Elementos para una TEORÍA DEL ENTUSIASMO

La cara oculta de RAYUELA. Por Jorge Fraga

30 de enero de 2017

Intercesores (...41...)

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Entre lo visible de Rayuela (la novela) y su parte oculta (el Rayuela insólito) Cortázar dispuso multitud de pasajes que permitiesen el tránsito del uno al otro: el autor los denominó «intercesores». En ellos se puede observar (siempre en modo metafórico) o bien una contraposición entre lo oculto y lo manifiesto, o bien un cuestionamiento de lo visible, o bien una vindicación de lo oculto. ¿Cuántas veces lo dijo? ¿Cuántas metáforas distintas utilizó?
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Por alguna misteriosa razón –por no decir, directamente, un descuido– el intercesor 41 sale después del 45. El lector sabrá disculpar el desorden resultante.
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(41)
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«Los pasos en las huellas»
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El relato «Los pasos en las huellas» (publicado en 1974 en Octaedro) puede verse en su totalidad como un solo intercesor, con carácter complejo; aquí solamente ofrezco una selección de fragmentos significativos. El cuento funciona como una alegoría sobre la recepción de Rayuela, siendo su protagonista, Jorge Fraga, la representación metafórica del auténtico lector activo y cómplice de la mayor obra de Cortázar (los argumentos que sostienen esta interpretación alegórica fueron desplegados tiempo atrás en los artículos dedicados a «El cuento más aburrido de Julio Cortázar»:1ª parte, 2ªparte, y Otra vuelta de tuerca…).
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(41a)
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la imagen de Romero se confundía con sus invenciones, padecía de una falta de crítica sistemática y hasta de una iconografía satisfactoria. Aparte de artículos parsimoniosamente laudatorios en las revistas de la época, y de un libro cometido por un entusiasta profesor santafesino para quien el lirismo suplía las ideas, no se había intentado la menor indagación de la vida o la obra del poeta. Algunas anécdotas, fotos borrosas; el resto era leyenda para tertulias y panegíricos en antologías de vagos editores
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(41b)
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Sólo más tarde, cuando ya era conocido como crítico y ensayista, se le ocurrió pensar seriamente en la obra de Romero y no tardó en darse cuenta de que casi nada se sabía de su sentido más personal y quizá más profundo
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(41c)
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Fraga llegaba a preguntarse si el misterio no sería en el fondo lo que prestigiaba esa poesía de claves oscuras, de intenciones evasivas
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(41d)
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“Por qué no”, se dijo Fraga, encendiendo otro cigarrillo. “Con todo lo que sé de él ahora, sería estúpido que me quedara en un mero ensayo, en una edición de trescientos ejemplares. Juárez o Ricardi pueden hacerlo tan bien como yo. Pero nadie sabe nada de Susana Márquez”
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(41e)
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Cuando Fraga volvió a Buenos Aires y leyó las tres cartas de Claudio Romero a Susana, los fragmentos finales del mosaico parecieron insertarse bruscamente en su lugar, revelando una composición total inesperada, el drama que la ignorancia y la mojigatería de la generación del poeta no habían sospechado siquiera
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(41f)
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la célebre Oda a tu nombre doble que la crítica había proclamado el más hermoso poema de amor jamás escrito en la Argentina
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(41g)
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Una frase lo resumía todo: “Nadie tiene por qué saber de nuestra vida, y yo te ofrezco la libertad con el silencio. Libre, serás aún más mía para la eternidad. Si nos casáramos, me sentiría tu verdugo cada vez que entraras en mi cuarto con una flor en la mano”
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