en un plano distinto del intelectual, que incluye y privilegia la esfera de la intuición y el sentimiento. ¿Acaso será este el misterioso Reino a recuperar?
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Por lo general, vivimos en el desfasaje entre el ritmo de la mente y el del corazón, que es “otra acústica”. Cortázar nos habla de la posibilidad de una apertura sensible que permita restablecer el contacto, alinear los ritmos. El primer requerimiento es apartarse de lo exclusivamente racional. “Si renunciáramos a algo de lo que somos para integrarnos…” 11Suspender el juicio: todo lo que llamo yo, mi opinión, mis ideas, mi creatividad, mi lucidez. Cambiar la cualidad de pensamiento: de un pensar asociativo y comparativo, al de la mente receptiva, integrada a la sensación y el sentir. Paro las antenas, lanzo los seudópodos y me pongo en suspenso a mí mismo para preparar el terreno en el que pueda entrar lo otro, lo extraño, lo inaudito.
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El poeta no sabe, es transparente, desestima su conocimiento. Paradójicamente, al soltar la cultura, los datos, las opiniones, los gustos, las conclusiones, las descripciones, las expectativas, en ese instante de absoluta ignorancia recibe algo de otro orden, superador, un nuevo saber, la llave a una realidad no mediada. En ese sentido es un ‘retorno’: no a algo anterior sino a algo que está ahí todo el tiempo, en nosotros.
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La expulsión del paraíso, el exilio, es interior. Se da cuando, en vez de entrar al terreno de juego donde todo resuena desde el centro, nos quedamos en la costumbre con su bagaje de ‘saberes’ periféricos. Quedarse en lo conocido, establecido, dado, es quedarse en ritmos fijos o parciales. El poeta en la vida es el que vuelve al centro, donde todo tiembla al borde del precipicio. Da el salto al vacío impulsado por la esperanza de que “todo podría ocurrir en ese instante en que le falta el apoyo”.12
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Keats, Cortázar, y el lector sediento se hacen a un lado, se descolocan, y así alcanzan a “tomar parte de la existencia” de cualquier ser, participan de la identidad originaria de todo lo creado.
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El poeta realiza el gesto una y otra y otra vez, con la esperanza de algún día instalarse definitivamente en ese campo. En última instancia, el poeta es un mago cuya función es musicalizar las cosas, lo que equivale a ir a su esencia. Todo verso es incantación: por el ritmo se accede a otro grado de ser, que no es sino un grado más sutil de vibración de la materia. “El ritmo es un despertador de sentidos”.13
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Acceder al ritmo del sentir real implica dejar nuestros patrones estancados habituales. Esa es una vía hacia el “otro lado”. ¿Cuál es, dónde está el otro lado, el otro cielo? Si somos honestos, nos damos cuenta de que solo tenemos una vaga noción de un más allá vaporoso. Pero lo hemos explorado poco o nada. Al yo habitual que estamos convencidos de ser le gusta nombrarlo, incluso tener la certeza de que está. Pero ¿quién de nosotros lo visita realmente, quién se queda allá después del salto?
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Lo que importa en todo momento es entrar en la relación incantatoria. La literatura de Cortázar nos eleva cuando nos dejamos atravesar por los mismos principios musicales que la generan: ritmo, tensión, armonía, melodía, afinidad sonora. Necesitamos ingresar en la ley del swing, en leyes musicales que instintivamente el cuerpo, la sensación, los sentimientos y una mente activa reconocen. El ritmo-pulso-pulsación proviene de “un sentimiento de fatalidad” y es uno con la textura y la trama, “es como si el ritmo y lo que se dice fueran la misma cosa” 14. Como los juegos y los ritos sagrados, la escritura mágica actualiza pulsaciones primigenias y fuerzas profundas.
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Este gesto de integración de lo empático, intuitivo y analógico en varios niveles de nuestra presencia suele atraer algo maravilloso, que será el núcleo de la cosmoaudición de Cortázar: “grupos heterogéneos que tienen la unidad mística común”.15
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A FALTA DE MEJOR NOMBRE
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El eje de la búsqueda de Cortázar son las figuras, noción que resume y reúne sus inquietudes y todos los campos en los que se movió. Es la clave para comprender su vida y obra.
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Para aproximarnos, diremos que una figura es la cristalización, plasmación o conformación de una correspondencia privilegiada entre dos o más elementos, que revela, ilumina, indica o sugiere la presencia de otro elemento, sospechado, hasta entonces oculto y perteneciente a otro plano de mayor sentido, intensidad, tensión y misterio, que se da en un instante fugaz e impermanente y deja al que la capta, percibe o intuye cambiado, descolocado, fuera de su yo habitual, de su manera corriente de pensar y sentir el mundo y su lugar en él.
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Aquí precisamos incluir tres citas muy extensas pues quien mejor introduce el tema es el propio Cortázar:
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“Persio ve las cosas desde lo alto como las ven las gaviotas. Es decir, es una especie de visión total y unificadora. Allí tuve por primera vez una intuición que me sigue persiguiendo, de la que se habla en Rayuela y que yo quisiera poder desarrollar ahora a fondo en un libro. Es la noción de lo que yo llamo las figuras. Es como el sentimiento -que muchos tenemos, sin duda, pero que yo sufro de una manera intensa- de que aparte de nuestros destinos individuales somos parte de figuras que desconocemos. Pienso que todos nosotros componemos figuras. Por ejemplo, en este momento podemos estar formando parte de una estructura que se continúa quizás a doscientos metros de aquí, donde a lo mejor hay otras personas que no nos conocen como nosotros no las conocemos. Siento continuamente la posibilidad de ligazones, de circuitos que se cierran y que nos interrelacionan al margen de toda explicación racional, y de toda relación humana.” Recuerda una frase de Cocteau, según la cual las estrellas individuales que forman una constelación no tienen idea de que forman una constelación. “Nosotros vemos la Osa Mayor, pero las estrellas que la forman no saben que son la Osa Mayor. Quizá nosotros somos también Osas Mayores y Menores y no lo sabemos porque estamos refugiados en nuestras individualidades. En todo caso, Persio tiene un poco una versión estructural de lo que pasa. Ve siempre las cosas como figuras, como conjuntos, a manera de grandes complejos, y trata de explicarse los problemas desde ese punto de vista que representa una especie de supervisión”.
Los monólogos de Persio “fueron naciendo de una escritura prácticamente automática, a una enorme velocidad y sin el control que mantuve deliberadamente en el resto de la novela … son como válvulas de escape de un proceso subconsciente”.
“La noción de figura va a servirme instrumentalmente, porque representa un enfoque muy diferente del habitual en cualquier novel o narración donde se tiende a individualizar a los personajes y a darles un psicología y características propias. Quisiera escribir de manera tal que la narración estuviera llena de vida en su sentido más profundo, llena de acción y de sentido, y que al mismo tiempo esa vida, esa acción y ese sentido no se refieran ya a la mera acción de los individuos, sino a una especie de superación de las figuras formadas por constelaciones de personajes. Ya sé que no es fácil explicar esto, pero a medida que vivo siento cada vez más intensamente esa noción de figura. Dicho de otro modo, cada vez me sé más conectado con otros elementos del mundo, cada vez soy menos egoísta y advierto mejor las continuas interacciones de mí hacia otras cosas o seres y de otros hacia mí. Tengo la impresión de que todo eso ocurre en un plano que responde a otras leyes, a otras estructuras que escapan al mundo de lo individual. Quisiera llegar a escribir un relato capaz de mostrar cómo esas figuras constituyen una ruptura y un desmentido de la realidad individual, muchas veces sin que los personajes tengan la menor conciencia de ello. Uno de los tantos problemas, ya sospechado en Rayuela, es saber hasta qué punto un personaje puede servir para que algo se cumpla por fuera de él sin que tenga la menor noción de esa actividad, de que es uno de los eslabones de esa especie de superación, de superestructura”.
“Las figuras serían en cierto modo la culminación del tema del doble, en la medida en que se demostraría o se trataría de demostrar una concatenación, una relación entre diferentes elementos que, vista desde un criterio lógico, es inconcebible”.16
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“La primera sospecha, la primera presentación de eso que yo llamo figuras a falta de mejor nombre, es muy temprana en mi vida, viene en realidad de mi infancia. [Cuando] la gente usaba la palabra casualidad para explicar o explicarse ese tipo de ‘coincidencias’ que se dan en la vida, yo sentía de manera intuitiva que decir ‘casualidad’ o ‘coincidencia’ no explicaba absolutamente nada. Las cosas que parecían casualidades yo las sentí́ desde muy niño como respondiendo a un sistema de leyes diferente al sistema aceptable y conocible por todo el mundo. Esas leyes misteriosas me parecían tan implacables como las leyes del día.
“De modo que —para seguir usando esta imagen— esas leyes de la noche tenían para mí la misma fuerza que las del día y entonces no me asombraban en lo absoluto cosas que parecían casualidades sorprendentes o incluso inquietantes para la gente. Yo las tomaba como el cumplimiento de esas leyes e incluso desde pequeño tuve una especie de noción triangular de lo que luego llamaría figura.
“Yo sentía que cuando se producía un elemento A, seguido de un elemento B — que era lo que la gente llamaría una coincidencia o una casualidad— había un tercer elemento C, que podía o no ser un elemento comprensible, pero de todas maneras yo sentía que el triángulo, que la figura, se cerraba. Nunca había A y B, siempre había A y B que despertaban, que creaban la noción de C.
“Yo sé que es muy difícil dar ejemplos de eso, porque muchas veces hay una cosa instantánea, fulgurante. Por ejemplo, de pronto el golpe de una puerta coincidía con un olor, una puerta se golpeaba y yo percibía un olor. Entonces algo en mí sabía que en alguna parte de la casa iba a ladrar el perro; y el perro ladraba. Ahí se cerraba el triángulo. Ahora bien, hablar de eso con mis mayores me hubiera llevado al psiquiatra, suponiendo que hubiera psiquiatra en esa época. Porque es perfectamente loco, eso no responde a ninguna ley verificable, que el perro ladre porque yo he percibido un olor y una puerta se ha golpeado. Y sin embargo eso me perseguía, se me daba en muchos momentos de mi vida y en vez de asustarme o preocuparme, yo lo recibía con alegría porque me iba familiarizando con ese mundo de las figuras, con ese mundo de las constelaciones, como lo llamé después” 17
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“Sí, eso forma parte ya de esa intuición que yo siempre he tenido y que llamo las figuras. El hecho de que elementos que para las leyes naturales no están relacionados o no son heterogéneos -como puede ser este radiador, esta mesa y aquel teléfono- en determinados procesos de intuición (e incluso de distracción, como se dan en la filosofía Zen) se enlazan instantáneamente, crean una especie de figura que no tiene por qué ser de tipo material. Puede producirse a partir de ideas, sentimientos, colores. En Último round hay un texto que se llama “Cristal con una rosa adentro” en el que se describe uno de esos estados en la medida en que se puede describir. No se puede. Es una especie de iluminación instantánea en que -a mí me ha sucedido toda mi vida- el golpe de una puerta en el momento en que te llega un perfume de flores y un perro ladra, lejos, deja de ser esas tres cosas para ser otra cosa. Es una especie de iluminación, repito, que te coloca en otra realidad que no alcanzás a definir, porque instantáneamente volvés a la tuya, la fuerza de esta realidad es demasiado grande, nuestros cerebros han sido muy manipulados por la evolución histórica.
“Pero para mí es la prueba de que el cerebro del hombre, su capacidad imaginativa, tiene como larvada la posibilidad de transformar la noción de realidad creando diferentes figuras. Hay un momento maravilloso en Paradiso, de Lezama Lima, en el que el personaje, creo que es José Semi, ve en la vitrina de un anticuario una serie de pequeños objetos de jade, de cristal. Y de golpe se da cuenta de que esas cosas, que componen una figura, no son objetos separados, sino que son una especie de conjunto, que se están incluyendo mutuamente. Es decir, que el movimiento del brazo de una figurita de marfil, ese dedo, proyecta una energía que va hasta un caballito de basalto que está más lejos. Es ese tipo de cosas el que se da en Rayuela 18
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La figura, entonces, a la vez se intuye, se siente, se sospecha y se plasma en una supervisión o proceso subconsciente por fuera de lo racional. Está conformada por ligazones que enlazan estructuras, conjuntos, complejos.
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Es un aspecto de una realidad superior y por ende más real. Si lo parcial es relativo, lo que engloba más elementos es menos relativo; solo lo total es real. Así, independientemente de si hay un Absoluto en lo Más Alto o no, es innegable que hay al menos un nivel superior que debemos humildemente considerar, desde nuestra perspectiva, como un Absoluto.
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“No lo sabemos porque estamos refugiados en nuestras individualidades”: no estamos en esa realidad en la medida en que somos autocentrados, individualistas, egoístas. Esta perspectiva coincide con las orientales que hablan del egoísmo no en términos morales de bien o mal sino simplemente de ignorancia: una ignorancia que produce sufrimiento por estar desligados de las cosas como son, por querer ser separados del resto. Darse cuenta de las figuras permite salir de la visión parcial, cerrada del ‘yo para mí’ y de la psicología individual y ver que la individualidad es una mentira. Esa fuerte realización genera un deseo de estar “más conectado”, porque ese es el camino para ser real. Es lo que una y otra vez, de mil maneras, nos dice Cortázar: la realidad es relación, solo somos en relación.
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Para el pensamiento ordinario, una figura es sorprendente e inquietante. Y allí se queda. Etiqueta así lo que lo sobrepasa y sigue colocado en su comodidad. Las dualidades ilusorias de causalidad-casualidad y destino-azar son el límite de su sueño. En cambio, el hombre con un deseo de ser y conocer toma la oportunidad para buscar más allá, en más niveles de sí mismo y del entorno. La figura resuena en algo muy interior y esencial de ese hombre-poeta-en-la-vida. Recibirla lo va cambiando, va deshaciendo gradualmente su vieja postura individual y conformándolo, según otras leyes, como ser integrado a su circunstancia, que se extiende cada vez más.
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El primer rasgo de una figura es ser inexplicable, intransmisible e inefable, su esencia trasciende el lenguaje. Lo dicho sobre ella se desdice. Sin olvidar este dato, atentos a que usamos el pobre instrumento de la descripción, notemos algunas de sus características generales.
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Tiene al menos dos caras: la figura percibida, inferior o exterior, y la figura superior o interna, oculta y sospechada en la percibida. Inclusiva y expansiva, es a la vez ‘efecto’ y ‘causa’ de una apertura, una “salida a lo abierto” 19. Instantánea, fulgural, fugaz, explosiva, destellante, se da en una simultaneidad fuera de Cronos, el tiempo medido, en Aion, el tiempo no medido20. Vivencial, es imposible tener siquiera un sabor de qué es si no se la ha experimentado. Alógica, escapa a las redes de nuestra ‘razón’: categorías, etiquetas, discriminaciones, conclusiones. Plena de sentido. Supraindividual, relaciona, vincula, religa. Surreal, en el sentido original de supra-real, porque apunta a la realidad que está sobre la realidad corriente. Abisal, vertiginosa, liminal, de borde, de precipicio, fija los vértigos. Siempre en movimiento y movilizadora. Pertenece a una geometría desconocida, transversal, diagonal, intersticial. Transmite una gran intensidad de presencia y una sensación de unidad, de algo integrado. Converge, une, reintegra, reconcilia partes. Despierta a la existencia de un circuito cerrado infinito, ilimitado. Una figura es un umbral en potencia. Para cruzarla, hay que cumplirla, superarla, atravesarla y a la vez dejar que se cumpla, nos supere y atraviese.
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En cambio, el hombre habitual la niega, tildándola de absurda, ridícula, excéntrica, extravagante, excepcional, tirada de los pelos y sencillamente causal o casual, es decir, dentro o fuera del orden establecido incuestionable. Al no permitirse salir de sus casillas para vivir la figura con todo, se contentará con explicar, ignorar y desechar una realidad que considera innecesaria e inútil. El problema es la estrechez de la mirada que se ciñe a un aspecto de la realidad y lo pretende exclusivo.
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Un contacto sensual más primario desnuda la irrealidad ordinaria y la revela como porosa, esponjosa, agujereada, osmótica, blanda, acuosa. Es como si se rompieran las esclusas para que brotara el agua primordial. El muro de ilusión-ignorancia que nos separa de las-cosas-tal-como-son es sólido hasta que vamos despertando a su irrealidad y comienzan a verse los agujeros, rajaduras, grietas, huecos y poros, las ausencias y elipsis en la trama parcial21. Detrás del vidrio oscuro arde la lumbre. La figura está precisamente en la fisura, es la brecha, el vaso comunicante, deja pasar la luz.
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Es la huella o el destello de una realidad subyacente, invisible e inasible que se renueva constantemente. Es una entrevisión de la madre-materiamatriz. En el prisma de nuestra inteligencia refulge a veces como algo cósmico, espacial, estructurado, arquitectónico y matemático, tan de otro orden que no se alcanza a fijar o a saber si realmente será así. Lo importante es que desde nuestro punto de vista parcial, esa realidad, sea como sea, tenga una forma definida o no, es objetiva e imparcial, pues no conocemos nada relativo a su mismo plano. Ante ella, silencio y no-saber.
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Y la sospecha: “la realidad es simultánea” 22. Todo sucede a la vez. Una figura es la presencia a la vez de los opuestos, A y B, esto-que-parecía-no-ser-eso y eso-que-parecía-no-ser-esto; es decir: en el mismo espacio, porque es el espacio sin distancia, sin separateness23; en el mismo plano sin duración, donde ahora después y antes coexisten; y la coexistencia de los contrarios inmanentes el uno en el otro (pero ya no hay uno y otro) da lugar necesariamente a un tercer factor reconciliante: el principio de identidad entre todos los fenómenos. Si una metáfora dice: ‘esto es (como) eso’, una figura dice: ‘esto y eso son aquello’. Yonder.
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Las múltiples facetas de la realidad confluyen a un mismo tiempo como en un caleidoscopio. Como sea que se quiebre, la luz se nos presenta en dibujo, mosaico, patrón, fractal, forma geométrica y matemática24. ¿Quién o qué gira los cristales y desplaza los tonos? En el extremo opuesto, la fuente es la misma. Ingresa y atraviesa siempre: es uno el que se aleja o se asoma aportando el ojo, el último espejo.
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El dibujo tiene un fundamento matemático esotérico. La materia es una organización de números en relación y proporción, las formas son tal vez conjuntos de líneas de funciones. Debajo, respiran las Leyes y los Axiomas. Pitágoras. Comprender el misterio de las líneas puede ser la clave del conocimiento.
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El momento en que se percibe o aparece la figura es atemporal. Es un bostezo, hiato, paréntesis o hueco en la sucesión del espacio-tiempo. Se llega cavando hoyos en el sólido tiempo diurno, horadando las horas. ‘Antes’ y ‘después’, la duración se hace chicle, se estira o se acorta según otras reglas. No se distinguen causa y consecuencia, pierde sentido la discriminación, todo entra en relación circular. La figura cuaja, cristaliza, suena, cae, estalla, se materializa, pero solo para seguir camino y volver a fugarse más allá de nosotros. Luego, intentar apresarla es perderla: non habet anguillam per caudat qui tenet illam. De todos modos, en ese instante de captación “algo se completa en uno”, “el círculo se cierra” 25.
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Si bien es cierto que hay algunos espacios más propicios, como los de ocio o de invención, lo que reclama la percepción profunda es un campo interior especial, de modo que la figura se puede dar sea lo que fuere que uno esté haciendo. Es como si lo que más hiciera falta, en verdad, fuera preparar la posible llegada del momento distinto.
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¿Cómo cazar figuras? Por acceso, arrimo, asomo, entrada, entrega, entrevisión, vislumbre, irrupción, salto, como en las experiencias de revelación, hierofanía o anagnórisis. Por analogía y simpatía poéticas. ¿Puede el gesto misterioso volverse centro de una práctica intencional constante?
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Cortázar encontró que hay territorios o zonas26 privilegiados donde el contacto con la figura es más posible: los ritos y rituales, los juegos, los pasajes, las ceremonias, los puentes y el ahí-y-ahora. Al ingresar a los territorios acontece un cambio de ritmo, se sale del tiempo estanco hacia el ritmo lúdico y ritual que propicia las nuevas conexiones, las verdaderas. En la zona se reaviva el espíritu.
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LA RESISTENCIA
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Nos resistimos a aceptar la dimensión trascendente y mística en Cortázar, lo cual es muy comprensible porque esta perspectiva muy concreta amenaza y destroza sin piedad nuestras certezas, empezando por la de la propia individualidad y voluntad. La voz que habla a través de Cortázar nos mueve la alfombra… (mejor dicho: nos señala que nuestra idea de la alfombra está basada en el revés, y nos comunica subrepticiamente su sospecha de que el otro lado es el que presenta el dibujo real).
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La ilusión de lo conocido se resquebraja y nos quedamos en estado de pregunta. Aparentemente deshechas las certezas, queda una sola, “la oscura certidumbre”, sostenida por la sospecha, tal vez una forma pudorosa de nombrar a la corajuda esperanza.
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¿Qué nos moverá hacia lo desconocido? Ciertamente no el saber, sino la ignorancia.
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Por lo demás, al principio más que la figura en sí importa nuestra predisposición, que se efectúe el cambio en nosotros para recibirla y dejarla actuar.
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Lo que sorprende, y a Cortázar ya no, es:
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1) el mecanismo interior inmediato que sabe que hay/habrá un tercer elemento, es decir: la intuición o previsión.
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(Si nos preguntamos, honestamente, cuántas decisiones en nuestra vida, tanto pequeñas cotidianas como de largo alcance, tomamos pura y exclusivamente por deducción lógica racional, o conscientemente, con todo nuestro ser? Es posible que veamos que fuimos movidos por algo no pensado, por los deseos del momento, más o menos fuertes).
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2) el cumplimiento instantáneo de lo previsto (preoído, se presiente la figura musical) 27
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Ese es el mecanismo que hay que ejercitar, paradójicamente de manera indirecta. ¿Será acaso como el no-hacer del zen?
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Estamos condicionados por esta multiplicidad, rutinas, patrones, pensamientos ilusorios, y por arquetipos subconscientes que ignoramos. Y por leyes que gobiernan a la humanidad como un ente, y a los grupos. ¿Es posible estar condicionado por menos leyes, tal vez solo las de esos órdenes superiores, y no las individuales? ¿Será conocer las leyes una vía o quizás un requisito para adquirir la posibilidad de liberarse de ellas? ¿Y será tener intuiciones de esas leyes el primer paso para conocerlas? ¿Ponernos intencional o “voluntariamente” bajo su acción, acatándolas? ¿Las leyes del individualismo, no nos alejan y separan de la fiesta, la alegría y la danza maravillosa, de “la unidad mística común”, “la jubilosa danza”, “el cuerpo cósmico, la verdadera patria”?
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En otras palabras, no hace falta pensar lógicamente, calcular, racionalizar. Hay un punto en el que está de más e impide recibir. Solo es necesario escuchar. El poeta, en lugar de decir y hacer, deja que eso se diga, que eso se cumpla. “Lo que quiere decirse” tiene una potencia y una realidad infinitamente más grande que la que pueda tener lo que queramos decir desde la individualidad. No media el yo: el poeta es transparente, es actuado, actualizado por la luz. Solo elige un gesto: en lugar de ser movido por lo ordinario (lo ilusoriamente propio, el bagaje de lo ajeno), acatar un orden supra o transindividual, que lo conecta con el misterio, lo genuinamente propio.
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ASEDIOS AL YONDER
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“La verdadera vida está ausente. No estamos en el mundo.”
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Rayuela dice una y otra vez la nostalgia (‘nostos algos’, dolor por el regreso a casa) del Edén, Paraíso perdido, reino milenario, Arcadia, Yggdrasil, eje del mundo. Poco importa la respuesta: lo necesario es mantener vivo el sentimiento. Toda solución fácil será mera tura, tranquilizador, ersatz de este anhelo.
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No estamos en la pieza (cap. 3), como el “cronopio chiquitito que buscaba la llave…”.  No estamos en nuestra casa (152); ha sido tomada, el trono de Salomón ha sido ocupado por un intruso. “Nous ne sommes pas au monde”. El poeta Minotauro, llave y llama viva, arde en el centro de la rueda. La periferia es el laberinto dibujado en las escamas de la Serpiente, que se muerde la cola durante infinitos ciclos del Samsara.
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Necesitamos “entrar de nuevo con el buen pie en la casa del hombre” (99), ganarnos el “derecho de ciudad… es una metáfora” (31) (“feliz de ella que tenía derecho de ciudad”), instalarse de lleno en el “territorio de lo elemental” (94, 56), en el “kibbutz del deseo” (36), la “Tierra de Hûrqalyâ” (71).
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De hecho, la visión más despojada descubre atónita que son “fuerzas habitantes, extranjeras, que avanzan en procura de su derecho de ciudad” (62) en el hombre-instrumento-de-un-misterio. En este “negativo de la realidad” (28), nos guía la luz de otros ojos que los apolíneos, “los que nos iluminan son los ciegos” (98), “para verte como yo quería era necesario empezar por cerrar los ojos”(1).
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Este deseo viene de otra parte, del Centro, de las Madres, del canto que une ambas caras de la medalla, pero no de la periferia (máscara, persona) en la que solemos movernos. Canalizar las fuerzas (y canalizar es volverse canal, ahuecarse, vaciarse) para tal vez encarnarlas; es decir, que el espíritu, por contigüidad y simultaneidad, por frecuencia e intensidad de presencia, se haga materia, cristalice. El fuego sutil está pulsando en vértigo de aurora entre el vacío y la sangre: el swing es el dibujo etéreo de su generación. “Un puente es un hombre cruzando un puente” (LdM), “hay mensajeros y ese es el mensaje” (79), “Fijarlos, y si es posible, serlos”(94).
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“París es una enorme metáfora”. ¿De qué? Es una extrapolación, un reflejo del proceso y el andar interior. Todo: los puentes, los hilos, conexiones analógicas o simpáticas; los ríos, metafísicos; el andar por ahí al azar también sucede adentro; el arte y la cultura, el bagaje; etc.
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“Ese mundo está en este”, es decir, es plenamente interior.
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La Ciudad de Cortázar, como la “ciudad tibetana” de Lezama Lima, la Jerusalén celestial, la de ciertos mandalas, plasma el deseo de que la Figura se pueda recorrer, de que exista en la medida del hombre (del “hombre de la calle”) y de acercar y aunar alto y bajo, de que el Cielo sea comprensible con una geografía de la Tierra y de que ésta se eleve a símbolo.
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La forma de llegar es a la inversa, por la vía negativa. La rayuela está al revés. Hay que hacer un “viaje al centro de la tierra”, cavar un pozo. En uno mismo. El salto al vacío, la defenestración. “Para abrir un agujerito hay que ir sacando la tierra y tirándola lejos” (31), así destellará esa flecha a la inversa, “la luz que pasa” (66). Se da vuelta el guante, nos toma del aliento la tercera mano. Al fondo del pozo reluce la estrella más alta, tiembla la Luna que es al fin la propia piel. Cumplido el camino la rayuela da un giro y coinciden los opuestos en una tierra celestial reconquistada.
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Mientras haya escritura hay dibujo, mandala, descentración, manifestación. Hay dos movimientos simultáneos, el de alejamiento, en espiral hacia fuera, y el de acercamiento, en espiral hacia dentro. Escritura: huella del ritmo, marca del tironeo entre la Palabra indecible y la nada. Respiración que emerge del centro. El centro vacío, la unión final en otro nivel de la espiral, no puede decirse sino solo sospecharse, sugerirse, indicarse. Este nivel solo puede ser un dibujo del camino hacia, o huellas de la vuelta: el lugar, la ciudad celestial, es invisible. Escritor shamán en el sentido de convocador, mediador entre el centro y la periferia, centauro con los pies en el charco empapados de agua y las flechas de la mirada en Aldebarán.
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SOSPECHAR MARAVILLADAMENTE
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En Rayuela, el novelar surge para desarrollar y darle cuerpo a una situación simbólica. Es un agregado, primer “espejo para alondras” contra el que se da el lector desatento. Incluye la romantización de París, la Maga, lo elegíaco, las ceremonias emotivas. Quien quiera leer activamente tendrá presente que “el vuelo excede el ala” 28: “el sentido fue esotérico desde un principio” 29.
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Con un talón en las turas y la punta de los dedos en la realidad resplandeciente: Libro totalmente de borde y límite. En actitud, postura, tensión y respiración: suspendido entre lo que ata y cae y lo que quiere soltarse y saltar. Con un pie en el mundo como lo vemos ordinariamente, porque usa estas palabras, estos hábitos, y otro pie apenas rozando lo otro. Se pone en marcha para llevarnos mediante una “amable extrapolación” al punto más lejano de lo que ahora no-somos, dejarnos en umbrales, ojalá bajo la lluvia. Todo el tiempo cortándose, justo cuando está por nombrarse lo innombrable, silencio, tres puntos, elipsis. Teología negativa, ascesis (Daumal). Procedimiento: exploración y descarte (por vivencia, comprobación y desencanto) de todas las turas (que en lenguaje de estudio-de-sí son las compensaciones, ilusiones, creencias, opiniones, etc): desde las más groseras hasta las más sutiles. Las más sutiles están al borde (amor, piedad, poesía): se intuye que tal como las conocemos hoy no son lo que en realidad podrían ser, que conocemos su rostro temporal, de su rostro eterno a lo sumo destellos (rayos, relámpagos: “liber fulguralis”). Tal vez no le sea dado al hombre-de-hoy instalarse totalmente del otro lado, llegar al centro del mandala: pero ante sí mismo, si se conoce lo suficiente (esta es la cuestión: conocerse lo suficiente) no le queda otra que lanzarse a dibujar el camino, aunque no sea consciente del dibujo. Dibujar no porque el dibujo vaya a coincidir con la realidad (pero tal vez sí solo en eros: “tu boca que coincide exactamente”) sino para llevar a las cosas a tal absurdo, a tal límite, que a la realidad no le quede otra que responder, que extender la mano (nuestra “tercera mano”), que abrirnos otro ojo. Para que esa mano encarne, cierta práctica debe preparar el terreno, ejercitar el músculo todavía inexistente, formar el tejido de un órgano superior. Velar (“y vos sostenías dos velas verdes y el tiempo soplaba contra nuestras caras una lenta lluvia de renuncias y despedidas” –cada uno sabrá a qué debe renunciar–) para la revelación, ahora.
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Ya no eres inocente, tiras la piedrita: te tiras: aceptas la posibilidad de reformular tu búsqueda, de iniciarte en tu propia alquimia.
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“Digamos que el mundo es una figura, hay que leerla. Por leerla entendamos generarla. ¿A quién le importa un diccionario por el diccionario mismo? Si de delicadas alquimias, osmosis y mezclas de simples surge por fin Beatriz a orillas del río, ¿cómo no sospechar maravilladamente lo que a su vez podría nacer de ella?”30
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RECORDAR
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El aliento de Cortázar expresa que el cosmos es una unidad, en la que nada está separado ni existe aisladamente, sino que desde lo más pequeño hasta lo más grande está unido e interrelacionado, mutuamente condicionado. “Tout vit, tout agit, tout se correspond”31. Es la misma intuición del zen: la ley de intercondicionamiento. Hay momentos, de mayor o menor intensidad y alcance, dimensión, amplitud, y que en algunas personas podrían incluso aunarse como perlas en collar y volverse un estado frecuente o permanente, en los que se percibe (la percepción es impersonal) una conexión de varios niveles, un brillo de lo trascendente en lo inmanente y viceversa, una “Reunión”, religazón (re-en la consciencia del que es despertado, pues nunca ha habido desunión; es decir, re- indica la unión renovada en el interior del ser-espejo que percibe), un encuentro significativo, una sincronicidad. Estos son los nódulos o nudos de un vastísimo tejido. El entrar o espejar el nódulo donde la unión de aspectos se intensifica despierta otra realización: si hay nódulo, si hay encuentro, hay líneas, hay conexiones, hay hilos, hay red. Captar las conexiones asombrosas, constantes, sutiles (si uno presta atención están ahí todos los días, son realmente impactantes), lleva a la convicción íntima de la unidad del Todo y todas las cosas. La reflexión a partir de esa certeza conduce a nuevos hallazgos.
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Cortázar intuyó, por su ser poético, antes de cualquier filosofía, lo que en las grandes tradiciones ha tomado varias imágenes: la tela de Indra, la Alfombra. La telaraña es el símbolo del despertar a la consciencia de la trama celeste. Gnósticamente, al Demiurgo, pues hay un más allá más alto incluso que esta red, como comienza a entrever el Cortázar mayor (62, La vuelta al día…, Último Round, Territorios).
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Los ritmos son una muestra de la ley que trama y entreteje las conexiones. El poeta accede directamente a esos ritmos. Lo que transmite deja la huella de esa visión-audición y un lector que se mueva en coordenadas parecidas puede ser llevado de vuelta al mismo lugar. Es el rol del poeta como guía de vuelta hacia el origen, como recordador. Guarda y actualiza la memoria de la divinidad.
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NOTAS
1. Buda, Golden Light Sutra: “The Absolute Body of the Buddha is like Emptiness. The manifestation of form in response to the material world is like the moon in the midst of the water.”
Dogen: “El logro de la iluminación es como el reflejo de la luna en el agua. Ni se humedece la luna, ni se altera la sobrehaz de las aguas. Grande es la luna y amplio es el radio de sus rayos de luz, pero cabe en una gota de agua. Toda la luna y todo el cielo se contienen reflejados en cada gota de rocío. No poner obstáculo a la iluminación es dejarse ser, sin más, reflejo, del mismo modo que la gota de rocío no impide que se reflejen en ella cielo y luna.”
2. Salvo el crepúsculo.
3. Matsuo Basho, citado en Salvo el crepúsculo.
4. Rayuela, cap. 29
5. Otano, 1949”, en Papeles inesperados.
6. Rayuela, cap. 97
7. Italo Calvino, Palomar.
8. “Lucas, sus intrapolaciones”, en Un tal Lucas.
9. “Lucas, sus críticas de la realidad”, en Un tal Lucas.
10. Obra crítica 2.
11. Los premios, cap. X.
12. “La vuelta al piano de Thelonious Monk”, en La vuelta al día en ochenta mundos.
13. Entrevista con Saúl Yurkievich, en Cortázar: mundos y modos.
14. Entrevista con Saúl Yurkievich, en Cortázar: mundos y modos.
15. “Para una poética”. Obsérvese la palabrita.
16. .Luis Harss, “Julio Cortázar o la cachetada metafísica”, en Los nuestros.
17. .La fascinación de las palabras.
18. La fascinación de las palabras.
19. Prosa del observatorio.
20. “Esa hora que puede llegar alguna vez fuera de toda hora, agujero en la red del tiempo…”.Prosa del observatorio.
21. Un agujero en la carpa del circo que deja ver la estrella (Rayuela, cap. 43). Un ‘lo’ que falta y muestra que se puede ir más allá porque sí lo hay (cap. 66).
22. Cartas 2, pág. 123.
23. Imagen de John Keats.
24. Por ejemplo, en Octaedro.
25. Cartas 2, pág. 124.
26. ¿Es acaso la misma comprensión que movió a Andrei Tarkovsky a explorar, enStalker, la zona como umbral de acceso a lo sagrado?
27. “Para escuchar con audífonos”, en Salvo el crepúsculo.
28. “Resumen en otoño”, en Salvo el crepúsculo.
29. Cuaderno de bitácora.
30. Rayuela, cap. 71
31. Gérard de Nerval, Aurélia.

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