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Cortázar tendió numerosos puentes entre la cara visible de Rayuela (es decir, la novela) y su cara oculta (el Disculibro), y les dio el nombre de «intercesores». Siempre metafóricos, siempre distintos, siempre ambiguos, los intercesores repiten una y otra vez la misma idea: un contenido secreto, más profundo, más auténtico, se esconde tras la fachada de lo literal. ¿Cuántas veces lo dijo el autor? ¿Cuántas metáforas distintas utilizó?
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Rayuela,
capítulo 71
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Puede ser que haya otro mundo dentro de éste, pero no lo encontraremos
recortando su silueta en el tumulto fabuloso de los días y las vidas, no lo
encontraremos en la atrofia ni en la hipertrofia. Ese mundo no existe, hay que
crearlo como el fénix. Ese mundo existe en éste, pero como el agua existe en el
oxígeno y el hidrógeno, o como en las páginas 78, 457, 3, 271, 688, 75 y 456
del diccionario de la Academia Española está lo necesario para escribir un
cierto endecasílabo de Garcilaso. Digamos que el mundo es una figura, hay que
leerla. Por leerla entendemos generarla
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Rayuela,
capítulo 74
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otra libertad más secreta y evasiva lo trabaja, pero solamente él (y eso
apenas) podría dar cuenta de sus juegos
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Rayuela,
capítulo 95
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Sin contar que cuanto más violenta fuera la contradicción interna, más
eficacia podría dar a una, digamos, técnica al modo Zen. A cambio del bastonazo
en la cabeza, una novela absolutamente antinovelesca, con el escándalo y el
choque consiguiente, y quizá con una apertura para los más avisados
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Rayuela,
capítulo 141
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Un mundo suntuosamente orquestado se resolvía, para los olfatos finos, en
la nada; pero el misterio empezaba allí porque al mismo tiempo que se presentía
el nihilismo total de la obra, una intuición más demorada podía sospechar que
no era ésa la intención de Morelli, que la autodestrucción virtual en cada
fragmento del libro era como la búsqueda del metal noble en plena ganga
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Rayuela,
capítulo 9
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–Explicar, explicar –gruñía Etienne–. Ustedes si no nombran las cosas ni
siquiera las ven. Y esto se llama perro y esto se llama casa, como decía el de
Duino. Perico, hay que mostrar, no explicar. Pinto, ergo soy .
–¿Mostrar qué? –dijo Perico Romero.
–Las únicas justificaciones de que estemos vivos
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