Elementos para una TEORÍA DEL ENTUSIASMO

La cara oculta de RAYUELA. Por Jorge Fraga

23 de julio de 2015

Cosmoaudición de Julio Cortázar

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Autor: Diego Zeziola
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Todavía no leímos a Cortázar. Hay una voz que se dice a través de “Cortázar” (de aquí en más Cortázar a secas) esotérica, de difícil acceso, que vale la pena descubrir porque puede ayudar a operar en nosotros una metanoia, es decir, una transformación en la forma de percibir, pensar y actuar. En principio, con respecto a la literatura; luego, al arte en general y por ende a la forma de vivir, de buscar y de estar en el mundo. Leer al Cortázar oculto puede ser el primer paso en un camino de cuestionamiento y reformulación de nuestro vocabulario más esencial (¿a qué llamamos mundo, humanidad, poesía?) y entonces llevar a un cambio de predisposición interior total. En esta obra están, no ocultos pero sí solo sugeridos, aludidos, los elementos para llegar a la “comunión íntima” con el prójimo y todas las cosas. Cortázar busca las claves en lo más alto (no podría no hacerlo pues sus ojos y oídos ya están ahí), y lo más alto es la armonía, la música de las esferas y sus correspondencias dentro del hombre y entre los hombres. Tratamos con una perspectiva que trasciende al propio autor y se da en otros poetas, en diversas tradiciones. Una cosmovisión musical subyace a la búsqueda de Cortázar, que exteriormente toma una forma literaria pero en esencia es metafísica, espiritual y social. Este trabajo señalará algunas huellas de esa búsqueda, para acompañar al lector que desee alcanzar las mismas intuiciones que movieron a Cortázar a crear y admirar.
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ENTRE
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Abordaremos el aspecto más elevado de Cortázar. Lo que sigue será el dedo que apunta al dedo que apunta a la luna, con la esperanza de que los tres coincidan y haya una vez más simultaneidad, desde la trama que a todo subyace.
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La exégesis, las preguntas, los orificios que se propongan parten siempre de que lo escrito por Cortázar no tiene voluntad de literatura sino de puerta a la vida. La pregunta no puede agotarse en pregunta sobre el texto sino que debe extenderse mutada en pregunta desde el texto, sobre nosotros mismos. Este es un discurso que no se toma como final sino que se quiere y reclama paso a la acción. Un discurso, aunque esférico y bello, incompleto, que reclama para servir de algo, para seguir, entrar en el hombre y volverse gesto, acto, trampolín al mundo, que será un Nuevo Mundo. El modo de comprender la poética de Cortázar es poniéndola en práctica; no desde afuera, desde un comentario, sino desde la puesta en escena de las ideas. Esa es la práctica a la que hay que llegar.
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¿Por qué podemos escribir tanto sobre Cortázar? Porque es un escritor y un jugador íntegro e integral. Porque en sus palabras hay vida y muerte, en danza inagotable.
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¿Para qué escribimos tanto sobre Cortázar? Porque es una de las formas de seguir jugando el Gran Juego que nos propone. Escribir, preguntar, andar por ahí, amar. Si aceptamos el trato, es imperativo sumirnos en los nuevos verbos. Descubrir de nuevo estos verbos, que tienen tanto polvo encima. ¿Qué era escribir? ¿Qué era vivir intrigado, entregado a la maravilla?
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Si intentáramos exponer, describir o sistematizar solo intelectualmente, quedaría una sensación de mentira, de algo incompleto, parcial y por eso falso. Se vuelve a la lectura, y ahí está Julio vivo, diciendo algo que contradice o minimiza la conclusión tranquilizante, esquivándonos, desplazándose más, esquivando la etiqueta, todavía incognoscible e inapresable. Es la mancha o la escondida, jugamos con Julio sabiendo que es il miglior giocator. Somos la posibilidad de un juego renovado. Y qué hermoso el juego, y jugamos para ganar: no para ganarle o ganarlo, sino para ganar el derecho de piso... del patio de juegos.
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¿Para qué escribe Cortázar? Para despertar conciencias. Escribir era su modo natural de despertarse y de despertar la atención del prójimo. Al darse cuenta de que el límite de su literatura estaba en sus personajes, en la humanidad que podían llegar a transmitir, saltó al prójimo y al abrir ese espacio vulnerable e incierto entraron el hombre y la mujer. Cortázar sabe que no todos sus lectores van a ser el lector activo. Por eso escribe con la doble posibilidad de lectura: de visión-entretenimiento o de entrevisióncuestionamiento. Hace un arte que incorpora lo sagrado en lo cotidiano y se nutre de las tradiciones espirituales de Oriente y Occidente. En la novela está el Libro, nivelado. Es solo cuestión de entrever y aparecerá, donde parecía haber prosa, Bashō:
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Te siento temblar
junto a mí como una
luna en el agua.1
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(IT) TAKE(S) TWO
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En el poema “Para leer en forma interrogativa”2, Cortázar afirma:
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Has visto
verdaderamente has visto
la nieve los astros los pasos afelpados de la brisa
Has tocado
de verdad has tocado
el plato el pan la cara de esa mujer que tanto amás
Has vivido
como un golpe en la frente
el instante el jadeo la caída la fuga
Has sabido
con cada poro de la piel sabido  
que tus ojos tus manos tu sexo tu blando corazón
había que tirarlos
había que llorarlos
había que inventarlos otra vez.
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El título se extiende a toda la obra del autor. Hay una afirmación y una sugerencia. Es posible quedarse en lo afirmado e incluso celebrarlo como poesía. La comprobación poética o literaria es ya una instancia honda de la experiencia. Pero ¿por qué entonces la sugerencia de algo más? Nuestra libertad está en agregar el signo de pregunta, sugerida pero no dada por el propio autor, como quien invita a un niño a jugar. ¿Qué juego nos ofrece el autor? ¿Cuál va a ser mi participación, mi compromiso? ¿Quién vive mi vida? ¿Qué es leer la realidad en forma interrogativa?
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No tomar nada por dado. Vemos desde el principio la importancia de las preguntas, de ponernos en cuestión cada gesto cotidiano para enriquecer lo que hay. Tal vez la pregunta es el modo de mantener, renovar y actualizar la búsqueda, que de quedarse en afirmaciones categóricas se estancaría. “No sigo el camino de los antiguos: busco lo que ellos buscaron”3. Actualizar la búsqueda: estar en el mismo camino, lado a lado. ¿El Tao es estar en el camino, sin fin? Cortázar dice: No sigo a los padres: busco hermanos.
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De nuevo. Cortázar desea para nosotros que tengamos una actitud de insatisfacción, pregunta y búsqueda, en todo momento e incluso cuando parece que llegamos al final. Habiendo llegado al fondo, saltar al vacío. Renacimiento: durar “un poco más de lo que ‘debería’4. Por algo lo dice. Habrá que probar.
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OJO
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Tenemos muchísimos párpados, y en lo hondo, y perdidos están los ojos. La lista de párpados -que continúo descubriendo y clasificando- incluye la instrucción primaria, el contrato social, la tradición, el culto a los antepasados sin discriminar entre los meritorios y los idiotas, el realismo ingenuo, la viveza, el a mí no me engrupen, etc. Los párpados son muy útiles porque protegen los ojos, tanto que al final no los dejan asomarse a beber su vino de luz. Otano, con grandes pinzas, se ha puesto a arrancar párpados. Ay, duele, vaya si duele. Como que hace ver las estrellas.
Los ojos son para ver las estrellas.5
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“¿Quién de nosotros está dispuesto a descolocarse?”6 Cortázar va a trabajar siempre para descolocarnos. Sus preguntas siguen vivas porque no pueden hacerse a un lado como planteos de una época, de un surrealista, un existencialista o un cualquier-otra-etiqueta. Son preguntas raigales. Esta es su broma suprema: recordarnos que no sabemos nada y que cuando más seguros estamos de lo que vemos, mayor es nuestra ceguera. El prisionero de la Gran Costumbre no es un ente abstracto, o un vago ‘otro’: eres, antes que nada, tú, aquí, ahora. Hay que limpiar la mirada de todo lo que tomamos por nuestro pero no lo es, separarse de la máscara de la personalidad. El precio de la liberación es arrancarse con dolor los mil y un párpados, tarea horrorosa en la medida en que todavía los amemos. Pero algo nos mueve, al menos, a preguntarnos como el señor Palomar: “¿Cómo es dormir para quien tiene los ojos sin párpados?” 7 La promesa es que ya no sea sueño, la promesa es la más alta de todas, per aspera ad astra: lo que hay para ganar son las estrellas, el“vino de luz”, eso que estamos llamados a ser. Como lo intuyeron tantos místicos, maestros y poetas, más allá del vidrio oscuro, la realidad es luminosa. Si extrañas la vida real, extraña la mirada.
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¿YO?
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Un poco de atención en los procesos interiores de un día cualquiera nos demuestra que nos habitan multitudes. En un texto capital, “Lucas, sus luchas con la hidra”, Cortázar muestra que decir ‘yo’ es, la mayor parte del tiempo, una fantasía. El yo único, si está, está lejos, cubierto por una multiplicidad de pequeños yoes y deseos momentáneos o rutinarios. Lo más cercano a la unidad es la nostalgia de la unidad (“alguna vez fue solamente Lucas y quisiera volver a serlo”, “pasar de lo poli a lo unicéfalo”), el sentimiento de falta y dispersión que lo insta a cortarle cabezas al monstruo. Entablar la lucha lo ayuda a “acercarse a sí mismo”, pero siempre hay más cabezas. El mono saltarín sigue saltando. ¿Habrá que convivir? ¿Habrá que entrarle por otro lado? ¿Cómo hace usted, lector?
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Por ejemplo, Lucas “hace el esfuerzo de asistir como desde fuera” a sus propios procesos8 y descubre que, como los movimientos de un pulpo, “también esto, lo que está pensando en este momento, es un mecanismo que su conciencia cree comprender y controlar, un antropomorfismo aplicado ingenuamente al hombre”. En otras palabras, llamar a ese mecanismo involuntario conciencia es tan ingenuo como llamar hombre al “hombre”.
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Si deseamos ahondar en la cuestión, encontraremos aún más “refractantes, obliterantes o polarizadores del principio de identidad” 9. En el encuentro erótico, por ejemplo, somos otro que el que vive nuestras horas ordinarias. No es simplemente un cambio de intensidad, sino que algo deja de ser lo que es para ser otra cosa. Se nos plantea un koan:
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¿Quién cambia allí, en una cama o en el cosmos:
el perfume o el que lo huele?
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RÍTMICO RETORNO AL ORIGEN
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En “Para una poética” (1954)10, Cortázar habla del origen de sus percepciones en los siguientes términos:
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Sentimiento de una relación privilegiada … concepción simpática … lógica afectiva … elemento emotivo … dirección analógica … urgencia analógica … comunicación analógica … analogía sentimental … analogía intuitiva … simpatía … participación sentimental … identidad … identidades de participación.
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Es como si todas las cosas invitaran al poeta a captar su resonancia interior. Nos encontramos en un plano distinto del intelectual, que incluye y privilegia la esfera de la intuición y el sentimiento. ¿Acaso será este el misterioso Reino a recuperar?
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Por lo general, vivimos en el desfasaje entre el ritmo de la mente y el del corazón, que es “otra acústica”. Cortázar nos habla de la posibilidad de una apertura sensible que permita restablecer el contacto, alinear los ritmos. El primer requerimiento es apartarse de lo exclusivamente racional. “Si renunciáramos a algo de lo que somos para integrarnos…” 11Suspender el juicio: todo lo que llamo yo, mi opinión, mis ideas, mi creatividad, mi lucidez. Cambiar la cualidad de pensamiento: de un pensar asociativo y comparativo, al de la mente receptiva, integrada a la sensación y el sentir. Paro las antenas, lanzo los seudópodos y me pongo en suspenso a mí mismo para preparar el terreno en el que pueda entrar lo otro, lo extraño, lo inaudito.
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El poeta no sabe, es transparente, desestima su conocimiento. Paradójicamente, al soltar la cultura, los datos, las opiniones, los gustos, las conclusiones, las descripciones, las expectativas, en ese instante de absoluta ignorancia recibe algo de otro orden, superador, un nuevo saber, la llave a una realidad no mediada. En ese sentido es un ‘retorno’: no a algo anterior sino a algo que está ahí todo el tiempo, en nosotros.
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La expulsión del paraíso, el exilio, es interior. Se da cuando, en vez de entrar al terreno de juego donde todo resuena desde el centro, nos quedamos en la costumbre con su bagaje de ‘saberes’ periféricos. Quedarse en lo conocido, establecido, dado, es quedarse en ritmos fijos o parciales. El poeta en la vida es el que vuelve al centro, donde todo tiembla al borde del precipicio. Da el salto al vacío impulsado por la esperanza de que “todo podría ocurrir en ese instante en que le falta el apoyo”.12
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Keats, Cortázar, y el lector sediento se hacen a un lado, se descolocan, y así alcanzan a “tomar parte de la existencia” de cualquier ser, participan de la identidad originaria de todo lo creado.
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El poeta realiza el gesto una y otra y otra vez, con la esperanza de algún día instalarse definitivamente en ese campo. En última instancia, el poeta es un mago cuya función es musicalizar las cosas, lo que equivale a ir a su esencia. Todo verso es incantación: por el ritmo se accede a otro grado de ser, que no es sino un grado más sutil de vibración de la materia. “El ritmo es un despertador de sentidos”.13
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Acceder al ritmo del sentir real implica dejar nuestros patrones estancados habituales. Esa es una vía hacia el “otro lado”. ¿Cuál es, dónde está el otro lado, el otro cielo? Si somos honestos, nos damos cuenta de que solo tenemos una vaga noción de un más allá vaporoso. Pero lo hemos explorado poco o nada. Al yo habitual que estamos convencidos de ser le gusta nombrarlo, incluso tener la certeza de que está. Pero ¿quién de nosotros lo visita realmente, quién se queda allá después del salto?
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Lo que importa en todo momento es entrar en la relación incantatoria. La literatura de Cortázar nos eleva cuando nos dejamos atravesar por los mismos principios musicales que la generan: ritmo, tensión, armonía, melodía, afinidad sonora. Necesitamos ingresar en la ley del swing, en leyes musicales que instintivamente el cuerpo, la sensación, los sentimientos y una mente activa reconocen. El ritmo-pulso-pulsación proviene de “un sentimiento de fatalidad” y es uno con la textura y la trama, “es como si el ritmo y lo que se dice fueran la misma cosa” 14. Como los juegos y los ritos sagrados, la escritura mágica actualiza pulsaciones primigenias y fuerzas profundas.
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Este gesto de integración de lo empático, intuitivo y analógico en varios niveles de nuestra presencia suele atraer algo maravilloso, que será el núcleo de la cosmoaudición de Cortázar: “grupos heterogéneos que tienen la unidad mística común”.15
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A FALTA DE MEJOR NOMBRE
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El eje de la búsqueda de Cortázar son las figuras, noción que resume y reúne sus inquietudes y todos los campos en los que se movió. Es la clave para comprender su vida y obra.
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Para aproximarnos, diremos que una figura es la cristalización, plasmación o conformación de una correspondencia privilegiada entre dos o más elementos, que revela, ilumina, indica o sugiere la presencia de otro elemento, sospechado, hasta entonces oculto y perteneciente a otro plano de mayor sentido, intensidad, tensión y misterio, que se da en un instante fugaz e impermanente y deja al que la capta, percibe o intuye cambiado, descolocado, fuera de su yo habitual, de su manera corriente de pensar y sentir el mundo y su lugar en él.
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Aquí precisamos incluir tres citas muy extensas pues quien mejor introduce el tema es el propio Cortázar:
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“Persio ve las cosas desde lo alto como las ven las gaviotas. Es decir, es una especie de visión total y unificadora. Allí tuve por primera vez una intuición que me sigue persiguiendo, de la que se habla en Rayuela y que yo quisiera poder desarrollar ahora a fondo en un libro. Es la noción de lo que yo llamo las figuras. Es como el sentimiento -que muchos tenemos, sin duda, pero que yo sufro de una manera intensa- de que aparte de nuestros destinos individuales somos parte de figuras que desconocemos. Pienso que todos nosotros componemos figuras. Por ejemplo, en este momento podemos estar formando parte de una estructura que se continúa quizás a doscientos metros de aquí, donde a lo mejor hay otras personas que no nos conocen como nosotros no las conocemos. Siento continuamente la posibilidad de ligazones, de circuitos que se cierran y que nos interrelacionan al margen de toda explicación racional, y de toda relación humana.” Recuerda una frase de Cocteau, según la cual las estrellas individuales que forman una constelación no tienen idea de que forman una constelación. “Nosotros vemos la Osa Mayor, pero las estrellas que la forman no saben que son la Osa Mayor. Quizá nosotros somos también Osas Mayores y Menores y no lo sabemos porque estamos refugiados en nuestras individualidades. En todo caso, Persio tiene un poco una versión estructural de lo que pasa. Ve siempre las cosas como figuras, como conjuntos, a manera de grandes complejos, y trata de explicarse los problemas desde ese punto de vista que representa una especie de supervisión”.
Los monólogos de Persio “fueron naciendo de una escritura prácticamente automática, a una enorme velocidad y sin el control que mantuve deliberadamente en el resto de la novela … son como válvulas de escape de un proceso subconsciente”.
“La noción de figura va a servirme instrumentalmente, porque representa un enfoque muy diferente del habitual en cualquier novel o narración donde se tiende a individualizar a los personajes y a darles un psicología y características propias. Quisiera escribir de manera tal que la narración estuviera llena de vida en su sentido más profundo, llena de acción y de sentido, y que al mismo tiempo esa vida, esa acción y ese sentido no se refieran ya a la mera acción de los individuos, sino a una especie de superación de las figuras formadas por constelaciones de personajes. Ya sé que no es fácil explicar esto, pero a medida que vivo siento cada vez más intensamente esa noción de figura. Dicho de otro modo, cada vez me sé más conectado con otros elementos del mundo, cada vez soy menos egoísta y advierto mejor las continuas interacciones de mí hacia otras cosas o seres y de otros hacia mí. Tengo la impresión de que todo eso ocurre en un plano que responde a otras leyes, a otras estructuras que escapan al mundo de lo individual. Quisiera llegar a escribir un relato capaz de mostrar cómo esas figuras constituyen una ruptura y un desmentido de la realidad individual, muchas veces sin que los personajes tengan la menor conciencia de ello. Uno de los tantos problemas, ya sospechado en Rayuela, es saber hasta qué punto un personaje puede servir para que algo se cumpla por fuera de él sin que tenga la menor noción de esa actividad, de que es uno de los eslabones de esa especie de superación, de superestructura”.
“Las figuras serían en cierto modo la culminación del tema del doble, en la medida en que se demostraría o se trataría de demostrar una concatenación, una relación entre diferentes elementos que, vista desde un criterio lógico, es inconcebible”.16
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“La primera sospecha, la primera presentación de eso que yo llamo figuras a falta de mejor nombre, es muy temprana en mi vida, viene en realidad de mi infancia. [Cuando] la gente usaba la palabra casualidad para explicar o explicarse ese tipo de ‘coincidencias’ que se dan en la vida, yo sentía de manera intuitiva que decir ‘casualidad’ o ‘coincidencia’ no explicaba absolutamente nada. Las cosas que parecían casualidades yo las sentí́ desde muy niño como respondiendo a un sistema de leyes diferente al sistema aceptable y conocible por todo el mundo. Esas leyes misteriosas me parecían tan implacables como las leyes del día.
“De modo que —para seguir usando esta imagen— esas leyes de la noche tenían para mí la misma fuerza que las del día y entonces no me asombraban en lo absoluto cosas que parecían casualidades sorprendentes o incluso inquietantes para la gente. Yo las tomaba como el cumplimiento de esas leyes e incluso desde pequeño tuve una especie de noción triangular de lo que luego llamaría figura.
“Yo sentía que cuando se producía un elemento A, seguido de un elemento B — que era lo que la gente llamaría una coincidencia o una casualidad— había un tercer elemento C, que podía o no ser un elemento comprensible, pero de todas maneras yo sentía que el triángulo, que la figura, se cerraba. Nunca había A y B, siempre había A y B que despertaban, que creaban la noción de C.
“Yo sé que es muy difícil dar ejemplos de eso, porque muchas veces hay una cosa instantánea, fulgurante. Por ejemplo, de pronto el golpe de una puerta coincidía con un olor, una puerta se golpeaba y yo percibía un olor. Entonces algo en mí sabía que en alguna parte de la casa iba a ladrar el perro; y el perro ladraba. Ahí se cerraba el triángulo. Ahora bien, hablar de eso con mis mayores me hubiera llevado al psiquiatra, suponiendo que hubiera psiquiatra en esa época. Porque es perfectamente loco, eso no responde a ninguna ley verificable, que el perro ladre porque yo he percibido un olor y una puerta se ha golpeado. Y sin embargo eso me perseguía, se me daba en muchos momentos de mi vida y en vez de asustarme o preocuparme, yo lo recibía con alegría porque me iba familiarizando con ese mundo de las figuras, con ese mundo de las constelaciones, como lo llamé después” 17
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“Sí, eso forma parte ya de esa intuición que yo siempre he tenido y que llamo las figuras. El hecho de que elementos que para las leyes naturales no están relacionados o no son heterogéneos -como puede ser este radiador, esta mesa y aquel teléfono- en determinados procesos de intuición (e incluso de distracción, como se dan en la filosofía Zen) se enlazan instantáneamente, crean una especie de figura que no tiene por qué ser de tipo material. Puede producirse a partir de ideas, sentimientos, colores. En Último round hay un texto que se llama “Cristal con una rosa adentro” en el que se describe uno de esos estados en la medida en que se puede describir. No se puede. Es una especie de iluminación instantánea en que -a mí me ha sucedido toda mi vida- el golpe de una puerta en el momento en que te llega un perfume de flores y un perro ladra, lejos, deja de ser esas tres cosas para ser otra cosa. Es una especie de iluminación, repito, que te coloca en otra realidad que no alcanzás a definir, porque instantáneamente volvés a la tuya, la fuerza de esta realidad es demasiado grande, nuestros cerebros han sido muy manipulados por la evolución histórica.
“Pero para mí es la prueba de que el cerebro del hombre, su capacidad imaginativa, tiene como larvada la posibilidad de transformar la noción de realidad creando diferentes figuras. Hay un momento maravilloso en Paradiso, de Lezama Lima, en el que el personaje, creo que es José Semi, ve en la vitrina de un anticuario una serie de pequeños objetos de jade, de cristal. Y de golpe se da cuenta de que esas cosas, que componen una figura, no son objetos separados, sino que son una especie de conjunto, que se están incluyendo mutuamente. Es decir, que el movimiento del brazo de una figurita de marfil, ese dedo, proyecta una energía que va hasta un caballito de basalto que está más lejos. Es ese tipo de cosas el que se da en Rayuela 18
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La figura, entonces, a la vez se intuye, se siente, se sospecha y se plasma en una supervisión o proceso subconsciente por fuera de lo racional. Está conformada por ligazones que enlazan estructuras, conjuntos, complejos.
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Es un aspecto de una realidad superior y por ende más real. Si lo parcial es relativo, lo que engloba más elementos es menos relativo; solo lo total es real. Así, independientemente de si hay un Absoluto en lo Más Alto o no, es innegable que hay al menos un nivel superior que debemos humildemente considerar, desde nuestra perspectiva, como un Absoluto.
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“No lo sabemos porque estamos refugiados en nuestras individualidades”: no estamos en esa realidad en la medida en que somos autocentrados, individualistas, egoístas. Esta perspectiva coincide con las orientales que hablan del egoísmo no en términos morales de bien o mal sino simplemente de ignorancia: una ignorancia que produce sufrimiento por estar desligados de las cosas como son, por querer ser separados del resto. Darse cuenta de las figuras permite salir de la visión parcial, cerrada del ‘yo para mí’ y de la psicología individual y ver que la individualidad es una mentira. Esa fuerte realización genera un deseo de estar “más conectado”, porque ese es el camino para ser real. Es lo que una y otra vez, de mil maneras, nos dice Cortázar: la realidad es relación, solo somos en relación.
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Para el pensamiento ordinario, una figura es sorprendente e inquietante. Y allí se queda. Etiqueta así lo que lo sobrepasa y sigue colocado en su comodidad. Las dualidades ilusorias de causalidad-casualidad y destino-azar son el límite de su sueño. En cambio, el hombre con un deseo de ser y conocer toma la oportunidad para buscar más allá, en más niveles de sí mismo y del entorno. La figura resuena en algo muy interior y esencial de ese hombre-poeta-en-la-vida. Recibirla lo va cambiando, va deshaciendo gradualmente su vieja postura individual y conformándolo, según otras leyes, como ser integrado a su circunstancia, que se extiende cada vez más.
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El primer rasgo de una figura es ser inexplicable, intransmisible e inefable, su esencia trasciende el lenguaje. Lo dicho sobre ella se desdice. Sin olvidar este dato, atentos a que usamos el pobre instrumento de la descripción, notemos algunas de sus características generales.
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Tiene al menos dos caras: la figura percibida, inferior o exterior, y la figura superior o interna, oculta y sospechada en la percibida. Inclusiva y expansiva, es a la vez ‘efecto’ y ‘causa’ de una apertura, una “salida a lo abierto” 19. Instantánea, fulgural, fugaz, explosiva, destellante, se da en una simultaneidad fuera de Cronos, el tiempo medido, en Aion, el tiempo no medido20. Vivencial, es imposible tener siquiera un sabor de qué es si no se la ha experimentado. Alógica, escapa a las redes de nuestra ‘razón’: categorías, etiquetas, discriminaciones, conclusiones. Plena de sentido. Supraindividual, relaciona, vincula, religa. Surreal, en el sentido original de supra-real, porque apunta a la realidad que está sobre la realidad corriente. Abisal, vertiginosa, liminal, de borde, de precipicio, fija los vértigos. Siempre en movimiento y movilizadora. Pertenece a una geometría desconocida, transversal, diagonal, intersticial. Transmite una gran intensidad de presencia y una sensación de unidad, de algo integrado. Converge, une, reintegra, reconcilia partes. Despierta a la existencia de un circuito cerrado infinito, ilimitado. Una figura es un umbral en potencia. Para cruzarla, hay que cumplirla, superarla, atravesarla y a la vez dejar que se cumpla, nos supere y atraviese.
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En cambio, el hombre habitual la niega, tildándola de absurda, ridícula, excéntrica, extravagante, excepcional, tirada de los pelos y sencillamente causal o casual, es decir, dentro o fuera del orden establecido incuestionable. Al no permitirse salir de sus casillas para vivir la figura con todo, se contentará con explicar, ignorar y desechar una realidad que considera innecesaria e inútil. El problema es la estrechez de la mirada que se ciñe a un aspecto de la realidad y lo pretende exclusivo.
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Un contacto sensual más primario desnuda la irrealidad ordinaria y la revela como porosa, esponjosa, agujereada, osmótica, blanda, acuosa. Es como si se rompieran las esclusas para que brotara el agua primordial. El muro de ilusión-ignorancia que nos separa de las-cosas-tal-como-son es sólido hasta que vamos despertando a su irrealidad y comienzan a verse los agujeros, rajaduras, grietas, huecos y poros, las ausencias y elipsis en la trama parcial21. Detrás del vidrio oscuro arde la lumbre. La figura está precisamente en la fisura, es la brecha, el vaso comunicante, deja pasar la luz.
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Es la huella o el destello de una realidad subyacente, invisible e inasible que se renueva constantemente. Es una entrevisión de la madre-materiamatriz. En el prisma de nuestra inteligencia refulge a veces como algo cósmico, espacial, estructurado, arquitectónico y matemático, tan de otro orden que no se alcanza a fijar o a saber si realmente será así. Lo importante es que desde nuestro punto de vista parcial, esa realidad, sea como sea, tenga una forma definida o no, es objetiva e imparcial, pues no conocemos nada relativo a su mismo plano. Ante ella, silencio y no-saber.
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Y la sospecha: “la realidad es simultánea” 22. Todo sucede a la vez. Una figura es la presencia a la vez de los opuestos, A y B, esto-que-parecía-no-ser-eso y eso-que-parecía-no-ser-esto; es decir: en el mismo espacio, porque es el espacio sin distancia, sin separateness23; en el mismo plano sin duración, donde ahora después y antes coexisten; y la coexistencia de los contrarios inmanentes el uno en el otro (pero ya no hay uno y otro) da lugar necesariamente a un tercer factor reconciliante: el principio de identidad entre todos los fenómenos. Si una metáfora dice: ‘esto es (como) eso’, una figura dice: ‘esto y eso son aquello’. Yonder.
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Las múltiples facetas de la realidad confluyen a un mismo tiempo como en un caleidoscopio. Como sea que se quiebre, la luz se nos presenta en dibujo, mosaico, patrón, fractal, forma geométrica y matemática24. ¿Quién o qué gira los cristales y desplaza los tonos? En el extremo opuesto, la fuente es la misma. Ingresa y atraviesa siempre: es uno el que se aleja o se asoma aportando el ojo, el último espejo.
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El dibujo tiene un fundamento matemático esotérico. La materia es una organización de números en relación y proporción, las formas son tal vez conjuntos de líneas de funciones. Debajo, respiran las Leyes y los Axiomas. Pitágoras. Comprender el misterio de las líneas puede ser la clave del conocimiento.
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El momento en que se percibe o aparece la figura es atemporal. Es un bostezo, hiato, paréntesis o hueco en la sucesión del espacio-tiempo. Se llega cavando hoyos en el sólido tiempo diurno, horadando las horas. ‘Antes’ y ‘después’, la duración se hace chicle, se estira o se acorta según otras reglas. No se distinguen causa y consecuencia, pierde sentido la discriminación, todo entra en relación circular. La figura cuaja, cristaliza, suena, cae, estalla, se materializa, pero solo para seguir camino y volver a fugarse más allá de nosotros. Luego, intentar apresarla es perderla: non habet anguillam per caudat qui tenet illam. De todos modos, en ese instante de captación “algo se completa en uno”, “el círculo se cierra” 25.
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Si bien es cierto que hay algunos espacios más propicios, como los de ocio o de invención, lo que reclama la percepción profunda es un campo interior especial, de modo que la figura se puede dar sea lo que fuere que uno esté haciendo. Es como si lo que más hiciera falta, en verdad, fuera preparar la posible llegada del momento distinto.
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¿Cómo cazar figuras? Por acceso, arrimo, asomo, entrada, entrega, entrevisión, vislumbre, irrupción, salto, como en las experiencias de revelación, hierofanía o anagnórisis. Por analogía y simpatía poéticas. ¿Puede el gesto misterioso volverse centro de una práctica intencional constante?
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Cortázar encontró que hay territorios o zonas26 privilegiados donde el contacto con la figura es más posible: los ritos y rituales, los juegos, los pasajes, las ceremonias, los puentes y el ahí-y-ahora. Al ingresar a los territorios acontece un cambio de ritmo, se sale del tiempo estanco hacia el ritmo lúdico y ritual que propicia las nuevas conexiones, las verdaderas. En la zona se reaviva el espíritu.
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LA RESISTENCIA
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Nos resistimos a aceptar la dimensión trascendente y mística en Cortázar, lo cual es muy comprensible porque esta perspectiva muy concreta amenaza y destroza sin piedad nuestras certezas, empezando por la de la propia individualidad y voluntad. La voz que habla a través de Cortázar nos mueve la alfombra… (mejor dicho: nos señala que nuestra idea de la alfombra está basada en el revés, y nos comunica subrepticiamente su sospecha de que el otro lado es el que presenta el dibujo real).
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La ilusión de lo conocido se resquebraja y nos quedamos en estado de pregunta. Aparentemente deshechas las certezas, queda una sola, “la oscura certidumbre”, sostenida por la sospecha, tal vez una forma pudorosa de nombrar a la corajuda esperanza.
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¿Qué nos moverá hacia lo desconocido? Ciertamente no el saber, sino la ignorancia.
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Por lo demás, al principio más que la figura en sí importa nuestra predisposición, que se efectúe el cambio en nosotros para recibirla y dejarla actuar.
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Lo que sorprende, y a Cortázar ya no, es:
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1) el mecanismo interior inmediato que sabe que hay/habrá un tercer elemento, es decir: la intuición o previsión.
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(Si nos preguntamos, honestamente, cuántas decisiones en nuestra vida, tanto pequeñas cotidianas como de largo alcance, tomamos pura y exclusivamente por deducción lógica racional, o conscientemente, con todo nuestro ser? Es posible que veamos que fuimos movidos por algo no pensado, por los deseos del momento, más o menos fuertes).
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2) el cumplimiento instantáneo de lo previsto (preoído, se presiente la figura musical) 27
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Ese es el mecanismo que hay que ejercitar, paradójicamente de manera indirecta. ¿Será acaso como el no-hacer del zen?
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Estamos condicionados por esta multiplicidad, rutinas, patrones, pensamientos ilusorios, y por arquetipos subconscientes que ignoramos. Y por leyes que gobiernan a la humanidad como un ente, y a los grupos. ¿Es posible estar condicionado por menos leyes, tal vez solo las de esos órdenes superiores, y no las individuales? ¿Será conocer las leyes una vía o quizás un requisito para adquirir la posibilidad de liberarse de ellas? ¿Y será tener intuiciones de esas leyes el primer paso para conocerlas? ¿Ponernos intencional o “voluntariamente” bajo su acción, acatándolas? ¿Las leyes del individualismo, no nos alejan y separan de la fiesta, la alegría y la danza maravillosa, de “la unidad mística común”, “la jubilosa danza”, “el cuerpo cósmico, la verdadera patria”?
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En otras palabras, no hace falta pensar lógicamente, calcular, racionalizar. Hay un punto en el que está de más e impide recibir. Solo es necesario escuchar. El poeta, en lugar de decir y hacer, deja que eso se diga, que eso se cumpla. “Lo que quiere decirse” tiene una potencia y una realidad infinitamente más grande que la que pueda tener lo que queramos decir desde la individualidad. No media el yo: el poeta es transparente, es actuado, actualizado por la luz. Solo elige un gesto: en lugar de ser movido por lo ordinario (lo ilusoriamente propio, el bagaje de lo ajeno), acatar un orden supra o transindividual, que lo conecta con el misterio, lo genuinamente propio.
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ASEDIOS AL YONDER
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“La verdadera vida está ausente. No estamos en el mundo.”
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Rayuela dice una y otra vez la nostalgia (‘nostos algos’, dolor por el regreso a casa) del Edén, Paraíso perdido, reino milenario, Arcadia, Yggdrasil, eje del mundo. Poco importa la respuesta: lo necesario es mantener vivo el sentimiento. Toda solución fácil será mera tura, tranquilizador, ersatz de este anhelo.
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No estamos en la pieza (cap. 3), como el “cronopio chiquitito que buscaba la llave…”.  No estamos en nuestra casa (152); ha sido tomada, el trono de Salomón ha sido ocupado por un intruso. “Nous ne sommes pas au monde”. El poeta Minotauro, llave y llama viva, arde en el centro de la rueda. La periferia es el laberinto dibujado en las escamas de la Serpiente, que se muerde la cola durante infinitos ciclos del Samsara.
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Necesitamos “entrar de nuevo con el buen pie en la casa del hombre” (99), ganarnos el “derecho de ciudad… es una metáfora” (31) (“feliz de ella que tenía derecho de ciudad”), instalarse de lleno en el “territorio de lo elemental” (94, 56), en el “kibbutz del deseo” (36), la “Tierra de Hûrqalyâ” (71).
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De hecho, la visión más despojada descubre atónita que son “fuerzas habitantes, extranjeras, que avanzan en procura de su derecho de ciudad” (62) en el hombre-instrumento-de-un-misterio. En este “negativo de la realidad” (28), nos guía la luz de otros ojos que los apolíneos, “los que nos iluminan son los ciegos” (98), “para verte como yo quería era necesario empezar por cerrar los ojos”(1).
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Este deseo viene de otra parte, del Centro, de las Madres, del canto que une ambas caras de la medalla, pero no de la periferia (máscara, persona) en la que solemos movernos. Canalizar las fuerzas (y canalizar es volverse canal, ahuecarse, vaciarse) para tal vez encarnarlas; es decir, que el espíritu, por contigüidad y simultaneidad, por frecuencia e intensidad de presencia, se haga materia, cristalice. El fuego sutil está pulsando en vértigo de aurora entre el vacío y la sangre: el swing es el dibujo etéreo de su generación. “Un puente es un hombre cruzando un puente” (LdM), “hay mensajeros y ese es el mensaje” (79), “Fijarlos, y si es posible, serlos”(94).
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“París es una enorme metáfora”. ¿De qué? Es una extrapolación, un reflejo del proceso y el andar interior. Todo: los puentes, los hilos, conexiones analógicas o simpáticas; los ríos, metafísicos; el andar por ahí al azar también sucede adentro; el arte y la cultura, el bagaje; etc.
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“Ese mundo está en este”, es decir, es plenamente interior.
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La Ciudad de Cortázar, como la “ciudad tibetana” de Lezama Lima, la Jerusalén celestial, la de ciertos mandalas, plasma el deseo de que la Figura se pueda recorrer, de que exista en la medida del hombre (del “hombre de la calle”) y de acercar y aunar alto y bajo, de que el Cielo sea comprensible con una geografía de la Tierra y de que ésta se eleve a símbolo.
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La forma de llegar es a la inversa, por la vía negativa. La rayuela está al revés. Hay que hacer un “viaje al centro de la tierra”, cavar un pozo. En uno mismo. El salto al vacío, la defenestración. “Para abrir un agujerito hay que ir sacando la tierra y tirándola lejos” (31), así destellará esa flecha a la inversa, “la luz que pasa” (66). Se da vuelta el guante, nos toma del aliento la tercera mano. Al fondo del pozo reluce la estrella más alta, tiembla la Luna que es al fin la propia piel. Cumplido el camino la rayuela da un giro y coinciden los opuestos en una tierra celestial reconquistada.
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Mientras haya escritura hay dibujo, mandala, descentración, manifestación. Hay dos movimientos simultáneos, el de alejamiento, en espiral hacia fuera, y el de acercamiento, en espiral hacia dentro. Escritura: huella del ritmo, marca del tironeo entre la Palabra indecible y la nada. Respiración que emerge del centro. El centro vacío, la unión final en otro nivel de la espiral, no puede decirse sino solo sospecharse, sugerirse, indicarse. Este nivel solo puede ser un dibujo del camino hacia, o huellas de la vuelta: el lugar, la ciudad celestial, es invisible. Escritor shamán en el sentido de convocador, mediador entre el centro y la periferia, centauro con los pies en el charco empapados de agua y las flechas de la mirada en Aldebarán.
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SOSPECHAR MARAVILLADAMENTE
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En Rayuela, el novelar surge para desarrollar y darle cuerpo a una situación simbólica. Es un agregado, primer “espejo para alondras” contra el que se da el lector desatento. Incluye la romantización de París, la Maga, lo elegíaco, las ceremonias emotivas. Quien quiera leer activamente tendrá presente que “el vuelo excede el ala” 28: “el sentido fue esotérico desde un principio” 29.
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Con un talón en las turas y la punta de los dedos en la realidad resplandeciente: Libro totalmente de borde y límite. En actitud, postura, tensión y respiración: suspendido entre lo que ata y cae y lo que quiere soltarse y saltar. Con un pie en el mundo como lo vemos ordinariamente, porque usa estas palabras, estos hábitos, y otro pie apenas rozando lo otro. Se pone en marcha para llevarnos mediante una “amable extrapolación” al punto más lejano de lo que ahora no-somos, dejarnos en umbrales, ojalá bajo la lluvia. Todo el tiempo cortándose, justo cuando está por nombrarse lo innombrable, silencio, tres puntos, elipsis. Teología negativa, ascesis (Daumal). Procedimiento: exploración y descarte (por vivencia, comprobación y desencanto) de todas las turas (que en lenguaje de estudio-de-sí son las compensaciones, ilusiones, creencias, opiniones, etc): desde las más groseras hasta las más sutiles. Las más sutiles están al borde (amor, piedad, poesía): se intuye que tal como las conocemos hoy no son lo que en realidad podrían ser, que conocemos su rostro temporal, de su rostro eterno a lo sumo destellos (rayos, relámpagos: “liber fulguralis”). Tal vez no le sea dado al hombre-de-hoy instalarse totalmente del otro lado, llegar al centro del mandala: pero ante sí mismo, si se conoce lo suficiente (esta es la cuestión: conocerse lo suficiente) no le queda otra que lanzarse a dibujar el camino, aunque no sea consciente del dibujo. Dibujar no porque el dibujo vaya a coincidir con la realidad (pero tal vez sí solo en eros: “tu boca que coincide exactamente”) sino para llevar a las cosas a tal absurdo, a tal límite, que a la realidad no le quede otra que responder, que extender la mano (nuestra “tercera mano”), que abrirnos otro ojo. Para que esa mano encarne, cierta práctica debe preparar el terreno, ejercitar el músculo todavía inexistente, formar el tejido de un órgano superior. Velar (“y vos sostenías dos velas verdes y el tiempo soplaba contra nuestras caras una lenta lluvia de renuncias y despedidas” –cada uno sabrá a qué debe renunciar–) para la revelación, ahora.
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Ya no eres inocente, tiras la piedrita: te tiras: aceptas la posibilidad de reformular tu búsqueda, de iniciarte en tu propia alquimia.
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“Digamos que el mundo es una figura, hay que leerla. Por leerla entendamos generarla. ¿A quién le importa un diccionario por el diccionario mismo? Si de delicadas alquimias, osmosis y mezclas de simples surge por fin Beatriz a orillas del río, ¿cómo no sospechar maravilladamente lo que a su vez podría nacer de ella?”30
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RECORDAR
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El aliento de Cortázar expresa que el cosmos es una unidad, en la que nada está separado ni existe aisladamente, sino que desde lo más pequeño hasta lo más grande está unido e interrelacionado, mutuamente condicionado. “Tout vit, tout agit, tout se correspond”31. Es la misma intuición del zen: la ley de intercondicionamiento. Hay momentos, de mayor o menor intensidad y alcance, dimensión, amplitud, y que en algunas personas podrían incluso aunarse como perlas en collar y volverse un estado frecuente o permanente, en los que se percibe (la percepción es impersonal) una conexión de varios niveles, un brillo de lo trascendente en lo inmanente y viceversa, una “Reunión”, religazón (re-en la consciencia del que es despertado, pues nunca ha habido desunión; es decir, re- indica la unión renovada en el interior del ser-espejo que percibe), un encuentro significativo, una sincronicidad. Estos son los nódulos o nudos de un vastísimo tejido. El entrar o espejar el nódulo donde la unión de aspectos se intensifica despierta otra realización: si hay nódulo, si hay encuentro, hay líneas, hay conexiones, hay hilos, hay red. Captar las conexiones asombrosas, constantes, sutiles (si uno presta atención están ahí todos los días, son realmente impactantes), lleva a la convicción íntima de la unidad del Todo y todas las cosas. La reflexión a partir de esa certeza conduce a nuevos hallazgos.
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Cortázar intuyó, por su ser poético, antes de cualquier filosofía, lo que en las grandes tradiciones ha tomado varias imágenes: la tela de Indra, la Alfombra. La telaraña es el símbolo del despertar a la consciencia de la trama celeste. Gnósticamente, al Demiurgo, pues hay un más allá más alto incluso que esta red, como comienza a entrever el Cortázar mayor (62, La vuelta al día…, Último Round, Territorios).
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Los ritmos son una muestra de la ley que trama y entreteje las conexiones. El poeta accede directamente a esos ritmos. Lo que transmite deja la huella de esa visión-audición y un lector que se mueva en coordenadas parecidas puede ser llevado de vuelta al mismo lugar. Es el rol del poeta como guía de vuelta hacia el origen, como recordador. Guarda y actualiza la memoria de la divinidad.
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NOTAS
1. Buda, Golden Light Sutra: “The Absolute Body of the Buddha is like Emptiness. The manifestation of form in response to the material world is like the moon in the midst of the water.”
Dogen: “El logro de la iluminación es como el reflejo de la luna en el agua. Ni se humedece la luna, ni se altera la sobrehaz de las aguas. Grande es la luna y amplio es el radio de sus rayos de luz, pero cabe en una gota de agua. Toda la luna y todo el cielo se contienen reflejados en cada gota de rocío. No poner obstáculo a la iluminación es dejarse ser, sin más, reflejo, del mismo modo que la gota de rocío no impide que se reflejen en ella cielo y luna.”
2. Salvo el crepúsculo.
3. Matsuo Basho, citado en Salvo el crepúsculo.
4. Rayuela, cap. 29
5. Otano, 1949”, en Papeles inesperados.
6. Rayuela, cap. 97
7. Italo Calvino, Palomar.
8. “Lucas, sus intrapolaciones”, en Un tal Lucas.
9. “Lucas, sus críticas de la realidad”, en Un tal Lucas.
10. Obra crítica 2.
11. Los premios, cap. X.
12. “La vuelta al piano de Thelonious Monk”, en La vuelta al día en ochenta mundos.
13. Entrevista con Saúl Yurkievich, en Cortázar: mundos y modos.
14. Entrevista con Saúl Yurkievich, en Cortázar: mundos y modos.
15. “Para una poética”. Obsérvese la palabrita.
16. .Luis Harss, “Julio Cortázar o la cachetada metafísica”, en Los nuestros.
17. .La fascinación de las palabras.
18. La fascinación de las palabras.
19. Prosa del observatorio.
20. “Esa hora que puede llegar alguna vez fuera de toda hora, agujero en la red del tiempo…”.Prosa del observatorio.
21. Un agujero en la carpa del circo que deja ver la estrella (Rayuela, cap. 43). Un ‘lo’ que falta y muestra que se puede ir más allá porque sí lo hay (cap. 66).
22. Cartas 2, pág. 123.
23. Imagen de John Keats.
24. Por ejemplo, en Octaedro.
25. Cartas 2, pág. 124.
26. ¿Es acaso la misma comprensión que movió a Andrei Tarkovsky a explorar, enStalker, la zona como umbral de acceso a lo sagrado?
27. “Para escuchar con audífonos”, en Salvo el crepúsculo.
28. “Resumen en otoño”, en Salvo el crepúsculo.
29. Cuaderno de bitácora.
30. Rayuela, cap. 71
31. Gérard de Nerval, Aurélia.

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15 de enero de 2013

¿ACASO CORTÁZAR NO LO DIJO? (Introducción a la obra de Jorge Fraga)


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La cara oculta de Rayuela
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En su Interpretación de los sueños, Sigmund Freud hablaba del contenido manifiesto y del contenido profundo de los relatos oníricos. La literalidad del primero es metáfora para el segundo, de tal modo que el auténtico significado del sueño queda escondido tras unas apariencias que lo muestran a la vez que lo ocultan. Pero Freud, con esta exégesis del sueño, no inventaba nada; lo que hizo fue trasladar al psicoanálisis una antigua tradición perteneciente al estudio de los textos sagrados. 
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Rayuela, la mayor obra de Julio Cortázar, también tiene un contenido manifiesto y un contenido profundo, como los sueños, como los textos sagrados. Horacio, la Maga, el Club de la Serpiente, el húmedo París; Traveler y Talita, el circo y el manicomio, el tórrido Buenos Aires: todo ello no son más que metáforas que muestran, y a la vez esconden, el contenido auténtico del libro. Dicho de otro modo: tras la superficie de la novela, un segundo libro aguarda la llegada del lector cómplice. Ese otro libro no es una novela; Cortázar se refería al mismo, en el Cuaderno de Bitácora, con la noción inventada de «Disculibro» ('el libro por descubrir'); y yo, a mi vez, lo he bautizado como «Rayuela insólito». Pero su nombre, su género, su categoría, son lo de menos; lo importante es que este texto oculto constituye el espíritu de Rayuela, su llama viva, así como la célebre novela constituye meramente su letra, los rescoldos. 
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Al parecer, el autor jamás habló abiertamente de este libro escondido tras la superficie de Rayuela, en los más de veinte años que sobrevivió a la publicación de la obra. De este modo los críticos, atentos únicamente a lo manifiesto, apenas han llegado a intuir ese trasfondo oculto. Y sin embargo, Cortázar sí habló de ello, y lo hizo, además, en diversas ocasiones; aunque siempre a su modo, es decir, con metáforas. Y las metáforas demandan de un lector activo que sepa reconducirlas a su origen; ¡y en esto han fallado tantos críticos, tantos lectores...! 
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Cortázar lo dijo antes, durante y después de Rayuela. Cada una de sus declaraciones, tomándola por separado, puede resultar ambigua y esquiva, frágil como un delgado junco. Y sin embargo, al unirlas apuntan todas hacia un mismo punto, con la fortaleza de un grueso haz de juncos. He aquí una selección de los ítems principales, que ya han sido tratados extensamente en otros momentos: 
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Desde antes:
LA CARTA DELATORA
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En mayo de 1960, en carta a su amigo Jean Barnabé, Cortázar describe el nuevo proyecto en que está sumido, con los siguientes términos:
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No sé lo que va a salir de una larga aventura a la que creo aludí en alguna otra carta. No es una novela, pero sí un relato muy largo que en definitiva terminará siendo la crónica de una locura. (…) La cosa es terriblemente complicada, porque me ocurre escribir dos veces un mismo episodio, en un caso con ciertos personajes, y en otro con personajes diferentes, o los mismos pero cambiados por circunstancias correspondientes a un tercer episodio. Pienso dejar los dos relatos de esos episodios, porque cada vez me convenzo más de que nada ocurre de una cierta manera, sino que cada cosa es a la vez muchísimas cosas. Esto, que cualquier buen novelista sabe, ha sido en general enfocado como lo hizo Wilkie Collins en The Moonstone, es decir, un mismo episodio “visto” por varios testigos, que lo van contando cada uno a su manera. Pero yo creo ir un poco más lejos, porque no cambio de testigo, sino que le hago repetir el episodio… y sale distinto.
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Aunque no lo parezca, nuestro escritor se está refiriendo a Rayuela. Y no lo parece porque en su lectura común Rayuela no guarda ninguna semblanza con La piedra lunar de Wilkie Collins. En su versión oficial, la obra de Cortázar se lee –también en la opción salteada– como el relato lineal de las andanzas de Horacio Oliveira por París y Buenos Aires; por lo tanto, no existe parecido alguno con la novela de Collins, en la que diversos personajes ofrecen relatos distintos de unos mismos acontecimientos.
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¿Qué pasó, entonces, con el proyecto descrito en esa carta? ¿Cortázar lo desechó, finalmente, a favor del libro que todos conocen? Para la lectura común de la obra, sólo cabe una respuesta afirmativa a esas preguntas. Y sin embargo, ¿cuál sería esa locura de la que Rayuela iba a ser la crónica? ¿Y cuál era aquél episodio repetido por el texto? Estas otras preguntas únicamente obtienen su respuesta al contemplar la existencia del Rayuela insólito; entonces se comprueba que Cortázar en ningún momento desechó el proyecto que describía en la carta de 1960. Leído en la clave adecuada, Rayuela es efectivamente la crónica de una locura y la repetición de un episodio.
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La carta a Barnabé es el único momento en que el escritor delata abiertamente los auténticos contenidos de su libro, que a partir de entonces se convertirán en su más guardado secreto. Las razones de ese silencio las encontraremos en el interior de Rayuela.
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Desde dentro:
DESPEDIDA, GRITO Y MUERTE
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En Rayuela hay múltiples momentos en los que se alude a la existencia de un texto oculto, ya sea en boca de Morelli, ya sea en boca de Horacio, ya sea en medio de cualquier diálogo. De todos ellos, el más significativo es sin duda el capítulo 97, que aporta las claves necesarias para captar cabalmente el asunto:
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A Gregorovius, agente de fuerzas heteróclitas, le había interesado una nota de Morelli: “Internarse en una realidad o en un modo posible de la realidad, y sentir cómo aquello que en una primera instancia parecía el absurdo más desaforado, llega a valer, a articularse con otras formas absurdas o no, hasta que del tejido divergente (con relación al dibujo estereotipado de cada día) surge y se define un dibujo coherente que sólo por comparación temerosa con aquél parecerá insensato o delirante o incomprensible. Sin embargo, ¿no peco por exceso de confianza? Negarse a hacer psicologías y osar al mismo tiempo poner a un lector –a un cierto lector, es verdad– en contacto con un mundo personal, con una vivencia y una meditación personales... Ese lector carecerá de todo puente, de toda ligazón intermedia, de toda articulación causal. Las cosas en bruto: conductas, resultantes, rupturas, catástrofes, irrisiones. Allí donde debería haber una despedida hay un dibujo en la pared; en vez de un grito, una caña de pescar; una muerte se resuelve en un trío para mandolinas. Y eso es despedida, grito y muerte, pero, ¿quién está dispuesto a desplazarse, a desaforarse, a descentrarse, a descubrirse?”
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La lectura común del libro no puede interpretar correctamente este capítulo. Para la Rayuela común, ¿qué es dibujo en la pared, qué es despedida? Sólo una lectura que contemple la existencia de una doble textualidad puede hacerse cargo de ello en la forma debida. Solamente así se entiende que el texto superficial, la novela Rayuela, es dibujo en la pared, caña de pescar y trío para mandolinas, mientras que despedida, grito y muerte, a su vez, conforman los contenidos del Rayuela insólito.
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Y entre ambos libros se abre un abismo: el salto que separa la conciencia ordinaria de una conciencia alterada. Morelli lo dice y lo repite, hasta de cuatro maneras distintas: «¿Quién está dispuesto a desplazarse, a desaforarse, a descentrarse, a descubrirse?». Ese abismo gnoseológico es lo que oculta y protege al libro ocultoEsta clave es ineludible: sin una participación efectiva en esa «ruptura de nivel», no hay acceso posible al verdadero contenido de RayuelaSe trata, en mis propios términos, del entusiasmo, tomado en su acepción etimológica de 'tener al dios dentro de uno'
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Después de Rayuela:
EL CUENTO MÁS ABURRIDO DE CORTÁZAR
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En su contenido manifiesto, el cuento de "Los pasos en las huellas" trata del investigador literario Jorge Fraga, que se embarca en el estudio en profundidad de un célebre poeta argentino, Claudio Romero, ya fallecido. A raíz de sus investigaciones, Fraga descubre que la mayor obra de Romero, la «Oda a tu nombre doble», se basa en una relación amorosa totalmente desconocida por la crítica y por el público, de tal modo que a Irene Paz, la mujer de clase alta que oficialmente inspiraba la obra de Romero, hay que sumarle una segunda mujer, la humilde Susana Márquez, cuya existencia recién descubierta enriquece la obra del poeta con nuevos sentidos, hasta entonces inadvertidos. Este trabajo le procura a Fraga un gran reconocimiento, al principio. Pero más adelante le acontece un extraño fenómeno de identificación con Romero, que le lleva prácticamente al delirio, y que finalmente provoca la incomprensión y el rechazo de sus contemporáneos.
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Publicado en 1974 como el segundo de los lados del Octaedro, este relato constituye una rara avis dentro de la obra cuentística del escritor. Él mismo lo define en su cabecera (ya resulta extraño, para empezar, un cuento de Cortázar con cabecera) como «crónica algo tediosa», lo cual nos da permiso para tacharlo como su cuento más aburrido. Más allá de su carácter de crónica, tediosa por añadidura, esa misma cabecera nos informa de lo que constituye la principal rareza del cuento: su calidad de remedo de Henry James (en particular, de Los papeles de Aspern). Así pues, “Los pasos…” no sólo es el cuento más aburrido de Cortázar, sino también el menos original.
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Pero estas rarezas no son ninguna torpeza, sino que responden a una estrategia de piedra de escándalo por parte de su autor, que de este modo quería llamar la atención sobre este texto. Y es que «Los pasos…» es en el fondo una alegoría, en la que Jorge Fraga representa al perfecto lector activo de Rayuela enfrentándose a la lectura común de la obra, reductora de su sentido. El poeta del cuento, Claudio Romero, es el propio Cortázar, y su obra principal, la «Oda a tu nombre doble», es un trasunto de ese gran libro que puede leerse de dos modos distintos. La primera mujer, la aristocrática Irene Paz, representa la lectura común de Rayuela; y la segunda, esa desconocida Susana Márquez, representa al Rayuela insólito. Finalmente, el delirio del Jorge Fraga del cuento es precisamente una puesta en escena de ese excentramiento que se predica hasta cuatro veces en el capítulo 97 de Rayuela; mi Entusiasmo.  
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Invitación a una relectura (entusiasta)
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Antes, durante, y después: Cortázar señaló en distintos momentos, en forma de enigmas, la existencia del Rayuela insólito. Pero ¿de qué trata, definitivamente, ese libro oculto? ¿Cuál es la locura, cuál el episodio que se repite? ¿A qué remiten «despedida, grito y muerte»? ¿Quién es, en último término, esa mujer llamada Susana Márquez? Yo no debo decirlo; nadie debería decirlo. El silencio del iniciado es una de las condiciones de posibilidad para ese descentramiento que es, para cualquier lector, el único pasaje realmente válido hacia el libro oculto.
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Siendo este el caso, hay que decir que la crítica tradicional no posee los instrumentos adecuados para abordar este asunto. El libro insólito demanda una aproximación y una metodología igualmente insólitas. Mis trabajos asumen ese reto: 
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• El EXPEDIENTE AMARILLO, por su lado, propone un nuevo protocolo de lectura para Rayuela basado en el modelo iniciático. 
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• La TEORÍA DEL ENTUSIASMO, por el otro lado, despliega diversas vías  dialécticas de aproximación al misterio fundamental del Rayuela insólito. 
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En esos trabajos nunca se desvela el contenido profundo de Rayuela; únicamente se exponen ahí mis propias huellas, como estímulo y acicate para que otros lectores persigan al Rayuela insólito en su primigenia condición de terra incognita.  
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Pero ¿quién está dispuesto a unirse a ese delirio?
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21 de agosto de 2012

The gods will take care of the rest

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En una carta del 21 de febrero de 1961, desde París, Julio Cortázar le decía a su amigo Paul Blackburn:

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Tu poema es muy difícil para mí, pero lo siento MÁGICO, tremendamente mágico. No me gusta que pongas el punto separado de las palabras, no entiendo por qué haces eso. ¿Quieres que el lector haga una larga pausa, o qué? Please explain. I’m so dumb. Explain “Maera. Deino” too. ¡Me gustaría tanto traducir ese poema! Dame todas las explicaciones posibles. The gods will take care of the rest. (Cartas 1937-1963, Madrid, Alfaguara, 2002, p. 433)

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Este fragmento se entiende fácilmente: el escritor se siente cautivado por los versos de su amigo, pero no tanto por su sentido –que no alcanza a comprender enteramente– sino porque es sensible a un influjo que siente desprenderse del poema. La mayúscula de ‘mágico’ es suya: y luego repite otra vez el término, enfatizándolo de nuevo: “tremendamente mágico”. Y la cursiva es igualmente suya cuando dice: “Dame todas las explicaciones posibles”. Cortázar quiere penetrar mayormente en el sentido del poema, y pide algunas claves al otro. Pero ¿por qué subraya esta palabra, posibles? Lo hace, a mi parecer, desde su propia condición de escritor y poeta, para conferirle al término un sentido específico: no se trata de que Blackburn le explique el poema, dándole las claves de su significación última, como se le explica a un niño una cuestión difícil; sino de que este último añada cierta información –la justa– sobre algunos elementos cuyo sentido resulta absolutamente desconocido para Cortázar. Él mismo los señala: “Maera. Deino”. No pretende, pues, que el otro le dé las claves de la magia del poema, al contrario; esas explicaciones posibles que demanda deben preservarla, esa magia, intacta. Como buen poeta que es, Cortázar sabe que la magia no debe explicarse; sino que constituye precisamente ese resto que queda, tal como añade en seguida, en manos de los dioses.

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Al redactar estas líneas, Cortázar estaba escribiendo, a su vez, un libro mágico: “No te escribía antes”, le dice a Blackburn al principio de la carta (pág. 431), “porque me había puesto a trabajar en mi nueva novela (¡que ya tiene 400 páginas !) y los días se me fueron pasando”. Se trata, por supuesto, de Rayuela. Y lo que el escritor le decía a su amigo es algo que nosotros podemos trasladar al ámbito de la recepción de esta otra obra: el lector de Rayuela debe conocer todas las explicaciones posibles, sin que ello perjudique esa magia que se desprende del libro y cuya manifestación debe quedar necesariamente en manos de los dioses. Siguiendo tal premisa, el escritor introdujo en la propia obra (en su mayor parte, a través de Morelli) las explicaciones que él consideraba posibles: y, según sus cálculos, al lector activo y cómplice le hubiera correspondido invocar a los dioses, con su lectura, para llegar al sentido último del texto. Sin embargo, el autor estableció el umbral de acceso para alguien demasiado parecido a él mismo. Calculó mal; las explicaciones de Morelli no bastaron para señalar debidamente a los lectores la dirección correcta hacia la misteriosa magia del texto, y la recepción de Rayuela, a pesar de la inmediata aceptación, del éxito de lectores y crítica, se basó exclusivamente en unos presupuestos reducidos de su alcance y de su sentido. La obra generó magia, efectivamente: pero esa magia no es más que una sombra de la otra magia que todavía se oculta en ese texto.

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Los escritos que he firmado como Jorge Fraga (el Expediente Amarillo, por un lado, y los Elementos para una Teoría del Entusiasmo, por el otro) quieren restablecer lo que serían los auténticos presupuestos de la recepción de Rayuela, tal como los concibiera originalmente su autor. Todo lo dicho en esos escritos viene a ser únicamente una paráfrasis y una glosa de lo que Rayuela dice de un modo más conciso y, a menudo, más oscuro; pero lo que Rayuela no dice, tampoco lo dice Jorge Fraga. He puesto todo el cuidado en no desvelar nada que pueda afectar la magia primigenia de ese libro: sus elementos ocultos permanecen intactos, esperando al lector que logre descubrirlos (con la ayuda de los dioses).

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En este sentido, siento que mi labor ha llegado a su fin. Podría escribir algunos artículos más (he llegado a intentar varias veces una desmitificación de la idea de que Rayuela pueda leerse en el orden que a uno le dé la gana). Pero las fuerzas me han abandonado; los dioses consideran que lo hecho hasta ahora es suficiente, y que seguir sería (¡oh, pecado!) una nueva forma de autocomplacencia.

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Así pues, este escrito es una despedida, y como tal incluye los debidos agradecimientos: En general, a todos los seguidores de este blog, cuya presencia, activa o no, ha sido para mí el estímulo para perseverar.

Particularmente,

A Javier Alejandro Camargo, que fue el primero de todos (al primero siempre se le recuerda especialmente)

A Mario César Ingénito, Ingeneratus, que ha amplificado mi voz trasladando mis trabajos a esos muchos foros en los que participa, y cuyas generosos, informados y apasionados comentarios (y tan escasamente respondidos por mi parte, cargo con ello) tanto han aportado al blog en su conjunto.

A Matheus Dulci, Garra de Águila, que ha hecho resonar mis escritos desde su hermoso PORTAL PINEAL.

A Araceli Otamendi, siempre receptiva a la publicación de mis artículos en sus Archivos del Sur.

A Diego Zeziola, Juan Bautista Morán y al querido amigo “Omar”, cuyas contribuciones han sido para mí muy valiosas.

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Jorge Fraga se retira, pues, a la quinta de su amada Ofelia. Con la tarea cumplida, y con la esperanza de que algún día aparezca otro lector del Rayuela insólito y podamos hablar sobre todas las cosas no dichas, sobre las explicaciones no posibles que atañen a los misterios todavía preservados de Rayuela.

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1 de agosto de 2012

Un Ta'wîl poético: la lectura activa de Rayuela (5)

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En su estudio sobre el Cuaderno de Bitácora, Ana María Barrenechea decía que resulta necesario elaborar toda una teoría cortazariana del lector a propósito de Rayuela. Tenía razón; pero ella misma, con su mirada estrictamente filológica, no cumplía con las condiciones necesarias para formularla. La Teoría del Entusiasmo viene a llenar ese vacío, y su comparación con el ta’wîl sea quizá la mejor ilustración posible para lograr aprehender el asunto desde un punto de vista argumentativo y dialéctico. Con esta quinta entrega daré por satisfecha la comparativa entre la hermenéutica espiritual islámica, de la que tan sabiamente nos habla Henry Corbin en sus libros, y la hermenéutica poética a la que nos invita Julio Cortázar en su Rayuela.

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Hoy dejaremos atrás La imaginación creadora... –a pesar de que no hemos visto aquí todas las perlas que esa obra alberga sobre el ta’wîl–, para fijarnos en ciertos extractos pertenecientes al ensayo titulado «La iniciación ismailí o el esoterismo y el Verbo», cuyas cien páginas conforman el segundo capítulo de El hombre y su ángel. Iniciación y caballería espiritual (aquí se maneja la traducción de María Tabuyo y Agustín López para la editorial Destino, Barcelona, 1995). De ahí proceden estas explicaciones de Corbin:

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este conocimiento no se improvisa; el ta’wîl, la hermenéutica de los símbolos, al igual que el tanzîl, la revelación literal, no se inventan ni se reconstruyen a golpe de asociaciones de ideas, de razonamientos eruditos o de silogismos. Es preciso el hombre inspirado, el que te pone en la vía única por la que reencontrarás la Palabra perdida. Éste es todo el sentido de la iniciación, que implica como postulado que el tiempo de los profetas no está todavía acabado (p. 102)

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«El tiempo de los profetas no ha terminado todavía»; este es uno de los lemas del ismailismo y del chiísmo duodecimano, que provoca la incomprensión y el escándalo para los sunnitas ortodoxos. Ello significa que la comunicación entre lo divino y lo humano no es algo definitivamente sellado, por más que no vaya a aparecer ya un profeta más alto que Mahoma; los Imames, investidos del carisma de una hermenéutica espiritual, son los iniciadores de un nuevo ciclo profético (la walâyat), posterior al Profeta y basado en el ta’wîl. Sin ellos, sin la hermandad de los «Amigos de Dios», la Palabra dada por Él a los hombres estaría «perdida», es decir, vacía espiritualmente, al quedar reducida únicamente a su dimensión literal.

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Algo parecido podemos postular para Rayuela, sustituyendo al Islam espiritual por los lectores entusiastas, y al Islam legalista, a su vez, por aquellos lectores y críticos que reducen el sentido del libro al restringirlo a su dimensión literal. Se trata de la misma contraposición que enfrentaba a mi epónimo Jorge Fraga, de un lado, y a los «jovellanistas», del otro, en el relato titulado «Los pasos en las huellas», escrito precisamente por Cortázar como una alegoría sobre la recepción de Rayuela (véanse las tres entregas de mi estudio sobre «El cuento más aburrido de Julio Cortázar»). Como sabemos, el protagonista del cuento, hermeneuta de la poesía de Claudio Romero, sólo accede al sentido final de esa poesía tras experimentar por sí mismo ciertos fenómenos ya previstos por el poeta; unos misteriosos fenómenos que –parafraseando a Corbin– no pueden improvisarse de ningún modo, y que nada tienen que ver con asociaciones de ideas, ni razonamientos eruditos, ni silogismos. Jorge Fraga es el analogon del verdadero lector activo y cómplice de Rayuela, del verdadero lector entusiasta; esos fenómenos que le afectan en el cuento no son sino la experiencia que Cortázar buscaba generar en el lector de su mayor obra.

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La lectura entusiasta de Rayuela queda de este modo dibujada –y no solamente por «Los pasos en las huellas», sino sobre todo por el propio texto de Rayuela: no hay más que recordar el capítulo 84–como algo que precisa de carisma, ya sea poético o espiritual. El admirado Henry Corbin repite esta misma idea en otro momento de su ensayo:

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el ta’wîl es promovido aquí al rango de conocimiento inspirado. En efecto; si el ta’wîl no es una interpretación alegórica y arbitraria es porque postula, al igual que el tânzil [recordemos: la revelación literal], una inspiración divina. Sólo para aquellos que rechazan el ta’wîl, la hermenéutica espiritual de los símbolos, la vía anagógica del sentido esotérico, está perdida la Palabra. (p. 164)

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Aplicado a Rayuela: para el lector pasivo (es decir, el que rechaza, de un modo u otro, la existencia de un sentido oculto) está perdido el contenido verdadero de esa obra. Y sin el carisma del entusiasmo, el lector del gran libro de Cortázar –escrito bajo el mandato de un misterioso swing–, como mucho puede lamentar la pérdida del sentido que se halla oculto tras el argumento manifestado por la novela.

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¿Cuál es ese sentido oculto? Es lo que yo designo como «Rayuela insólito», y que Cortázar denominaba a su vez, en el Cuaderno de Bitácora, con el significativo nombre de «Disculibro»: el libro por descubrir. En este des-cubrimiento radica toda la efectividad poético-espiritual del texto. En su estudio, Ana María Barrenechea da una interpretación completamente deficitaria de este disculibro mencionado en el Cuaderno, aplicándolo al conjunto de las morellianas; los demás críticos, por su parte, ni siquiera lo han mencionado, a pesar de la existencia de declaraciones como la que sigue (el subrayado es del propio Cortázar):

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¡ojo!

Propongo: Todo el Discu-libro, sin remisión. Pero en un solo bloque. El que no lo vea será meritoriamente ciego.

(Cuaderno de Bitácora, p. 93)

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Formulándolo a la inversa: aquel que lo vea será un voyant. Y sin ningún mérito por su parte, pues es la Gracia la que dispensa el carisma, la inspiración, el entusiasmo o como quieran ustedes llamarlo, a aquel que haya emprendido decididamente la búsqueda.

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El propio Cortázar reconocía que es casi un imposible: en el capítulo 112 de Rayuela sugiere que «hay solamente esperanza de un cierto diálogo con un cierto y remoto lector». Se rebaja al mínimo la llama de la vela de esa esperanza: un cierto diálogo, y un cierto lector, para postre remoto. Sólo eso hay. Pero aun así se trataba de una esperanza; ese diálogo no debe ser entonces un imposible absoluto: sólo casi. Y en efecto, el ta’wîl de Rayuela es posible: los dos Jorge Fraga (el ficticio y el real; el verdadero y el impostado) son testigos perplejos de ello.

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El mismo Henry Corbin, tan sensible a las cosas del espíritu, acude en auxilio de esa llama, alimentándola con un poco de aire cristiano:

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pienso particularmente en Cola di Rienzo argumentando que la efusión del Espíritu Santo no puede ser un acontecimiento cumplido de una vez por todas en el tiempo de los apóstoles, sino que el Espíritu no deja de soplar a través del mundo y de suscitar en él Viri spirituales. «¿A qué rogar por la venida del Espíritu Santo si negamos la posibilidad de que pueda venir? ... Sin duda ninguna, no fue sólo en un momento de la antigüedad cuando el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles, sino que desciende cada día, nos inspira y habita en nosotros, a condición de que queramos permanecer humilde y silenciosamente con él.» (El hombre y su ángel, pp. 182-183)

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21 de julio de 2012

Apócrifas morellianas (29)

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Estudiosos del pensamiento judío consideran que las modalidades de la revelación y de la interpretación se excluyen mútuamente. El hecho de recurrir a la exégesis surge así, específicamente, en una situación en la que se ha suspendido el acceso a la revelación divina, pues si dicha revelación estuviera por suceder, no habría necesidad de derivar verdades fuera del dogma establecido. (...) Sin embargo, puede demostrarse que, dentro de la tradición judaica, particularmente en la literatura apocalíptica y mística, hay una relación intrínseca entre el estudio de un texto y la experiencia visionaria. Lejos de excluirse mútuamente, la experiencia visionaria en sí misma puede ser de naturaleza interpretativa, mientras que la tarea exegética puede originarse y desembocar en un estado revelador de la conciencia.

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La tesis de este ensayo, formulada de manera simple, es que en el Zohar los dos modos, revelación e interpretación, se identifican y se funden. El que ocurra esta convergencia se debe al hecho de que la estructura teosófica subyacente proporciona una base fenomenológica común a ambos. En la relación hermenéutica que el exégeta místico mantiene con el texto, él ve nuevamente a Dios como Dios fue visto en el acontecimiento histórico de la revelación. En suma, desde la perspectiva del Zohar, la experiencia visionaria es un vehículo para la hermenéutica, así como la hermenéutica es un vehículo para la experiencia visionaria. La combinación de estas modalidades constituyó una enorme fuerza que ejerció una influencia profunda en las siguientes generaciones de exégetas judíos. Establecidos los nexos entre el estudio textual y la experiencia visionaria, la interpretación de la Escritura ya no fue considerada como una simple ejecución del mandato fundamental de Dios: estudiar la Torá (talmud Torá), sino que dicha interpretación era más bien entendida como un acto de participación en el drama mismo de la vida divina. La interpretatio misma se convirtió en un momento de revelatio, la cual, en el lenguaje del Zohar, comprende además el proceso de devequt, es decir, la unión del individuo con Dios.

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Elliot R. Wolfson,

«La hermenéutica de la experiencia visionaria»

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17 de julio de 2012

Apócrifas morellianas (28)

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Gloria a Dios que mediante su luz ha apartado las tinieblas de los corazones; en su equidad ha abierto lo que en el objeto de la búsqueda había quedado cerrado (...) Es un carisma dispensado a las inteligencias el consagrarse a la búsqueda; el desenlace de la búsqueda es el acto de encontrar. El signo que marca el acto de encontrar es la dulzura que se saborea en lo que se encuentra. De cualquier agua dulce lo aparente es lo que se bebe; pero lo oculto está velado. Quien lo busca no se cansa nunca de meditar, mientras que el común de las gentes no comprenden nada de lo que aquél busca.

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El libro del sabio y del discípulo

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11 de julio de 2012

Un Ta'wîl poético: la lectura activa de Rayuela (4)

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El «falso ta’wîl»

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Hacia el final del cap. II de la segunda parte de La imaginación creadora…, Henry Corbin habla de la cuestión del «falso ta’wîl». El ta’wîl, como sabemos, consiste en «una hermenéutica de los símbolos (…), un modo de comprender que transmuta en símbolos (mazâhir) los datos sensibles y los conceptos racionales, suscitando el tránsito» hacia un estado superior del ser y de la conciencia (p. 221); en consecuencia, un ta’wîl falso será todo aquel que, aún generando una interpretación, no propugne ni implique ninguna «ruptura de nivel», ningún pasaje entre los diferentes mundos de los que se compone la Realidad.

El escritor francés pone dos ejemplos del asunto, que lo ilustran a la perfección. El primero, está extraído directamente de la obra de Ibn ‘Arabî:

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Un día, el niño [José] dice a su padre: «He visto [en mi sueño] once estrellas, el sol y la luna. Las he visto postrarse ante mí» (Corán 12/4). Mucho tiempo después, al final de la historia, cuando José recibe a sus hermanos en Egipto, dice: «Ésta es la interpretación (ta’wîl) del sueño que tuve hace tiempo. Mi Señor lo ha hecho realidad» (12/101). Ahora bien, lo que Ibn ‘Arabî considera más importante en este ta’wîl es que, en realidad, no es tal. Pues es en el orden de los acontecimientos y de las cosas sensibles donde José cree encontrar el ta’wîl, el sentido oculto del sueño que había tenido lugar en el mundo de las visiones imaginativas. Ahora bien, el ta’wîl no consiste en hacer descender a un plano inferior, sino en reconducir y elevar a un plano superior. Es preciso reconducir las formas sensibles a las formas imaginativas para pasar así a significaciones más elevadas: proceder inversamente (llevar las formas imaginativas a las sensibles que tienen su origen en aquéllas) es aniquilar las virtualidades de la Imaginación (…) Por esta razón, el ta’wîl que cree descubrir José es todavía la obra de alguien que continúa dormido, sueña que se despierta de un sueño y se pone a interpretarlo, cuando en realidad se encuentra todavía en estado de sueño. (p. 278)

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Apenas tres páginas más adelante, nos ofrece este segundo ejemplo, preludiado por una breve y nueva explicación sobre el ta’wîl:

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La exégesis simbólica, al instaurar las tipificaciones, es creadora puesto que transmuta las cosas en símbolos, en Imágenes-tipo, y las hace existir en otro plano del ser. Ignorar esta tipología significa destruir el sentido de la visión como tal; es aceptar los datos tal como se presentan, en estado bruto, sin más. Y así fue como actuó un personaje llamado Taqî ibn Mokhallad. Taqî ve en sueños al Profeta que le da un vaso de leche, pero en lugar de interpretar el sentido oculto de su sueño, quiere una verificación material. Para ello, se fuerza a vomitar y obtiene la prueba que desea: vomita un vaso entero de leche. Quería una certeza y obtuvo lo que deseaba, aquello de lo que están ávidos todos los que no admiten más «realidad» que la del mundo físico, mientras que para el profeta, que realiza el ta’wîl, lo material se convierte en alimento espiritual. (…) No se busca al Ángel en el plano de las evidencias materiales; la transubstanciación no es un fenómeno de química realizado en un laboratorio. Ésta es la razón por la que Taqî ibn Mokhallad se privó totalmente del alimento espiritual al exigir un control material, forzándose a vomitar lo que había bebido en sueños, para demostrarse a sí mismo que aquello era materialmente verdadero (pp. 281-282)

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En el contexto de la Teoría del Entusiasmo, la hermenéutica espiritual islámica descrita por Corbin constituye un modelo analógico para la lectura activa de Rayuela. El lector activo y cómplice –el lector entusiasta– está llamado a interpretar el texto desde una altura cognitiva distinta a la de la conciencia ordinaria; desde ahí, el libro entero se transmuta y ofrece a la mirada un contenido completamente insólito. Pero hay un problema: y es que la gran mayoría de los críticos y lectores no han captado el simple hecho de que Rayuela sea un texto que demanda una interpretación. Por el contrario, el literalismo se ha instituido como el paradigma dominante de su lectura.

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Quizá quien más se haya acercado nunca a otro paradigma sea Graciela Maturo, como ya vimos en su momento, cuando en El hombre nuevo decía de Rayuela: «El argumento va por debajo; hay, sin lugar a dudas, un desarrollo interior al que apuntan las instancias, los diálogos, las situaciones». Pero esto, evidentemente, no constituye ninguna interpretación, puesto que faltaría exponer cuál es concretamente ese desarrollo interior al que se alude. Por otro lado, la propia Maturo y también otros autores han sugerido que ciertos capítulos de Rayuela podrían estar poniendo en escena algún mito clásico: y esto sí se aproxima mayormente al concepto de «falso ta’wîl», en la medida en que tal correspondencia se plantea siempre en términos que se ajustan antes a una figuración alegórica que a la lógica simbólica en la que insiste siempre Corbin. En todo caso, tales sugerencias sólo se aplican a ciertos pasajes de Rayuela, y no llegan a constituir una interpretación que abarque la globalidad del texto.

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En síntesis, pues, podemos decir que el literalismo, que parte de un nivel de la realidad para terminar en el mismo, y que como mucho realiza cambios de plano (de lo concreto a lo abstracto, por ejemplo), constituye el «falso ta’wîl», ampliamente extendido, de Rayuela, El propio texto acude en apoyo de esta afirmación: si alguien previó la posibilidad de tal situación hermenéutica, ese fue el propio Cortázar. La cuestión del «falso ta’wîl» aparece no una, sino diversas veces en el libro; y todas ellas deben verse como apóstrofes disimulados al lector (more Wilkie Collins), o sea, como instrucciones para corregir lo que, según Cortázar, serían previsibles desviaciones de una interpretación que en realidad nunca llegó a darse efectivamente.

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Vamos a transcribir algunos ejemplos, que de ningún modo pretenden agotar la concurrencia del asunto. En primer lugar, veamos este breve diálogo del cap. 9:

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–Fíjate un poco en Mondrian –decía Etienne–. Frente a él se acaban los signos mágicos de un Klee. (...) para Klee hace falta un fárrago de otras cosas. Un refinado para refinados. (...) En cambio Mondrian pinta absoluto. Te ponés delante, bien desnudo, y entonces una de dos: ves o no ves. El placer, las cosquillas, las alusiones, los terrores o las delicias están completamente de más.

–¿Vos entendés lo que dice? –preguntó la Maga–. A mí me parece que es injusto con Klee.

–La justicia o la injusticia no tienen nada que ver con esto –dijo Oliveira, aburrido–. Lo que están tratando de decir es otra cosa. No hagas en seguida una cuestión personal.

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«Lo que están tratando de decir es otra cosa»: la Maga, representando a la perfección aquí su papel de ‘tercero excluido’ en una conversación privativa, comete el error de tomarse al pie de la letra lo que se está diciendo. Horacio la corrige, señalándole la naturaleza figurada de la conversación: Klee y Mondrian están ahí para hablar, metafóricamente, de otra cosa. Las diferencias entre Klee y Mondrian son el sentido aparente, lo manifiesto; para captar lo oculto, el sentido profundo, «sería necesario que otras máquinas que las usuales se pusieran a funcionar en el cerebro», tal como reza el cap. 86.

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El siguiente ejemplo toma como pretexto, precisamente, la misma conversación que acabamos de ver. En el cap. 19, la situación se ha invertido, y ahora es la Maga quien está por encima, en cuanto a comprensión se refiere, de Horacio:

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–Ah –dijo Oliveira–. Así que yo soy un Mondrian.

–Sí, Horacio.

–Querés decir un espíritu lleno de rigor.

–Yo digo un Mondrian.

–¿Y no se te ha ocurrido sospechar que detrás de ese Mondrian puede empezar una realidad Vieira da Silva?

–Oh, sí –dijo la Maga–. Pero vos hasta ahora no te has salido de la realidad Mondrian. Tenés miedo, querés estar seguro. No sé de qué... Sos como un médico, no como un poeta.

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Aquí Horacio intenta discutir la condición que la Maga le atribuye, argumentando que tal vez sea una mera apariencia. Pero la Maga conoce el fondo del asunto, y replica a su vez, acertadamente, que Horacio se mantiene en todo momento en un mismo nivel de conciencia («hasta ahora no te has salido de la realidad Mondrian»). La Maga sabe que para lograr la «ruptura de nivel» no basta con el análisis racional ni con ningún procedimiento dialéctico, sino que es preciso tener las condiciones de un poeta o de un místico, de las que ella dispone, y a las que Horacio aspira sin conseguirlas.

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El último ejemplo que propongo, del cap. 44, cuenta con los mismos actantes que el primero, aunque con los personajes cambiados: el papel de la Maga, interpretando literalmente los hechos, lo ejerce ahora Talita; y el de Horacio, desmintiendo esa interpretación y apelando a otra, que se mantiene en secreto, lo cumple esta vez Traveler:

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–¿Pero es que vos creés realmente que él me busca, y que yo...?

–Él no te busca en absoluto –dijo Traveler, soltándola–. A Horacio vos le importás un pito. No te ofendas, sé muy bien lo que valés (...) Es otra cosa –dijo Traveler subiendo la voz– ¡Es malditamente otra cosa, carajo!

–Ah (...) De manera que es otra cosa. No entiendo nada, pero a lo mejor tenés razón.

–Y si él estuviera aquí –dijo Traveler en voz baja, mirando su cigarrillo– tampoco entendería nada. Pero sabría muy bien que es otra cosa. Increíble, parecería que cuando él se junta con nosotros hay paredes que se caen, montones de cosas que se van al quinto demonio, y de golpe el cielo se pone fabulosamente hermoso, las estrellas se meten en esa panera, uno podría pelarlas y comérselas, ese pato es propiamente el cisne de Lohengrin, y detrás, detrás...

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Estos puntos suspensivos que cierran el parlamento de Traveler están cargados de intencionalidad. Tal como se ve, aquí o en cualquier otro lugar, Cortázar no dice nunca qué es, exactamente, lo que hay detrás. Para prevenir la posibilidad de un falso ta’wîl, se limita a señalar que en esa conversación llamada Rayuela, lo aparente no es el sentido verdadero (¡es malditamente otra cosa!).

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Una conversación privativa, Rayuela, para la que Cortázar albergó «solamente esperanza de un cierto diálogo con un cierto y remoto lector» (cap. 112). El tiempo le ha dado la razón: pasado prácticamente medio siglo desde la publicación del libro, lo que se ha constatado es justo lo contrario, o sea, lo que ya quedó formulado, proféticamente, en el cap. 79:

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En cuanto al lector hembra, se quedará con la fachada y ya se sabe que las hay muy bonitas, muy trompe-l’oeil, y que delante de ellas se pueden seguir representando satisfactoriamente las comedias y las tragedias del honnête homme. Con lo cual todo el mundo sale contento, y a los que protesten que los agarre el beriberi.

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