Elementos para una TEORÍA DEL ENTUSIASMO

La cara oculta de RAYUELA. Por Jorge Fraga

11 de septiembre de 2016

Intercesores (...4...)

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Entre lo visible de Rayuela (la novela) y su parte oculta (el Rayuela insólito) Cortázar dispuso multitud de pasajes, puentes, puertas y ventanas que permitiesen el tránsito del uno al otro. El autor los denominó «intercesores», y en la Teoría se agrupan bajo el rótulo «Vector de Transfiguración Textual». En ellos se puede observar, siempre en modo metafórico, o bien una contraposición entre lo oculto y lo manifiesto, o bien una negación de lo visible, o bien una vindicación de lo oculto. ¿Cuántas veces lo dijo? ¿Cuántas metáforas distintas utilizó? Vamos a establecer un cómputo exhaustivo de tales intercesores, incluyendo fragmentos pertenecientes a otros textos del autor (avant-textes de Rayuela, correspondencia, otras obras)
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(4)
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Rayuela, capítulo 79
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En ese sentido la novela cómica debe ser de un pudor ejemplar; no engaña al lector (...), le da como una fachada, con puertas y ventanas detrás de las cuales se está operando un misterio que el lector cómplice deberá buscar (de ahí la complicidad) y quizá no encontrará (de ahí el copadecimiento).
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1 de septiembre de 2016

Borrados (3)

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Para la Teoría del Entusiasmo, Cortázar escribió Rayuela en una doble contabilidad textual: como texto A, en la fachada, para los «lectores pasivos», tenemos una novela; como texto B, en lo profundo, para los «lectores activos y cómplices», se esconde el libro oculto. La existencia de éste último –el «Disculibro» para Cortázar, el «Rayuela insólito» para nosotros– está anunciada por toda la obra en forma de alusiones e indicios, siempre más o menos ambiguos, siempre más o menos oscuros. Algunas pistas del mismo estilo figuran en los avant-textes de la obra (Manuscrito de Austin, Cuaderno de Bitácora, Capítulos Desestimados), pero luego no se incluyeron en el libro. Al leerlos, fácilmente puede deducirse que su ambigüedad era demasiado tenue para el umbral de dificultad que Cortázar se había autoimpuesto. Aquí los denominamos «borrados».
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El inédito
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El capítulo 141 de Rayuela comienza con esta frase: «No llevaba muchas páginas darse cuenta de que Morelli apuntaba a otra cosa». Esto es toda una declaración a favor de la existencia del Rayuela insólito. La glosa de esa frase vendría a ser: a poco que se vaya leyendo Rayuela, uno descubre enseguida que hay algo oculto tras la fachada. Pero ¿cómo se descubre? ¿Y por qué tan rápido? Pues porque su autor no deja de recordárnoslo en cuanto tiene la oportunidad, aunque siempre sea per speculum et in aenigmate.
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En todo caso, en el Manuscrito de Austin este mismo capítulo se iniciaba con unas líneas previas a esa frase. Esto fue lo que Cortázar suprimió:
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/¿Terminaría Morelli alguna vez su libro? Por el momento había una extraña coincidencia entre su redacción y su lectura; muchos de sus admiradores vivían a la espera de que publicara un nuevo volumen, al que muchos pasajes de los tomos ya publicados remitían. En el Club se pensaba que esas remisiones eran flechas al aire, que [quizá] alguna vez Morelli plantaría en el blanco, sin garantía alguna. No a todos les gustaba que el autor diera por existente, aunque inédito, un pasaje que quizá apenas existía en su imaginación/
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Para la visión común del libro esto no es sino un oscuro embrollo; por el contrario, en estas líneas podemos reconocer hasta tres de los aspectos contemplados por la Teoría.
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En primer lugar, la existencia del Rayuela oculto; ese «nuevo volumen» al que otros pasajes apuntan como flechas a un blanco es en realidad aquél episodio central y único que conforma para nosotros el verdadero argumento del libro.
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En segundo lugar, la estructura repetitiva de la obra; aquellos «tomos ya publicados» a los que se alude son las distintas partes del libro (capítulos o conjuntos de capítulos) que expresan en forma de variaciones ese contenido o tema central.
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Por último, la condición nunca explicitada (invisible, oculta) de ese mismo tema; el verdadero episodio permanece para siempre «inédito», y lo único que se «edita» son sus diversas variantes metafóricas. Es como unas variaciones musicales, ciertamente, pero con un tema que no queda plasmado en la partitura y que existe únicamente en la mente del compositor.
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Así pues, el tema, el modelo, siempre está ausente; ésa es la razón por la que los miembros del Club se preguntan si Morelli terminará alguna vez su obra. La auténtica culminación de la misma, desde este punto de vista, sólo podría ser la narración directa y sin ambages de ese episodio central continuamente escamoteado. Pero Morelli/Cortázar no tiene intención alguna de 'terminar' el libro de ese modo: esa es una tarea estrictamente reservada al lector cómplice, que debe llegar a reconstruir ese episodio por sí mismo.   
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Muy probablemente, Cortázar pensó que en este pasaje se transparentaban demasiado sus verdaderas intenciones; y en función de ello lo guardó en el cajón de borrados, junto con las botellas y lazos de Mousqueton, las repeticiones de La piedra lunar, y tantos otros fragmentos que seguiremos viendo en estas páginas.
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31 de agosto de 2016

Intercesores (...3...)

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Entre lo visible de Rayuela (la novela) y su parte oculta (el Rayuela insólito) Cortázar dispuso multitud de pasajes, puentes, puertas y ventanas que permitiesen el tránsito del uno al otro. El autor los denominó «intercesores», y en la Teoría se agrupan bajo el rótulo «Vector de Transfiguración Textual». En ellos se puede observar, siempre en modo metafórico, o bien una contraposición entre lo oculto y lo manifiesto, o bien una negación de lo visible, o bien una vindicación de lo oculto. ¿Cuántas veces lo dijo? ¿Cuántas metáforas distintas utilizó? Vamos a establecer un cómputo exhaustivo de tales intercesores, incluyendo fragmentos pertenecientes a otros textos del autor (avant-textes de Rayuela, correspondencia, otras obras)
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(3)
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Rayuela, capítulo 79
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Para ese lector, mon semblable, mon frère, la novela cómica (...) deberá transcurrir como esos sueños en los que al margen de un acaecer trivial presentimos una carga más grave que no siempre alcanzamos a desentrañar
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22 de agosto de 2016

«Rayuela» y Gurdjieff (4)

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La causa formal de Rayuela
 Introducción: El proceso 
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¿Cómo se le ocurrió a Cortázar escribir un libro como Rayuela?
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Es decir: ¿qué le llevó a ocultar un libro insólito bajo la apariencia de una novela? O también: ¿de dónde sacó la idea de una obra que puede leerse en dos niveles distintos de conciencia?
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La respuesta a todas esas preguntas nos llevará, tarde o temprano, hasta la figura de George Ivánovich Gurdjieff, Maestro de Danzas, fundador del Cuarto Camino, autor de los Relatos de Belcebú a su nieto. En la primera entrega de esta serie de artículos ya avancé que las enseñanzas del mismo constituían la causa formal  del mayor libro de Cortázar (aunque fuese al 50 %); y esto es precisamente lo que pretendo argumentar ahora, tras haber comprobado hasta qué punto esa presencia impregna, de forma ubicua y disimulada al mismo tiempo, todo el texto de la obra. Pero antes de llegar ahí, y para establecer debidamente el posible influjo del uno sobre el otro, es preciso reconstruir cierto proceso intelectual y creativo atravesado por el escritor argentino, y que constituyó el contexto vital en el que cobró sentido para él la figura del maestro armenio. Dicho proceso se dilató a lo largo de más de una década, y puede dividirse en tres fases:
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1) La crisis
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En primer lugar tenemos una súbita y traumática devaluación del valor de lo literario y lo artístico –de lo estético, en suma– en el ánimo de un Cortázar que hasta ese momento consideraba tales ámbitos como la expresión más noble, elevada y valiosa del espíritu humano. Para describir esta primera fase repetiré en gran medida lo que ya expuse tiempo atrás en el artículo titulado «Dos cartas a Fredi Guthmann: Apuntes para una nueva consideración de lo religioso en Julio Cortázar».
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2) La búsqueda
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A partir de esa devaluación Cortázar emprendió una búsqueda, a través de lo creativo, para volver a situar lo artístico en un lugar privilegiado, aunque ahora desde unos nuevos parámetros, con carácter supra-estético. Se inaugura así la «etapa metafísica» de Cortázar, cuyos primeros frutos no satisfacen plenamente las ambiciones del escritor; la principal razón es que no le permiten escapar de los parámetros propios de la narrativa moderna.
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3) El hallazgo 
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En un momento dado nuestro escritor descubre cierta tradición literaria, de origen remoto pero todavía activa en ciertas latitudes, en la que se aúnan estrechamente narrativa y trascendencia, y que le servirá de guía y modelo de cara a su máxima creación: Rayuela. El resultado –aunque no para el lector común, sino tan solo para el autor y para un improbable lector afín, el denominado «lector cómplice»– será una obra moderna y trascendente a la vez.
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Y es aquí, en esta última etapa, donde interviene Gurdjieff. Cabe decir que Cortázar no tuvo un contacto directo con la tradición a que nos referimos, sino que fueron dos fuentes indirectas las que le pusieron en contacto con esa «nueva» concepción de lo literario. Por un lado, el capítulo 30 del Belcebú, donde hallan expresión las ideas sobre arte de Gurdjieff; y por el otro, las obras del islamólogo Henry Corbin, con sus diversos pasajes sobre el Ta’wîl o hermenéutica espiritual islámica. Estas dos fuentes, curiosamente, no están declaradas por el escritor argentino (y han pasado desapercibidas, huelga decirlo, por la crítica); cabe suponer que desde el principio cayeron en el mismo régimen de ocultación deliberada que impregnó todo el proyecto de Rayuela, ese libro según se afirma en el Cuaderno de Bitácora que fue «esotérico desde un comienzo».
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Las tres fases que acabo de establecer marcarán el orden de mi exposición. La próxima jornada, por lo tanto, estará dedicado a «La crisis».
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11 de agosto de 2016

Intercesores (...2...)

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Entre lo visible de Rayuela (la novela) y su parte oculta (el Rayuela insólito) Cortázar dispuso multitud de pasajes, puentes, puertas y ventanas que permitiesen el tránsito del uno al otro. El autor los denominó «intercesores», y en la Teoría se agrupan bajo el rótulo «Vector de Transfiguración Textual». En ellos se puede observar, siempre en modo metafórico, o bien una contraposición entre lo oculto y lo manifiesto, o bien una negación de lo visible, o bien una vindicación de lo oculto. ¿Cuántas veces lo dijo? ¿Cuántas metáforas distintas utilizó? Vamos a establecer un cómputo exhaustivo de tales intercesores, incluyendo fragmentos pertenecientes a otros textos del autor (avant-textes de Rayuela, correspondencia, otras obras) 
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(2)
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Rayuela, capítulo 79
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Escritura demótica para el lector-hembra (que por lo demás no pasará de las primeras páginas, rudamente perdido y escandalizado, maldiciendo lo que le costó el libro), con un vago reverso de escritura hierática
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1 de agosto de 2016

Intercesores (1...)

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Entre lo visible de Rayuela (la novela) y su parte oculta (el Rayuela insólito) Cortázar dispuso multitud de pasajes, puentes, puertas y ventanas que permitiesen el tránsito del uno al otro. El autor los denominó «intercesores», y en la Teoría se agrupan bajo el rótulo «Vector de Transfiguración Textual». En ellos se puede observar, siempre en modo metafórico, o bien una contraposición entre lo oculto y lo manifiesto, o bien una negación de lo visible, o bien una vindicación de lo oculto. ¿Cuántas veces lo dijo? ¿Cuántas metáforas distintas utilizó? Vamos a establecer un cómputo exhaustivo de tales intercesores, incluyendo fragmentos pertenecientes a otros textos del autor (avant-textes de Rayuela, correspondencia, otras obras)
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(1)
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Rayuela, capítulo 79
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Intentar en cambio un texto que no agarre al lector pero que lo vuelva obligadamente cómplice al murmurarle, por debajo del desarrollo convencional, otros rumbos más esotéricos
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22 de julio de 2016

«Rayuela» y Gurdjieff (3)

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Mensaje hallado en una alfombra
(Segunda parte)
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Esto es lo que vimos en la primera parte de este artículo:
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1) La página 137 del Cuaderno de Bitácora habla de alfombras que transportan mensajes esotéricos;
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2) Dicha página está claramente inspirada en el capítulo 30 de los Relatos de Belcebú a su nieto de Gurdjieff;
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3) Las alfombras del Cuaderno funcionan como una metáfora descriptiva de la totalidad de Rayuela;
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y 4) Corolario de 1+2+3: Rayuela obtuvo igualmente su inspiración en el mismo capítulo 30 del Belcebú. De ahí su insólita estructura en forma de libro doble.
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Dijimos también que la página 137 del Cuaderno no se vio transportada al libro de un modo explícito, sino que fue sometida a un borrado, por razones de la peculiar economía de sentido de la obra. Y finalmente, conminamos al lector a encontrar dónde y cómo podíamos hallar en Rayuela alguna otra referencia a alfombras que pudiéramos vincular igualmente con las enseñanzas sobre arte de Gurdjieff; esto es lo que vamos a abordar hoy mismo.
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Hay por lo menos dos respuestas posibles a la cuestión. La primera se encuentra en el capítulo 26, en la extraña y evasiva contestación que Gregorovius da a la Maga cuando ésta le pregunta: «¿Por qué París es una metáfora?». La segunda se sitúa en el capítulo 46, cuando Horacio le explica a Traveler las misteriosas y aparentemente incomprensibles razones que le impiden contarle sus vivencias en París. En estos dos fragmentos aparece la misma cuestión que en la página 137 del Cuaderno, la de alfombras con mensaje encriptado, pero en una versión mucho menos explícita; aquí, con respecto al Cuaderno, la presencia de Gurdjieff resulta como diluida en agua, disminuida en su intensidad –que no en su importancia–. Siempre en nuestra opinión, ello ha sido concebido con el propósito de dificultar al máximo la identificación y el reconocimiento de esa figura en la superficie de Rayuela.
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1. La ciudad de Ofir 
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«En el fondo, París es una enorme metáfora»: esta célebre frase constituye la entrada del capítulo 26. Dicho capítulo se estructura en tres partes cualitativamente iguales, encabezadas siempre por el mismo «mantra» (París es una metáfora), al que sigue cada vez algo parecido a una explicación de su significado. Primero, Gregorovius formula dicha frase ante la Maga, sin que ésta replique nada, y aun así Ossip pronuncia una primera explicación, citando enigmáticamente una serie de pintores. Un poco más adelante, la Maga preguntará por vez primera: «Por qué una enorme metáfora?», y aquí Ossip se explayará de nuevo, ahora con una alusión a los movimientos de Oliveira por la ciudad buscando como un loco una llave. En realidad, esta respuesta es equivalente e intercambiable con la primera explicación; la lógica de las citas en Rayuela es homologable con las peripecias de Horacio por París. Y la tercera explicación será igualmente equivalente e intercambiable con las otras dos. En efecto, otro poco más adelante, la Maga repetirá por segunda vez la misma pregunta: «¿Pero por qué París es una enorme metáfora?»; y aquí es cuando aparecen nuestras alfombras:
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–Cuando yo era chico –dijo Gregorovius– las niñeras hacían el amor con los ulanos que operaban en la zona de Bozsok. Como yo las molestaba para esos menesteres, me dejaban jugar en un enorme salón lleno de tapices y alfombras que hubieran hecho las delicias de Malte Laurids Brigge. Una de las alfombras representaba el plano de la ciudad de Ofir, según ha llegado a Occidente por vías de la fábula. De rodillas yo empujaba una pelota amarilla con la nariz o con las manos, siguiendo el curso del río Shan-Ten, atravesaba las murallas guardadas por guerreros negros armados de lanzas, y después de muchísimos peligros y de darme con la cabeza en las patas de la mesa de caoba que ocupaba el centro de la alfombra, llegaba a los aposentos de la reina de Saba y me quedaba dormido como una oruga sobre la representación de un triclinio.
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Tal como sucedía con la página 137 del Cuaderno, este pasaje conecta, por un lado, con la totalidad de Rayuela, y por el otro, con la figura y las enseñanzas de Gurdjieff. Por el lado de Rayuela, este fragmento constituye nuevamente –¡cómo no!– una ékfrasis, es decir, una descripción metafórica del libro entero: la ciudad de Ofir representa la obra misma en su totalidad; el pequeño Ossip, a su vez, es un trasunto del lector activo y cómplice; el río Shan-Ten representa el sentido manifiesto de la obra (es decir, la novela); las murallas y sus guardianes son los «Capítulos prescindibles» que obstaculizan el devenir normal de la narración y señalan, a la vez, la existencia del sentido oculto; los peligros que afronta el niño y los golpes que sufre en su periplo representan las enormes dificultades que afronta la correcta interpretación del texto; y los aposentos de la reina de Saba no son sino el sentido final de la obra, su trasfondo textual escondido, el Rayuela insólito.
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Por lo que respecta a Gurdjieff, el vínculo se manifiesta en tres modos distintos. Primero tenemos la exótica ambientación del fragmento; este parlamento de Gregorovius presenta el mismo contexto étnico y geográfico en que se sitúan mayoritariamente los capítulos del Belcebú y la propia biografía de su autor Y esta ambientación, donde se aúnan la Europa Oriental y el propio Oriente, es la misma, también, que aparece en la «ficha» de Gregorovius, en el capítulo 65, donde se cita –con errata incluida– el nombre de Gurdjieff. Se pone de manifiesto, así, que Ossip es el principal encargado de aportar los elementos de sentido relacionados con el Maestro de Danzas.
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En segundo lugar tenemos esa alfombra con el plano de la ciudad de Ofir, que constituye un claro exponente de aquellas otras alfombras con mensaje oculto que aparecen en la página 137 del Cuaderno, y que ya sabemos inspiradas en los libros de Ouspensky y Gurdjieff. Como tal exponente, ofrece una dualidad de planos de sentido: en lo aparente (para el lector pasivo, para el no iniciado) constituye meramente el escenario de un recuerdo de infancia del personaje; en lo profundo (para el lector activo y cómplice, para el iniciado), transporta un mensaje encriptado que apunta a la doble naturaleza textual de Rayuela.
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Y por último está la misma pregunta de la Maga: «¿Por qué París es una metáfora?». Puesto que las explicaciones de Gregorovius apuntan siempre hacia Rayuela, la pregunta se convierte en ¿Por qué Cortázar habla en metáforas? ¿Por qué oculta algo tras una fachada? La pregunta es por qué, no de qué: interesa saber la razón de esa ocultación, no el contenido de la misma. Y eso es precisamente lo que Gregorovius acaba siempre respondiendo: se habla en metáforas para que el lector activo busque, para que el lector activo encuentre. Y esto tiene una relación muy estrecha con las enseñanzas de Gurdjieff, pero esta relación se verá más clara en otro pasaje de Rayuela; mejor atravesemos el puente imaginario que se levanta entre la alfombra del capítulo 26 y aquella otra que aparece en el capítulo 26. 
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2. El coagulante
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En el capítulo 46 encontramos nuevamente una alfombra que también podemos relacionar con las del Cuaderno y con las de Gurdjieff. Aquí asistimos a otro diálogo, ahora con Horacio y Traveler como interlocutores. Traveler acaba de declarar su apetencia para escuchar, cualquier día de esos, las aventuras que Oliveira ha vivido en París, y éste último responde lo siguiente [transcribo tal como se presenta el texto en la edición de Archivos, con el añadido de cierto elemento borrado del Manuscrito de Austin, que también nos interesa]:
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–Sabés, todo está tan en el aire. Cualquier cosa que dijera sería como un pedazo del dibujo de la alfombra. Falta el coagulante, por llamarlo de alguna maneraf: zás, todo se ordena en su justo sitio y te nace un precioso cristal con todas sus facetas. Lo malo –dijo Oliveira mirándose las uñas– es que a lo mejor ya se coaguló y no me di cuenta, me quedé atrás como los viejos que oyen hablar de cibernética y mueven despacito la cabeza pensando en que ya va a ser la hora de la sopa de fideos finos.
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[f: /eso que otros llaman la cristalización/]
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En el apartado anterior se ha visto que el lúdico recorrido del pequeño Ossip por la alfombra y la alocada búsqueda de Horacio por París eran equivalentes e intercambiables; ahora obtenemos la plena confirmación de ello, firmada por el propio Horacio. Sus diversas aventuras del pasado, nos dice, son como distintos pedazos de la alfombra; en mi opinión, no puede caber duda de que Horacio se refiere a la misma ‘afalkana’ descrita por Ossip. Aunque aquí, por alguna razón, no se llega como antes hasta los aposentos de la Reina de Saba: el centro de sentido del dibujo permanece ahora inaccesible. A Horacio le falta un elemento misterioso, que él denomina como coagulante 
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Este enigmático nombre, por muy sugerente que sea, apenas nos dice nada. Pero Oliveira nos da una pista: este coagulante parece ser incompatible con cierto tipo de relato. La declaración de impotencia de Horacio, su incapacidad para tejer una alfombra entera, parece basarse en la imposibilidad de transmitir el mensaje como un mero relato de sus aventuras (léase novela). Este asunto es particularmente oscuro, y para elucidarlo tendremos que apoyarnos en otros capítulos del libro. 
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El capítulo 125, por ejemplo, dice algo muy parecido: «el encuentro no cuaja. Hay carne, papas y puerros, pero no hay puchero». Aunque por aquí tampoco avanzamos mucho, que digamos: «puchero» no resulta más informativo que «coagulante». Mejor vayamos al capítulo 52; ahí, en clara continuidad con lo que Horacio afirma en el 46, hallamos lo siguiente (la cursiva, en el original):
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Porque en realidad él no le podía contar nada a Traveler (...) Hubiera tenido que hacerle sospechar a Traveler que lo que le contara no tenía sentido directo (¿pero qué sentido tenía?) y que tampoco era una especie de figura o de alegoría. La diferencia insalvable, un problema de niveles que nada tenían que ver con la inteligencia o la información
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Al parecer, ese «coagulante» del que hablaba antes Horacio, o su equivalente  «puchero» que ha aparecido después, guardan relación con esos «niveles» que se mencionan ahora. Pero ¿niveles de qué? Sólo se nos dice lo que no son (ni inteligencia ni información), pero no se suelta prenda en positivo sobre su naturaleza. De este modo permanecemos en un terreno vago y abstracto, tremendamente escurridizo; resulta obvio que Cortázar no quiso ponerlo fácil. Pero tarde o temprano, en algún rincón u otro de esa inmensa alfombra que es Rayuela, acaba apareciendo una versión menos oscura de sus asuntos. En efecto, lo que ahora nos interesa aparece también, con un aspecto mucho más manejable, en el célebre capítulo 97, que ya hemos analizado en otra ocasión. Ahí se habla en cierto momento de una diferencia entre lo aparente y lo real («Allí donde debería haber una despedida hay un dibujo en la pared...»), para concluir después con esta pregunta: «¿quién está dispuesto a desplazarse, a desaforarse, a descentrarse, a descubrirse?». Aquí aparece, por fin, el dato que buscábamos: el «coagulante» del capítulo 46, el «puchero» del 125, y la «diferencia insalvable» del 52 remiten todos ellos, en última instancia, a un problema de niveles de conciencia
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Esto es precisamente lo que distingue al lector pasivo del lector activo: el primero, se mantiene continuamente en los márgenes de lo conocido, volviendo siempre a su cómoda «sopa de fideos finos»; sólo el segundo es capaz de «descentrarse» para tirarse de cabeza en la «cibernética», es decir en lo nuevo, lo insólitoEse «coagulante» solicitado por el protagonista de la obra es en el fondo una operación cognitiva que debe realizar el lector activo para ponerse a la altura de lo que experimentó previamente el escritor. Es lo que Cortázar, en otro momento, denomina swing; lo que Mircea Eliade llama ruptura de nivel; o lo que en mi Teoría se denomina entusiasmo. It don't mean a thing if ain't got that swing, reza la canción. 
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Hablando con propiedad, lo que Cortázar nos está mostrando en el capítulo 46 (así como en el 26, el 125, el 52, el 97, y tantos otros), es la cualidad iniciática de su obra. El artefacto textual de Rayuela, con su régimen de ocultaciones, con su muro de metáforas nunca desveladas, está concebido para cambiar el estado de conciencia del lector hacia un nivel más elevado, donde los ingredientes narrativos se muestren por fin en su auténtico sentido. Y por aquí es por donde llegamos finalmente a Gurdjieff, pues esta cualidad del libro de Cortázar, inaudita en una obra de arte moderna, obedece en gran parte a la influencia del Maestro de Danzas sobre nuestro escritor. El capítulo 30 del Belcebú establece las bases de un arte auténticamente trascendente basándose precisamente en las virtualidades iniciáticas de las producciones artísticas. De hecho, hay un concepto específico de Gurdjieff para describir este asunto: legominismoPor supuesto, nada parecido a este extraño término aparece mencionado en Rayuela; y sin embargo, la mejor manera de expresarnos sería decir que el mayor libro de Cortázar funciona exactamente (o mejor: debería funcionar, si encontrase al lector adecuado) como uno de los legominismos descritos por Gurdfjieff¿Por qué Cortázar habla todo el rato en metáforas? Respuesta: Porque constituye un buen método, validado por Gurdjieff, para modificar la conciencia del lector.
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Asimismo, Gurdjieff  también es la causa de la supresión del término «cristalización» en el pasaje que ahora tratamos de iluminar. Tal como ya se ha dicho, en su paso del Manuscrito a la edición definitiva de Rayuela, Cortázar eliminó esa palabra en un claro caso de borrado, tal como entendemos aquí este término (a saber, la anulación de un elemento textual que alude demasiado directamente a los contenidos ocultos de la obra). En esta ocasión, la razón del borrado radica en que el verbo «cristalizar», con sus diversas variantes léxicas, es usado con una enorme frecuencia en el Belcebú, apareciendo ahí hasta un total de 329 veces (benditos sean los auxiliares de edición de la computadora). Sólo en el capítulo que más nos interesa aquí el 30, aparece hasta 15 veces. Así pues, frente al no comprometido «coagulante», «cristalización» supondría un término  marcado, una conexión demasiado directa con las enseñanzas de Gurdjieff, tal como sucedería con la palabra «legominismo», ésta ya exclusivamente gurdjieffiana. Ésta es la razón de que Cortázar borrase el concepto que figura en el Manuscrito, aunque luego terminase presentándolo igualmente en una versión diluida: «todo se ordena en su justo sitio y te nace un precioso cristal con todas sus facetas...».   
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En síntesis: más allá de su mención nominal en el capítulo 65, el fundador del Cuarto Camino se halla presente por todas partes en Rayuela, por más que sea en un modo deliberadamente diluido y oculto. No tan solo lo encontramos en los fragmentos que acabamos de ver del capítulo 26 y del capítulo 46, más la página 137 del Cuaderno que comentamos el otro día. Ninguno de tales fragmentos es un trozo cualquiera, sino que cada uno a su modo conecta con el sentido y la estructura profundos de la mayor obra de Cortázar. En consecuencia, a partir de ellos se puede deducir que la presencia invisible del Maestro de Danzas afecta la totalidad del libro. De tal fuente provienen por lo menos la idea de una doble textualidad y la distinción entre lector activo y lector pasivo. Es decir: lo más característico y lo más original de la mayor obra de Cortázar. 
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Prácticamente se podría decir que Gurdjieff es como el aire que respiran los personajes de RayuelaEsto es lo que hemos tratado de argumentar en las tres primeras entregas de esta serie; a partir de ahora, para completar nuestra investigación nos interesa elucidar cuándo leyó Cortázar a Gurdjieff, y cuáles pudieron ser los motivos que le indujeron a escribir, a partir de esa lectura, una obra tan insólita como Rayuela.
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