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Entre
lo visible de Rayuela (la novela) y su parte oculta (el Rayuela insólito)
Cortázar dispuso multitud de pasajes, puentes, puertas y ventanas que
permitiesen el tránsito del uno al otro: el autor los denominó «intercesores».
En ellos se puede observar (siempre en modo metafórico) o bien una
contraposición entre lo oculto y lo manifiesto, o bien un cuestionamiento de lo
visible, o bien una vindicación de lo oculto. ¿Cuántas veces lo dijo? ¿Cuántas
metáforas distintas utilizó?
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Si bien la mayor parte de intercesores tratan de la contraposición manifiesto/oculto,
hay unos pocos que describen la estructura formal del Rayuela insólito, a saber, la
repetición de un episodio. El intercesor nº 11, que vimos hace unos días, ya dibujaba ese dato al repetir tres veces –número simbólico– una misma estructura
sintáctica («Allí donde debería haber
una despedida…», etcétera). Los cuatro que añadimos hoy al cómputo señalan en
esa misma dirección.
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Carta a Jean Barnabé,
30 de mayo de 1960
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La
cosa es terriblemente complicada, porque me ocurre escribir dos veces un mismo
episodio, en un caso con ciertos personajes, y en otro con personajes
diferentes, o los mismos pero cambiados por circunstancias correspondientes a
un tercer episodio. Pienso dejar los dos relatos de esos episodios, porque cada
vez me convenzo más de que nada ocurre de una cierta manera, sino que cada cosa
es a la vez muchísimas cosas. Esto, que cualquier buen novelista sabe, ha sido
en general enfocado como lo hizo Wilkie Collins en The Moonstone, es decir, un mismo
episodio “visto” por varios testigos, que lo van contando cada uno a su manera.
Pero yo creo ir un poco más lejos, porque no cambio de testigo, sino que le
hago repetir el episodio... y sale distinto
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Manuscrito, cap. 99
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le ocurre repetir / escribir más de una vez / una misma escena con
inclusión de ciertos personajes, o variando su situación material o
psicológica. (...) Eso va mucho más / allá de los trucos a la manera de [un]
Wilkie Collins en The Moonstone,
porque lo que Morelli quiere decir, me parece, es que se trata de una sola y
única escena, que hay que componer como las tricromías, superponiendo las
planchas y los colores
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(14)
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Manuscrito, cap. 56
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Era para preguntarse si en el fondo la baraja no tendría una sola carta que
cada instante fungía alterar, y si no bastaría con un movimiento más allá del
mono de la responsabilidad para que las distancias y las estaciones no se
fundieran en una sola imagen como un abanico pintado que se cierra y se vuelve
bastoncito inocente entre los dedos
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(15)
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Rayuela,
capítulo 45
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para
llegar a los cuadros había que trepar por arcos donde apenas las entalladuras
permitían apoyar los dedos de los pies, avanzar por galerías que se
interrumpían al borde de un mar embravecido, con olas como de plomo, subir por
escaleras de caracol para finalmente ver, siempre mal, siempre desde abajo o de
costado, los cuadros en los que la misma mancha blanquecina, el mismo coágulo
de tapioca o de leche se repetía al infinito
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